lunes, 12 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 61

 


—Pedro Alfonso, ¿se puede saber por qué te metes en mis asuntos? —preguntó Paula, tremendamente enfadada.


Pedro estaba durmiendo la siesta, apaciblemente.


—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Alfonso.


—Has hecho un trato con el abuelo a mis espaldas.


Alfonso lo tenía decidido: entre su futuro como agente de bolsa y Paula, se quedaba con la vaquera. De hecho, ambos se quedarían a vivir en Montana y él podría seguir trabajando con Wall Street gracias a la tecnología informática más moderna.


Contento con la decisión que había tomado, el joven se había dormido un rato en la tienda de campaña.


Pero al despertar, se dio cuenta de que con Paula las cosas no iban a ser fáciles.


—¿No es lo que más deseabas en el mundo? Lo único que he hecho ha sido agilizar los trámites.


—No tienes derecho a meterte en mi vida. Llevo ahorrando años y años, y ahora, porque aparece un agente de bolsa forrado de dinero, el abuelo accede a que los dos llevemos el rancho.


Pedro volvió a recordar que no debía dejarse vencer por la cólera.


—Querida, no es que Samuel no confiase en ti. Lo que quiere es que compartas tu vida en el rancho con alguien que te comprenda. No quiere que estés sola, porque Montana en invierno es muy duro.


—Ah… —dijo Paula, desconfiadamente.


—Eres tan testaruda que solo piensas en la propiedad y no eres capaz de escuchar.


—¿Qué es lo que tengo que oír? —dijo la vaquera sarcásticamente.


—Lo que te voy a decir…


—Claro. ¡Como podía olvidar que eres el agente de bolsa perfecto! No crees en el matrimonio y te quieres ir a vivir a Nueva York.


—Y el hombre que está locamente enamorado de ti, tanto que es capaz de hablar de estas tonterías y más…


—O sea, que soy tonta.


Era difícil no enfadarse con Paula.


—Querida, eres guapa e inteligente pero no sabes escuchar.


—Ya sé lo que me vas a decir: que no puedo con el rancho yo sola.


—Pues no. Lo que tengo que comunicarte es que, además de ser tu socio quiero ser tu marido. Y lo voy a ser, no te quepa la menor duda.


La vaquera estaba confusa.


—No puedo creerlo —dijo ella.


—Pues ve haciéndote a la idea.


Y sin más palabras, Pedro tomó a Paula en sus brazos y la besó profundamente, pidiéndole amor y tratando de deshacerse de tanta enconada palabrería.


Paula lo besaba con pasión. Pero seguía confusa.


—Por favor, Pedro, no sigas —dijo la vaquera, sintiendo la tersura y el calor de su lengua, dentro de su propia boca.


A pesar de desearlo ardientemente, ella necesitaba estar sola para pensar en la propuesta de Alfonso.


—No te vayas, Paula —susurró el joven con los ojos más oscuros que nunca.


—Lo siento, pero me tengo que ir.


La vaquera entró en la cuadra y montó a su caballo, que llevaba ensillado desde antes de hablar con el abuelo.


Como al animal le gustaba galopar, Paula le dio carta blanca para que se alejara lo antes posible.



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