Después de la cena, los dos hombres fueron a los establos para ver al semental de Hector mientras Cecilia y Paula se quedaban en la mesa, charlando sobre bebés y maternidad. Paula le había advertido de que ella era nueva todavía, pero Cecilia decía necesitar sus consejos, de modo que Paula le habló de los pañales y los biberones, las cosas que conocía.
–Cuando volvamos a casa habrá que vacunarla. Afortunadamente, tengo una agenda médica para no perderme ninguna vacunación.
–Ah, muy bien, pero… –Cecilia no terminó la frase.
–¿Qué?
–No, es que… en fin, déjalo, no es asunto mío.
–Te estás preguntando por mi relación con Pedro.
Su regreso a Red Ridge debía ser la comidilla del pueblo, de modo que la reacción de Cecilia no era una sorpresa.
–Has dicho «cuando volvamos a casa», pero yo he notado cómo miras a Pedro.
Paula apartó la mirada.
–Tú también estás casada con un Alfonso y sabes lo encantadores que pueden ser, pero mi relación con Pedro es complicada.
–Hector y yo también hemos tenido problemas, pero hemos logrado resolverlos.
–Tú estás embarazada y los niños pueden unir a una pareja… a veces. O pueden separarla para siempre si uno está dispuesto a formar una familia y el otro no.
–Pero ahora tienes a Maite.
–Sí, pero no es hija de Pedro.
–No quería decir…
Paula puso la mano sobre la de su cuñada.
–Ya lo sé, pero lo que iba mal en mi matrimonio no tiene nada que ver con Maite. Solo he vuelto por unos días. Tengo que volver a Nashville y seguir adelante con mi vida. Pedro ya me rompió el corazón una vez y no voy a dejar que vuelva a hacerlo.
–Lo siento –se disculpó Cecilia. –Había pensado que si Héctor y yo hemos logrado resolver nuestros problemas, tal vez vosotros también podríais hacerlo. Me encantaría tener a mi cuñada cerca y Maite sería parte de la familia.
Un bonito sueño en un mundo perfecto.
–Siempre seremos amigas –dijo Paula. –Y vendré a visitarte cuando nazca el niño, te lo prometo.
–¿Sabes una cosa? Tú miras a Pedro como Pedro te mira a ti… perdona, tenía que decirlo. Pero ya no digo nada más.
Paula sacudió la cabeza, sin decir nada.
Cuando volvieron los hombres del establo, Paula sirvió el pastel de limón, que estaba más rico de lo que había esperado. Hector y Pedro tomaron dos buenas porciones y la felicitaron por él. Cuando terminaron el postre, Paula estaba lista para volver a casa. Le había gustado charlar con Cecilia y pasar un rato con Hector, pero mientras recordase por qué había ido al rancho Alfonso, todo iría bien.
Sujetando a Maite con un brazo, alargó el otro para abrazar a sus anfitriones.
–Gracias por la cena y por la compañía.
–Soy yo quien debería darte las gracias por tus consejos –dijo Cecilia. –Estar con Maite me hace desear que mi hijo llegue lo antes posible.
–A mí me pasa lo mismo –Hector besó a su mujer en la mejilla antes de volverse hacia Paula. –¿Te importaría darle a Cecilia la receta del pastel de limón?
–No, claro que no.
Su mujer le dio un codazo en las costillas, pero a él no le pareció importarle.
–Es un tragón.
–En fin, tengo que meter a Maite en la cuna. Si no lo hago, empezará a protestar.
–Te acompaño –se ofreció Pedro, tomando la bolsa de los pañales.