sábado, 17 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 13

 


La niña repitió el mismo proceso y volvió a caerse. Pedro cerró los ojos un instante al ver que aterrizaba con la cara, enseguida la vio levantar la cabeza con expresión confusa y entonces se puso a llorar.


Al ver que Paula no se movía, preguntó:

–¿No va a ir a agarrarla en brazos?


–Si se la agarrara cada vez que algo le sale mal, no aprendería a seguir intentándolo. Se calmará en seguida.


Mia dejó de llorar de golpe y volvió a comenzar de cero.


–¿Lo hace mucho? –quiso saber después de observarla durante unos minutos.


–Prácticamente todo el tiempo desde hace tres días. Es una niña muy testaruda. Intenta las cosas una y otra vez hasta que consigue hacerlas. Supongo que lo ha heredado de mi padre.


–Discúlpeme –le dijo–. ¿Quería…?


Dejó la pregunta a medias y parpadeó un par de veces antes de mirarlo de arriba abajo, sorprendida, como si acabara de darse cuenta de cómo iba vestido. Se quedó inmóvil durante unos segundos, hasta que meneó suavemente la cabeza y volvió a mirarlo a la cara con expresión desorientada.


–Perdone, ¿qué ha dicho?


Pedro se preguntó si se habría confundido, quizá sí que fuera una rubia sin cerebro.


–No he dicho nada. Pero creo que usted iba a preguntarme si quería algo.


–Es cierto –dijo, con las mejillas sonrojadas–. ¿Y bien? ¿Quería algo?


–Si tiene un momento, me gustaría hablar con usted.


–Claro –se echó atrás para abrir la puerta de par en par, pero se tropezó con sus propios pies–. Disculpe. ¿Quiere pasar?


Pedro entró en la habitación mientras se preguntaba si habría estado probando el contenido del minibar.


–¿Está usted bien?


–Sí, es que me he echado una siesta y creo que aún no he conseguido despertarme del todo. Supongo que será por el desfase horario.


–¿De qué quería hablar? –le preguntó.


–Quiero saber por qué ha mentido a mi padre.


La vio parpadear y luego abrir la boca para hablar antes de volver a cerrarla sin decir nada. Después respiró hondo:

–¿En qué le he mentido si puede saberse?


–Le ha dicho a mi padre que yo había sido muy amable con usted cuando los dos sabemos que no es cierto.


–¿Y qué se supone que debía decirle? ¿Que el hijo al que quiere y respeta tanto se ha comportado como un auténtico estú…? –se llevó la mano a la boca, pero estaba bastante claro lo que había estado a punto de decir.


Pedro tuvo que apretar los dientes para no quedarse boquiabierto.


–¿Acaba de llamarme estúpido?


Ella meneó la cabeza.


–No.


–Claro que sí. Ha dicho que soy un auténtico estúpido.


–Es posible que lo haya hecho, sí –reconoció con incomodidad.


–¿Es posible?


–Está bien, lo he hecho. Lo he dicho sin pensar. Pero seamos sinceros, Pedro, se ha comportado como un estúpido.


Nadie que no fuera de su familia se había atrevido jamás a insultarlo a la cara. Lo cierto era que le pareció divertido.


–¿Está intentando ganarse mi antipatía?


–Ya siente antipatía por mí y, a estas alturas, no creo que pueda hacer o decir nada para cambiarlo. Y la verdad es que me parece muy triste, pero… –se encogió de hombros–. Pero que conste que no he mentido a Gabriel, simplemente he… suavizado un poco la verdad.


–¿Por qué?


–Ya tiene bastante en la cabeza sin tener que preocuparse por mí. Además, sé defenderme sola.


Si no hubiera conocido a otras como ella, podría haber creído que realmente sentía algo por su padre, pero sabía que no era así. Había salido con una docena de mujeres como ella. Solo le interesaba su dinero y su posición social, pero él iba a encargarse de que no se saliera con la suya.


–Yo no diría que tiene que defenderse de nada –repuso él.


Ella se cruzó de brazos, lo que hizo resaltar la generosidad de sus pechos.


–Lo diría si estuviese en mi lugar.


Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para seguir mirándola a la cara. No se podía negar que era notablemente atractiva y sexy.


–Escuche –comenzó a decirle ella–, no le gusto y me parece bien. Ni siquiera sé por qué y me decepciona que no esté dispuesto a darme una oportunidad, pero no importa. Si le soy completamente sincera, tampoco usted me vuelve loca, así que, ¿qué le parece si nos limitamos a alejarnos el uno del otro?


–Señorita Chaves…


–Paula. Al menos tenga la decencia de llamarme por mi nombre.


–Paula –rectificó él–. ¿Qué te parece si firmamos una tregua?




No hay comentarios.:

Publicar un comentario