viernes, 30 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO FINAL

 


Apretó la cara contra el pecho de Pedro.


Casi le daba miedo creer lo que estaba ocurriendo. Todo había salido bien. A pesar de haber hecho lo que no debía, había conseguido todo lo que siempre había deseado.


–¿Es posible que tengamos tanta suerte?


–No creo que la suerte haya tenido nada que ver –le dijo él, apretándola contra sí.


Se apartó solo un poco para mirarlo a los ojos.


–¿Por qué lo has hecho, Pedro?


–No soportaba la idea de perderos a Mia y a ti y, cuando vi el modo en que se comportaba mi padre, supe que había algo raro. Sabía que aun así podría enfadarse mucho, pero tenía que arriesgarme.


–¿Por mí?


–Claro –le puso la mano en la mejilla–. Te amo, Paula.


Ya se lo había dicho antes, pero hasta ese momento no se había permitido creerlo realmente para no sufrir tanto al marcharse. Pero de pronto la inundaron todos los sentimientos y las emociones que había estado conteniendo.


–Yo también te amo, Pedro. Sinceramente no imaginaba que se pudiera ser tan feliz.


–Bueno, ya nos acostumbraremos –bromeó al tiempo que la besaba–. Porque, si me aceptas, voy a dedicar el resto de mi vida a hacer que sigas siendo igual de feliz.


–Eso es mucho tiempo.


–Paula, necesitaría toda la eternidad para demostrarte cuánto te amo y cuánto te necesito.


–Me basta con tu palabra –le dijo con una enorme sonrisa.


–¿Eso quiere decir que vas a quedarte conmigo, que vas a ser mi mujer y me vas a hacer el hombre más feliz del mundo?


En ninguno de los muchos lugares en los que había vivido había sentido que hubiera encontrado su hogar, pero estaba segura de que allí, en Varieo junto a Pedro y Mia, sería completamente feliz.


–Sí –dijo sin titubear, porque nunca antes se había sentido tan segura de algo–. Me quedo contigo para siempre.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 54

 


Sorprendentemente, no parecía furioso, quizá estaba demasiado atónito como para enfadarse siquiera.


–Habíamos decidido no decirte nada –le explicó Pedro–. Ella iba a marcharse porque ninguno de los dos queríamos hacerte daño. Pero no soporto la idea de que se vaya. Ni ella, ni Mia.


Su padre siguió allí sentado, con la mirada clavada en el suelo y meneando la cabeza.


Pedro miró a Paula, parecía triste y aliviada al mismo tiempo, pero también preocupada. Él sentía lo mismo.


Era muy duro decirle algo así a su padre, pero habría sido peor tener que cargar con la mentira el resto de su vida.


–Di algo, por favor –le pidió–. ¿Qué piensas?


Por fin levantó la cara y lo miró.


–Supongo que es irónico.


–¿Irónico?


–Sí, porque yo también tengo un secreto.


–¿Por lo que no puedes casarte conmigo? –adivinó Paula.


Gabriel asintió.


–No puedo casarme contigo porque voy a casarme con otra mujer.


Por un momento Paula se quedó inmóvil, perpleja, pero entonces se echó a reír.


–¿Te parece divertido? –le preguntó Pedro.


–Desde luego es irónico –dijo ella–. Estaba tan concentrada en Pedro que no me di cuenta, pero de repente todo tiene sentido. Ahora comprendo por qué dejaste de llamarme por el Skype y las conversaciones se volvieron tan impersonales. Estabas enamorándote de ella.


–Me resultaba muy difícil mirarte a los ojos –admitió Gabriel–. Me sentía muy culpable y no quería hacerte daño.


–¡No sabes lo bien que te entiendo! –dijo Paula–. Para mí fue un alivio que no quisieras hablar por el Skype porque sabía que en cuanto me vieras, te darías cuenta de lo que había pasado.


Gabriel sonrió.


–Lo mismo pensé yo.


–Perdonadme –los interrumpió Pedro–. ¿Podría alguien decirme de quién te estabas enamorando?


–De tu tía Catalina –le explicó Paula.


Pedro miró a su padre y supo de inmediato que era cierto.


–¿Vas a casarte con Catalina?


Gabriel asintió.


–Me di cuenta de lo que sentía por ella cuando pensé que iba a morir.


Su tía y su padre siempre habían estado muy unidos, pero Pedro creía que era algo platónico.


–¿Antes de que mamá muriera, Catalina y tú?


–¡No! Yo quería mucho a tu madre, Pedro, y sigo queriéndola. Hasta hace poco Catalina para mí no era más que una amiga. No sé cómo ha ocurrido, ni qué cambió de pronto, pero supongo que lo comprenderás –explicó antes de dirigirse de nuevo a Paula–. Iba a contártelo y pedirte mil disculpas por haberte hecho venir hasta aquí con Mia, y por haberte hecho una promesa que no iba a poder cumplir. Gracias a ti pude volver a abrir mi corazón, algo que creía imposible hasta que te conocí. Pero creo que en el fondo siempre supe que nunca nos querríamos como deben quererse un marido y una mujer.


–¿Entonces no estás enfadado? –le preguntó Pedro a su padre.


–¿Cómo voy a estarlo si a mí me ha pasado lo mismo? Vosotros dos os queréis, pero ibais a renunciar a vuestro amor para no hacerme daño.


–Ese era el plan, sí –dijo Paula, lanzándole una mirada de reprobación a Pedro, pero sonriendo.


–No, no estoy enfadado. Además, no se me ocurre nadie mejor para mi hijo. Creo que a mi edad, prefiero ser el abuelo de Mia que su padre.


Pedro sintió de pronto que empezaba una nueva vida. Como si todo lo que había vivido hasta entonces no hubiera sido más que un ensayo. Era tan perfecto que por un momento no pudo evitar preguntarse si estaba soñando.


Alargó la mano para tocarle la mano a Paula y ella hizo lo mismo. En el momento que sus dedos se rozaron, supo que todo era real.


–Padre, ¿podría hablar un momento a solas con Paula? –le pidió.


Gabriel se levantó del sofá con una sonrisa en los labios.


–Tomaos todo el tiempo que necesitéis.


Apenas se había cerrado la puerta cuando Paula se echó en sus brazos.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 53

 


Mientras veía a Paula alejarse con su padre, Pedro no pudo evitar preguntarse qué estaba ocurriendo. ¿Por qué no la había besado? ¿Por qué no la agarraba de la mano? ¿Por qué parecía tan… nervioso? Su padre nunca se ponía nervioso.


–Aquí hay algo extraño –dijo Claudia, a su espalda–. Pensé que la estrecharía en sus brazos nada más abrir la puerta.


–¿Estás pensando lo mismo que yo? –le preguntó Pedro.


–No quiere casarse con ella.


Pedro se disponía a salir corriendo tras ellos cuando Claudia lo agarró del brazo.


–Eso no quiere decir que no vaya a enfadarse –le advirtió.


Era cierto, pero cada vez que pensaba en la marcha de Paula sentía un dolor tan profundo en el pecho que tenía la sensación de que se le iba la vida. La idea de no volver a ver nunca más a Mia y a Paula le provocaba un pánico que apenas le dejaba respirar.


–Me da igual, Claudia. No puedo dejar que se vaya.


Claudia lo miró y sonrió.


–¿Entonces qué estás esperando?


Subió corriendo las escaleras y abrió la puerta de la habitación de Paula sin molestarse en llamar.


–Pedro –le dijo Paula–. ¿Qué haces aquí?


–Tengo que hablar con mi padre.


–¿Ocurre algo, hijo? –preguntó Gabriel frunciendo el ceño.


–Sí.


Paula se puso en pie.


–Pedro, no…


–Tengo que hacerlo, Paula.


–Pero…


–Lo sé –se encogió de hombros con resignación–. Pero tengo que hacerlo.


Ella volvió a sentarse como si ya no pudiese seguir luchando y se hubiese resignado a afrontar las consecuencias.


Pedro, sea lo que sea, ¿no podemos hablar más tarde? Tengo que decirle algo importante a Paula.


–No, tengo que decírtelo ahora mismo.


Su padre miró a Paula antes de responder.


–Está bien –dijo, evidentemente molesto–. Habla.


Pedro respiró hondo y esperó que su padre intentara al menos comprenderlo.


–¿Te acuerdas cuando me diste las gracias por atender a Paula y me dijiste que podría pedirte lo que quisiera a cambio? –su padre asintió–. ¿Sigue en pie?


–Claro que sigue en pie. Soy un hombre de palabra, ya lo sabes.


–Entonces necesito que hagas algo por mí.


–Lo que sea, Pedro.


–Necesito que dejes a Paula.


Gabriel lo miró con cara de no entender nada.


–Pero… acabo de hacerlo. Le estaba diciendo que no puedo casarme con ella.


–No es suficiente. Necesito que te olvides de que alguna vez quisiste hacerlo.


–¿A qué viene esto, Pedro? ¿Por qué iba a hacer tal cosa?


–Para que pueda casarse conmigo.


Su padre abrió la boca de par en par.


–Me dijiste que en cuanto la conociera bien acabaría gustándome. Pues tenías razón, me gusta muchísimo –Pedro se volvió hacia Paula–. La amo con todo mi corazón.


Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.


–Yo también te amo, Pedro.


Su padre aún no había podido reaccionar.


–Tienes que entender que ninguno de los dos queríamos que ocurriera y que intentamos luchar contra ello. Pero no pudimos evitarlo.


–Habéis tenido una aventura –dedujo su padre, tratando de entender lo sucedido.


–No es una aventura –aclaró Pedro–. Nos hemos enamorado.


Gabriel se volvió hacia Paula.


–¿Por eso no puedes casarte conmigo?


–Sí. Lo siento muchísimo. De verdad que no queríamos que ocurriera.


Su padre asintió lentamente mientras asimilaba la noticia.




jueves, 29 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 52

 


Apenas habían llegado al vestíbulo cuando se abrió la puerta principal y apareció Gabriel. Paula esperaba verlo pálido y cansado, pero lo encontró bronceado y con buena cara, como si hubiera estado de vacaciones y no cuidando de una enferma.


Al verlos a los dos sonrió. Se acercó a dar un abrazo a su hijo y después se volvió hacia Paula.


–Mi querida Paula –dijo, agarrándola de las manos–. Me alegro de verte.


Imaginaba un recibimiento más efusivo, pero agradeció que no fuera así porque habría sido muy incómodo que la hubiese besado apasionadamente delante de Pedro.


–Ayer cuando hablamos no me dijiste que pensaras venir –le dijo a Gabriel.


–Quería darte una sorpresa.


Y desde luego lo había conseguido.


Mientras le explicaba dónde estaba Mia, se fijó en que había algo raro en su comportamiento, como si estuviese nervioso, y nunca lo había visto nervioso. Sin embargo ahora que lo tenía delante, a ella le habían desaparecido los nervios. Solo se sentía triste porque lo respetaba profundamente y siempre le querría como amigo, pero se había enamorado de otro.


No podía posponerlo por más tiempo, tenía que acabar con aquella situación cuanto antes.


–Gabriel –le dijo con una sonrisa forzada–. ¿Podríamos hablar en privado?


–Claro. Podemos ir a tu habitación –se volvió hacia Pedro–. Discúlpanos, hijo.


Pedro asintió con evidente tensión. Estaba celoso, pero no podía hacer nada.


Mientras subían las escaleras juntos, Gabriel no la agarró de la mano, se limitó a hablar de banalidades, como habían hecho ya en las últimas conversaciones por teléfono.


Cuando llegaron a la habitación, Paula contuvo la respiración, temiendo que intentara besarla y se viera obligada a apartarlo; le horrorizaba la idea de tener que ser tan cruel con él. Por suerte no se acercó siquiera a ella, ni tampoco se sentó a su lado en el sofá, sino en la silla de enfrente.


Era obvio que estaba nervioso. ¿Le habría dicho alguien algo sobre ellos? ¿Qué iba a decirle si se lo preguntaba directamente?


¿Y si le pedía que se casara con él?


–Gabriel, antes de que digas nada, tengo que decirte yo algo.


–Y yo a ti.


–Yo primero –dijo ella.


–No, creo que es mejor que hable yo antes. Lo que tengo que decirte es bastante importante –dijo con cierta impaciencia.


–Lo mío también –también ella empezaba a impacientarse.


–Paula…


–Gabriel…


Y entonces hablaron los dos al unísono:

–No puedo casarme contigo.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 51

 


Estaba poniéndose las sandalias cuando Pedro volvió a entrar.


–Lo siento mucho, Pedro. He salido a buscar el teléfono, pero me he tropezado con esa estúpida lámpara –le explicó–. No sé cómo pude quedarme dormida.


–No has sido la única. No pasa nada.


–Claro que pasa –se sentó en el sofá con cara de preocupación y Pedro se sentó a su lado–. Tenemos que hablar.


–No hay nada de qué hablar. Ya le he explicado todo a Claudia y lo entiende.


–Eso no es suficiente. Yo… no puedo seguir así.


–No quiero perderte. Todavía no.


–Está decidido –anunció sin mirarlo–. Pero quiero que sepas que han sido las semanas más felices de mi vida y que jamás te olvidaré.


–Dime que todavía podemos pasar una última noche juntos, que no te vas hasta mañana.


–No puedo –le puso la mano en la mejilla y lo miró a los ojos–. Lo siento.


Pedro se inclinó hacia ella para besarla, pero en ese momento volvieron a llamar a la puerta. Era Claudia otra vez, así que Pedro le dijo que pasara sin molestarse en soltar la mano de Paula.


–Perdónenme, pero pensé que querrían saber que acaba de llegar el coche de su padre. El rey ha vuelto.


Paula y Pedro maldijeron al unísono y se pusieron en pie de un salto al mismo tiempo.


–Ahora mismo bajamos –le dijo a Claudia.


Pedro terminó de vestirse lo más rápido posible. Le temblaban las manos y apenas podía pensar con claridad.


–¿Estás preparada? –le preguntó Pedro.


Paula lo miró unos segundos y meneó la cabeza.


–Yo tampoco –dijo él antes de estrecharla en sus brazos y besarla.


Fue un beso lento e intenso. Su último beso.


–Será mejor que bajemos.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 50

 


Pedro se despertó con un extraño ruido.


¿Qué demonios era? Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaban llamando a su puerta.


Abrió los ojos y miró al reloj, era casi la hora de la cena. Paula y él se habían quedado dormidos. Despertó a Paula y le dijo que era muy tarde.


–Mia debe de haberse despertado hace rato –dijo ella en cuanto reaccionó–. ¿Por qué no me habrá llamado Karina? ¿Qué es ese ruido?


Él fue a abrir después de peinarse un poco con las manos y de ponerse unos pantalones.


–¡Aquí estás! –exclamó Claudia en cuanto abrió la puerta–. La pobre Karina está nerviosísima. Mia se despertó de la siesta hace una hora, pero Karina no encuentra a Paula; no responde al teléfono y no está por ninguna parte. Pensé que a lo mejor tú sabías dónde encontrarla.


Pedro creyó ver cierta sospecha en sus ojos.


–Habrá salido a dar un paseo y se habrá dejado el teléfono. Dame un segundo para vestirme y la encontraré.


A su espalda, Pedro oyó un ¡ay! y un golpe. Se dio media vuelta y se encontró a Paula envuelta en una sábana y tirada en el suelo con el cable de la lámpara de mesa enrollado al tobillo. Pero lo peor de todo era que la puerta estaba completamente abierta y Claudia estaba viendo lo mismo que él.


–Señorita Chaves –dijo Claudia, con evidente tensión–. ¿Podría llamar a Karina y decirle que está bien y que no la han secuestrado?


–Sí, señora –respondió Paula, con la voz temblorosa y las mejillas sonrojadas por la vergüenza.


–¿Podría hablar un momento con usted, Alteza? –le pidió entonces Claudia, y Pedro no tuvo más remedio que salir al pasillo con ella–. ¿En qué estaba pensando? –le preguntó enseguida, con una mirada de reprobación.


A nadie más le habría permitido que lo reprendiera de ese modo, pero Claudia era más un miembro más de la familia que una empleada.


Tuvo que explicarle que ninguno de los dos habían planeado lo sucedido y que, por supuesto, Paula no iba a casarse con su padre.


–¡Eso espero! Su padre merece algo mejor que una mujer capaz de…


–No fue culpa suya –la interrumpió Pedro con voz tajante.


–¿Está dispuesto a poner en peligro la relación con su padre por una aventurilla?


–No, pero sí por la mujer de la que estoy locamente enamorado.


Eso hizo que Claudia retirara la mano y lo mirara boquiabierta.


–¿La ama?


–Es todo lo que jamás habría soñado y todo lo que podría desear. Ella también me ama y eso, teniendo en cuenta mi historial, es absolutamente formidable. Pero Paula se niega rotundamente a hacer nada que pueda interponerse entre mi padre y yo.


–Hace muy bien.


–A veces pienso que me da igual lo que ocurra con mi padre, pero la quiero tanto que jamás haría nada en contra de sus deseos.


–No sé qué decir –admitió Claudia, meneando la cabeza–. Siento que las cosas sean así –le dijo antes de darle un beso y prometerle que la conversación quedaba entre ellos dos.


Pedro dejó a Claudia en el pasillo con cara de tristeza y volvió a la habitación junto a Paula.




miércoles, 28 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 49

 


Volvieron al palacio después de un paseo de tres horas en el coche y de una breve parada en un pequeño pueblo para comer. Pedro la acompañó a la habitación de Mia, donde descubrieron que acababa de quedarse dormida.


–Avísame en cuanto se despierte –le pidió Paula a Karina, luego se volvió hacia Pedro y le lanzó una de esas miradas que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.


Pero esa vez Pedro propuso que fueran a su habitación, en lugar de a la de ella.


–Pero, Pedro, si alguien nos viera entrar juntos…


–Esa zona del palacio es completamente privada. No tenemos por qué hacer nada, excepto hablar, y podríamos dejar la puerta abierta si tú quieres.


–No sé.


A pesar del riesgo que existía de que los viera algún empleado, Pedro la agarró de la mano.


–No nos queda mucho tiempo. Dame la oportunidad de que al menos comparta contigo una parte de mi vida.


La vio ablandarse frente a sus ojos y finalmente sonrió.


–Está bien.


Los empleados con los que se cruzaron por el camino hacia su habitación se limitaron a saludarlos con una inclinación de cabeza, sin ningún tipo de mirada sospechosa.


–¡Vaya! –exclamó Paula en cuanto abrió la puerta–. Pero esto es todo un apartamento.


–Tiene cocina, despacho, salón y dormitorio.


–Es muy bonito –se volvió hacia él–. Ya puedes cerrar la puerta –otra vez tenía esa mirada.


–Pensé que habíamos dicho que…


–Cierra la puerta, Pedro. Con llave.


Pedro obedeció y luego fue hasta ella, que le pasó la mano por el pecho lentamente antes de empezar a desabrocharle la camisa.


–¿Entonces has cambiado de opinión?


–Puede que sea por el peligro, pero cuanto más nos acercábamos, más excitada estaba –se puso de puntillas y lo besó en la boca–. Y a lo mejor es porque cuando estoy a solas contigo, no puedo controlarme. Sé que está mal, pero es superior a mis fuerzas. Soy una persona horrible, ¿verdad?


–Si lo eres, yo también lo soy –porque el sentimiento era mutuo–. Puede que eso quiera decir que nos merecemos el uno al otro.


Entonces la levantó del suelo y se la echó al hombro, a lo que ella respondió con un grito de sorpresa y con una carcajada.


–¡Pedro! No es que me importe, pero, ¿qué haces?


–Es para demostrarte que no soy tan amable como tú crees –le dijo mientras la llevaba al dormitorio.


–Me queda claro –dijo Paula en cuanto la dejó en el suelo, luego le puso las manos en los hombros, lo tiró de espaldas sobre la cama y lo besó apasionadamente.


Cada vez que hacían el amor pensaba que era imposible que fuera mejor que la anterior, pero Paula siempre acababa superándose. Parecía saber qué tenía que hacer para volverlo completamente loco. Era una amante atrevida, sexy y segura de sí misma. Si había un amante ideal para cada persona, estaba claro que él había encontrado la suya.


Claro que quizá no fuera tanto por sus dotes como amante como por el amor y el cariño que había entre los dos. Estaba pensando eso cuando notó su mano colándosele bajo los pantalones y agarrándole la erección, y apenas pudo seguir pensando. Solo pudo preguntarse cómo sería esa vez, lento y tierno o rápido y apasionado. O quizá pondría esa mirada traviesa y haría algo por lo que muchas mujeres se sonrojarían.


Paula se sentó encima de él y se quitó el vestido.


Rápido y apasionado, pensó él con satisfacción mientras ella bajaba sobre su erección y comenzaba a sentir ya su interior caliente y húmedo. Entonces tuvo que dejar de pensar hasta que, después de alcanzar juntos el clímax y quedar rendidos el uno en los brazos del otro, se dijo a sí mismo que tenía que haber una manera de convencerla para que se quedara.


Pero al mismo tiempo, su conciencia le planteó una nueva duda: ¿para qué?