Claudio acompañó a Gabriela hacia su lujoso coche, completamente empolvado, para que sacara ropa cómoda para cabalgar. En el caso de que no tuviera nada apropiado, los otros vaqueros podrían prestarle algo.
Gabriela miró con auténtico odio a Claudio, Paula y Pedro, antes de ocuparse de su equipaje.
—¿Vas a poder arreglártelas con ella, Claudio? —preguntó solícita, su hermana pequeña.
—No te preocupes, Red. He tratado con muchos animales salvajes. Mira mis cicatrices…
—Seguro que dominas la situación perfectamente —le susurró Pedro a Paula.
Molesta, la vaquera dijo:
—Todavía no puedo creer que hayas dicho una mentira así, delante de todo el mundo. ¿Qué van a pensar mis abuelos?
—Que tienes muy buen gusto, por haberme elegido como marido.
Mientras se introducía en el establo, Paula dijo:
—Verdaderamente, seguirte la corriente ha sido la tontería más grande de mi vida. Tenía que haberle dicho la verdad a Gabriela.
—Pero querida, no querrás estropear el resto de mis vacaciones.
—No me llames querida. Si yo fuese como Gabriela, estarías encantado, dejándote acosar día y noche.
—No podrías ser como ella. Pero por otra parte, no estaría mal casarse contigo. Existen cosas mucho peores en el mundo…
Por supuesto que había cosas malas en la vida, pero Alfonso se estaba aprovechando de ella con su mentira, para zafarse de la turista improvisada.
—No podría ser la esposa perfecta. Recuerda que no sé cocinar —dijo Paula, con falsa dulzura.
—Es cierto, no podrás tocar un fogón ni encender el aspirador. Por cierto, ¿cómo conseguiste hacerlo explotar?
—No hice nada. Simplemente esa pieza de diseño se las ingenió para reventar sólita.
—Ahora no es más que un montón de basura —comentó Pedro, recordando que Lorena la había utilizado durante los últimos cuatro años, sin ningún problema.
—Bueno, no quiero discutir más sobre ese tema. Hoy tenemos trabajo de verdad. El ganado tiene que dirigirse hacia la esquina noroeste de la hacienda. No habrá tiempo para picnics relajantes —ordenó Paula, mientras acariciaba el morro de su montura.
A lo lejos apareció Samuel Harding.
—Paula, querida, ¿Qué es eso de que os habéis comprometido, Pedro y tú? Me lo podrías haber dicho tú, en vez de tener que enterarme de la noticia por uno de los vaqueros.
—Abuelo, comprendo que esto te haya molestado, pero puedo explicártelo…
—No hay nada que explicar. No podrías haberme hecho más feliz, querida —dijo Samuel encantado, mientras le daba una palmada en la espalda a Pedro, cuando pasó por su lado—. O sea, que estás haciendo planes para el futuro lejos del rancho. ¡Me parece estupendo!
Paula se quedó blanca, ante tal respuesta. Alfonso estaba tan dolido, como si el golpe se lo hubieran dado a él. Para la vaquera el rancho no era una cuestión de divertimento, sino la ilusión de su vida.
—Señor, creo que no lo ha entendido bien. Paula sigue queriendo ocuparse del rancho en un futuro próximo —intentó explicar Pedro, desesperadamente.
—Ya lo sé, hijo.
Los dos jóvenes se miraron desconcertados.
—He sido muy testarudo en los últimos tiempos, pero en cuanto tengamos tiempo ya hablaremos del rancho. Ahora, ¡a trabajar, que tenéis que cuidar del ganado!
Paula se puso el pelo detrás de una oreja y dijo:
—Necesito ver a la abuela antes de que nos marchemos, para contarle la verdad.
—No te preocupes, yo se lo explicaré. Hemos querido tener nietos desde hace tanto tiempo que estará encantada con la noticia —dijo Samuel Harding, sonriendo amablemente.
Pedro silbó y a continuación dirigió una mirada indagadora hacia Paula. De ella se esperaba cualquier reacción.
—¿Querida? —intentó hacerla hablar, Alfonso.
—No me llames así —se quejó la vaquera, mientras ponía las dos monturas a punto e iniciar la jornada de trabajo.
—Pero Paula, la situación que se ha creado puede ser algo bueno para ti, ¿no te parece?
—Se trata de una mentira.
—Pero, ya has oído a tu abuelo. Va a escuchar tus propuestas. Eso es lo que anhelabas desde hace tanto tiempo…
—Sí, por supuesto, pero nunca he mentido a mi familia. Acabo de intentar contarle la verdad, pero me ha resultado imposible. Al fin y al cabo, era la primera vez que se proponía entablar un diálogo conmigo respecto a la propiedad familiar.
—¿Y si le dices la verdad, es decir, que no estamos comprometidos realmente, tú crees que se echará atrás? —preguntó Pedro, rascándose la nuca con brío.
—No lo sé. ¿Tú qué opinas?
Alfonso, apoyaba plenamente la posición de Paula. Sin embargo, coincidía con el abuelo, en el hecho de que la joven llevaría mejor la dirección del rancho con un marido que la apoyara y aconsejara en todo momento. Además, físicamente, Paula tendría que sobrepasar de vez en cuando sus límites, como en la doma de caballos. En esos momentos, sería bueno que tuviera a su lado a alguien como él…
—Paula, creo que deberías esperar unos días para ver qué pasa. Te admiro porque quieres contar la verdad, pero puede que esto sea una buena oportunidad para que Samuel y tú podáis entenderos.
—Puede que todo se vaya al garete.
—No tienes nada que perder y todo que ganar —le animó Pedro, con entusiasmo—. Además, puede que resulte divertido.
—Pedro que te conozco… Con un compromiso falso o no, lo tengo claro: no me voy a acostar contigo.
—Ya veremos —dijo Alfonso, sin dar su brazo a torcer.
—Te advierto que, después de una jornada cabalgando, el romanticismo se habrá evaporado…
—Pues eso no parece afectarle a Claudio —dijo Pedro, irónicamente, dejando a Paula desconcertada.