domingo, 11 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 59

 


Había sido un imbécil no siendo consciente de ello, con anterioridad. Si algo le ocurriese a Paula, Alfonso se moriría de pena. No quería verla en peligro de nuevo.


Entró en la cuadra y vio a la joven vaquera pasando un paño húmedo por todo el cuerpo del potro, diciéndole constantemente cosas en un tono suave y reconfortante. Al parecer, lo que había ocurrido en el patio no había sido nada excepcional. Formaba parte de la rutina del rancho.


De pronto, le volvió a la memoria la frase que más agobiaba a Paula. «No quiero tener que elegir entre el rancho y tú». Él tampoco quería que la vaquera hiciese una elección que le pudiese partir el corazón. El rancho formaba parte de la identidad de Paula, como su nombre y su sonrisa. Viviendo fuera del rancho, Paula no sería la misma mujer de la que se había enamorado.


Pero, ¿cómo iba a poder vivir tranquilo sabiendo que el peligro era parte de su trabajo? ¿Y qué iba a ser de sus planes para el futuro, como trasladarse a Nueva York? Si esa meta le parecía poco atractiva, tampoco se sentía lo suficientemente seguro de querer vivir en Montana.


Después de un buen momento, Paula se dio la vuelta y se dirigió a Pedro.


—¿De qué hablabais Augusto y tú? ¿De fútbol o de algo más interesante todavía?


—Le pregunté que si necesitabas ayuda y me contestó que en absoluto.


—Tenía razón.


—Sí, claro —comentó Pedro, un poco asustado todavía.


La vaquera seguía acariciando el morro del potro.


—Tú eres como mi abuelo: piensas que una mujer no puede hacer frente al trabajo de un rancho.


—Yo no pienso eso. Tampoco creo que lo piense Samuel. ¿Te has planteado alguna vez, que lo que quiere es protegerte, o protegerse él mismo por si alguna vez te haces daño de verdad?


—No necesito protección.


—Puede que tú no, pero un padre de familia serio sí protege a su familia. ¿Qué pasaría si estuvieses embarazada? Si piensas que tu marido de dejaría zambullirte en una estampida de vacas o atravesar una ventisca espantosa para ir a alimentar al ganado, estás muy equivocada.


Paula lo miró atónita.


—¿Que qué? —farfulló la vaquera.


—Tú me entiendes perfectamente.


—Bueno, me encantaría tener un socio, no un castillo con mazmorras.


La vaquera siguió al lado del potro para que aprendiera a reconocerla por el tacto y el olor. A él también le había conquistado Paula por su tacto y por su olor, por su risa y su calor. Sobre todo, por el deseo que sentía hacia ella desde el primer día que la conoció.


Pedro sintió dolor y suspiró. Aunque ya se habían dicho todo y ya no quedaban palabras para evitar la ruptura, Alfonso quería que Paula alcanzase sus sueños, aún sin compartirlos con ella.


—Querida, ¿dónde está tu abuelo?


—Creo que salió a dar una vuelta. ¿Por qué?


—Por una cuestión de negocios que tengo que consultarle.


—¿Negocios? —preguntó la vaquera, extrañada.


—Sí —murmuró Pedro, que se dio prisa en sacar a su montura para ensillarla.


El caballo y él habían hecho buenas migas, de modo que después de ponerle la silla, el animal solicitó un premio como era costumbre.


—Ahora mismo te doy una zanahoria —le dijo Alfonso al equino.


En una esquina del establo había un barril lleno de manzanas y zanahorias para premiar a los caballos. Se trataba del último detalle que había incorporado Paula. Como esta idea, cada temporada la vaquera venía llena de nuevas propuestas para hacer más agradable y divertida la vida de los turistas. Con toda certeza, Samuel Harding sabría lo importante que era la aportación de su nieta en la buena marcha del negocio turístico. En el caso de que lo ignorara, Pedro se lo iba a recordar.


—Mi oferta sigue en pie —dijo secamente, Paula, mientras que Pedro estaba listo para salir cabalgando.


—¿Qué oferta?


—Llevarte en avioneta a Rapid City.


Alfonso se sintió mejor, comprobando que no era el único de los dos que estaba confuso y preocupado por el futuro.


—Gracias, pero todavía me quedan dos semanas de vacaciones y pienso aprovecharlas al máximo en Montana.


—En tu caso, lo más inteligente sería marcharse lo antes posible —dijo Paula cáusticamente.


—Pues lo siento, me pienso quedar aquí —replicó Pedro a su vez.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario