Paula levantó la mano hasta la mejilla de Pedro. Acarició ese hoyuelo que le salía al sonreír, como llevaba deseando hacerlo desde la primera vez que lo había visto.
Lo que estaban a punto de hacer era una locura, porque tenía la certeza de que esa vez no solo sería un beso. Pero teniéndolo delante, mirándola de ese modo, sencillamente no podía controlarse. Lo último que pensó mientras él se acercaba fue que era un gran error, pero un error maravilloso.
Entonces él la besó y esa vez fue diferente. Había en aquel beso una urgencia que hacía pensar que ninguno de los dos iba a tener remordimientos de conciencia. Era como si hubieran estado dirigiéndose hasta ese momento desde que había bajado del avión. Como si en el fondo siempre hubiesen sabido que era inevitable.
–Te deseo Paula –susurró él contra sus labios–. No me importa que no esté bien.
Se separó ligeramente de él para mirarlo a los ojos. ¿Cómo era posible que solo hiciera cinco días que conocía a aquel hombre tan maravilloso? Tenía la sensación de conocerlo hacía una eternidad.
En aquel momento lo único que le importaba era lo que sentían ellos dos.
Le pasó las manos por el pecho, algo que llevaba deseando hacer desde que lo había visto aquel día de pie en la puerta de su habitación, con la camisa desabrochada. La sensación fue tan agradable como había imaginado.
Pedro soltó una especie de rugido y entonces, como si acabara de perder el último rastro de autocontrol, la besó con fuerza al tiempo que la levantaba del suelo y la apretaba contra la pared con su propio cuerpo. Ella le echó las piernas alrededor de las caderas y se agarró a sus brazos. Aquel era el Pedro con el que tanto había fantaseado, el que la agarraría y la tomaría apasionadamente; en su interior estalló una alegría incontrolable.
La dejó en el suelo para levantarle el vestido rápidamente hasta quitárselo por la cabeza, era lo más parecido a arrancarle la ropa que podía hacer sin romper la delicada tela. Una vez la tuvo delante cubierta tan solo por las braguitas y el sujetador, se detuvo y la miró detenidamente.
–Eres increíble –le dijo.
No le había dicho que fuera guapa, sino increíble. ¿Sería posible que de verdad viera en ella algo más que una cara bonita? Cuando ella lo miraba a él, no veía un príncipe, sino a un hombre amable y divertido. Y quizá también algo vulnerable, un hombre que la miraba con el mismo cariño que ella a él. Quizá lo que sentía por Gabriel no pudiera ir nunca más allá de la amistad. Quizá estuviera destinada a enamorarse de Pedro y no de Gabriel. Porque por más que había luchado contra ello, la realidad era que se estaba enamorando de él.
Lo agarró de la mano y lo llevó hacia el sofá. Una parte de ella le decía que debería sentirse culpable, y seguramente así habría sido una semana antes, pero mientras se desnudaban, se acariciaban y se besaban el uno al otro, solo podía sentir que lo que estaba ocurriendo era perfecto.
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