sábado, 17 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 14

 


¿Una tregua?


Paula observó el rostro de Pedro detenidamente, intentando dilucidar si estaba siendo sincero, pero lo único en lo que podía fijarse era en su pelo negro. ¿Y por qué no podía dejar de mirar ese pecho moreno y musculoso que tan tentadoramente se dejaba ver bajo la camisa?


–¿A qué viene eso? –le preguntó, tratando de mirar solo por encima de su cuello.


Lo vio cruzar los brazos sobre el pecho y temió que se hubiese dado cuenta de que lo había estado mirando fijamente. ¿Le habría molestado?


–Pensé que querías que te diera una oportunidad –le recordó.


Pero, ¿a qué se debía tan repentino cambio de opinión? No pudo evitar pensar que tramaba algo.


–Claro que quiero, lo que ocurre es que no parecía que estuvieses dispuesto a dármela.


–Eso fue antes de saber que vamos a tener que vernos a menudo durante las próximas semanas.


Eso la hizo parpadear varias veces.


–¿Qué quieres decir?


–Mi padre cree que sería buena idea que nos conociéramos mejor y me ha pedido que ejerza de guía durante su ausencia. Tengo que atenderos a tu hija y a ti y encargarme de que lo pasáis bien.


No, ¿qué había hecho Gabriel? Quería que Pedro le diera una oportunidad, pero no a la fuerza. Eso solo serviría para que la detestara aún más. Por no hablar de que no había contado con que fuera tan…


No sabía cómo explicarlo, pero el caso era que su simple presencia hacía que se tropezara, tartamudeara e hiciera tonterías como quedarse embobada mirándole el pecho o insultarlo a la cara.


–No necesito un guía –le aseguró–. Mia y yo estaremos perfectamente solas.


–Pero por seguridad, no podrías salir sin escolta de palacio.


–¿Por mi seguridad?


–Sí, debemos tener cuidado con ciertos peligros.


–¿Qué clase de peligros?


–Personas a las que les encantaría ponerle las manos encima a la futura reina para poder pedir un cuantioso rescate.


No sabía si decía la verdad o simplemente quería asustarla.


–De lo que se trata es de que mi padre quiere que vayas acompañada –resumió Pedro–. Y quiere que lo haga yo.


–¿Y Tatiana?


–Se va a Italia para estar con él. Siempre lo acompaña a todas partes. Hay gente que piensa incluso… –hizo una pausa y meneó la cabeza–. Olvídalo.


Estupendo, ahora intentaba preocuparla.


Gabriel? podría tener una decena de amantes sin que ella lo supiera. Quizá no fuera cierto lo de su cuñada y en realidad estaba con alguna de sus novias. Quizá… ¡Ah!


Debía recordar que confiaba en Gabriel y no podía permitir que Pedro debilitase dicha confianza con una simple insinuación. Era cierto que no hacía mucho que conocía a Gabriel, pero en ese tiempo siempre había dado muestras de ser un hombre sincero y honrado. Pensaba seguir confiando en él.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 13

 


La niña repitió el mismo proceso y volvió a caerse. Pedro cerró los ojos un instante al ver que aterrizaba con la cara, enseguida la vio levantar la cabeza con expresión confusa y entonces se puso a llorar.


Al ver que Paula no se movía, preguntó:

–¿No va a ir a agarrarla en brazos?


–Si se la agarrara cada vez que algo le sale mal, no aprendería a seguir intentándolo. Se calmará en seguida.


Mia dejó de llorar de golpe y volvió a comenzar de cero.


–¿Lo hace mucho? –quiso saber después de observarla durante unos minutos.


–Prácticamente todo el tiempo desde hace tres días. Es una niña muy testaruda. Intenta las cosas una y otra vez hasta que consigue hacerlas. Supongo que lo ha heredado de mi padre.


–Discúlpeme –le dijo–. ¿Quería…?


Dejó la pregunta a medias y parpadeó un par de veces antes de mirarlo de arriba abajo, sorprendida, como si acabara de darse cuenta de cómo iba vestido. Se quedó inmóvil durante unos segundos, hasta que meneó suavemente la cabeza y volvió a mirarlo a la cara con expresión desorientada.


–Perdone, ¿qué ha dicho?


Pedro se preguntó si se habría confundido, quizá sí que fuera una rubia sin cerebro.


–No he dicho nada. Pero creo que usted iba a preguntarme si quería algo.


–Es cierto –dijo, con las mejillas sonrojadas–. ¿Y bien? ¿Quería algo?


–Si tiene un momento, me gustaría hablar con usted.


–Claro –se echó atrás para abrir la puerta de par en par, pero se tropezó con sus propios pies–. Disculpe. ¿Quiere pasar?


Pedro entró en la habitación mientras se preguntaba si habría estado probando el contenido del minibar.


–¿Está usted bien?


–Sí, es que me he echado una siesta y creo que aún no he conseguido despertarme del todo. Supongo que será por el desfase horario.


–¿De qué quería hablar? –le preguntó.


–Quiero saber por qué ha mentido a mi padre.


La vio parpadear y luego abrir la boca para hablar antes de volver a cerrarla sin decir nada. Después respiró hondo:

–¿En qué le he mentido si puede saberse?


–Le ha dicho a mi padre que yo había sido muy amable con usted cuando los dos sabemos que no es cierto.


–¿Y qué se supone que debía decirle? ¿Que el hijo al que quiere y respeta tanto se ha comportado como un auténtico estú…? –se llevó la mano a la boca, pero estaba bastante claro lo que había estado a punto de decir.


Pedro tuvo que apretar los dientes para no quedarse boquiabierto.


–¿Acaba de llamarme estúpido?


Ella meneó la cabeza.


–No.


–Claro que sí. Ha dicho que soy un auténtico estúpido.


–Es posible que lo haya hecho, sí –reconoció con incomodidad.


–¿Es posible?


–Está bien, lo he hecho. Lo he dicho sin pensar. Pero seamos sinceros, Pedro, se ha comportado como un estúpido.


Nadie que no fuera de su familia se había atrevido jamás a insultarlo a la cara. Lo cierto era que le pareció divertido.


–¿Está intentando ganarse mi antipatía?


–Ya siente antipatía por mí y, a estas alturas, no creo que pueda hacer o decir nada para cambiarlo. Y la verdad es que me parece muy triste, pero… –se encogió de hombros–. Pero que conste que no he mentido a Gabriel, simplemente he… suavizado un poco la verdad.


–¿Por qué?


–Ya tiene bastante en la cabeza sin tener que preocuparse por mí. Además, sé defenderme sola.


Si no hubiera conocido a otras como ella, podría haber creído que realmente sentía algo por su padre, pero sabía que no era así. Había salido con una docena de mujeres como ella. Solo le interesaba su dinero y su posición social, pero él iba a encargarse de que no se saliera con la suya.


–Yo no diría que tiene que defenderse de nada –repuso él.


Ella se cruzó de brazos, lo que hizo resaltar la generosidad de sus pechos.


–Lo diría si estuviese en mi lugar.


Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para seguir mirándola a la cara. No se podía negar que era notablemente atractiva y sexy.


–Escuche –comenzó a decirle ella–, no le gusto y me parece bien. Ni siquiera sé por qué y me decepciona que no esté dispuesto a darme una oportunidad, pero no importa. Si le soy completamente sincera, tampoco usted me vuelve loca, así que, ¿qué le parece si nos limitamos a alejarnos el uno del otro?


–Señorita Chaves…


–Paula. Al menos tenga la decencia de llamarme por mi nombre.


–Paula –rectificó él–. ¿Qué te parece si firmamos una tregua?




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 12

 


¿Y eso sería malo?


Además, Pedro estaba seguro de que en realidad había estado haciéndose la difícil para atrapar a su padre y que no tenía intención alguna de marcharse. Claro que quizá en ese caso la distancia fuese el olvido. Quizá así su padre tuviese tiempo de pensar en su relación con la señorita Chaves y de darse cuenta del error que estaba cometiendo.


O quizá, en lugar de esperar a que sucediera algo, Pedro podría pasar a la acción y persuadirla de que se fuera.


La idea le dibujó una sonrisa en la cara.


–Está bien, lo haré –le dijo a su padre.


–¿Cuento con tu palabra?


–Sí –respondió y se dio cuenta de que ya se sentía mejor–. Te doy mi palabra.


–Gracias, hijo. No sabes lo que significa esto para mí. No quiero que te preocupes por nada más. Piensa que estás de vacaciones hasta que yo vuelva.


–Muy bien –convino, más animado de lo que se había sentido en las últimas semanas, desde que su padre había vuelto a casa comportándose como un adolescente enamorado.


–Me ha comentado que quería conocer el pueblo –recordó su padre.


–Pues allí iremos mañana.


–No sabes el alivio que supone esto para mí. Si en cualquier momento necesitas que yo haga algo por ti, solo tienes que decírmelo.


«Mándala de regreso a los Estados Unidos», pensó, pero en realidad ya se iba a encargar él de eso.


Después de colgar, Pedro miró a la piscina y después al balcón de la habitación de la señorita Chaves. Debería darle la noticia de inmediato para que tuviera tiempo de prepararse para la excursión del día siguiente. Así pues, se secó, se puso la camisa, los pantalones cortos y las sandalias y se dirigió al interior de la casa. Pensaba que oiría llorar a la niña al acercarse a la habitación, pero encontró el pasillo en completo silencio.


Llamó a la puerta y Paula abrió inmediatamente. Se había cambiado de ropa. Ahora llevaba unos pantalones de algodón negros, una sencilla camiseta rosa y el pelo recogido en una cola de caballo. Así parecía aún más joven y mucho más relajada que cuando había bajado del avión. Volvió a llamarle la atención lo atractiva que era. Sin maquillaje tenía un aspecto menos sofisticado, pero sus rasgos, la forma de su rostro, eran exquisitos.


Miró a su espalda, al interior de la habitación y vio que había puesto una manta en el suelo. Allí estaba su hija, apoyada sobre las manos y las rodillas, balanceándose adelante y atrás y meneando la cabeza de un lado a otro como un péndulo que se hubiese vuelto loco. Entonces se quedó quieta un segundo antes de caer a un lado y quedarse tumbada boca arriba con gesto confundido.


–¿Está bien? –le preguntó Pedro, por si acaso había que llamar al médico.


Ella miró a su hija con una enorme sonrisa.


–Está muy bien.


–¿Qué estaba haciendo? –Pedro empezaba a tener verdadera curiosidad.


–Gateando.


–No parece que llegue muy lejos.


–Aún no. Primero tiene que aprender a mantener el equilibrio estando de rodillas.


Parecía que todavía le quedaba mucho para lograrlo.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 11

 


Esa noche, Pedro estaba nadando con la esperanza de que el ejercicio físico le ayudara a quitarse el estrés que se le echaba sobre los hombros como una capa de hierro, cuando empezó a sonarle el móvil. Salió de piscina y fue hasta la mesa donde había dejado el teléfono. Era su padre.


A punto estuvo de no responder porque imaginó que su padre habría hablado ya con la señorita Chaves y ella se habría quejado del frío recibimiento que había recibido de él. Seguramente el primer objetivo de aquella mujer sería abrir una brecha entre su padre y él.


–Padre, ¿qué tal está la tía Catalina?


–Muy enferma, hijo –le respondió su padre.


Pedro se le encogió el corazón. No estaba preparado para decir adiós a otro ser querido.


–En este momento la situación es impredecible, pero los médicos tienen esperanzas de que se recupere completamente.


Eso lo hizo respirar aliviado.


–Si necesitas algo, solo tienes que decírmelo.


–Sí que necesito algo, pero antes quería darte las gracias y decirte lo orgulloso que me siento. Orgulloso de ti y avergonzado de mí mismo.


–¿Por qué?


–Sé que te ha resultado muy difícil aceptar que haya podido enamorarme de otra persona, especialmente siendo alguien tan joven, y tenía miedo de que no trataras bien a Paula. Pero sé que has sido muy amable con ella… Siento mucho no haber confiado en ti, hijo. Debería haber sabido que eres un hombre íntegro.


¿Qué demonios le había dicho ella?


Pedro no sabía qué responder. ¿Qué diría si supiese la verdad? ¿Y por qué le habría mentido ella? ¿Era posible que realmente sintiese algo por su padre?


No, eso no podía ser. Sin duda era todo parte de un plan.


–¿Has visto lo preciosa que es la niña? –le preguntó su padre, completamente fascinado.


Pedro no recordaba haberle oído utilizar la palabra «preciosa» nunca.


–Sí –asintió, aunque no la había visto hacer otra cosa que gritar y dormir–. ¿Hay algo urgente sobre el trabajo que deba saber?


–No, no te preocupes por eso. He decidido hacer venir a mi equipo y trabajar desde aquí.


–No es necesario. Yo puedo encargarme de todo mientras estés fuera.


–Ya sabes que me vuelvo loco si no tengo nada que hacer. Así puedo trabajar y al mismo tiempo estar con Catalina.


Eran demasiadas molestias para tan poco tiempo. A no ser que no fuera a ser tan poco tiempo.


–¿Cuánto tiempo esperas estar fuera?


–Le he dicho a Paula que dos semanas –respondió–. Pero la verdad es que podría ser más.


Pedro tuvo un pálpito nada halagüeño.


–¿Cuánto más?


–Con suerte no más de tres o cuatro semanas.


Desde luego, la familia era lo primero, pero le parecía excesivo. Sobre todo teniendo una invitada.


–Un mes es mucho tiempo.


–¿Cuánto tiempo dejó aparcada su vida Catalina para estar con nosotros cuando tu madre estaba enferma?


Su tía había estado varios meses con ellos en la última etapa de la enfermedad y luego algunas semanas más después del funeral.


–Lo siento, estoy siendo muy egoísta. Tienes que estar con ella todo el tiempo que te necesite. Quizá debería ir contigo.


–Te necesito en palacio. Tatiana estará aquí conmigo, así que tienes que ser tú el que se encargue de que no les falte nada a Paula y a Mia.


–Por supuesto –estaba impaciente.


–Y quiero pedirte que las atiendas.


–¿Que las atienda?


–Sí, asegúrate de que no se aburran. Llévalas a ver cosas y haz que lo pasen bien.


Había decidido mantenerse alejado de ella cuanto fuera posible, no convertirse en su guía.


–Padre…


–Sé que es mucho pedir, teniendo en cuenta las circunstancias. Puede que al principio te resulte un poco incómodo, pero así tendréis la oportunidad de conoceros mejor. Es una mujer extraordinaria, hijo. Estoy seguro de que en cuanto la conozcas un poco más, la querrás tanto como yo.


–Padre, no creo que…


–Imagina cómo deben de sentirse su hija y ella, en un país en el que no conocen a nadie. Me siento fatal por dejarla en esa situación. Tardé semanas en convencerla para que viniera a Varieo y, si ahora se marcha, es posible que no quiera volver nunca.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 10

 


¿Qué casa? Había realquilado su apartamento mientras estuviese en Varieo. Tenía un presupuesto muy ajustado y, habiendo pedido unas vacaciones sin sueldo, no tenía dinero para el alquiler.


–Te esperaré aquí –le dijo a Gabriel.


–Te prometo que hablaremos a diario. ¿Tienes tu ordenador?


–Sí, pero no he podido conectarme a Internet.


–Díselo a Pedro. Le he pedido que se asegure de que no te falte de nada. Fue a recibirte, ¿verdad?


–Sí.


–¿Y estuvo amable?


Podría decirle la verdad, pero solo serviría para hacer que Gabriel se sintiera mal y que aumentara la antipatía que le profesaba Pedro.


–Sí, muy amable.


–Me alegro mucho. La muerte de su madre ha sido un golpe muy duro para él.


–Y le será muy difícil imaginarte con otra persona.


–Exacto. Me siento muy orgulloso de él por haberte aceptado.


No lo estaría tanto si supiese cómo se había comportado realmente, pero eso quedaría entre Pedro y ella.


–¿Estarás bien?


–Claro. Estoy deseando visitar el pueblo.


–Seguro que Pedro estará encantado de acompañaros. Deberías proponérselo.


–Puede que lo haga –dijo, sabiendo que no era así.


–Seguro que acabaréis siendo amigos en cuanto os conozcáis mejor.


Ella no lo tenía tan claro.


–Te he dejado una sorpresa en el primer cajón del escritorio –le dijo entonces Gabriel.


–¿Qué clase de sorpresa? –preguntó ella, dirigiéndose ya hacia la mesa de trabajo.


–No sería una sorpresa si te lo dijera –bromeó–. Ve a ver.


Dentro del cajón encontró una tarjeta de crédito a su nombre. La agarró y suspiró.


–Gabriel, te lo agradezco mucho, pero…


–Sí, sí, lo sé. Eres demasiado orgullosa para aceptar un regalo mío. Pero yo quiero que lo hagas.


–No me sentiría cómoda gastándome tu dinero.


–Imagínate que ves algo que te gusta en el pueblo. Sé que no tienes muchos fondos y quiero que puedas darte algún capricho.


–Te tengo a ti, no necesito nada más.


–Por eso me pareces tan increíble, querida. Y por eso te quiero. Pero prométeme que la llevarás encima, por si acaso.


–La tendré a mano –le prometió al tiempo que volvía a dejarla en el cajón porque sabía que jamás gastaría ni un céntimo.

 

–Te echo mucho de menos, Paula. Estoy deseando empezar nuestra vida juntos.


–Si me quedo –matizó para recordarle que aún no había nada seguro.


–Te quedarás –aseguró con la misma seguridad y la misma certeza que había mostrado el día que le había pedido que se casara con él–. Tengo que dejarte, Paula. Ha venido el médico y quiero hablar con él.


–Claro.


–Te quiero, mi dulce Paula.


–Y yo a ti –respondió ella justo antes de que colgara.


Gabriel era una persona de fiar y eso era lo que necesitaba ella en un hombre. Ya había vivido muchas emociones, ahora buscaba una relación madura y duradera y eso era algo que Gabriel podía darle. Eso y mucho más, siempre y cuando ella fuese lo bastante lista y lo bastante fuerte para permitirle que lo hiciera.


viernes, 16 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 9

 


Paula se despertó sobresaltada, con el pulso acelerado y desorientada. Pero, a medida que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y pudo ver la habitación, recordó dónde estaba.


Al principio pensó que había dormido tanto que se había hecho de noche, pero luego se fijó en que alguien le había cerrado las cortinas. Agarró el teléfono para ver la hora y comprobó con alivio que solo había dormido una hora y media y que no tenía ninguna llamada perdida de Gabriel.


Marcó su número, pero igual que antes, le saltó directamente el buzón de voz, así que colgó y fue en busca del ordenador portátil, pensando que quizá le hubiera mandado un correo electrónico, pero no pudo conectarse a Internet porque le pedía una contraseña que no tenía. Tendría que pedirla.


El hecho de no haber sabido nada de Karina le hacía pensar que Mia seguía durmiendo. De pronto se dio cuenta de que no sabía qué hacer sin tener que cuidar de su hija. Hasta que se acordó de todas las maletas que la esperaban en el vestidor y decidió matar el tiempo deshaciendo el equipaje.


Se levantó de la cama, pero al entrar en el vestidor no vio las maletas, sino la ropa perfectamente colocada en perchas y estantes. Debía de haber estado allí la doncella mientras ella dormía.


Se puso una ropa más cómoda mientras se preguntaba a qué hora se cenaría en el palacio. Fue a la sala de estar, donde el último sol de la tarde se colaba por las ventanas e inundaba el suelo alfombrado. Al salir a la terraza, se topó con una temperatura tan elevada que le cortó la respiración por un momento. A sus pies se extendía una enorme pradera verde con lechos de flores y, aún más cerca, la piscina de dimensiones olímpicas. Gabriel había presumido de haber mandado construir la piscina porque Pedro era un magnífico nadador; eso explicaba el musculado torso que tenía.


No tenía ningún sentido que estuviera pensando en el torso de Pedro, ni en ninguna otra parte de su cuerpo.


Entonces sonó el teléfono y apareció el nombre de Gabriel en la pantalla. Por fin. El corazón se le llenó de alegría.


El sonido de su voz fue como un bálsamo para sus nervios. Imaginó su rostro, sus amables ojos oscuros y su sonrisa.


–Siento mucho no haber podido estar allí para recibirte –le dijo en su lengua materna, que era tan parecida al italiano, que a Paula no le había costado nada aprenderla.


–Te echo de menos –le dijo ella.


–Lo sé y lo siento. ¿Qué tal el viaje? ¿Qué tal está Mia?


–Fue muy largo y Mia no durmió mucho, pero ahora está durmiendo la siesta y yo también he dormido un buen rato.


–Salí solo veinte minutos antes de que llegaras tú.


–Tu hijo me ha dicho que tenías que atender un asunto familiar. Espero que vaya todo bien.


–Ojalá fuera así. La hermanastra de mi mujer ha sufrido una repentina infección y han tenido que llevársela al hospital.


–Cuánto lo siento, Gabriel –le había hablado de su cuñada, Catalina, que se había quedado con él y con su hijo tras la muerte de la reina–. Sé que estáis muy unidos. Espero que no sea nada grave.


–Están atendiéndola, pero dicen que aún no está fuera de peligro. Espero que lo comprendas, pero no puedo dejarla sola. Ella nos ayudó mucho a Pedro y a mí cuando la necesitamos. Creo que debo quedarme.


–Claro que debes hacerlo. La familia siempre es lo primero.


Lo oyó suspirar, aliviado.


–Sabía que lo comprenderías. Eres una mujer extraordinaria, Paula.


–¿Cuánto tiempo crees que estarás allí?


–Puede que un par de semanas, pero no lo sabré con certeza hasta que se vea cómo responde al tratamiento.


¿Dos semanas sola con Pedro? ¿Qué era eso, alguna broma?


–Te prometo que volveré tan pronto como pueda –le aseguró Gabriel–. A menos que prefieras volver a casa hasta que yo regrese.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 8

 

Después de salir de la habitación de la señorita Chaves, Pedro pasó por su despacho, donde su ayudante, Claudia, estaba sentada frente al ordenador jugando al solitario.


–¿Se sabe algo de mi padre? –le preguntó.


La secretaria meneó la cabeza sin apartar la mirada del ordenador.


–Me alegra comprobar lo bien que aprovechas el tiempo –le dijo bromeando.


Ella ni siquiera parpadeó y mucho menos apartó la mirada de las cartas de la pantalla.


–Estos juegos mantienen ágil la mente.


Con casi setenta años, nadie se habría atrevido a decir que la mente de Claudia no era ágil. Llevaba trabajando para la familia real desde 1970 y había sido también la secretaria de la reina. Todo el mundo creía que se jubilaría tras la muerte de la reina, pero no. Aseguraba que el trabajo la mantenía joven y, dado que su esposo había fallecido hacía dos años, Pedro imaginaba que se sentiría sola.


–¿Estás cansado? –le preguntó al mirarlo y verlo bostezar.


Después de todo un mes luchando con el insomnio, siempre estaba cansado y no estaba de humor para otro sermón.


–Estoy seguro de que dormiré como un bebé en cuanto se vaya.


–¿Tan mala es?


–Es horrible.


–¿Lo sabe después de pasar con ella… treinta minutos?


–Lo supe en cuanto la vi bajar del avión.


–¿Y en qué se basa?


–Solo quiere su dinero.


Claudio enarcó una ceja.


–¿Se lo ha dicho ella?


–No es necesario que lo haga. Es joven, guapa y madre soltera. ¿Qué otra cosa podría querer de un hombre de la edad de mi padre?


–Para su información, Alteza, un hombre con cincuenta y seis años no es tan viejo.


–Para ella sí.


–Su padre es un hombre atractivo y encantador. ¿Quién dice que no pueda haberse enamorado de él?


–¿En solo unas semanas?


–Yo me enamoré de mi marido en nuestra primera cita. No subestime el poder de la atracción.


Pedro apretó los dientes. La idea de que su padre y esa mujer… ni siquiera quería pensar en ello. No tenía la menor duda de que ella lo había seducido. Así era como actuaban las de su clase. Lo sabía por experiencia, él mismo lo había sufrido. Y su padre, a pesar de su firme integridad moral, era tan vulnerable a sufrirlo como cualquier otro.


–¿Es muy atractiva? –le preguntó Claudia.


Por mucho que deseara decir lo contrario, no podía negar su belleza.


–Sí. Pero tuvo una hija sin estar casada.


Claudia abrió la boca con fingida sorpresa.


–¡Que le corten la cabeza!


Pedro le lanzó una mirada heladora.


–¿Se acuerda en qué siglo estamos? Los derechos de las mujeres, la igualdad y todas esas cosas.


–Sí, pero mi padre es un hombre muy tradicional. No es propio de él. Lo que ocurre es que se siente solo, echa de menos a mi madre y por eso no piensa con claridad.


–Me parece que lo está subestimando. El rey es muy inteligente.


Eso era cierto, pero también era obvio que estaba confuso. Nadie podría convencerlo de que lo que estaba pasando entre su padre y la señorita Chaves no era algo temporal. Hasta que ella se fuera, se limitaría a evitarla.