sábado, 17 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 12

 


¿Y eso sería malo?


Además, Pedro estaba seguro de que en realidad había estado haciéndose la difícil para atrapar a su padre y que no tenía intención alguna de marcharse. Claro que quizá en ese caso la distancia fuese el olvido. Quizá así su padre tuviese tiempo de pensar en su relación con la señorita Chaves y de darse cuenta del error que estaba cometiendo.


O quizá, en lugar de esperar a que sucediera algo, Pedro podría pasar a la acción y persuadirla de que se fuera.


La idea le dibujó una sonrisa en la cara.


–Está bien, lo haré –le dijo a su padre.


–¿Cuento con tu palabra?


–Sí –respondió y se dio cuenta de que ya se sentía mejor–. Te doy mi palabra.


–Gracias, hijo. No sabes lo que significa esto para mí. No quiero que te preocupes por nada más. Piensa que estás de vacaciones hasta que yo vuelva.


–Muy bien –convino, más animado de lo que se había sentido en las últimas semanas, desde que su padre había vuelto a casa comportándose como un adolescente enamorado.


–Me ha comentado que quería conocer el pueblo –recordó su padre.


–Pues allí iremos mañana.


–No sabes el alivio que supone esto para mí. Si en cualquier momento necesitas que yo haga algo por ti, solo tienes que decírmelo.


«Mándala de regreso a los Estados Unidos», pensó, pero en realidad ya se iba a encargar él de eso.


Después de colgar, Pedro miró a la piscina y después al balcón de la habitación de la señorita Chaves. Debería darle la noticia de inmediato para que tuviera tiempo de prepararse para la excursión del día siguiente. Así pues, se secó, se puso la camisa, los pantalones cortos y las sandalias y se dirigió al interior de la casa. Pensaba que oiría llorar a la niña al acercarse a la habitación, pero encontró el pasillo en completo silencio.


Llamó a la puerta y Paula abrió inmediatamente. Se había cambiado de ropa. Ahora llevaba unos pantalones de algodón negros, una sencilla camiseta rosa y el pelo recogido en una cola de caballo. Así parecía aún más joven y mucho más relajada que cuando había bajado del avión. Volvió a llamarle la atención lo atractiva que era. Sin maquillaje tenía un aspecto menos sofisticado, pero sus rasgos, la forma de su rostro, eran exquisitos.


Miró a su espalda, al interior de la habitación y vio que había puesto una manta en el suelo. Allí estaba su hija, apoyada sobre las manos y las rodillas, balanceándose adelante y atrás y meneando la cabeza de un lado a otro como un péndulo que se hubiese vuelto loco. Entonces se quedó quieta un segundo antes de caer a un lado y quedarse tumbada boca arriba con gesto confundido.


–¿Está bien? –le preguntó Pedro, por si acaso había que llamar al médico.


Ella miró a su hija con una enorme sonrisa.


–Está muy bien.


–¿Qué estaba haciendo? –Pedro empezaba a tener verdadera curiosidad.


–Gateando.


–No parece que llegue muy lejos.


–Aún no. Primero tiene que aprender a mantener el equilibrio estando de rodillas.


Parecía que todavía le quedaba mucho para lograrlo.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario