Pedro no volvió inmediatamente a la posada. Anduvo por ahí, repasando la entrevista con Mateo una y otra vez. Suponía que podía haberlo hecho mejor. Después de todo, Mateo no era más que un muchacho, aunque no tenía mucha experiencia en tratar con los jóvenes. Pero quería ayudar a Paula como pudiera. Quería proteger a esa mujer. A su mujer.
Sonrió al darse cuenta de lo machista que sonaba, pero mientras más vueltas le daba, más le agradaba la idea. Paula, su mujer. Le encantaba cómo sonaba.
Finalmente volvió a la posada casi a la hora de comer y decidió hacer esas llamadas que había usado de excusa. Evitó llamar a Eduardo, porque todavía no le había pasado el enfado. Cuando terminó, miró el reloj y se preguntó si Paula estaría ya lista para comer.
Sabía que debía de ir a ver lo que estaba haciendo, pero se dijo a sí mismo que no podía verla llorar. Pero para decir la verdad, era el sentimiento de culpabilidad lo que lo retenía. ¿Qué pasaría si su acción era completamente perjudicial? ¿Debería decirle lo que había hecho? Ella tenía derecho a saberlo, por supuesto, pero no se le ocurría cómo iba a poder explicarle la urgente necesidad de hacer algo que había experimentado esa mañana. De ninguna forma, no creía que la explicación que se había dado a sí mismo, su afán de protección hacia ella, le fuera a ir muy bien.
Apretó los dientes y se dispuso a encontrarse con unos ojos llorosos, así que subió a su habitación.
Efectivamente, ella tenía los ojos llorosos y había un montón de pañuelos de papel usados en el suelo, pero no tenía la cara triste. Paula estaba sentada con las piernas cruzadas en mitad de la cama, con el teléfono sobre el pecho y la sonrisa más amplia que él le había visto nunca en la cara.
Se le acercó rápidamente y la abrazó.
Paula se apartó.
—¡Me ha llamado! ¡Me ha llamado! ¡No me lo puedo creer!
—¿Mateo?
—Sí. Debe de haber cambiado de opinión. No lo sé.
Pedro la observó danzando por la habitación. «Así que el chico ha llamado. No está mal», pensó.
—¿Qué te ha dicho?
—Quería hablar conmigo. Vamos a comer juntos. Creo que incluso se ha disculpado. ¡Estaba tan excitada que ni me acuerdo! Parecía tan… tan… oh, no lo sé… Tan el antiguo Mateo, mi Mateo, como era antes de que todo esto empezara.
Paula estaba tan contenta que no se dio cuenta de la reacción de Pedro a sus palabras. ¿El ser su esposa era «todo esto»? Le sorprendió que un simple comentario le pudiera afectar tan profundamente.
—He quedado con él a la una. ¿Quieres venir con nosotros? Te puede gustar conocerlo.
—No —le contestó él cautamente—. Creo que será mejor que estéis solos. Él probablemente tenga un montón de cosas que decirte y se sentirá más cómodo si yo no estoy allí.
Paula tomó su chaqueta y las llaves del coche.
—De acuerdo. ¿Nos vemos luego?
—Claro.
Él se quedó escuchando cómo sus pasos se alejaban hasta que se desvanecieron. Se acercó entonces a la ventana y la vio meterse en el coche y marcharse. La conocía desde hacía sólo unos días, pero rápidamente se había transformado en parte de su vida. ¿Sentía ella algo por él? Sabía cómo le respondía en la cama ¿pero era deseo o amor lo que estaba experimentando? Le gustaría saberlo.
Incluso más, le gustaría saber por qué era eso tan importante para él.
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