martes, 27 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 46

 


Agarró el teléfono con un suspiro de resignación y mirando la puerta del baño, ahora cerrada.


–Pau, ¿dónde demonios estabas? Estaba muy preocupado. ¿Dónde está Mia? ¿Está bien?


–Perdona por no haberte llamado, es que he salido del país –le explicó Paula, preguntándose si estaba preocupado por las dos o solo por Mia.


–¿Has salido del país? –repitió como si fuera un crimen imperdonable–. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Y dónde está mi nieta?


–Conmigo.


–¿Dónde estás?


Sabía que estaba furioso por no poder controlar la situación; si le hubiese pedido permiso para marcharse, no habría habido el menor problema. Normalmente cuando le hablaba así Paula volvía a sentirse como una niña pequeña, pero esa vez solo se sentía molesta.


–Estoy en Varieo, ese pequeño país cerca de…


–Sé dónde está. ¿Qué diablos estás haciendo allí? ¿Es que te han despedido del hotel?


Empezaba a estar algo más que molesta.


–No, no me han despedido.


–No me hables en ese tono, jovencita.


¿Jovencita? ¿Acaso volvía a tener cinco años?


De pronto estalló algo dentro de ella y se dio cuenta de que estaba harta de que la tratase como si fuera una irresponsable.


–Tengo veinticuatro años, papá. Merezco el mismo respeto que tú me exiges a mí. Estoy harta de que me hables de esa manera y de que siempre pienses lo peor de mí. Ya está bien de que me hagas sentir que nada de lo que hago es lo bastante bueno para ti. Soy una persona inteligente y me va muy bien; tengo muchos amigos que me quieren. Así que, si no se te ocurre nada positivo que decirme, no te molestes en volver a llamarme.


Colgó el teléfono y, aunque el corazón estaba a punto de salírsele del pecho y le temblaban las manos, se sentía bien. Se sentía fantásticamente bien.


El timbre del teléfono la sobresaltó. Era su padre. Sintió la tentación de no responder y dejar que saltara el contestador, pero ya que había empezado, lo mejor sería terminarlo.


–Lo siento.


Aquellas dos palabras la dejaron boquiabierta.


–¿Qué?


–He dicho que lo siento –repitió, y parecía realmente compungido.


No recordaba haber oído a su padre disculparse por nada jamás.


–Y yo siento haber levantado la voz –pero entonces se dio cuenta de que no había hecho nada malo–. No, la verdad es que no lo siento. Te lo merecías.


–Tienes razón. No tenía derecho a hablarte así, pero tenía miedo de que te hubiese pasado algo.


–Estoy bien y Mia está bien. Siento haberte asustado. Solo hemos venido a visitar a… unos amigos.


–No sabía que tuvieras amigos allí.


–Lo conocí en el hotel.


–¿Entonces es un hombre?


–Sí. Es… –¿por qué no decirle la verdad? Al fin y al cabo, le daba igual lo que pensara–. Es el rey.


–¿El rey?


–Sí y, lo creas o no, quiere casarse conmigo.


–¿Te vas a casar con un rey? –parecía contento. Por una vez le gustaba algo de ella, pero su alegría no iba a durar mucho.


–No, no voy a casarme con él porque estoy enamorada de otro.


–¿De otro rey? –preguntó con sarcasmo.


–No.


–¿Entonces de quién?


–Del príncipe. De su hijo.


–¡Paula!

Se preparó para escuchar gritos y maldiciones de todo tipo, pero no fue así.


Podía sentir la tensión a través del teléfono, pero su padre no dijo nada.


–¿Estás bien, papá?


–Un poco confundido, la verdad. ¿Cómo y cuándo ha ocurrido todo esto?


No podía culparlo, a veces ella misma no podía creer lo que estaban haciendo.


–Como te he dicho, lo conocí en el hotel y nos hicimos amigos.


–¿Al rey o al príncipe?


–Al rey, a Gabriel. Él se enamoró de mí, pero yo solo le quería como amigo. Gabriel estaba convencido de que si lo conocía mejor, acabaría enamorándome también, así que me invitó a venir a pasar un tiempo a su país. El problema fue que cuando yo llegué había tenido que marcharse y le pidió a Pedro, el príncipe, que me atendiera. Así fue como… bueno, nos enamoramos.


–¿Qué edad tiene ese príncipe?


–Veintiocho años, creo.


–¿Y el rey?


–Cincuenta y seis –dijo y prácticamente pudo oír el horror de su padre–. Otro de los motivos por los que no estaba segura de querer casarme con él.


–Comprendo –fue todo lo que dijo, pero era evidente que quería decir más.


Paula apreció el esfuerzo que estaba haciendo y pensó que quizá debería haberse enfrentado a él mucho antes.


–Entonces deduzco que vas a casarte con el príncipe.


–No, no me voy a casar con nadie.


–Pensé que lo amabas.


–Y lo amo, pero no podría hacerle eso a Gabriel. Es un buen hombre, papá, y ha sufrido mucho últimamente. Él me quiere, no puedo traicionarlo. Me siento fatal porque las cosas hayan salido así, siento que le he fallado. Por no hablar de que esto podría acabar con la relación entre su hijo y él. No podría hacerles algo así a ninguno de los dos. Se necesitan el uno al otro más de lo que me necesitan a mí.


Su padre se quedó callado unos segundos antes de volver a hablar por fin.


–Bueno, veo que has tenido unas semanas muy ajetreadas.


Normalmente aquel comentario habría estado cargado de sarcasmo, pero ahora solo parecía sorprendido.


–Ni te lo imaginas –dijo con una mezcla de alegría y tristeza, que era algo que sentía a menudo últimamente.


–Entonces supongo que no te veré el jueves.


–No, pero volveremos pronto y quizá podamos pasar por Florida antes de ir a casa.


–Me encantaría que lo hicierais –hizo una pausa antes de decir–. ¿Entonces de verdad quieres a ese hombre?


–Sí y Mia también lo adora. Se ha encariñado mucho con él y le encanta estar aquí.


–¿Estás segura de que vas a hacer lo mejor? Marchándote, quiero decir.


–No puedo hacer otra cosa.


–Bueno, cruzaré los dedos para que encuentres otra solución. Pau, sé que he sido muy duro contigo y quizá no te lo diga muy a menudo, pero estoy orgulloso de ti.


Cuánto tiempo llevaba esperando oír eso, sin embargo, al escucharlo se dio cuenta de que su autoestima y su valía como persona no dependían de ello.


–Gracias, papá.


–Es admirable que estés dispuesta a sacrificar tu felicidad por proteger los sentimientos del rey.


–No lo hago para parecer admirable.


–Precisamente por eso lo es. Llámame cuando vayas a venir.


–Lo haré. Te quiero, papá.


–Yo a ti también, Pau.


Colgó el teléfono pensando que era lo más bonito que le había dicho nunca su padre.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 45

 


La despertó el timbre del teléfono. Su padre le había dejado otro mensaje, el tercero en tres días y en aquel parecía más enfadado que en los anteriores.


–Pau, ¿por qué no me has llamado? En el hotel me han dicho que has pedido unos días de permiso. Quiero saber qué está pasando. ¿Te has metido en otro lío?


Paula suspiró con resignación y triste de que su padre siempre pensase lo peor de ella.


A su lado, Pedro se movió, despertándose lentamente como hacía siempre. O al menos, las tres últimas mañanas, después de pasar la noche juntos. Y a ella le encantaba ver aquel pequeño ritual de estiramientos y bostezos. Seguía sintiéndose culpable por lo que estaban haciendo, pero era incapaz de apartarse de él.


–¿Qué hora es? –le preguntó con la voz todavía ronca del sueño.


–Casi las ocho.


Pedro se echó a reír.


–Es la tercera noche que duermo más de siete horas seguidas. No sabes el tiempo que hacía que no dormía así.


–Lo sé, soy muy aburrida.


La abrazó y la arrastró para colocársela encima. Ella se sentó sobre sus caderas.


–Lo que ocurre es que me dejas agotado –le dijo con un beso.


Llevaba dos días lloviendo, dos días que habían pasado en el palacio, sin apenas salir de la habitación, charlando y jugando con Mia, y cuando la pequeña dormía, haciendo el amor una y otra vez. Aunque ya había pasado una semana, ninguno de los dos había sacado el tema de su marcha, pero era algo que flotaba en el ambiente, pero parecía que el momento no llegaba y deseaba que no lo hiciera nunca.


Definitivamente, Pedros era el hombre de su vida, su alma gemela, y estaba completamente segura de ello. Por primera vez desde que tenía uso de razón, no tenía ninguna duda, ni le preocupaba estar cometiendo un error.


No sabía bien lo que sentía él. Desde luego no quería que se marchase, pero, ¿estaba enamorado de ella? No se lo había dicho, pero tampoco ella a él. Claro que tampoco cambiaría nada que lo hiciesen.


Solo eran palabras. Además, aunque la amase, lo primero para él debía de ser la relación con su padre.


Después de hacer el amor con Pedro por primera vez, le había costado mucho hablar con Gabriel, segura de que en cuanto la viera por Skype se daría cuenta de lo ocurrido, pero había sido él el que no había aparecido. La había llamado al día siguiente para disculparse y decirle que había problemas de seguridad, por lo que era mejor que se limitasen a hablar por teléfono. Lo cierto era que había sido un alivio para ella, que se sentía cada vez más lejos de Gabriel.


A partir de entonces, las llamadas se habían hecho más cortas y superficiales. Un día habían salido a hacer una excursión a las montañas, a un lugar sin cobertura, por lo que no había podido hablar con él, pero tampoco se había acordado después de comprobar si le había dejado un mensaje. Aunque había sido culpa suya que no hubiesen hablado, al día siguiente había sido él el que se había disculpado porque, según le había dicho, estaba muy ocupado entre el trabajo y Catalina y no había podido volver a llamarla.


Paula esperaba que le preguntara si le pasaba algo, pero si Gabriel había notado algún cambio en la relación, no lo había mencionado. Catalina había mejorado mucho y, aunque Gabriel no quería dejarla sola todavía, no tardaría en hacerlo. Era solo cuestión de tiempo.


Y luego estaba lo de su padre.


–Pareces preocupada –le dijo Pedro, apartándole el pelo de la cara y adivinando una vez más sus pensamientos.


–Ha vuelto a llamar mi padre. Se ha enterado de que no estoy trabajando y ha dado por hecho que me he metido en algún lío. Dice que lo llame de inmediato.


–Deberías hacerlo. Deberías haberlo llamado hace días.


–Lo sé –admitió, refugiándose contra su pecho–. Pero no quiero hacerlo.


–Deja de comportarte como una cobarde y llámalo.


–Es que soy una cobarde.


–Eso no es cierto.


En lo que se refería a su padre, sí que lo era.


–Lo llamaré mañana, de verdad.


–No, llámalo ahora –le ordenó, apartándose de ella, después se levantó de la cama y se fue al cuarto de baño, gloriosamente desnudo. Se detuvo en la puerta para decirle–: Me voy a dar una ducha y, si quieres acompañarme, será mejor que empieces a marcar el número.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 44

 


–¿Que has hecho qué? –gritó Jessy–. Estoy dos días sin hablar contigo y mira lo que pasa.


Paula cerró los ojos. Quizá no había sido buena idea contarle a su amiga que se había acostado con Pedro, varias veces. Pero iba a explotar si no hablaba con alguien.


–Tú no te acuestas con hombres a los que conoces desde hace una semana –le recordó Jessy–. Si a veces les haces esperar meses.


–Lo sé. Y es increíble que hayamos aguantado tanto tiempo.


Jessy se echó a reír.


–Madre mía. ¿Quién eres y qué has hecho con mi mejor amiga?


–Sé que no es propio de mí. Pero me alegro de que haya ocurrido porque me ha cambiado. A mí también me cuesta creerlo, pero me siento… mejor persona.


–¿Te acuestas con el hijo del hombre con el que se supone que vas a casarte y te sientes mejor persona? –le preguntó, riéndose.


–Es difícil de explicar y, aunque me cuesta reconocerlo, creo que tenías razón cuando me dijiste que Gabriel era una especie de figura paterna para mí. Supongo que en el fondo sabía que no quería a Gabriel como se debe querer a un marido y que nunca podría hacerlo, pero parece que él me quiere tanto, que no quería defraudarlo. Entonces conocí a Pedro y todo cambió. Si no llega a ser por él, seguramente habría cometido otro tremendo error.


–Debe de gustarte mucho.


–Eso es quedarse muy corta.


–¿Estás diciendo que te has enamorado de él? ¿En solo cinco días?


–Es increíble, ¿verdad?


–¿Y él qué siente?


–Da igual. No podemos estar juntos. ¿Cómo crees que se sentiría Gabriel si le dijera que lo dejo por su hijo? Lo más probable es que nunca perdonara a Pedro y yo nunca le pediría a Pedro que eligiese entre su padre y yo. El honor y la familia son muy importantes para él. Es una de las cosas que me gustan de él.


–Lo que te gusta de él es lo que impide que estéis juntos –resumió Jessy.


–Algo así –y la idea de tener que separarse de él le partía el corazón en dos. Sabía que cuanto más lo retrasara, más iban a sufrir, y sin embargo allí seguía–. Vamos a hablar de otra cosa porque esto me pone muy triste.


Jessy titubeó un poco al principio, pero luego le contó lo bien que había ido su viaje con Guillermo y lo amable que había sido su familia con ella. Al menos una de las dos tenía una relación con futuro.


–Sé que no quieres hablar de ello –le dijo después–. Pero quiero decirte algo más sobre tu aventura con el príncipe. Estoy orgullosa de ti.


–¿Por haberme acostado con el hijo del hombre con el que me iba a casar?


–Sé que suena raro, pero siempre intentas hacer feliz a todo el mundo y me alegro de que por una vez hayas sido egoísta y hayas hecho algo que te haga feliz a ti. Es todo un avance.


–Nunca habría pensado que fuera bueno ser egoísta.


–A veces lo es.


–¿Sabes qué va a ser lo peor cuando me vaya? Mia se ha encariñado mucho con él y parece que él también con ella. Sería un padre estupendo.


–Conocerás a otro, Paula, y volverás a enamorarte.


Ella no estaba tan segura. Nunca antes había sentido por nadie lo que sentía por Pedro; de hecho ni siquiera había creído que fuera posible amar tanto a alguien. Necesitarlo como lo necesitaba y a él y, al mismo tiempo, sentirse más libre de lo que se había sentido jamás. Por eso no creía que fuera posible que volviera a ocurrir. ¿Y si Pedro era el hombre de su vida? ¿Y si era su destino? ¿Sería también su destino tener que abandonarlo?



lunes, 26 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 43

 


–Estamos perdidos, ¿verdad? –le preguntó Paula, acurrucada junto a él en el suelo, con la respiración tan entrecortada como la de él.


Estaba resplandeciente después de la que, para él, había sido una de las mejores experiencias sexuales de su vida. No, había sido la mejor.


Quizá lo que hacía que fuera tan emocionante fuera que ambos sabían que era una relación prohibida. O quizá que Paula no parecía tener complejos e inseguridades sobre su aspecto, o que se entregaba en cuerpo y alma.


O quizá fuera porque Paula le gustaba de verdad.


Tal y como ella había dicho, estaban perdidos. ¿Cómo iba a explicárselo a su padre? «Lo siento, pero me he acostado con la mujer a la que amas y creo que me estoy enamorando de ella».


La mujer de otro hombre era terreno prohibido y más entre familia. Sin embargo él se había adentrado en dicho terreno y lo peor de todo era que no conseguía sentirse culpable por ello.


–Mi padre no debe enterarse –dijo.


–Lo sé –respondió ella–. Y yo no puedo casarme con él.


–Lo sé.


Le daba mucha lástima, pero era evidente que Paula no quería a su padre como debía hacerlo una esposa. Quizá al interponerse entre ellos, les hubiese hecho un favor. Ella era tan buena que habría sido capaz de sacrificar su propia felicidad solo para hacer feliz a su padre, pero con el tiempo los dos habrían sido muy desgraciados. Los había salvado de un fracaso seguro en realidad.


Claro que quizá solo estaba intentando racionalizar algo injustificable.


Paula le dio la mano, entrelazando los dedos con los suyos.


–No ha sido culpa tuya, así que por favor no te martirices.


–No es culpa de nadie –respondió él, apretándole la mano–. A veces estas cosas… pasan.


Ella se incorporó para mirarlo.


–Sabes que, sintamos lo que sintamos, tú y yo no podemos…


–Lo sé –y solo con pensarlo sentía un terrible dolor en el pecho.


No tenía ninguna duda de que Paula era la mujer de su vida. Estaba destinado a estar con ella, y con Mia, pero no podía ser. No, si quería seguir teniendo una buena relación con su padre. Parecía que el universo estuviera jugando con ellos de la manera más cruel. Pero en su mundo el honor y la familia eran lo más importante. Sus sentimientos y su felicidad eran irrelevantes.


No era justo, no, pero, ¿quién había dicho que la vida tuviera que ser justa?


–Tengo que llamarlo para decirle que lo nuestro se ha acabado –anunció Paula.


Pero en cuanto rompiera con su padre, tendría que marcharse, no tendría ninguna excusa para quedarse. La idea de no volver a estar con ella nunca más hizo que se le acelerara el corazón angustiosamente. No estaba preparado para renunciar a ella tan pronto.


–¿No crees que sería mejor que esperaras a que vuelva y decírselo cara a cara?


Paula frunció el ceño.


–No me parece bien dejarle creer que todo va bien y luego dejarlo en cuanto llegue.


–¿De verdad crees que es el mejor momento para decírselo? –insistió, buscando la manera de retenerla–. Está muy preocupado por mi tía.


–Eso no lo había pensado –admitió ella–. Es verdad que sería muy desconsiderado, pero no creo que pueda esperar hasta que vuelva. Podría tardar semanas.


–Entonces espera por lo menos hasta que mi tía salga de cuidados intensivos.


–No sé…


¿Qué estaba haciendo? Intentaba manipularla.


–La verdad es que no me importa lo que sienta mi padre. Estoy siendo un egoísta, pero no quiero que te vayas –le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos–. Quédate conmigo, Paula. Solo unos días más.


Ella lo miró con profunda tristeza y con confusión.


–Solo servirá para torturarnos.


–No me importa. Quiero estar contigo un poco más de tiempo.


Lo necesitaba. Y él nunca había necesitado a nadie.


–Tendremos que ser muy discretos. Si Gabriel se enterara…


–No se enterará. Te lo prometo.


Paula se quedó callada unos segundos, luego sonrió y le puso la mano en la cara.


–Está bien. Solo unos días más.


Pedro respiró aliviado. Sabía que solo estaban retrasando lo inevitable, pero no le importaba. Llevaba toda la vida haciendo sacrificios y por una vez iba a ser un poco egoísta.


–Luego tendré que irme y seguir con mi vida –le advirtió.


–Lo sé.


Pero por ahora era suya y pensaba aprovechar al máximo el poco tiempo que tenían.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 42

 


Se tomó unos segundos para admirarlo desnudo. Tenía un físico impresionante, pero eso no era lo que le importaba, lo que más le gustaba de él era su mente, su forma de ser.


Se tumbó en el sofá, tirando de él para que se tumbara encima.


–Supongo que sabes que esto es una locura –le dijo él, sonriendo.


–Sí. Yo supongo que tú no haces locuras.


–Jamás.


–Yo tampoco –le acarició la cara, el cuello y fue bajando las manos por sus hombros. No podía dejar de tocarlo–. Quizá por eso sea tan increíble. Puede que los dos necesitemos un poco de locura.


–Puede ser –se acercó a besarla, pero se detuvo justo antes de que sus labios se rozaran siquiera y maldijo entre dientes.


–Si vas a decirme que no podemos seguir, me voy a enfadar bastante –le advirtió ella.


–No, es que acabo de darme cuenta de que no llevo protección.


–¿No? ¿No se supone que un príncipe debería estar preparado para todo? –hizo una pausa, frunciendo el ceño–. ¿O esos son los Boy Scouts?


–No tenía planeado que sucediera esto.


–¿De verdad?


Pedro se echó a reír.


–De verdad. Pero cuando apareciste con ese vestido…


–¿Estás de broma? Es lo menos sexy que tengo. De hecho, me lo he puesto para no tentarte.


–La verdad es que creo que aunque hubieses llevado un saco de patatas, habría querido arrancártelo.


Era muy emocionante saber que la deseaba tanto, que lo habría atraído hasta en su peor momento.


–Voy a tener que ir corriendo a mi habitación –dijo sin la menor gana.


–No es necesario, estoy tomando anticonceptivos.


–¿Estás segura?


–Sí. ¿Podemos dejar de hablar ya y pasar a lo bueno?


–Pensé que a las mujeres os gustaba hablar.


–Sí, pero todo tiene un límite.


No tuvo que decírselo dos veces. Estar allí con él, besándose y tocándose, resultaba de lo más natural; no había esa incomodidad y esa tensión de las primeras veces. Ni un ápice de duda, cualquier reserva que hubieran podido albergar desapareció en cuanto Pedro se sumergió dentro de ella. En ese momento desaparecieron todas las preocupaciones y las incertidumbres que siempre la acechaban. Cuando empezó a moverse, primero despacio y luego cada vez más rápido y más fuerte hasta que se descontrolaron de tal modo que se cayeron del sofá y tuvieron que seguir en la alfombra, supo de manera instantánea que había ocurrido lo que tenía que ocurrir. Pedro hacía que sintiera lo que debía sentir una mujer. Se sentía deseada, cuidada y protegida, pero también se sentía fuerte, como si nada ni nadie pudiera acabar con ella.


Pero también sintió que se le rompía el corazón y el alma porque, a pesar de lo mucho que deseaba a Pedro, no podría estar con él y le aterraba pensar que ningún otro hombre pudiera jamás hacerle sentir de nuevo lo que estaba sintiendo con él.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 41

 


Paula levantó la mano hasta la mejilla de Pedro. Acarició ese hoyuelo que le salía al sonreír, como llevaba deseando hacerlo desde la primera vez que lo había visto.


Lo que estaban a punto de hacer era una locura, porque tenía la certeza de que esa vez no solo sería un beso. Pero teniéndolo delante, mirándola de ese modo, sencillamente no podía controlarse. Lo último que pensó mientras él se acercaba fue que era un gran error, pero un error maravilloso.


Entonces él la besó y esa vez fue diferente. Había en aquel beso una urgencia que hacía pensar que ninguno de los dos iba a tener remordimientos de conciencia. Era como si hubieran estado dirigiéndose hasta ese momento desde que había bajado del avión. Como si en el fondo siempre hubiesen sabido que era inevitable.


–Te deseo Paula –susurró él contra sus labios–. No me importa que no esté bien.


Se separó ligeramente de él para mirarlo a los ojos. ¿Cómo era posible que solo hiciera cinco días que conocía a aquel hombre tan maravilloso? Tenía la sensación de conocerlo hacía una eternidad.


En aquel momento lo único que le importaba era lo que sentían ellos dos.


Le pasó las manos por el pecho, algo que llevaba deseando hacer desde que lo había visto aquel día de pie en la puerta de su habitación, con la camisa desabrochada. La sensación fue tan agradable como había imaginado.


Pedro soltó una especie de rugido y entonces, como si acabara de perder el último rastro de autocontrol, la besó con fuerza al tiempo que la levantaba del suelo y la apretaba contra la pared con su propio cuerpo. Ella le echó las piernas alrededor de las caderas y se agarró a sus brazos. Aquel era el Pedro con el que tanto había fantaseado, el que la agarraría y la tomaría apasionadamente; en su interior estalló una alegría incontrolable.


La dejó en el suelo para levantarle el vestido rápidamente hasta quitárselo por la cabeza, era lo más parecido a arrancarle la ropa que podía hacer sin romper la delicada tela. Una vez la tuvo delante cubierta tan solo por las braguitas y el sujetador, se detuvo y la miró detenidamente.


–Eres increíble –le dijo.


No le había dicho que fuera guapa, sino increíble. ¿Sería posible que de verdad viera en ella algo más que una cara bonita? Cuando ella lo miraba a él, no veía un príncipe, sino a un hombre amable y divertido. Y quizá también algo vulnerable, un hombre que la miraba con el mismo cariño que ella a él. Quizá lo que sentía por Gabriel no pudiera ir nunca más allá de la amistad. Quizá estuviera destinada a enamorarse de Pedro y no de Gabriel. Porque por más que había luchado contra ello, la realidad era que se estaba enamorando de él.


Lo agarró de la mano y lo llevó hacia el sofá. Una parte de ella le decía que debería sentirse culpable, y seguramente así habría sido una semana antes, pero mientras se desnudaban, se acariciaban y se besaban el uno al otro, solo podía sentir que lo que estaba ocurriendo era perfecto.



domingo, 25 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 40

 


La medicina llegó quince minutos después y poco más tarde llegó también la cuna a su dormitorio. Paula le dio el antibiótico a Mia y la acostó, satisfecha de comprobar que la temperatura le había vuelto prácticamente a la normalidad.


Una vez acostada y arropada la pequeña, volvió a la sala de estar, donde esperaba Pedro, de pie junto a la ventana, con la mirada perdida en el exterior. Su primer instinto fue ir junto a él, pasarle los brazos alrededor de la cintura y apoyar la cabeza en su espalda. Se imaginó estar así con él un rato, después él se volvería y la besaría como la había besado la otra noche.


Pero a pesar de desearlo con todo su corazón, no podía hacerlo.


–Creo que ya está mejor –le dijo, y Pedro se volvió hacia ella.


–Me alegro.


En ese momento empezó a sonar el teléfono que había sobre el escritorio y Paula fue a responder. Era Gabriel. Afortunadamente no podía verla, porque de hacerlo, seguramente habría adivinado que se sentía culpable por lo que acababa de pensar.


–Me ha llamado Jorge y me ha dicho que Mia está enferma –dijo con evidente preocupación.


Le contó todo lo sucedido, omitiendo lo de la cena con Pedro.


–¿Qué necesitas que haga? ¿Quieres que vuelva a casa? Puedo tomar un vuelo por la mañana.


Podía decirle que sí y acabar así con aquella locura de Pedro. Pero en lugar de hacerlo, se oyó decir:

–Para cuando llegaras aquí, seguramente ya estaría bien. Ya ha empezado a bajarle la fiebre.


–¿Estás segura?


–Sí. Catalina te necesita más que yo. Además, Pedro me está ayudando mucho –añadió, mirándolo.


Él la observaba con una expresión indescifrable.


–Llámame si necesitas cualquier cosa, a cualquier hora del día o de la noche –le pidió Gabriel.


–Lo haré, te lo prometo.


–Te dejo para que puedas atenderla. Te llamaré mañana.


–Muy bien.


–Buenas noches, Paula. Te quiero.


–Y yo a ti –dijo, y no mintió. Lo quería como amigo, ¿entonces por qué se sentía tan incómoda al decirlo delante de Pedro?


En realidad sabía perfectamente por qué.


Colgó el teléfono y se volvió hacia Pedro.


–Era tu padre –explicó como si fuese necesario.


–¿Se ha ofrecido a volver a casa?


Ella asintió.


–¿Y le has dicho que no?


Volvió a asentir.


Pedro comenzó a acercarse a ella.


–¿Por qué? ¿No es eso lo que querías?


–Sí, pero –la verdad era que tenía miedo. Miedo de que volviera y nada más mirarla a la cara se diera cuenta de lo que sentía por Pedro. Gabriel confiaba en ella y la amaba, y ella lo había traicionado. Y seguía traicionándolo cada vez que pensaba algo que no debía sobre su hijo. Pero no podía dejar de hacerlo. O quizá no quería–. A lo mejor necesitamos un poco de tiempo para solucionar esto antes de que vuelva.


–¿Solucionar el qué?


–Esto. Lo nuestro.


–Pensé que íbamos a hacer como si no hubiese pasado nada.


Ya no estaba tan segura de poder hacerlo, al menos, no en ese momento.


–Lo sé, pero creo que… necesito tiempo para pensar.


Dio un paso más hacia ella, mirándola fijamente a los ojos. Sintió que se le aceleraba el pulso y el corazón se le subía a la garganta.


–No me mires así, por favor.


–¿Cómo?


–Como si quisieras besarme otra vez.


–Pero es que es lo que quiero.


–Sabes que no es buena idea.


–Sí, puede que tengas razón.


–No deberías hacerlo.


–Entonces dime que no lo haga.


–¿Has oído una palabra de lo que te he contado todos estos días?


–Todas y cada una de ellas.


–Entonces sabrás que no deberías darme tanta responsabilidad, dada mi tendencia a cometer errores.


En sus labios apareció una sonrisa.


–En estos momentos, casi cuento con que lo hagas.