martes, 13 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO FINAL

 


Pedro soltó una risa ahogada: parecía mentira que llevasen cinco años casados y que Paula, aún se sonrojara de vez en cuando, con sus piropos. Su matrimonio conservaba la pasión del primer encuentro amoroso, aunque de vez en cuando discutieran fuertemente. Pero después de la tormenta, volvía la calma. Pero Alfonso seguía opinando que casarse con Paula había sido el mayor acierto de su vida.


—Por cierto, tu abuela nos ha regalado una botella de champán para que celebremos el aniversario. Realmente, ha sido un detalle por su parte, haberse quedado con los niños.


—Pero si les encanta tener en casa a Jeny y a Kevin—dijo la ranchera, sonriendo—. Lo peor es que los miman demasiado.


Paula sacó las copas y Pedro descorchó la botella.


—Es extraño que no hayan querido venir a Montana para cuidarlos —siguió diciendo Paula.


—Eva estaba sugiriendo últimamente que por qué no teníamos otro bebé —dijo Pedro, mirando al vientre plano de la ranchera—. He pensado que sería una buena idea para un día como hoy.


—La respuesta es sí, teniendo en cuenta lo controlada que tienes a mi fertilidad.


—Muy bien, eso es lo que quería oír —intervino Alfonso, mientras Paula lamía una gota de champán que se le había resbalado a Pedro por la barbilla.


A continuación, ambos se besaron y Pedro acarició los senos y el vientre de su querida esposa, hasta hacerla vibrar con auténtica pasión.


—No tan deprisa, Pedro. Tenemos toda la noche…


—Haremos todo lo que tú quieras y como quieras —dijo Alfonso, mirándola dulcemente.


—Pues has de saber que me encuentro muy en forma, Pedro.


Acto seguido, la pareja se metió dentro de la tienda, manchando el saco de dormir con el champán que habían derramado sin querer. Ambos rieron, porque el incidente no tenía ninguna importancia.


Entonces, Paula dejó de reír: Pedro la estaba mirando profundamente, ofreciéndole toda su alma. Había muchas mujeres en el mundo que desearían estar en lugar de la ranchera. Sin embargo, allí estaba él, rodeándola con su atlético cuerpo y haciendo que se sintiera más feliz que nunca.


—Feliz aniversario —dijo Paula susurrando—. Te quiero.


—Eso digo yo… ¡Por lo pronto no te vas a deshacer de mí! Espero llegar a celebrar nuestro cincuenta aniversario persiguiendo al ganado y a los niños. Y por supuesto a ti también.


—Por supuesto —dijo lacónicamente su esposa.


Y Paula supo entonces que el que la quería con toda su alma era un auténtico ranchero.



FARSANTES: CAPÍTULO 64

 


—¿Ya esta todo, querida? 


Paula sonrió a su marido, mientras instalaba la tienda de campaña. Se trataba del quinto aniversario de boda y lo iban a celebrar pasando la noche en la peña favorita de Paula.


—No hace falta que te compliques mucho, Pedro. Sólo vamos a pasar una noche, al fin y al cabo.


Alfonso extendió una manta en el suelo.


—Lo sé. Ven aquí mujer —dijo Pedro imitando a los pioneros machistas del Oeste. A continuación, sonrió arrebatadoramente.


Sonriendo a su vez, Paula se sentó, abrazada a su marido.


Era 1 de julio. No disponían de mucho tiempo para celebrar su aniversario, porque el día 4, la fiesta nacional, iba a ser un día de mucho ajetreo. Llegarían nuevos turistas y había que estar muy pendientes de ellos.


Paula apenas podía creer que habían pasado cinco años desde que se conocieron. Su matrimonio había sido un éxito. Pedro disfrutaba enormemente trabajando con ella en el rancho. Cuando se ponía demasiado protector, ella sabía como hacerle reaccionar. Pedro era un esposo y un padre de familia ejemplar.


—¡Hace tanto calor! —dijo Paula, un poco sofocada—. No sé por qué te has empeñado en plantar la tienda…


Pedro sonreía sobre la cabeza de su mujer, que estaba acurrucada en el regazo masculino. Ambos disfrutaban del paisaje que se extendía a sus pies.


—Es que quiero revivir el pasado.


—¿Con una tienda? —preguntó Paula sin entender nada.


—Recuerdo el primer día que llegué aquí. Me pareció horrible tener que dormir en una tienda, sin tener intimidad para ligar con alguna turista soltera.


—O sea, que quieres hacer el amor en la tienda esta noche…


—Si tu quieres ser cariñosa y amable conmigo.


—¿Acaso no lo soy el resto del año? —le interrogó la ranchera.


Desde que se casaron, Pedro había sido tremendamente feliz, compartiendo la vorágine que organizaba su esposa cada día. Ella seguía siendo pura energía para el rancho aunque también era una excelente esposa y una buenísima madre.


Ambos tenían dos hijos: Jenifer, de cuatro años, y Kevin, de dieciocho meses. La niña era el vivo retrato de su madre y el niño adoraba los caballos. Ese amor por los animales lo había heredado de su madre, indudablemente.


—Ha llegado un fax con otra reserva para el día cuatro —dijo Paula, misteriosamente—. ¿A qué no sabes de quién?


—No será de Gabriela…


—Pues, sí. Cuando se lo he dicho a Claudio, se ha puesto muy contento.


—¡Pobrecillo! —exclamó Alfonso, con ironía.


—Silencio. Gabriela lo quiere de verdad —le reprendió Paula.


—La verdad es que no me los imagino casados.


—Tú tampoco querías casarte cuando llegaste por primera vez —replicó la ranchera.


Ella tenía razón.


—De acuerdo, lo admito. Pero Claudio no me saca ventaja.


—¿A qué ventaja te refieres? —preguntó Paula.


—El no te tiene a ti por esposa.


—Ah… —murmuró la granjera, poniéndose roja.




lunes, 12 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 63

 


La joven se acurrucó contra el pecho de Alfonso. Se suponía que era profesora de ciencias: debería saber todo lo que ocurre en el cuerpo humano, con eficiencia y seguridad. Pero no comprendía por qué las sensaciones que le producía Pedro eran tan maravillosas.


—Te quiero —susurró Paula.


—¿Qué dices? —preguntó atónito, Pedro, sin poder creer lo que estaba oyendo.


—Te quiero —repitió ella, rápidamente—. Y me iré contigo a Seattle o Nueva York, si es necesario. No te prometo que encaje muy bien en tu estilo de vida, pero lo voy a intentar. Entonces, ¿te vas a casar conmigo, o no?


Alfonso miró a Paula, que esperaba su contestación con la barbilla desafiante, preparada para oír tanto un sí, como para aceptar un posible rechazo.


Pedro no sabía si reír, o si zarandearla.


—Por supuesto que vamos a casarnos. Por cierto: ¿te he dicho que te quiero?


—¿Sí? —pronunció Paula, llena de alegría y con los verdes ojos, más brillantes que nunca.


Alfonso jamás pudo imaginar que existiese una mujer tan llena de vida y tan valiente. ¡Para colmo, ambos estaban hechos el uno para el otro!


—Te amo, Paula. He sido muy terco hasta que lo he aceptado. Si no te hubiera conocido subida en aquel árbol, me habría perdido lo mejor de la vida. Por mucho dinero que hubiera ganado, no habría sido igual. Quiero que veamos a nuestros hijos crecer en el rancho, es lo mejor que les podemos ofrecer —dijo Pedro, acariciando sensualmente los ojos y los labios de su prometida.


—¿Nuestros hijos?


—Claro, un montón de ellos —contestó Alfonso, rápidamente—. ¿Acaso no te gusta la idea?


—Sí, por supuesto.


—Pero tendrás que permanecer tranquila cuando estés embarazada y te dejarás cuidar con esmero. En ese sentido, sé que soy muy tradicional.


—Sí, verdaderamente, eres un poco dinosaurio: el embarazo no incapacita a las mujeres para seguir con sus actividades profesionales —replicó Paula, muerta de risa.


—¡Querida, no estoy bromeando!


—De acuerdo, tendré cuidado.


Aunque le hiciera caso, Pedro estaría alerta por si acaso. ¡Era tan independiente!


—Además, no vamos a vivir en una ciudad —ordenó el joven—. Detesto las ciudades. Son el polo opuesto de lo que necesitan los niños para crecer saludablemente.


—No odias la ciudad —insistió su prometida—. Recuerdo perfectamente que dijiste que detestabas los pueblos pequeños; la verdad es que no te entiendo.


—No me gustan las ciudades grandes, pero lo bueno que tienen es que no hay tantos cotillas siguiéndote la pista en cada instante. Por otra parte, la ciudad es la mejor plataforma para adquirir reputación. De ese modo, lograría mi sueño dorado: dejar de ser un chico de segunda en un barrio equivocado.


Paula le tomó la cara con las manos y le dio un beso largo y lleno de ternura.


—No tienes nada que demostrar, ni a mi ni a nadie. No vas a volver a ser una persona de segunda, en la vida. ¿Comprendido, Pedro Alfonso?


Pedro respiró con más libertad, tras las palabras de su prometida. Ella lo amaba y creía en él. Las demostraciones no eran necesarias entre los dos.


—De acuerdo —aceptó Alfonso, mirándola a los ojos—. Viviremos en Montana y no quiero oír ni una queja al respecto.


—Pero…


Alfonso llevó a Paula al balancín del porche porque desde allí estaban libres de cualquier mirada por parte de los trabajadores del rancho.


—Supongo que tendremos grandes discusiones —sonrió Pedro, abrazando más fuerte a su prometida.


Paula le sonrió a su vez con deseo y eso hizo que Alfonso sintiese necesidad y ternura, al mismo tiempo.


—¿Estás preocupado por las peleas? —le preguntó Paula a su prometido.


—En absoluto. Alguien me dijo que el truco consiste en desear la reconciliación, más que nada en el mundo —dijo Pedro, desabrochando un botón de la camisa y besándole el hombro.


—Creo que esto se va a poner divertido —adujo Paula, guiñándole un ojo al joven.


—Por supuesto que sí. Vete practicando la manera de resolver nuestros enfrentamientos… —propuso Pedro, besándola de nuevo en el hombro.


De pronto, se oyó un ruido.


—Ejem…


Paula descubrió a sus abuelos, por encima del hombro de Pedro.


—Hola, abuelos. Estaba hablando con Pedro y…


Alfonso se echó a reír y su prometida le dio un golpe en el pecho.


—Supongo que estaréis celebrando una nueva fiesta de compromiso —dijo Eva, con las manos en las caderas.


—Pero si ya hemos tenido una —respondió Paula, sintiéndose culpable.


—Esta vez será distinto. Haremos una gran fiesta para un compromiso auténtico.


—¿Ya sabíais que todo había sido una comedia? —quiso saber Paula.


—Pues claro que lo sabían, querida. ¡No ves que son personas inteligentes! —dijo Alfonso con énfasis.


—Pero como no dijiste nada cuando accediste a vendernos el rancho…


Samuel se excusó.


—Tu prometido tenía razón. Debí venderte la hacienda hace tiempo.


—O sea que ya sabías que nuestro compromiso era falso, cuando estuvimos hablando esta tarde y, por fin, me cediste el relevo del rancho —dijo Paula.


—Sí, me lo dijo Pedro cuando estuvimos charlando sobre el futuro de la finca —reconoció Samuel.


—¿Por qué no me lo habías dicho antes, Pedro?


—De verdad que lo intenté, pero no me diste la oportunidad de contártelo.


La vaquera no tuvo más remedio que excusarse.


—Lo siento, es verdad que no quise oír tus argumentos.


—No importa. Finalmente parece que todo se ha resuelto felizmente —exclamó Alfonso, sonriendo abiertamente.


—¿Entonces estáis prometidos de verdad, esta vez? —quiso saber Eva, con ansiedad.


—Sí, abuela —contestó la nieta besando a su prometido, alegremente.


—Y fueron precisos doce días para tomar la decisión, siete más que para tus abuelos —bromeó Alfonso—. Nuestros hijos se divertirán cuando se lo cuente.


Ambos intercambiaron una mirada de complicidad.




FARSANTES: CAPÍTULO 62

 


La acusación de Pedro la había herido. Era cierto que lo único que le interesaba en la vida era el rancho. Por otra parte, Alfonso le había dicho que estaba loco por ella. Eso le sonaba a sexo sin amor. Aunque la verdad era que ella también lo deseaba con toda su alma.


Instintivamente, había guiado al caballo a su lugar favorito: la roca donde había pasado la noche con su prometido. Recordaba las palabras de amor y las caricias que se habían prodigado mutuamente. Siempre había soñado encontrar al hombre de su vida, pero Alfonso no se parecía demasiado al prototipo. Era frío, calculador y además, posesivo y celoso.


Pero lo amaba.


—¿Qué voy a hacer? —suspiró Paula, hecha un lío—. ¿Qué pasaría si lo aceptase como socio y como marido?


De repente, supo con claridad que aunque tuviese que elegir entre el rancho o él, se quedaría con él, porque la tierra de sus ancestros no significaba nada sin el amor.


—Dime algo —le dijo Paula a Pedro, que estaba esperándola en el porche.


Estaba serio, ¡tan sólido y real! Sin duda, esperaba la respuesta de la vaquera.


—¿Qué es lo que me tienes que decir?


—¿Habrías venido a Montana si hubieses sabido lo que nos iba a pasar?


Pedro hizo un gesto de amargura.


—Depende de lo que me digas en los próximos cinco minutos. De todas formas, te aviso que yo también soy testarudo y no me quedo arrinconado por nada…


—Lo sé —contestó Paula, metiéndose las manos en los bolsillos.


Era una experta domando caballos y llevando el negocio del rancho, pero era muy torpe en el amor. Y Pedro era sensacional: gustaba a todo tipo de mujeres.


El rancho la había alejado de los peligros que acarreaba el hecho de estar enamorada. Pero, sobre todo, de la alegría. No podía olvidar la alegría que había sentido al estar en los brazos de Alfonso, aunque, por otra parte, el amor había resultado ser verdaderamente traumático. El romanticismo se había evaporado, hasta agotarse.


—Bueno, querida —dijo Pedro—. Puede que no sea el marido perfecto pero estoy dispuesto a intentar cambiar mi forma de ver el matrimonio. ¿Qué te parece? ¿Estarías dispuesta a compartir el sueño de tu vida?


—Yo… —murmuró Paula.


No podía articular palabra. Él no le había dicho todavía que la amaba, pero ella sabía que estaba loca por él. Ese estado de enamoramiento la asustaba terriblemente. Después de todo, ella no era ni rubia ni sofisticada…


Pedro le tomó la mano entre las suyas, tiernamente. Ella sabía que las estaba observando detenidamente: los dedos eran finos y delicados, pero no se había arreglado las uñas. En un rancho, la manicura no tenía razón de ser… Paula no estaba segura de poder vivir en Nueva York, por mucho que lo intentara. Estaba claro que no era el tipo de persona que disfrutase prodigándose en todas las fiestas, con modelos de diseñadores famosos.


Alfonso apretó un poco mas las manos de la futura ranchera.


—¿Sabes una cosa? No podría casarme con una mujer del estilo de Saul —dijo Pedro, tomando un mechón de pelo color canela—. Las rubias sin sustancia son perfectas para el instituto, pero yo preferiría el castaño rojizo de una mujer de verdad, que fuese el amor de mi vida.


—Pero… —quiso decir Paula.


—Yo buscaba una pareja que fuese reservada y elegante. Sin duda estaba pensando en Grace Kelly. Como realmente no quería tener esposa, lo idóneo era pensar en una mujer distante y fría, como la actriz.


—Podrías haber elegido entre cientos de mujeres —comentó su acompañante.


—Eso es algo halagador, pero no del todo cierto —repuso Pedro, mientras le acariciaba la palmas de las manos—. Sigamos… yo ansiaba la sofisticación. Pero hay muchas maneras de ser sofisticada. Por ejemplo, apreciando a la gente tal y como es, consolando a Gabriela Scott a pesar de haberse portado mal previamente.


—Oh… ¿Estuviste escuchándonos cuando estuvimos hablando? —preguntó la vaquera poniéndose colorada, pero sintiendo una punzada de satisfacción en el pecho.


—Sí, os estuve espiando. Te portaste fenomenal, siendo tan comprensiva con una persona que no se lo merecía…


—Estaba realmente triste; creo que se ha enamorado sinceramente de Claudio.


—¡Eso sería un milagro! —comentó Alfonso divertido, en vez de mostrarse sarcástico—. ¿Te das cuenta de que esa lista era para gente sin la más mínima intención de casarse? No estaba hecha para nosotros dos.


—Y entonces, ¿qué piensas de que sea tan emocional?


Pedro la estrechó entre sus brazos fuertemente, sin apenas dejarla respirar. El contacto de sus cuerpos hizo que Paula sintiera una sensación nueva aunque muy placentera, en su interior. Además, Alfonso estaba sonriendo porque en cuanto a sensaciones, los dos iban en el mismo barco.


Pedro —arguyó desesperadamente, la vaquera—. No quiero que sigas acariciándome.


—Oh, pensé que era parte de la imperancia de tus emociones. Además sé perfectamente que me deseas y que eres incapaz de ocultar tus sentimientos. ¡Eres tan honesta, Paula! —Alfonso se puso serio y la besó sensualmente en el cuello—. No eres como mis padres: ellos nunca fueron honestos entre sí.


—No estoy muy convencida de ser tan honesta.


—Claro que lo eres —repuso Pedro.




FARSANTES: CAPÍTULO 61

 


—Pedro Alfonso, ¿se puede saber por qué te metes en mis asuntos? —preguntó Paula, tremendamente enfadada.


Pedro estaba durmiendo la siesta, apaciblemente.


—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Alfonso.


—Has hecho un trato con el abuelo a mis espaldas.


Alfonso lo tenía decidido: entre su futuro como agente de bolsa y Paula, se quedaba con la vaquera. De hecho, ambos se quedarían a vivir en Montana y él podría seguir trabajando con Wall Street gracias a la tecnología informática más moderna.


Contento con la decisión que había tomado, el joven se había dormido un rato en la tienda de campaña.


Pero al despertar, se dio cuenta de que con Paula las cosas no iban a ser fáciles.


—¿No es lo que más deseabas en el mundo? Lo único que he hecho ha sido agilizar los trámites.


—No tienes derecho a meterte en mi vida. Llevo ahorrando años y años, y ahora, porque aparece un agente de bolsa forrado de dinero, el abuelo accede a que los dos llevemos el rancho.


Pedro volvió a recordar que no debía dejarse vencer por la cólera.


—Querida, no es que Samuel no confiase en ti. Lo que quiere es que compartas tu vida en el rancho con alguien que te comprenda. No quiere que estés sola, porque Montana en invierno es muy duro.


—Ah… —dijo Paula, desconfiadamente.


—Eres tan testaruda que solo piensas en la propiedad y no eres capaz de escuchar.


—¿Qué es lo que tengo que oír? —dijo la vaquera sarcásticamente.


—Lo que te voy a decir…


—Claro. ¡Como podía olvidar que eres el agente de bolsa perfecto! No crees en el matrimonio y te quieres ir a vivir a Nueva York.


—Y el hombre que está locamente enamorado de ti, tanto que es capaz de hablar de estas tonterías y más…


—O sea, que soy tonta.


Era difícil no enfadarse con Paula.


—Querida, eres guapa e inteligente pero no sabes escuchar.


—Ya sé lo que me vas a decir: que no puedo con el rancho yo sola.


—Pues no. Lo que tengo que comunicarte es que, además de ser tu socio quiero ser tu marido. Y lo voy a ser, no te quepa la menor duda.


La vaquera estaba confusa.


—No puedo creerlo —dijo ella.


—Pues ve haciéndote a la idea.


Y sin más palabras, Pedro tomó a Paula en sus brazos y la besó profundamente, pidiéndole amor y tratando de deshacerse de tanta enconada palabrería.


Paula lo besaba con pasión. Pero seguía confusa.


—Por favor, Pedro, no sigas —dijo la vaquera, sintiendo la tersura y el calor de su lengua, dentro de su propia boca.


A pesar de desearlo ardientemente, ella necesitaba estar sola para pensar en la propuesta de Alfonso.


—No te vayas, Paula —susurró el joven con los ojos más oscuros que nunca.


—Lo siento, pero me tengo que ir.


La vaquera entró en la cuadra y montó a su caballo, que llevaba ensillado desde antes de hablar con el abuelo.


Como al animal le gustaba galopar, Paula le dio carta blanca para que se alejara lo antes posible.



domingo, 11 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 60

 


—Paula dice que soy un viejo estancado en el pasado y que por eso no quiero venderle el rancho —dijo Samuel Harding, caminando al mismo paso que el caballo de Pedro.


—¿Es ésa la verdad? —preguntó Alfonso.


—No. Quiero a todos mis nietos por igual, pero Paula es distinta. Tiene verdadero apego a estas tierras.


—Entonces, ¿por qué no le ha vendido usted la propiedad? —quiso saber Pedro—. Usted, que la comprende mejor que nadie, debería haberle hecho caso, vendiéndole la hacienda hace tiempo.


Samuel sonrió débilmente.


—Quiero a este rancho. Pero la vida aquí es muy dura en muchas ocasiones. Para un hombre ya es difícil encontrar a una media naranja con quien compartir su vida. Para una mujer, es prácticamente imposible. Puede que el mundo haya cambiado mucho, pero aquí lo que te digo sigue siendo complicado. Si Paula y Augusto se hubiesen casado, las cosas habrían sido distintas. Pero nunca han tenido una relación más allá de la amistad.


—Ah —murmuró Pedro, comprendiendo de pronto los motivos por los cuales el abuelo no quería vender su finca a Paula. Lo que quería era que compartiera su vida con un hombre que la apoyara en todo momento. Y, por supuesto, no es que dudara de la capacidad de la joven vaquera para los negocios.


Pero con esa conversación, Alfonso no quería ganar puntos con Samuel, sino asegurar con su colaboración el traspaso de la propiedad a manos de Paula.


Pedro nunca haría daño a la vaquera, ni al rancho. Sin embargó, podía ayudarla a financiar los costes de la hacienda, si las cosas iban mal. En efecto, no todos sus clientes eran detestables: algunos apostaban por nuevos negocios, rebosantes de futuro.


Pedro siguió hablando con Samuel.


—La verdad es que no estamos prometidos. Todo comenzó con una broma, pero la noticia se extendió rápidamente —dijo Pedro, tristemente—. Yo estoy enamorado de ella y ella de mí, pero no nos ponemos de acuerdo. Ella sólo piensa en el rancho. Usted dijo que quería retirarse pronto: yo tengo en el banco una suma suficiente para pagar la compra de la propiedad. Me gustaría que accediese a vender el rancho a su nieta, cuando acabe el verano.


—¿Y si no os ponéis de acuerdo?


Alfonso hizo un gesto amargo.


—Bueno creo que tendrá que concederme una oportunidad, igual que a Paula con la finca. Ella se lo merece, al margen de que nos casamos o no.




FARSANTES: CAPÍTULO 59

 


Había sido un imbécil no siendo consciente de ello, con anterioridad. Si algo le ocurriese a Paula, Alfonso se moriría de pena. No quería verla en peligro de nuevo.


Entró en la cuadra y vio a la joven vaquera pasando un paño húmedo por todo el cuerpo del potro, diciéndole constantemente cosas en un tono suave y reconfortante. Al parecer, lo que había ocurrido en el patio no había sido nada excepcional. Formaba parte de la rutina del rancho.


De pronto, le volvió a la memoria la frase que más agobiaba a Paula. «No quiero tener que elegir entre el rancho y tú». Él tampoco quería que la vaquera hiciese una elección que le pudiese partir el corazón. El rancho formaba parte de la identidad de Paula, como su nombre y su sonrisa. Viviendo fuera del rancho, Paula no sería la misma mujer de la que se había enamorado.


Pero, ¿cómo iba a poder vivir tranquilo sabiendo que el peligro era parte de su trabajo? ¿Y qué iba a ser de sus planes para el futuro, como trasladarse a Nueva York? Si esa meta le parecía poco atractiva, tampoco se sentía lo suficientemente seguro de querer vivir en Montana.


Después de un buen momento, Paula se dio la vuelta y se dirigió a Pedro.


—¿De qué hablabais Augusto y tú? ¿De fútbol o de algo más interesante todavía?


—Le pregunté que si necesitabas ayuda y me contestó que en absoluto.


—Tenía razón.


—Sí, claro —comentó Pedro, un poco asustado todavía.


La vaquera seguía acariciando el morro del potro.


—Tú eres como mi abuelo: piensas que una mujer no puede hacer frente al trabajo de un rancho.


—Yo no pienso eso. Tampoco creo que lo piense Samuel. ¿Te has planteado alguna vez, que lo que quiere es protegerte, o protegerse él mismo por si alguna vez te haces daño de verdad?


—No necesito protección.


—Puede que tú no, pero un padre de familia serio sí protege a su familia. ¿Qué pasaría si estuvieses embarazada? Si piensas que tu marido de dejaría zambullirte en una estampida de vacas o atravesar una ventisca espantosa para ir a alimentar al ganado, estás muy equivocada.


Paula lo miró atónita.


—¿Que qué? —farfulló la vaquera.


—Tú me entiendes perfectamente.


—Bueno, me encantaría tener un socio, no un castillo con mazmorras.


La vaquera siguió al lado del potro para que aprendiera a reconocerla por el tacto y el olor. A él también le había conquistado Paula por su tacto y por su olor, por su risa y su calor. Sobre todo, por el deseo que sentía hacia ella desde el primer día que la conoció.


Pedro sintió dolor y suspiró. Aunque ya se habían dicho todo y ya no quedaban palabras para evitar la ruptura, Alfonso quería que Paula alcanzase sus sueños, aún sin compartirlos con ella.


—Querida, ¿dónde está tu abuelo?


—Creo que salió a dar una vuelta. ¿Por qué?


—Por una cuestión de negocios que tengo que consultarle.


—¿Negocios? —preguntó la vaquera, extrañada.


—Sí —murmuró Pedro, que se dio prisa en sacar a su montura para ensillarla.


El caballo y él habían hecho buenas migas, de modo que después de ponerle la silla, el animal solicitó un premio como era costumbre.


—Ahora mismo te doy una zanahoria —le dijo Alfonso al equino.


En una esquina del establo había un barril lleno de manzanas y zanahorias para premiar a los caballos. Se trataba del último detalle que había incorporado Paula. Como esta idea, cada temporada la vaquera venía llena de nuevas propuestas para hacer más agradable y divertida la vida de los turistas. Con toda certeza, Samuel Harding sabría lo importante que era la aportación de su nieta en la buena marcha del negocio turístico. En el caso de que lo ignorara, Pedro se lo iba a recordar.


—Mi oferta sigue en pie —dijo secamente, Paula, mientras que Pedro estaba listo para salir cabalgando.


—¿Qué oferta?


—Llevarte en avioneta a Rapid City.


Alfonso se sintió mejor, comprobando que no era el único de los dos que estaba confuso y preocupado por el futuro.


—Gracias, pero todavía me quedan dos semanas de vacaciones y pienso aprovecharlas al máximo en Montana.


—En tu caso, lo más inteligente sería marcharse lo antes posible —dijo Paula cáusticamente.


—Pues lo siento, me pienso quedar aquí —replicó Pedro a su vez.