—Paula dice que soy un viejo estancado en el pasado y que por eso no quiero venderle el rancho —dijo Samuel Harding, caminando al mismo paso que el caballo de Pedro.
—¿Es ésa la verdad? —preguntó Alfonso.
—No. Quiero a todos mis nietos por igual, pero Paula es distinta. Tiene verdadero apego a estas tierras.
—Entonces, ¿por qué no le ha vendido usted la propiedad? —quiso saber Pedro—. Usted, que la comprende mejor que nadie, debería haberle hecho caso, vendiéndole la hacienda hace tiempo.
Samuel sonrió débilmente.
—Quiero a este rancho. Pero la vida aquí es muy dura en muchas ocasiones. Para un hombre ya es difícil encontrar a una media naranja con quien compartir su vida. Para una mujer, es prácticamente imposible. Puede que el mundo haya cambiado mucho, pero aquí lo que te digo sigue siendo complicado. Si Paula y Augusto se hubiesen casado, las cosas habrían sido distintas. Pero nunca han tenido una relación más allá de la amistad.
—Ah —murmuró Pedro, comprendiendo de pronto los motivos por los cuales el abuelo no quería vender su finca a Paula. Lo que quería era que compartiera su vida con un hombre que la apoyara en todo momento. Y, por supuesto, no es que dudara de la capacidad de la joven vaquera para los negocios.
Pero con esa conversación, Alfonso no quería ganar puntos con Samuel, sino asegurar con su colaboración el traspaso de la propiedad a manos de Paula.
Pedro nunca haría daño a la vaquera, ni al rancho. Sin embargó, podía ayudarla a financiar los costes de la hacienda, si las cosas iban mal. En efecto, no todos sus clientes eran detestables: algunos apostaban por nuevos negocios, rebosantes de futuro.
Pedro siguió hablando con Samuel.
—La verdad es que no estamos prometidos. Todo comenzó con una broma, pero la noticia se extendió rápidamente —dijo Pedro, tristemente—. Yo estoy enamorado de ella y ella de mí, pero no nos ponemos de acuerdo. Ella sólo piensa en el rancho. Usted dijo que quería retirarse pronto: yo tengo en el banco una suma suficiente para pagar la compra de la propiedad. Me gustaría que accediese a vender el rancho a su nieta, cuando acabe el verano.
—¿Y si no os ponéis de acuerdo?
Alfonso hizo un gesto amargo.
—Bueno creo que tendrá que concederme una oportunidad, igual que a Paula con la finca. Ella se lo merece, al margen de que nos casamos o no.
Ayyyyyyyyyyyyy me encanta este Pedro decidido, pero me temo que Pau no lo va a tomar muy bien jajaja. Está buenísima esta historia.
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