Se tomó unos segundos para admirarlo desnudo. Tenía un físico impresionante, pero eso no era lo que le importaba, lo que más le gustaba de él era su mente, su forma de ser.
Se tumbó en el sofá, tirando de él para que se tumbara encima.
–Supongo que sabes que esto es una locura –le dijo él, sonriendo.
–Sí. Yo supongo que tú no haces locuras.
–Jamás.
–Yo tampoco –le acarició la cara, el cuello y fue bajando las manos por sus hombros. No podía dejar de tocarlo–. Quizá por eso sea tan increíble. Puede que los dos necesitemos un poco de locura.
–Puede ser –se acercó a besarla, pero se detuvo justo antes de que sus labios se rozaran siquiera y maldijo entre dientes.
–Si vas a decirme que no podemos seguir, me voy a enfadar bastante –le advirtió ella.
–No, es que acabo de darme cuenta de que no llevo protección.
–¿No? ¿No se supone que un príncipe debería estar preparado para todo? –hizo una pausa, frunciendo el ceño–. ¿O esos son los Boy Scouts?
–No tenía planeado que sucediera esto.
–¿De verdad?
Pedro se echó a reír.
–De verdad. Pero cuando apareciste con ese vestido…
–¿Estás de broma? Es lo menos sexy que tengo. De hecho, me lo he puesto para no tentarte.
–La verdad es que creo que aunque hubieses llevado un saco de patatas, habría querido arrancártelo.
Era muy emocionante saber que la deseaba tanto, que lo habría atraído hasta en su peor momento.
–Voy a tener que ir corriendo a mi habitación –dijo sin la menor gana.
–No es necesario, estoy tomando anticonceptivos.
–¿Estás segura?
–Sí. ¿Podemos dejar de hablar ya y pasar a lo bueno?
–Pensé que a las mujeres os gustaba hablar.
–Sí, pero todo tiene un límite.
No tuvo que decírselo dos veces. Estar allí con él, besándose y tocándose, resultaba de lo más natural; no había esa incomodidad y esa tensión de las primeras veces. Ni un ápice de duda, cualquier reserva que hubieran podido albergar desapareció en cuanto Pedro se sumergió dentro de ella. En ese momento desaparecieron todas las preocupaciones y las incertidumbres que siempre la acechaban. Cuando empezó a moverse, primero despacio y luego cada vez más rápido y más fuerte hasta que se descontrolaron de tal modo que se cayeron del sofá y tuvieron que seguir en la alfombra, supo de manera instantánea que había ocurrido lo que tenía que ocurrir. Pedro hacía que sintiera lo que debía sentir una mujer. Se sentía deseada, cuidada y protegida, pero también se sentía fuerte, como si nada ni nadie pudiera acabar con ella.
Pero también sintió que se le rompía el corazón y el alma porque, a pesar de lo mucho que deseaba a Pedro, no podría estar con él y le aterraba pensar que ningún otro hombre pudiera jamás hacerle sentir de nuevo lo que estaba sintiendo con él.
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