Mientras veía a Paula alejarse con su padre, Pedro no pudo evitar preguntarse qué estaba ocurriendo. ¿Por qué no la había besado? ¿Por qué no la agarraba de la mano? ¿Por qué parecía tan… nervioso? Su padre nunca se ponía nervioso.
–Aquí hay algo extraño –dijo Claudia, a su espalda–. Pensé que la estrecharía en sus brazos nada más abrir la puerta.
–¿Estás pensando lo mismo que yo? –le preguntó Pedro.
–No quiere casarse con ella.
Pedro se disponía a salir corriendo tras ellos cuando Claudia lo agarró del brazo.
–Eso no quiere decir que no vaya a enfadarse –le advirtió.
Era cierto, pero cada vez que pensaba en la marcha de Paula sentía un dolor tan profundo en el pecho que tenía la sensación de que se le iba la vida. La idea de no volver a ver nunca más a Mia y a Paula le provocaba un pánico que apenas le dejaba respirar.
–Me da igual, Claudia. No puedo dejar que se vaya.
Claudia lo miró y sonrió.
–¿Entonces qué estás esperando?
Subió corriendo las escaleras y abrió la puerta de la habitación de Paula sin molestarse en llamar.
–Pedro –le dijo Paula–. ¿Qué haces aquí?
–Tengo que hablar con mi padre.
–¿Ocurre algo, hijo? –preguntó Gabriel frunciendo el ceño.
–Sí.
Paula se puso en pie.
–Pedro, no…
–Tengo que hacerlo, Paula.
–Pero…
–Lo sé –se encogió de hombros con resignación–. Pero tengo que hacerlo.
Ella volvió a sentarse como si ya no pudiese seguir luchando y se hubiese resignado a afrontar las consecuencias.
–Pedro, sea lo que sea, ¿no podemos hablar más tarde? Tengo que decirle algo importante a Paula.
–No, tengo que decírtelo ahora mismo.
Su padre miró a Paula antes de responder.
–Está bien –dijo, evidentemente molesto–. Habla.
Pedro respiró hondo y esperó que su padre intentara al menos comprenderlo.
–¿Te acuerdas cuando me diste las gracias por atender a Paula y me dijiste que podría pedirte lo que quisiera a cambio? –su padre asintió–. ¿Sigue en pie?
–Claro que sigue en pie. Soy un hombre de palabra, ya lo sabes.
–Entonces necesito que hagas algo por mí.
–Lo que sea, Pedro.
–Necesito que dejes a Paula.
Gabriel lo miró con cara de no entender nada.
–Pero… acabo de hacerlo. Le estaba diciendo que no puedo casarme con ella.
–No es suficiente. Necesito que te olvides de que alguna vez quisiste hacerlo.
–¿A qué viene esto, Pedro? ¿Por qué iba a hacer tal cosa?
–Para que pueda casarse conmigo.
Su padre abrió la boca de par en par.
–Me dijiste que en cuanto la conociera bien acabaría gustándome. Pues tenías razón, me gusta muchísimo –Pedro se volvió hacia Paula–. La amo con todo mi corazón.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
–Yo también te amo, Pedro.
Su padre aún no había podido reaccionar.
–Tienes que entender que ninguno de los dos queríamos que ocurriera y que intentamos luchar contra ello. Pero no pudimos evitarlo.
–Habéis tenido una aventura –dedujo su padre, tratando de entender lo sucedido.
–No es una aventura –aclaró Pedro–. Nos hemos enamorado.
Gabriel se volvió hacia Paula.
–¿Por eso no puedes casarte conmigo?
–Sí. Lo siento muchísimo. De verdad que no queríamos que ocurriera.
Su padre asintió lentamente mientras asimilaba la noticia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario