lunes, 24 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 34

 


Era el hombre más extraño y complejo que había conocido en su vida. Ella no había querido discutir con él porque pensaba que podría estar a la defensiva y, en vez de eso, se encontraba sorprendentemente con que estaba de acuerdo con ella, como si compartieran los mismos pensamientos y opiniones. Tenía que relajarse y disfrutar de él.


Se quitó la ropa y se metió en la bañera. El agua estaba a la temperatura justa. Cerró los ojos y se relajó; casi podía sentir cómo se evaporaban las tensiones del día.


Al cabo de un corto rato, empezó a oler algo. Abrió los ojos y se encontró con otro par de ojos oscuros mirándola.


—Dale un trago —dijo Pedro sujetando una frágil copa llena de champán cerca de su boca.


Paula lo hizo, sin separar la mirada de él.


—Lo encargué pensando que tendríamos algo que celebrar esta noche.


—Nunca antes me sirvieron el champán de esta forma —dijo ella.


—Esperaba que fuera así.


A Paula le pareció la cosa más natural del mundo el estar metida en la bañera con él sentado al lado.


—¿Qué es eso? —le preguntó ella señalando algo que él tenía entre los dedos.


—Pruébalo.


Paula lo tomó con la boca.


—¿Gambas?


—Gambas.


—Mmm. Muy bueno —le dijo ella abriendo la boca para que le diera otro trozo.


—Creía que habías comido.


Ella lo negó con la cabeza mientras masticaba.


—Estaba demasiado excitada como para comer. Estoy hambrienta.


Pedro le puso la fuente delante y ella continuó comiendo.


—Me alegro de que todo fuera bien entre vosotros.


—Y yo. Sentí como si se me quitara un peso de encima. ¿Me puedes dar otro trago?


Él le llevó la copa a los labios y Paula bebió.


—¿Sabes que le caíste bien?


Pedro sonrió.


—¿Ah, sí? ¿Qué te dijo?


—Que le parecías un «tipo legal». ¡Eso es lo máximo para él!


Pedro se rió.


—¿Lo has invitado a casa?


—Sí. el fin de semana anterior al Día de Acción de Gracias. Va a pasar las vacaciones con Carolina. Luego lo volveremos a tener en Navidad, si te va bien.


—Claro. Tendremos que planear algo especial para hacer.


Pedro se terminó la copa de champán.


—¿Tiene suficiente, señora?


—Sí, gracias, señor.


Pedro la ayudó entonces a salir de la bañera y ella se envolvió en una gran toalla de baño. Luego se acercaron a la cama. Él se sentó en el borde y la hizo sentarse en sus rodillas. Empezó a pasarle la toalla por encima quitándole las gotas de agua, al parecer una a una.


—¿Qué estás haciendo?


—Secándote.


—Soy muy capaz de hacerlo por mí misma.


—Estoy seguro de que sí. Pero ésta es la primera lección de lo que te falta de educación. ¿Es que alguna vez te ha hecho esto un hombre?


—No puedo decir que sí.


—Entonces, déjame ser el primero —le dijo él rozándole con la lengua uno de los rosados pezones—. Y el último.


La tomó en brazos y la dejó sobre la cama.


Sin que ella dijera nada, la besó. Sabía a champán, gambas y a ella misma, una combinación más intoxicante que cualquier otra que hubiera probado en su vida.


—Esto no va como lo había planeado.


—¿Y cuál era el plan?


—El plan era darte un largo y relajante masaje, después del cual tú te desprenderías de todas tus ataduras y caerías rendida en mis brazos.


—Suena muy bien. ¿Debería de pelear ahora contigo para que volvamos a empezar?


—No, no creo.


Él se sentó y se dirigió al armario. A Paula se le estaba evaporando la resolución que había tomado de no hacer el amor con él y le estaba costando mucho trabajo recordar incluso la razón por la que debía de resistírsele.


Pedro volvió a la cama y la hizo tumbarse boca abajo. Algo frío le corrió por la espalda y ella gritó.


—Relájate. Sólo es loción corporal.


Las manos de Pedro la recorrieron por completo, masajeándola con fuerza.


—Me siento como un pote de mantequilla —murmuró ella con los ojos cerrados.


—Muy bien. Así es como te quiero… cremosa y lista para…


—Cuidado —le dijo ella sonriendo.


Él se rió y pasó las manos por el final de la espalda. Luego su contacto empezó a cambiar. Comenzó a acariciarla lentamente y de una forma más suave, más íntima. El cuerpo de Paula se sintió inundar por una especie de fuego.




EL TRATO: CAPÍTULO 33

 


Casi había anochecido cuando volvió Paula a la posada, y el nublado día había cumplido su promesa; estaba diluviando. Mateo se había saltado todas sus clases. Tenía de nuevo a «su» Mateo y se juraba a sí misma que nunca más dejaría que algo se interpusiera entre ellos. Había aprendido de su error. Él le había dicho que la quería y que quería seguir siendo parte de su vida.


También le había hablado de su encuentro con Pedro.


Cuando estaba a punto de subir las escaleras, suspiró y se agarró a la barandilla. La habitación principal estaba desierta y la lluvia golpeaba las ventanas; no estaba muy segura de lo que le iba a decir a Pedro. Estaba agotada. Las emociones del día la habían dejado como un trapo y no quería tener una discusión con él, pero creía que era algo necesario poner los puntos sobre las íes.


Una parte de ella estaba molesta porque se hubiera entrometido en su vida, mientras otra más razonable sólo quería agradecerle lo que le hubiera dicho a su hijastro y que le había hecho cambiar de parecer. Realmente, lo que le parecía era que él le había hecho exactamente lo que ella le había hecho a Mateo. No le había mentido, simplemente no le había dicho que había hablado con Mateo. Sería hipócrita por su parte regañarle por haberla ayudado, pero ¿qué hubiera pasado si hubiera apartado aún más a Mateo de ella? ¿Si lo hubiera perdido para siempre?


Eso le mostró con claridad cómo debía haberse sentido Mateo. Mientras lo que había hecho Pedro era algo menor en comparación, él había pensado por ella, la había manipulado, había pasado por alto su derecho a decir que no, Mateo había tenido razón en estar furioso. Dolía mucho.


Paula continuó subiendo. Lo que quería era meterse en la bañera, comer algo y meterse en la cama rodeada por un par de cálidos y fuertes brazos. Suspiró antes de abrir la puerta de la habitación.


Pedro estaba mirando por la ventana, vestido solamente con unos vaqueros.


—Hola —le dijo él.


—Hola.


—¿Cómo te fue?


—Bien. Realmente muy bien. Me abrió su corazón. Sea lo que sea lo que le haya hecho cambiar de parecer, tiene mi gratitud eterna —le dijo ella esperando que confesara.


—No trates de analizarlo.


—Realmente no tengo que hacerlo ¿No Pedro? ¿Por qué no me dijiste que lo habías visto esta mañana? —le preguntó ella acercándose.


Pedro la miró por un momento y luego apartó la mirada, bajando un vaso que ella no había visto antes.


—Así que te lo ha dicho.


—¿Es que creías que no iba a hacerlo?


—No lo sabía. Ni siquiera sabía si lo que le dije había terminado de fastidiarlo todo. Estuvo muy inexpresivo, así que, por lo que sabía, podía haber sido así.


—Ése es el asunto ¿no Pedro? ¿Qué hubiera pasado si lo hubieras empeorado? No era cosa tuya. No puedes jugar con la vida de la gente.


Pedro la miró a los ojos y ella le mantuvo la mirada.


—Sé lo que me vas a decir. Me he estado culpando a mí misma por lo que le hice a Mateo. ¿Pero no ves que me has hecho lo mismo a mí?


—Sí. Lo veo. Y lo siento. Pero en ese momento estaba furioso, no podía soportar verte como estabas y pensé que podía decirle algo al chico que funcionara. Y lo hice.


—Sí, y funcionó. Pero deberías habérmelo dicho. Deberías de haberme dado la opción de decir sí o no. Durante toda mi vida he tenido a mi alrededor gente que me ha dicho lo que tenía y no tenía que hacer. Primero en el orfanato, luego J.C. fue prácticamente mi cuidador. ¡Por Dios! No me estoy quejando. Así es como quise vivir con él. Era lo que yo necesitaba entonces —le dijo acercándose a él y deteniéndose a sólo unos centímetros—. Pero no es lo que necesito ahora.


—Lo sé, y lo siento. Debería habértelo dicho. Tal vez lo hubiera hecho si tú no me hubieras saltado encima cuando entré en el cuarto, no lo sé. De todas formas, te prometo que nunca más volveré a hacer nada a tus espaldas.


Paula le tomó la mano.


—Es curioso; prácticamente es eso mismo lo que he dicho esta tarde a Mateo. Se han hecho muchas promesas hoy. Espero que podamos mantenerlas.


—Podremos si lo intentamos. Si queremos.


Él la besó en la frente.


—Me alegro de que haya ido bien.


—Y yo.


Pedro la tomo de las manos y se las acarició.


—Estás helada; y pareces un trapo mojado.


—Gracias por el cumplido. Te lo discutiría, pero es así como me siento.


Pedro la ayudó a quitarse la chaqueta y la acompañó al cuarto de baño.


—¿Qué…?


Una vez dentro, Paula vio que la bañera estaba llena de agua caliente.


Pedro ¿estás loco?


—Cuando saliste del coche parecía que era esto lo que necesitabas. Vamos, inténtalo, tengo una sorpresa para ti.


—¿Qué clase de sorpresa?


—Paciencia —le dijo él dejándola sola.





EL TRATO: CAPÍTULO 32

 


Pedro no volvió inmediatamente a la posada. Anduvo por ahí, repasando la entrevista con Mateo una y otra vez. Suponía que podía haberlo hecho mejor. Después de todo, Mateo no era más que un muchacho, aunque no tenía mucha experiencia en tratar con los jóvenes. Pero quería ayudar a Paula como pudiera. Quería proteger a esa mujer. A su mujer.


Sonrió al darse cuenta de lo machista que sonaba, pero mientras más vueltas le daba, más le agradaba la idea. Paula, su mujer. Le encantaba cómo sonaba.


Finalmente volvió a la posada casi a la hora de comer y decidió hacer esas llamadas que había usado de excusa. Evitó llamar a Eduardo, porque todavía no le había pasado el enfado. Cuando terminó, miró el reloj y se preguntó si Paula estaría ya lista para comer.


Sabía que debía de ir a ver lo que estaba haciendo, pero se dijo a sí mismo que no podía verla llorar. Pero para decir la verdad, era el sentimiento de culpabilidad lo que lo retenía. ¿Qué pasaría si su acción era completamente perjudicial? ¿Debería decirle lo que había hecho? Ella tenía derecho a saberlo, por supuesto, pero no se le ocurría cómo iba a poder explicarle la urgente necesidad de hacer algo que había experimentado esa mañana. De ninguna forma, no creía que la explicación que se había dado a sí mismo, su afán de protección hacia ella, le fuera a ir muy bien.


Apretó los dientes y se dispuso a encontrarse con unos ojos llorosos, así que subió a su habitación.


Efectivamente, ella tenía los ojos llorosos y había un montón de pañuelos de papel usados en el suelo, pero no tenía la cara triste. Paula estaba sentada con las piernas cruzadas en mitad de la cama, con el teléfono sobre el pecho y la sonrisa más amplia que él le había visto nunca en la cara.


Se le acercó rápidamente y la abrazó.


Paula se apartó.


—¡Me ha llamado! ¡Me ha llamado! ¡No me lo puedo creer!


—¿Mateo?


—Sí. Debe de haber cambiado de opinión. No lo sé.


Pedro la observó danzando por la habitación. «Así que el chico ha llamado. No está mal», pensó.


—¿Qué te ha dicho?


—Quería hablar conmigo. Vamos a comer juntos. Creo que incluso se ha disculpado. ¡Estaba tan excitada que ni me acuerdo! Parecía tan… tan… oh, no lo sé… Tan el antiguo Mateo, mi Mateo, como era antes de que todo esto empezara.


Paula estaba tan contenta que no se dio cuenta de la reacción de Pedro a sus palabras. ¿El ser su esposa era «todo esto»? Le sorprendió que un simple comentario le pudiera afectar tan profundamente.


—He quedado con él a la una. ¿Quieres venir con nosotros? Te puede gustar conocerlo.


—No —le contestó él cautamente—. Creo que será mejor que estéis solos. Él probablemente tenga un montón de cosas que decirte y se sentirá más cómodo si yo no estoy allí.


Paula tomó su chaqueta y las llaves del coche.


—De acuerdo. ¿Nos vemos luego?


—Claro.


Él se quedó escuchando cómo sus pasos se alejaban hasta que se desvanecieron. Se acercó entonces a la ventana y la vio meterse en el coche y marcharse. La conocía desde hacía sólo unos días, pero rápidamente se había transformado en parte de su vida. ¿Sentía ella algo por él? Sabía cómo le respondía en la cama ¿pero era deseo o amor lo que estaba experimentando? Le gustaría saberlo.


Incluso más, le gustaría saber por qué era eso tan importante para él.




domingo, 23 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 31

 


Cuando llegaron a la habitación de la posada, Pedro le dijo que tenía que hacer algunas llamadas de negocios, y que iba a utilizar el teléfono del salón para no molestarla.


Realmente tenía algo que hacer, pero no tenía nada que ver con sus negocios. Casi inmediatamente estaba de vuelta en el colegio, frente al sorprendido tutor.


—¡Señor Alfonso! ¿Ha olvidado algo?


—Algo así. Me gustaría hablar con Mateo.


El tutor miró por encima del hombro de Pedro, como si buscase a Paula.


—La señora Alfonso…


—No, sólo yo.


—Sígame. Estaba muy afectado cuando volvió a su habitación. Veré si quiere hablar con usted. Podrá encontrarse con él en la misma habitación.


—Está bien.


Pedro se dirigió a la habitación y se sentó, no muy seguro de lo que le podía decir al muchacho, pero decidido a hablar con él.


Después de unos minutos que le parecieron una eternidad, Mateo apareció en la puerta. Pedro se aclaró la garganta y se le acercó con la mano extendida.


—Hola, Mateo. Yo soy Pedro Alfonso. No nos conocemos, pero tu padre y el mío eran buenos amigos.


El saludo de Mateo fue firme y Pedro se dio cuenta de que la simple mención de J.C. había sido suficiente como para conseguir que el chico se interesara.


—Sí —le contestó Mateo—. Sé quién es usted. Es el nuevo marido de Paula. ¿Lo ha enviado ella?


—No. En realidad, ni siquiera sabe que estoy aquí. Pensé que tú y yo debíamos de hablar un poco, conocernos.


Mateo lo miró a los ojos, pero no le contestó.


—Le hiciste mucho daño hoy.


Mateo se dio la vuelta.


—¿Por qué no me dejáis los dos en paz? De todas formas, eso es lo que realmente queréis.


—Eso no es cierto, Paula te quiere y te dijo la verdad acerca de nuestro matrimonio. Es un trato comercial, nada más.


Mateo volvió a mirarlo.


—No lo creo.


—Es cierto. Pregúntaselo a Patricio Bradly. Todo lo que ella ha hecho ha sido por ti. No planeó esto, pero era la mejor forma de salir de una mala situación. Puedes ver esto ¿no?


—¿Y por qué no me lo dijo? ¿Por qué tuvo que intentar hacerme ver que todo iba bien?


—No quería preocuparte más de lo que ya estabas. Pensó que el dinero, o mejor, la falta de dinero, sería demasiado para ti después de la muerte de tu padre. Puede que estuviera equivocada, pero lo hizo de corazón. Paula te quiere.


—¿Y a usted? ¿Lo quiere a usted también?


La pregunta le tomó por sorpresa y se encogió de hombros.


—No lo sé. Es un poco pronto para eso ¿No crees? —le dijo sonriendo.


—A usted le gusta. ¿No es así?


—Sí, me gusta. ¿Alguna objeción?


Mateo se le quedó mirando un momento, luego se encogió también de hombros.


—No me importa.


Pedro casi se rió ante ese farol, pero logró controlarse.


—Mateo, sé que estás herido. Sé también que has pasado mucho durante los últimos años. Ha habido cosas que no podías controlar, que te han hecho mucho daño. Pero ahora puedes controlar lo que estás sintiendo hacia Paula. Dale el beneficio de la duda. Habla con ella; cuéntale lo que sientes.


—Lo que usted quiere es que la perdone ¿no? Que perdone y olvide. Pero eso no es tan fácil como parece.


—No te estoy diciendo que sea fácil. Ni siquiera estoy diciendo que estés equivocado. Todo esto ha sido llevado muy mal. Pero ha sido un trato de negocios y, desafortunadamente, en esos tratos no se tienen en cuenta los sentimientos.


Pedro se le acercó y se puso justo delante. Le sorprendió ver que era solamente un poco más alto que el muchacho. Mateo estaba haciéndose un hombre.


—Lo que ahora necesitas tener en tu vida es a alguien en quién apoyarte, alguien a quién amar. Esa es Paula. No tires todo por la ventana; nunca encontrarás a nadie como ella.


Pedro le puso una mano sobre el hombro y se dispuso a marchar, sin saber qué más decirle, sintiendo que podía haber hecho más daño que bien con ese acto impulsivo de volver para hablar con él.


—Parece como si estuviera hablando más acerca de usted mismo que de mí —dijo Mateo.


Pedro se volvió, impresionado por la intuición del chico.


—Tal vez lo estaba haciendo.


Salió de la habitación, resistiendo la tentación de volverse para ver la reacción de Mateo.





EL TRATO: CAPÍTULO 30

 


Paula observó a Mateo cuando entró en la habitación y se dirigió directamente a la ventana, tan lejos de ella como le resultaba materialmente posible. Ni siquiera la saludó.


Había dejado a Pedro con el tutor y, por un momento, deseó que estuviera allí con ella para apoyarla moralmente o de cualquier otra forma.


Notó las diferencias en el chico nada más verlo. Llevaba el pelo más largo y sus habitualmente cálidos ojos castaños parecían reflejar su preocupación. También había un leve vello en su barbilla y sobre el labio superior. Había cambiado durante esos meses, más que eso, se había hecho mayor… no sólo en estatura como suele ocurrir con los chicos de esa edad, sino que realmente se había hecho mayor. El rostro mostraba una tristeza que parecía permanente y le rompía el corazón saber que ella era la causante de ese aspecto.


—Mateo —le imploró—. Por favor, mírame.


Mateo se dio la vuelta lentamente y se quedó mirándola con frialdad.


—¿Estás aquí por ti misma?


—Sí, por supuesto.


—¿Dónde está tu marido?


Paula dudó un momento.


—¿Es que no estáis de luna de miel? —continuó Mateo.


—Mateo… por favor, deja que te explique.


—¿Que me expliques qué, Paula? Papá murió sólo hace dos meses y tú ya te has vuelto a casar. ¿Desde hace cuánto tiempo estabas saliendo con tu nuevo marido antes de que él muriera?


—¡Mateo! Yo nunca…


—¿Sabes lo que dicen de ti los chicos? ¿Lo sabes?


—No es así. No nos conocíamos. No hasta el mismo día de la boda. Por favor, siéntate y deja que te explique todo lo que sucedió. Deja que te diga lo que tenía que haberte dicho hace ya meses. Por favor.


El rostro de Mateo se quedó como de piedra, pero ella se dio cuenta de que se le movía la nuez como si estuviera a punto de llorar de emoción. Él se acercó al sofá y se sentó.


Paula se aclaró la garganta y trató de explicarle lo mejor que pudo todo lo que le había dicho Patricio acerca de sus problemas económicos. Le contó todo. Le dijo que el matrimonio sería algo temporal y que muy pronto volverían a ser ellos dos solos de nuevo.


—Así que ya ves que nada ha cambiado en realidad. Yo no te he abandonado y empezado una nueva vida. Es un trato comercial.


—¿Y por qué no me lo has dicho antes? Podríamos haberlo arreglado. Siempre hemos hablado de todo… Papá, tú y yo.


—Lo sé y lo siento. Ahora sé que debía de habértelo dicho, pero quería protegerte…


Él se levantó.


—Ya no soy un niño, Paula. ¡Tenías que haberme dicho lo que estaba pasando! ¡Yo puedo cuidarme de mí mismo!


—Mateo, por favor. Habrías tenido que dejar este colegio. ¿Es que no lo entiendes? No hubiera podido permitirme que siguieras aquí.


—¡Yo podría haberlo dejado… habría podido ponerme a trabajar!


—¡No seas ridículo! Tienes sólo catorce años. Y ya sabes lo que pensaba tu padre de este colegio.


Mateo estaba casi llorando.


—Lo sé, y también lo que pensaba de la casa, Paula. ¡Y tú la vendiste! No me preguntaste lo que yo quería. Ahora estás viviendo con él. Tienes una nueva familia. ¡No me necesitas!


Cuando él pasó a su lado hacia la puerta, ella lo agarró del brazo.


—No digas eso, Mateo, no es verdad. Tú eres mi única familia y te quiero. Por favor, escúchame.


Las lágrimas le corrían libremente por el rostro mientras trataba de librarse de ella.


—¡No! —le gritó—. ¡Vuelve con él! ¡No te necesito! ¡No necesito a nadie! ¡Déjame solo!


Salió corriendo hacia la puerta, cerrándola de un portazo, luego salió corriendo hacia el salón, donde casi se dio de bruces con el tutor y Pedro al mismo tiempo.


Pedro entró rápidamente en la habitación y se encontró a Paula llorando.


—¿Qué ha pasado?


Paula lo miró y las lágrimas le corrieron por el rostro. Se levantó luego y se acercó a la mesa para sacar un pañuelo del bolso.


—No quiere olvidarlo, Pedro, y está tan sólo. Le dije lo que no debía. Mis explicaciones parecían tan adecuadas antes de verlo… y, cuando lo vi, incluso a mí me parecieron fútiles, así que imagínate cómo le han debido parecer a él. Yo creía que estaba haciendo lo correcto, pero él ya no es un niño y ahora no sé cómo llegar a él.


Pedro la abrazó. En su interior luchaba la compasión por ella y el resentimiento contra el chico. Paula amaba a Mateo y él le había hecho mucho daño, rehusando el amor que ella le había ofrecido tan libremente. Se dio cuenta de que estaba celoso y se lo recriminó a sí mismo, pero lo que acababa de suceder le hacía hervir la sangre y supo que tenía que hacer algo.


—¿Te importa si volvemos ahora a la posada? Tengo un pequeño dolor de cabeza —le dijo ella. 


Por supuesto. Vámonos.


Se encontraron con el tutor cuando salían.


—Denle tiempo. Los chicos a su edad son muy volubles.


Ella asintió y se dejó conducir al coche por Pedro.




EL TRATO: CAPÍTULO 29

 


Paula estaba completamente vestida y casi lista para marcharse cuando Pedro abrió los ojos a la mañana siguiente. La observó mientras se maquillaba, dándose cuenta de cómo le temblaban las manos. Estaba nerviosa, tensa… y preocupada. Se estrujó el cerebro entonces para encontrar algo qué decir que la aliviara un poco.


—Buenos días —dijo sentándose en la cama.


—Hola —le contestó Paula sonriendo rápidamente—. Siento haberte despertado. Traté de hacer el menor ruido posible. Tengo que estar allí antes de que Mateo empiece sus clases.


—No, no me has despertado, pero deberías haberlo hecho —le contestó él saliendo de la cama—. Dame diez minutos y te llevaré.


Paula se volvió a mirarlo.


—No tienes que…


—Quiero hacerlo. Me quedaré fuera; lo único que quiero es estar allí por si me necesitas. ¿De acuerdo?


—De acuerdo.


Pedro se metió entonces en el cuarto de baño. Paula se quedó mirando la cama vacía y deshecha. Le podría haber resultado tan fácil el olvidarse de todo y volverse a meter en la cama con él. Se podía perder en él, pretender que no eran más que otra pareja feliz pasando la noche en una posada campestre. El pensamiento era tentador, tanto que agitó la cabeza para apartarlo de la mente.


Satisfecha por fin con el maquillaje, se dirigió al cuarto de baño. A través de la puerta cerrada, pudo oír el ruido de la ducha. Abrió un poco la puerta y le dijo:

—¿Pedro? Te espero abajo.


Él tardó un poco en contestarle. Escuchó atentamente y oyó el ruido de la puerta de la habitación al cerrarse. Los pensamientos le pasaban por la cabeza a la misma velocidad que los chorros del agua de la ducha.


Tan pronto como había abierto los ojos, le resultó evidente que el largo beso con el que había soñado y la mañana pasada en la cama estaba fuera de lugar. Esta Paula era todo negocios. Le maravillaba la capacidad camaleónica que tenía para transformarse tanto en suave y vulnerable como en una persona fría y decidida en un abrir y cerrar de ojos.


Cerró los grifos y salió de la ducha. A la vez que aceptaba la necesidad que tenía ella de hacer eso sola, también aceptaba su propia necesidad de que lo incluyera a él. Estaba demasiado atento a sus propias emociones como para no darse cuenta de que esa sensación, esa necesidad era algo distinto. El deseo le resultaba familiar, pero eso era algo totalmente nuevo.


Quitó el vapor del espejo con la toalla y se preparó para afeitarse. No estaba muy seguro de cómo iba a marchar esa relación, pero no se sentía incómodo por la forma en que le estaba afectando. Le daba la bienvenida de muchas formas al reto, ya que nada le gustaba más que eso. Sentía cómo la excitación le burbujeaba en el interior, como si algo importante estuviera a punto de suceder. La sensación era similar a la que experimentaba cuando estaba a punto de culminar un negocio importante. No podía decir lo que era, pero definitivamente, no quería detenerla.


Sonrió. Tal vez se estaba enamorando.




sábado, 22 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 28

 


Durante el resto del camino hasta el restaurante guardaron silencio. Paula se sintió cada vez más calmada. Estaba bien el pasar así el tiempo con Pedro.


El restaurante no estaba demasiado lleno y les sirvieron rápidamente. Ella se dio cuenta de que él estaba muy cansado y se ofreció a conducir el resto del camino, a lo que Pedro asintió. Pronto estuvieron de nuevo en la carretera. A pesar de haberse tomado unos cafés, parecía que a él no le habían hecho mucho efecto, ya que, al cabo del poco rato se quedó dormido, dejando a Paula temerosa de conducir aquel potente vehículo. Era divertido y se sentía como si no tuviera que preocuparse por lo que pasara en el resto del mundo. Tal vez las cosas podían ir bien después de todo.


Lo despertó cuando llegaron a la posada en la que había reservado la habitación. Sacaron las maletas y se registraron. Cuando les enseñaron la habitación a Paula le entro el pánico al ver la cama doble. Esperó hasta que el dueño se marcho para contarle a Pedro lo que le preocupaba.


Pedro, yo… creo que deberíamos ver otra habitación.


Pedro estaba todavía semidormido, pero lo suficientemente alerta como para darse cuenta de lo que la incomodaba.


Dejó la maleta en medio de la habitación y se le acercó, poniéndole las manos sobre los hombros a continuación.


—Te he hecho una promesa antes. No voy a presionarte o a obligarte a hacer nada que no quieras. Ya sabes lo que yo siento y lo que quiero. Pero va a ser decisión tuya si alguna vez volvemos a hacer el amor. De todas formas, estoy tan cansado esta noche que no creo que pudiera hacer nada aunque te empeñaras. Deja que duerma contigo esta noche, sólo dormir. ¿De acuerdo?


Paula sonrió.


—De acuerdo.


Él asintió y se apartó de ella. Se desnudó tan deprisa que a Paula no le dio ni tiempo de protestar. De todas formas, tuvo tiempo más que suficiente para apreciar la masculinidad de su cuerpo.


Vestido solamente con un brevísimo calzoncillo, Pedro se metió en la cama y, al cabo de pocos minutos, ya estaba dormido.


Paula tomó su maleta y entró en el cuarto de baño. Por lo menos uno de ellos iba a dormir esa noche.