Pedro se quedó detrás de Paula mientras ella observaba una pieza del museo y pensó que, de todas las personas que había llevado allí a lo largo de los años, y habían sido muchas, ella era, con diferencia, la que más interés estaba mostrando. Leía todas las descripciones, absorbiendo la información que se le ofrecía sobre la exposición.
–Supongo que sabes que nadie te va a hacer ningún examen cuando volvamos al palacio –le dijo bromeando.
Ella sonrió, avergonzada.
–Estoy tardando mucho, ya lo sé. Es que me encanta la historia. Era mi asignatura preferida.
–A mí no me molesta –aseguró con total sinceridad. Como tampoco le había molestado pasar la tarde en la piscina con ella y con Mia el día anterior. Y no solo porque le gustara aquel pequeño biquini rosa. Simplemente le gustaba… ella.
Siguió observándola mientras ella leía, memorizando el perfil de su rostro, la delicadeza de sus rasgos y deseó poder acercarse y acariciarla. Últimamente deseaba hacerlo todo el tiempo y cada vez le resultaba más difícil contenerse. Y, por el modo en que lo miraba y por cómo se sonrojaba cuando estaban cerca, sabía que ella sentía lo mismo.
–¿Quieres cenar conmigo esta noche en la terraza?
Tuvo la impresión de haberla sorprendido con la invitación.
–Mmm, sí, encantada. ¿A qué hora?
–¿Qué te parece a las ocho?
–Perfecto, Mia se acuesta más o menos a esa hora. Supongo que te refieres a la terraza del ala oeste, la del comedor.
–Exacto.
–No sabía que fuera tan tarde –dijo mirando la hora–. Deberíamos irnos.
–Yo no tengo ninguna prisa, si quieres seguir viéndolo todo.
–No –de pronto parecía incómoda–. Gabriel dijo que me llamaría por Skype a las cuatro.
Estaba claro que estaba impaciente por hablar con él. ¿Y eso lo ponía celoso? Consiguió esbozar una sonrisa y responder con absoluta despreocupación.
–Entonces vámonos.
Mmmmmmmmmmmmm, cada vez más linda esta historia.
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