lunes, 24 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 33

 


Casi había anochecido cuando volvió Paula a la posada, y el nublado día había cumplido su promesa; estaba diluviando. Mateo se había saltado todas sus clases. Tenía de nuevo a «su» Mateo y se juraba a sí misma que nunca más dejaría que algo se interpusiera entre ellos. Había aprendido de su error. Él le había dicho que la quería y que quería seguir siendo parte de su vida.


También le había hablado de su encuentro con Pedro.


Cuando estaba a punto de subir las escaleras, suspiró y se agarró a la barandilla. La habitación principal estaba desierta y la lluvia golpeaba las ventanas; no estaba muy segura de lo que le iba a decir a Pedro. Estaba agotada. Las emociones del día la habían dejado como un trapo y no quería tener una discusión con él, pero creía que era algo necesario poner los puntos sobre las íes.


Una parte de ella estaba molesta porque se hubiera entrometido en su vida, mientras otra más razonable sólo quería agradecerle lo que le hubiera dicho a su hijastro y que le había hecho cambiar de parecer. Realmente, lo que le parecía era que él le había hecho exactamente lo que ella le había hecho a Mateo. No le había mentido, simplemente no le había dicho que había hablado con Mateo. Sería hipócrita por su parte regañarle por haberla ayudado, pero ¿qué hubiera pasado si hubiera apartado aún más a Mateo de ella? ¿Si lo hubiera perdido para siempre?


Eso le mostró con claridad cómo debía haberse sentido Mateo. Mientras lo que había hecho Pedro era algo menor en comparación, él había pensado por ella, la había manipulado, había pasado por alto su derecho a decir que no, Mateo había tenido razón en estar furioso. Dolía mucho.


Paula continuó subiendo. Lo que quería era meterse en la bañera, comer algo y meterse en la cama rodeada por un par de cálidos y fuertes brazos. Suspiró antes de abrir la puerta de la habitación.


Pedro estaba mirando por la ventana, vestido solamente con unos vaqueros.


—Hola —le dijo él.


—Hola.


—¿Cómo te fue?


—Bien. Realmente muy bien. Me abrió su corazón. Sea lo que sea lo que le haya hecho cambiar de parecer, tiene mi gratitud eterna —le dijo ella esperando que confesara.


—No trates de analizarlo.


—Realmente no tengo que hacerlo ¿No Pedro? ¿Por qué no me dijiste que lo habías visto esta mañana? —le preguntó ella acercándose.


Pedro la miró por un momento y luego apartó la mirada, bajando un vaso que ella no había visto antes.


—Así que te lo ha dicho.


—¿Es que creías que no iba a hacerlo?


—No lo sabía. Ni siquiera sabía si lo que le dije había terminado de fastidiarlo todo. Estuvo muy inexpresivo, así que, por lo que sabía, podía haber sido así.


—Ése es el asunto ¿no Pedro? ¿Qué hubiera pasado si lo hubieras empeorado? No era cosa tuya. No puedes jugar con la vida de la gente.


Pedro la miró a los ojos y ella le mantuvo la mirada.


—Sé lo que me vas a decir. Me he estado culpando a mí misma por lo que le hice a Mateo. ¿Pero no ves que me has hecho lo mismo a mí?


—Sí. Lo veo. Y lo siento. Pero en ese momento estaba furioso, no podía soportar verte como estabas y pensé que podía decirle algo al chico que funcionara. Y lo hice.


—Sí, y funcionó. Pero deberías habérmelo dicho. Deberías de haberme dado la opción de decir sí o no. Durante toda mi vida he tenido a mi alrededor gente que me ha dicho lo que tenía y no tenía que hacer. Primero en el orfanato, luego J.C. fue prácticamente mi cuidador. ¡Por Dios! No me estoy quejando. Así es como quise vivir con él. Era lo que yo necesitaba entonces —le dijo acercándose a él y deteniéndose a sólo unos centímetros—. Pero no es lo que necesito ahora.


—Lo sé, y lo siento. Debería habértelo dicho. Tal vez lo hubiera hecho si tú no me hubieras saltado encima cuando entré en el cuarto, no lo sé. De todas formas, te prometo que nunca más volveré a hacer nada a tus espaldas.


Paula le tomó la mano.


—Es curioso; prácticamente es eso mismo lo que he dicho esta tarde a Mateo. Se han hecho muchas promesas hoy. Espero que podamos mantenerlas.


—Podremos si lo intentamos. Si queremos.


Él la besó en la frente.


—Me alegro de que haya ido bien.


—Y yo.


Pedro la tomo de las manos y se las acarició.


—Estás helada; y pareces un trapo mojado.


—Gracias por el cumplido. Te lo discutiría, pero es así como me siento.


Pedro la ayudó a quitarse la chaqueta y la acompañó al cuarto de baño.


—¿Qué…?


Una vez dentro, Paula vio que la bañera estaba llena de agua caliente.


Pedro ¿estás loco?


—Cuando saliste del coche parecía que era esto lo que necesitabas. Vamos, inténtalo, tengo una sorpresa para ti.


—¿Qué clase de sorpresa?


—Paciencia —le dijo él dejándola sola.





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