La medicina llegó quince minutos después y poco más tarde llegó también la cuna a su dormitorio. Paula le dio el antibiótico a Mia y la acostó, satisfecha de comprobar que la temperatura le había vuelto prácticamente a la normalidad.
Una vez acostada y arropada la pequeña, volvió a la sala de estar, donde esperaba Pedro, de pie junto a la ventana, con la mirada perdida en el exterior. Su primer instinto fue ir junto a él, pasarle los brazos alrededor de la cintura y apoyar la cabeza en su espalda. Se imaginó estar así con él un rato, después él se volvería y la besaría como la había besado la otra noche.
Pero a pesar de desearlo con todo su corazón, no podía hacerlo.
–Creo que ya está mejor –le dijo, y Pedro se volvió hacia ella.
–Me alegro.
En ese momento empezó a sonar el teléfono que había sobre el escritorio y Paula fue a responder. Era Gabriel. Afortunadamente no podía verla, porque de hacerlo, seguramente habría adivinado que se sentía culpable por lo que acababa de pensar.
–Me ha llamado Jorge y me ha dicho que Mia está enferma –dijo con evidente preocupación.
Le contó todo lo sucedido, omitiendo lo de la cena con Pedro.
–¿Qué necesitas que haga? ¿Quieres que vuelva a casa? Puedo tomar un vuelo por la mañana.
Podía decirle que sí y acabar así con aquella locura de Pedro. Pero en lugar de hacerlo, se oyó decir:
–Para cuando llegaras aquí, seguramente ya estaría bien. Ya ha empezado a bajarle la fiebre.
–¿Estás segura?
–Sí. Catalina te necesita más que yo. Además, Pedro me está ayudando mucho –añadió, mirándolo.
Él la observaba con una expresión indescifrable.
–Llámame si necesitas cualquier cosa, a cualquier hora del día o de la noche –le pidió Gabriel.
–Lo haré, te lo prometo.
–Te dejo para que puedas atenderla. Te llamaré mañana.
–Muy bien.
–Buenas noches, Paula. Te quiero.
–Y yo a ti –dijo, y no mintió. Lo quería como amigo, ¿entonces por qué se sentía tan incómoda al decirlo delante de Pedro?
En realidad sabía perfectamente por qué.
Colgó el teléfono y se volvió hacia Pedro.
–Era tu padre –explicó como si fuese necesario.
–¿Se ha ofrecido a volver a casa?
Ella asintió.
–¿Y le has dicho que no?
Volvió a asentir.
Pedro comenzó a acercarse a ella.
–¿Por qué? ¿No es eso lo que querías?
–Sí, pero –la verdad era que tenía miedo. Miedo de que volviera y nada más mirarla a la cara se diera cuenta de lo que sentía por Pedro. Gabriel confiaba en ella y la amaba, y ella lo había traicionado. Y seguía traicionándolo cada vez que pensaba algo que no debía sobre su hijo. Pero no podía dejar de hacerlo. O quizá no quería–. A lo mejor necesitamos un poco de tiempo para solucionar esto antes de que vuelva.
–¿Solucionar el qué?
–Esto. Lo nuestro.
–Pensé que íbamos a hacer como si no hubiese pasado nada.
Ya no estaba tan segura de poder hacerlo, al menos, no en ese momento.
–Lo sé, pero creo que… necesito tiempo para pensar.
Dio un paso más hacia ella, mirándola fijamente a los ojos. Sintió que se le aceleraba el pulso y el corazón se le subía a la garganta.
–No me mires así, por favor.
–¿Cómo?
–Como si quisieras besarme otra vez.
–Pero es que es lo que quiero.
–Sabes que no es buena idea.
–Sí, puede que tengas razón.
–No deberías hacerlo.
–Entonces dime que no lo haga.
–¿Has oído una palabra de lo que te he contado todos estos días?
–Todas y cada una de ellas.
–Entonces sabrás que no deberías darme tanta responsabilidad, dada mi tendencia a cometer errores.
En sus labios apareció una sonrisa.
–En estos momentos, casi cuento con que lo hagas.