domingo, 18 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 17

 


Pedro había creído tener calada a Paula, pero después de pasar el día con ella en el pueblo, comenzaba a preguntarse si la idea que se había hecho de ella sería acertada.


El primer indicio había sido cuando había llegado a su puerta a las diez de la mañana exactas, dando por hecho que tendría por delante una espera de quince o veinte minutos mientras ella se terminaba de arreglar. Era una especie de juego que les gustaba a las mujeres pero Paula abrió la puerta vestida con unas discretas bermudas de algodón, un suéter sin mangas, unas cómodas sandalias y un sombrero de paja, lo que sin duda quería decir que estaba preparada para salir. Con la cámara de fotos colgada al cuello, la bolsa de bebé en un hombro y su hija apoyada en la cadera, parecía más una turista que una cazafortunas ansiosa por convertirse en reina.


Sus sospechas no hicieron sino crecer cuando vio el modo en que compraba, o más bien el modo en que no lo hacía. Con la intención de cuidar del rey, Tatiana había avisado a Pedro de que su padre había pedido una tarjeta de crédito para Paula con un límite completamente desorbitado. Pero después de haber estado por lo menos en una docena de tiendas de todo tipo, en las que la había visto admirar la ropa de diseño y mirar con verdadero deseo un modesto par de pendientes artesanos, solo había comprado una camiseta para su hija, una postal que quería enviarle a su mejor amiga de Los Ángeles y una novela romántica de bolsillo, un placer inconfesable, según le había explicado con una ligera sonrisa. Y todo ello lo había pagado en efectivo. La sorpresa había sido aún mayor cuando la había oído hablar con uno de los dependientes y había descubierto que hablaba su idioma con absoluta fluidez.


–No me habías dicho que hablaras varieano –le dijo al salir de la tienda.


–No me lo habías preguntado –respondió ella encogiéndose de hombros.


Tenía razón y eso le desconcertó un poco más, como el resto de cosas que estaba descubriendo de ella. Era una mujer de mundo con una amplia cultura, pero en sus ojos aparecía un deleite infantil y una enorme curiosidad cada vez que veía algo nuevo. Le hizo un millón de preguntas y su entusiasmo era tan contagioso, que incluso él empezó a ver el pueblo con otros ojos.


Era inteligente, aunque caprichosa y a veces incluso un poco voluble. Serena y elegante, pero al mismo tiempo encantadoramente torpe, pues de vez en cuando se chocaba contra el umbral de alguna puerta, con algún otro peatón o se tropezaba con sus propios pies. Pero en lugar de enfadarse, Paula se echaba a reír o pedía disculpas a quien fuera.


También tenía la interesante costumbre de decir exactamente lo que pensaba en el mismo momento en que lo pensaba, lo que hacía que a veces se pusiera en vergüenza a sí misma o otra persona.


Veinticuatro horas antes habría estado encantado de no tener que volver a verla, pero ahora, sentado frente a ella en una manta, a la sombra de un olivo junto al muelle, comiendo salchichas, queso y pan tostado, con Mia balanceándose a su lado, debía admitir que estaba experimentando una desconcertante combinación de perplejidad, desconfianza y fascinación.


–Deduzco que tenías hambre –comentó mientras la veía meterse en la boca el último trozo de queso.


–Tengo tendencia a la hipoglucemia, así que tengo que comer cinco o seis veces al día. Por suerte, tengo un metabolismo muy rápido que no me deja engordar. Un motivo más para que me odien las mujeres.


–¿Por qué habrían de odiarte?


–¿Estás de broma? ¿Una mujer con mi aspecto, que puede comer todo lo que quiera sin engordar ni un gramo? Hay gente que lo considera un delito imperdonable, como si yo pudiera controlar mi belleza o la gestión de las calorías que hace mi cuerpo. No sabes las veces que deseé ser más normal durante la adolescencia.


El hecho de que reconociera su propia belleza debería haberla hecho parecer arrogante, pero lo decía con tal desprecio, que sintió cierta lástima por ella.


–Yo pensaba que todas las mujeres deseaban ser guapas –dijo él.


–Y así es la mayoría de las veces, lo que no quieren es que otras mujeres lo sean también. No les gusta tener competencia. En el instituto yo era muy popular, así que no tenía amigos de verdad.


En su enésima caída, Mia acabó sobre la pierna de Pedro, levantó la mirada hacia él y sonrió, él no pudo evitar sonreír también. Tenía la sensación de que sería tan bella como su madre.


–Las chicas se sentían intimidadas por mí. Cuando por fin se daban cuenta de que no era ninguna esnob y empezaba a entablar relación con gente, llegaba el momento en el que mi padre volvía a trasladarnos y tenía que empezar de nuevo en otra escuela.


–¿Os mudabais a menudo?


–Por lo menos una vez al año. Mi padre es militar.


Le costaba creerlo. La había imaginado en un barrio residencial, con una madre guapa y superficial y un padre ejecutivo que la malcriaba. Parecía que se había equivocado en muchas cosas.


–¿En cuántos lugares has vivido? –le preguntó.


–En demasiados. Mi padre viajaba mucho. Vivimos en Alemania, Bulgaria, Israel, Japón e Italia y, dentro de Estados Unidos, en once bases de ocho estados diferentes. Todo eso antes de cumplir los diecisiete años. En el fondo creo que todos esos traslados no eran más que una manera de afrontar la muerte de mi madre.


Le sorprendió que también hubiera perdido a su madre.


–¿Cuándo murió?


–Cuando yo tenía cinco años. De una simple gripe.


La muerte de su madre, la injusticia que suponía, lo había dejado envuelto en una nube negra de la que sentía que nunca podría salir. Sin embargo Paula parecía tener siempre una actitud positiva.


–Solo tenía veintiséis años –siguió contándole.


–Era muy joven.


–Fue muy inesperado. Fue empeorando cada vez más y cuando fue al médico para que le dieran algún tratamiento, resultó que tenía neumonía. Mi padre estaba destinado en el Golfo Pérsico. Creo que nunca se ha perdonado el no haber estado con ella.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 16

 


Una vez fijado el plan, Pedro asintió y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Paula se sentó en el suelo junto a su hija, que ya se había cansado de levantarse y caerse y estaba ahora tumbada boca arriba, mordiendo un sonajero.


Le inquietaba la idea de pasar tanto tiempo a solas con Pedro, pero no parecía que tuviese otra opción porque no quería herir los sentimientos de Gabriel, ni parecer la mala de la película. La parte positiva era que quizá al ver que Pedro la aceptaba, también el personal de servicio se mostrara más amable con ella.


En ese momento sonó el teléfono y Paula fue corriendo a responder con la esperanza de que fuera Gabriel.


Era su amiga Jessica.


–¿Cómo fue el vuelo?


–Una pesadilla. Mia casi no durmió –miró con ternura a su hija, que seguía babeando sobre la manta–. Pero ahora parece que ya está bastante adaptada.


–¿Qué tal Gabriel? ¿Se alegró mucho de verte?


Paula titubeó antes de decir nada. No quería mentir a su amiga, pero tenía miedo de que si le contaba la verdad no hiciera sino aumentar sus dudas. Pero, si no podía hablar con su mejor amiga, ¿con quién iba a hablar?


–Ha habido un pequeño cambio de planes –le explicó lo sucedido–. Sé lo que debes de estar pensando.


–Sí, ya sabes que tenía mis dudas sobre este viaje, pero confío en ti y quiero pensar que sabes qué es lo mejor para Mia y para ti.


–¿Aunque no estés de acuerdo?


–No puedo evitar preocuparme por ti y no quiero ni pensar en que te quedes allí a vivir, pero al final lo que yo piense no importa. ¿Qué piensas hacer hasta que vuelva Gabriel? –le preguntó Jessy.


–Su hijo se ha ofrecido a hacer de guía –solo con decirlo se le encogía el estómago.


–¿Es tan guapo en persona como en las fotos que me enseñaste?


–En una escala de uno a diez, tiene por lo menos un quince.


–Entonces, si las cosas no salen bien con Gabriel… –le dijo bromeando.


–No sé si te he dicho que también es un estúpido y que me odia. Aunque no puedo decir que no lo comprenda –admitió–. Gabriel quiere que nos llevemos bien, pero yo me conformo con que deje de odiarme.


–Paula, eres una de las personas más amables, consideradas y buenas que conozco. ¿Cómo no vas a gustarle?


El problema era que a veces era demasiado amable y demasiado considerada, hasta el punto de dejar que los demás le pasasen por encima. Y Pedro parecía de los que podría aprovecharse de algo así.


O quizá solo estuviese un poco paranoica.


–Es muy… intenso –le dijo a Jessy–. Cuando entra en una habitación es… Intimida un poco.


–Bueno, es que es un príncipe.


–Gabriel es el rey y nunca he tenido esa sensación con él.


–No te lo tomes a mal, pero quizá Gabriel al ser mayor, es más bien… como una figura paterna.


–Jessy, ya tengo bastante figura paterna con mi padre.


–Siempre dices que es tan crítico contigo que hace que te sientas un fracaso.


No podía negarlo, como tampoco podía negar que la amabilidad y los detalles de Gabriel hacían que se sintiera especial, pero no buscaba otro padre en él. Más bien al contrario. En el pasado siempre le habían atraído los hombres que intentaban controlarla o dominarla. Ahora lo que buscaba era un compañero, alguien con quien relacionarse de igual a igual.


Quizá lo que más le molestaba de Pedro, además de que la odiara, era que se parecía mucho al tipo de hombres con los que siempre había salido.


–No me fío de Pedro –le confesó a su amiga–. Desde el momento en que salí del avión me dejó muy claro que no le gustaba, y sin embargo de pronto, un par de horas más tarde, se ofrece a hacerme de guía. Dice que lo hace por su padre, pero no sé si creérmelo. Si realmente quisiese hacer feliz a su padre, ¿no habría sido un poco más amable conmigo desde el principio?


–¿Crees que va a intentar separarte de Gabriel?


–La verdad es que ya no sé qué pensar –lo único que sabía era que había algo en Pedro que no le gustaba, pero no tenía más remedio que estar con él hasta que volviera Gabriel.


–Yo tengo buenas noticias –anunció Jessy–. Guillermo me ha invitado a acompañarle a Arkansas a la fiesta de aniversario de sus padres. Quiere que conozca a su familia.


–Y vas a ir, ¿verdad?


–Me encantaría. ¿Sabes el tiempo que hace que un hombre no quiere presentarme a su familia? Lo que ocurre es que viven en un lugar muy apartado con muy poca cobertura telefónica y me preocupa que si me necesitas…


–Jessy, estoy bien. En el peor de los casos, podría llamar a mi padre –aunque para eso tendría que ocurrir algo realmente horrible.


–¿Estás segura? Estoy preocupada por ti.


–Pues no lo estés. Puedo enfrentarme sola al príncipe Pedro.


Solo esperaba que fuera cierto.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 15

 


Su relación con Gabriel no era ningún error. Si quería que conociese mejor a su hijo, lo haría, aunque no se fiase demasiado de Pedro. Se limitaría a ser como era y, con un poco de suerte, Pedro acabaría aceptándola.


–Entonces supongo que no tengo alternativa –le dijo.


Pedro frunció el ceño como si le hubiera ofendido la respuesta.


–Si la idea de pasar unos días conmigo te resulta tan desagradable…


–¡No! –lo interrumpió de inmediato–. No es eso lo que quería decir. En realidad quiero que nos conozcamos mejor, Pedro, pero no quiero que te sientas obligado a hacerlo. Me imagino lo incómodo que debe de ser para ti y lo doloroso que fue perder a tu madre. Por lo que me ha contado tu padre, era una mujer extraordinaria. Yo no pretendo sustituirla. Solo quiero que Gabriel sea feliz y creo que es más fácil que lo sea si tú y yo nos llevamos bien. O al menos conseguimos no ser enemigos.


–Estoy dispuesto a admitir que es posible que me haya apresurado al juzgarte –afirmó él–. Y, para que lo sepas, mi padre no me está obligando a hacer nada. Podría haberle dicho que no, pero sé que es importante para él.


No era una disculpa, pero sí era un buen comienzo. Paula esperaba que lo estuviera diciendo de corazón y que no tuviera ningún motivo oculto para ser amable con ella.


–En ese caso, será un honor que seas mi guía.


–¿Entonces hay tregua? –preguntó, tendiéndole una mano y dando un paso hacia ella.


Dios, qué bien olía. Le daban ganas de hundir la cara en su cuello y sumergirse en aquel aroma.


No, no, no le daban ganas de nada. Y no quería sentir la chispa que sintió cuando le estrechó la mano, ni el escalofrío que le provocó el roce de su dedo pulgar en el dorso de la mano.


¿Cómo era posible sentir esas cosas por un hombre que ni siquiera le caía bien?


–Mi padre me ha pedido que mañana os lleve a conocer el pueblo. Si hay algo en concreto que quieras hacer o algún lugar que quieras visitar, dímelo y lo organizaré todo.


Lo cierto era que le habría encantado pasarse una semana tumbada junto a la piscina, pero sabía que Gabriel quería que conociese su país para que pudiese decidir si quería vivir allí.


–Si se me ocurre algo, te lo diré.


–Muy bien. Estaos preparadas mañana a las diez.


–Cuenta con ello.




sábado, 17 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 14

 


¿Una tregua?


Paula observó el rostro de Pedro detenidamente, intentando dilucidar si estaba siendo sincero, pero lo único en lo que podía fijarse era en su pelo negro. ¿Y por qué no podía dejar de mirar ese pecho moreno y musculoso que tan tentadoramente se dejaba ver bajo la camisa?


–¿A qué viene eso? –le preguntó, tratando de mirar solo por encima de su cuello.


Lo vio cruzar los brazos sobre el pecho y temió que se hubiese dado cuenta de que lo había estado mirando fijamente. ¿Le habría molestado?


–Pensé que querías que te diera una oportunidad –le recordó.


Pero, ¿a qué se debía tan repentino cambio de opinión? No pudo evitar pensar que tramaba algo.


–Claro que quiero, lo que ocurre es que no parecía que estuvieses dispuesto a dármela.


–Eso fue antes de saber que vamos a tener que vernos a menudo durante las próximas semanas.


Eso la hizo parpadear varias veces.


–¿Qué quieres decir?


–Mi padre cree que sería buena idea que nos conociéramos mejor y me ha pedido que ejerza de guía durante su ausencia. Tengo que atenderos a tu hija y a ti y encargarme de que lo pasáis bien.


No, ¿qué había hecho Gabriel? Quería que Pedro le diera una oportunidad, pero no a la fuerza. Eso solo serviría para que la detestara aún más. Por no hablar de que no había contado con que fuera tan…


No sabía cómo explicarlo, pero el caso era que su simple presencia hacía que se tropezara, tartamudeara e hiciera tonterías como quedarse embobada mirándole el pecho o insultarlo a la cara.


–No necesito un guía –le aseguró–. Mia y yo estaremos perfectamente solas.


–Pero por seguridad, no podrías salir sin escolta de palacio.


–¿Por mi seguridad?


–Sí, debemos tener cuidado con ciertos peligros.


–¿Qué clase de peligros?


–Personas a las que les encantaría ponerle las manos encima a la futura reina para poder pedir un cuantioso rescate.


No sabía si decía la verdad o simplemente quería asustarla.


–De lo que se trata es de que mi padre quiere que vayas acompañada –resumió Pedro–. Y quiere que lo haga yo.


–¿Y Tatiana?


–Se va a Italia para estar con él. Siempre lo acompaña a todas partes. Hay gente que piensa incluso… –hizo una pausa y meneó la cabeza–. Olvídalo.


Estupendo, ahora intentaba preocuparla.


Gabriel? podría tener una decena de amantes sin que ella lo supiera. Quizá no fuera cierto lo de su cuñada y en realidad estaba con alguna de sus novias. Quizá… ¡Ah!


Debía recordar que confiaba en Gabriel y no podía permitir que Pedro debilitase dicha confianza con una simple insinuación. Era cierto que no hacía mucho que conocía a Gabriel, pero en ese tiempo siempre había dado muestras de ser un hombre sincero y honrado. Pensaba seguir confiando en él.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 13

 


La niña repitió el mismo proceso y volvió a caerse. Pedro cerró los ojos un instante al ver que aterrizaba con la cara, enseguida la vio levantar la cabeza con expresión confusa y entonces se puso a llorar.


Al ver que Paula no se movía, preguntó:

–¿No va a ir a agarrarla en brazos?


–Si se la agarrara cada vez que algo le sale mal, no aprendería a seguir intentándolo. Se calmará en seguida.


Mia dejó de llorar de golpe y volvió a comenzar de cero.


–¿Lo hace mucho? –quiso saber después de observarla durante unos minutos.


–Prácticamente todo el tiempo desde hace tres días. Es una niña muy testaruda. Intenta las cosas una y otra vez hasta que consigue hacerlas. Supongo que lo ha heredado de mi padre.


–Discúlpeme –le dijo–. ¿Quería…?


Dejó la pregunta a medias y parpadeó un par de veces antes de mirarlo de arriba abajo, sorprendida, como si acabara de darse cuenta de cómo iba vestido. Se quedó inmóvil durante unos segundos, hasta que meneó suavemente la cabeza y volvió a mirarlo a la cara con expresión desorientada.


–Perdone, ¿qué ha dicho?


Pedro se preguntó si se habría confundido, quizá sí que fuera una rubia sin cerebro.


–No he dicho nada. Pero creo que usted iba a preguntarme si quería algo.


–Es cierto –dijo, con las mejillas sonrojadas–. ¿Y bien? ¿Quería algo?


–Si tiene un momento, me gustaría hablar con usted.


–Claro –se echó atrás para abrir la puerta de par en par, pero se tropezó con sus propios pies–. Disculpe. ¿Quiere pasar?


Pedro entró en la habitación mientras se preguntaba si habría estado probando el contenido del minibar.


–¿Está usted bien?


–Sí, es que me he echado una siesta y creo que aún no he conseguido despertarme del todo. Supongo que será por el desfase horario.


–¿De qué quería hablar? –le preguntó.


–Quiero saber por qué ha mentido a mi padre.


La vio parpadear y luego abrir la boca para hablar antes de volver a cerrarla sin decir nada. Después respiró hondo:

–¿En qué le he mentido si puede saberse?


–Le ha dicho a mi padre que yo había sido muy amable con usted cuando los dos sabemos que no es cierto.


–¿Y qué se supone que debía decirle? ¿Que el hijo al que quiere y respeta tanto se ha comportado como un auténtico estú…? –se llevó la mano a la boca, pero estaba bastante claro lo que había estado a punto de decir.


Pedro tuvo que apretar los dientes para no quedarse boquiabierto.


–¿Acaba de llamarme estúpido?


Ella meneó la cabeza.


–No.


–Claro que sí. Ha dicho que soy un auténtico estúpido.


–Es posible que lo haya hecho, sí –reconoció con incomodidad.


–¿Es posible?


–Está bien, lo he hecho. Lo he dicho sin pensar. Pero seamos sinceros, Pedro, se ha comportado como un estúpido.


Nadie que no fuera de su familia se había atrevido jamás a insultarlo a la cara. Lo cierto era que le pareció divertido.


–¿Está intentando ganarse mi antipatía?


–Ya siente antipatía por mí y, a estas alturas, no creo que pueda hacer o decir nada para cambiarlo. Y la verdad es que me parece muy triste, pero… –se encogió de hombros–. Pero que conste que no he mentido a Gabriel, simplemente he… suavizado un poco la verdad.


–¿Por qué?


–Ya tiene bastante en la cabeza sin tener que preocuparse por mí. Además, sé defenderme sola.


Si no hubiera conocido a otras como ella, podría haber creído que realmente sentía algo por su padre, pero sabía que no era así. Había salido con una docena de mujeres como ella. Solo le interesaba su dinero y su posición social, pero él iba a encargarse de que no se saliera con la suya.


–Yo no diría que tiene que defenderse de nada –repuso él.


Ella se cruzó de brazos, lo que hizo resaltar la generosidad de sus pechos.


–Lo diría si estuviese en mi lugar.


Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para seguir mirándola a la cara. No se podía negar que era notablemente atractiva y sexy.


–Escuche –comenzó a decirle ella–, no le gusto y me parece bien. Ni siquiera sé por qué y me decepciona que no esté dispuesto a darme una oportunidad, pero no importa. Si le soy completamente sincera, tampoco usted me vuelve loca, así que, ¿qué le parece si nos limitamos a alejarnos el uno del otro?


–Señorita Chaves…


–Paula. Al menos tenga la decencia de llamarme por mi nombre.


–Paula –rectificó él–. ¿Qué te parece si firmamos una tregua?




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 12

 


¿Y eso sería malo?


Además, Pedro estaba seguro de que en realidad había estado haciéndose la difícil para atrapar a su padre y que no tenía intención alguna de marcharse. Claro que quizá en ese caso la distancia fuese el olvido. Quizá así su padre tuviese tiempo de pensar en su relación con la señorita Chaves y de darse cuenta del error que estaba cometiendo.


O quizá, en lugar de esperar a que sucediera algo, Pedro podría pasar a la acción y persuadirla de que se fuera.


La idea le dibujó una sonrisa en la cara.


–Está bien, lo haré –le dijo a su padre.


–¿Cuento con tu palabra?


–Sí –respondió y se dio cuenta de que ya se sentía mejor–. Te doy mi palabra.


–Gracias, hijo. No sabes lo que significa esto para mí. No quiero que te preocupes por nada más. Piensa que estás de vacaciones hasta que yo vuelva.


–Muy bien –convino, más animado de lo que se había sentido en las últimas semanas, desde que su padre había vuelto a casa comportándose como un adolescente enamorado.


–Me ha comentado que quería conocer el pueblo –recordó su padre.


–Pues allí iremos mañana.


–No sabes el alivio que supone esto para mí. Si en cualquier momento necesitas que yo haga algo por ti, solo tienes que decírmelo.


«Mándala de regreso a los Estados Unidos», pensó, pero en realidad ya se iba a encargar él de eso.


Después de colgar, Pedro miró a la piscina y después al balcón de la habitación de la señorita Chaves. Debería darle la noticia de inmediato para que tuviera tiempo de prepararse para la excursión del día siguiente. Así pues, se secó, se puso la camisa, los pantalones cortos y las sandalias y se dirigió al interior de la casa. Pensaba que oiría llorar a la niña al acercarse a la habitación, pero encontró el pasillo en completo silencio.


Llamó a la puerta y Paula abrió inmediatamente. Se había cambiado de ropa. Ahora llevaba unos pantalones de algodón negros, una sencilla camiseta rosa y el pelo recogido en una cola de caballo. Así parecía aún más joven y mucho más relajada que cuando había bajado del avión. Volvió a llamarle la atención lo atractiva que era. Sin maquillaje tenía un aspecto menos sofisticado, pero sus rasgos, la forma de su rostro, eran exquisitos.


Miró a su espalda, al interior de la habitación y vio que había puesto una manta en el suelo. Allí estaba su hija, apoyada sobre las manos y las rodillas, balanceándose adelante y atrás y meneando la cabeza de un lado a otro como un péndulo que se hubiese vuelto loco. Entonces se quedó quieta un segundo antes de caer a un lado y quedarse tumbada boca arriba con gesto confundido.


–¿Está bien? –le preguntó Pedro, por si acaso había que llamar al médico.


Ella miró a su hija con una enorme sonrisa.


–Está muy bien.


–¿Qué estaba haciendo? –Pedro empezaba a tener verdadera curiosidad.


–Gateando.


–No parece que llegue muy lejos.


–Aún no. Primero tiene que aprender a mantener el equilibrio estando de rodillas.


Parecía que todavía le quedaba mucho para lograrlo.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 11

 


Esa noche, Pedro estaba nadando con la esperanza de que el ejercicio físico le ayudara a quitarse el estrés que se le echaba sobre los hombros como una capa de hierro, cuando empezó a sonarle el móvil. Salió de piscina y fue hasta la mesa donde había dejado el teléfono. Era su padre.


A punto estuvo de no responder porque imaginó que su padre habría hablado ya con la señorita Chaves y ella se habría quejado del frío recibimiento que había recibido de él. Seguramente el primer objetivo de aquella mujer sería abrir una brecha entre su padre y él.


–Padre, ¿qué tal está la tía Catalina?


–Muy enferma, hijo –le respondió su padre.


Pedro se le encogió el corazón. No estaba preparado para decir adiós a otro ser querido.


–En este momento la situación es impredecible, pero los médicos tienen esperanzas de que se recupere completamente.


Eso lo hizo respirar aliviado.


–Si necesitas algo, solo tienes que decírmelo.


–Sí que necesito algo, pero antes quería darte las gracias y decirte lo orgulloso que me siento. Orgulloso de ti y avergonzado de mí mismo.


–¿Por qué?


–Sé que te ha resultado muy difícil aceptar que haya podido enamorarme de otra persona, especialmente siendo alguien tan joven, y tenía miedo de que no trataras bien a Paula. Pero sé que has sido muy amable con ella… Siento mucho no haber confiado en ti, hijo. Debería haber sabido que eres un hombre íntegro.


¿Qué demonios le había dicho ella?


Pedro no sabía qué responder. ¿Qué diría si supiese la verdad? ¿Y por qué le habría mentido ella? ¿Era posible que realmente sintiese algo por su padre?


No, eso no podía ser. Sin duda era todo parte de un plan.


–¿Has visto lo preciosa que es la niña? –le preguntó su padre, completamente fascinado.


Pedro no recordaba haberle oído utilizar la palabra «preciosa» nunca.


–Sí –asintió, aunque no la había visto hacer otra cosa que gritar y dormir–. ¿Hay algo urgente sobre el trabajo que deba saber?


–No, no te preocupes por eso. He decidido hacer venir a mi equipo y trabajar desde aquí.


–No es necesario. Yo puedo encargarme de todo mientras estés fuera.


–Ya sabes que me vuelvo loco si no tengo nada que hacer. Así puedo trabajar y al mismo tiempo estar con Catalina.


Eran demasiadas molestias para tan poco tiempo. A no ser que no fuera a ser tan poco tiempo.


–¿Cuánto tiempo esperas estar fuera?


–Le he dicho a Paula que dos semanas –respondió–. Pero la verdad es que podría ser más.


Pedro tuvo un pálpito nada halagüeño.


–¿Cuánto más?


–Con suerte no más de tres o cuatro semanas.


Desde luego, la familia era lo primero, pero le parecía excesivo. Sobre todo teniendo una invitada.


–Un mes es mucho tiempo.


–¿Cuánto tiempo dejó aparcada su vida Catalina para estar con nosotros cuando tu madre estaba enferma?


Su tía había estado varios meses con ellos en la última etapa de la enfermedad y luego algunas semanas más después del funeral.


–Lo siento, estoy siendo muy egoísta. Tienes que estar con ella todo el tiempo que te necesite. Quizá debería ir contigo.


–Te necesito en palacio. Tatiana estará aquí conmigo, así que tienes que ser tú el que se encargue de que no les falte nada a Paula y a Mia.


–Por supuesto –estaba impaciente.


–Y quiero pedirte que las atiendas.


–¿Que las atienda?


–Sí, asegúrate de que no se aburran. Llévalas a ver cosas y haz que lo pasen bien.


Había decidido mantenerse alejado de ella cuanto fuera posible, no convertirse en su guía.


–Padre…


–Sé que es mucho pedir, teniendo en cuenta las circunstancias. Puede que al principio te resulte un poco incómodo, pero así tendréis la oportunidad de conoceros mejor. Es una mujer extraordinaria, hijo. Estoy seguro de que en cuanto la conozcas un poco más, la querrás tanto como yo.


–Padre, no creo que…


–Imagina cómo deben de sentirse su hija y ella, en un país en el que no conocen a nadie. Me siento fatal por dejarla en esa situación. Tardé semanas en convencerla para que viniera a Varieo y, si ahora se marcha, es posible que no quiera volver nunca.