martes, 27 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 45

 


La despertó el timbre del teléfono. Su padre le había dejado otro mensaje, el tercero en tres días y en aquel parecía más enfadado que en los anteriores.


–Pau, ¿por qué no me has llamado? En el hotel me han dicho que has pedido unos días de permiso. Quiero saber qué está pasando. ¿Te has metido en otro lío?


Paula suspiró con resignación y triste de que su padre siempre pensase lo peor de ella.


A su lado, Pedro se movió, despertándose lentamente como hacía siempre. O al menos, las tres últimas mañanas, después de pasar la noche juntos. Y a ella le encantaba ver aquel pequeño ritual de estiramientos y bostezos. Seguía sintiéndose culpable por lo que estaban haciendo, pero era incapaz de apartarse de él.


–¿Qué hora es? –le preguntó con la voz todavía ronca del sueño.


–Casi las ocho.


Pedro se echó a reír.


–Es la tercera noche que duermo más de siete horas seguidas. No sabes el tiempo que hacía que no dormía así.


–Lo sé, soy muy aburrida.


La abrazó y la arrastró para colocársela encima. Ella se sentó sobre sus caderas.


–Lo que ocurre es que me dejas agotado –le dijo con un beso.


Llevaba dos días lloviendo, dos días que habían pasado en el palacio, sin apenas salir de la habitación, charlando y jugando con Mia, y cuando la pequeña dormía, haciendo el amor una y otra vez. Aunque ya había pasado una semana, ninguno de los dos había sacado el tema de su marcha, pero era algo que flotaba en el ambiente, pero parecía que el momento no llegaba y deseaba que no lo hiciera nunca.


Definitivamente, Pedros era el hombre de su vida, su alma gemela, y estaba completamente segura de ello. Por primera vez desde que tenía uso de razón, no tenía ninguna duda, ni le preocupaba estar cometiendo un error.


No sabía bien lo que sentía él. Desde luego no quería que se marchase, pero, ¿estaba enamorado de ella? No se lo había dicho, pero tampoco ella a él. Claro que tampoco cambiaría nada que lo hiciesen.


Solo eran palabras. Además, aunque la amase, lo primero para él debía de ser la relación con su padre.


Después de hacer el amor con Pedro por primera vez, le había costado mucho hablar con Gabriel, segura de que en cuanto la viera por Skype se daría cuenta de lo ocurrido, pero había sido él el que no había aparecido. La había llamado al día siguiente para disculparse y decirle que había problemas de seguridad, por lo que era mejor que se limitasen a hablar por teléfono. Lo cierto era que había sido un alivio para ella, que se sentía cada vez más lejos de Gabriel.


A partir de entonces, las llamadas se habían hecho más cortas y superficiales. Un día habían salido a hacer una excursión a las montañas, a un lugar sin cobertura, por lo que no había podido hablar con él, pero tampoco se había acordado después de comprobar si le había dejado un mensaje. Aunque había sido culpa suya que no hubiesen hablado, al día siguiente había sido él el que se había disculpado porque, según le había dicho, estaba muy ocupado entre el trabajo y Catalina y no había podido volver a llamarla.


Paula esperaba que le preguntara si le pasaba algo, pero si Gabriel había notado algún cambio en la relación, no lo había mencionado. Catalina había mejorado mucho y, aunque Gabriel no quería dejarla sola todavía, no tardaría en hacerlo. Era solo cuestión de tiempo.


Y luego estaba lo de su padre.


–Pareces preocupada –le dijo Pedro, apartándole el pelo de la cara y adivinando una vez más sus pensamientos.


–Ha vuelto a llamar mi padre. Se ha enterado de que no estoy trabajando y ha dado por hecho que me he metido en algún lío. Dice que lo llame de inmediato.


–Deberías hacerlo. Deberías haberlo llamado hace días.


–Lo sé –admitió, refugiándose contra su pecho–. Pero no quiero hacerlo.


–Deja de comportarte como una cobarde y llámalo.


–Es que soy una cobarde.


–Eso no es cierto.


En lo que se refería a su padre, sí que lo era.


–Lo llamaré mañana, de verdad.


–No, llámalo ahora –le ordenó, apartándose de ella, después se levantó de la cama y se fue al cuarto de baño, gloriosamente desnudo. Se detuvo en la puerta para decirle–: Me voy a dar una ducha y, si quieres acompañarme, será mejor que empieces a marcar el número.




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