jueves, 1 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 26

 


Al cabo de unos breves instantes, apareció otro joven que la saludó efusivamente. Pedro comprendía que no era bueno ser posesivo con Paula, pero es que la hospitalidad del viejo Oeste le estaba empezando a poner nervioso: primero Claudio, luego Toby y ahora ese otro tipo…


—Hola Sebastian. ¿Cómo estás?


—Bien Red, ¿y tú? —contestó el vaquero—. Sabes que eres la mujer de mi vida. ¡En cuanto me des el sí, nos casamos!


—Diré sí, para que te ahorquen…


El vaquero hizo un gesto de despecho y, a continuación, se acercó a otra joven, que le sonreía con complicidad.


Pedro comprendía por qué Paula quería vivir en el rancho y no en la ciudad, con un tipo serio y aburrido como él.


—¿Qué pasa, cariño? —dijo Alfonso, ridiculizando al vaquero—. Te acaban de proponer matrimonio y has denegado la proposición. Seguro que Sebastian, iba a ser un buen marido y un magnífico padre para tus docenas de mocosos…


—Silencio, Pedro —dijo Paula seriamente, dejando atrás al agente de bolsa.


«Todos los hombres son iguales», pensó la joven. «No te quieren realmente a ti, pero tampoco les gusta que te quieran otros hombres». Ni siquiera en broma, como solían hacerlo en el rancho. Había sido una locura llevar a Pedro Alfonso a Montana.


—Vamos, chicos. Hay que ocuparse de los caballos —dijo Paula con claridad, para que la oyeran bien los turistas—. Un auténtico vaquero cuida antes a su caballo que a sí mismo.


Los invitados empezaron a quejarse, pero al cabo de un momento estaban encantados, contando chistes y siguiendo a los guías. En los primeros días de su estancia en el rancho, los visitantes eran seguidos constantemente por los monitores, teniendo en cuenta que la limpieza y la alimentación de los animales era una responsabilidad de los jinetes.


—¿Qué puedo hacer? —preguntó Pedro.


Paula estaba asombrada de que el turista que le había asignado su abuelo, quisiera ocuparse de su montura, habiendo tenido la posibilidad de estar tirado en una lujosa playa del Caribe.


Pedro, no te pases de listo.


—Pero, si tú eres mi monitora, no me puedes dejar así como así.


—Escúchame…


—¡Paula, ya estás de vuelta! —la interrumpió otro vaquero.


Alfonso le pidió ayuda a su guía.


—Paula necesito tu colaboración —le rogó Pedro, mientras que se situaba al lado de la monitora para fastidiar al otro admirador.


El joven vaquero se quedó parado súbitamente y besó castamente la frente de la chica pelirroja.


—Estoy encantado de volver a verte, Red —comentó el nuevo admirador, molesto.


Cuando el joven vaquero se marchó, Paula se dirigió al turista.


—Está bien, Pedro… ¿Qué te ocurre?


Alfonso enarcó las cejas.


—No te entiendo.


—Has provocado a ese chico, con tu presencia excesivamente posesiva. Puede que esto sea un rancho, pero yo no soy una vaca. Y nadie va a ponerme una marca con un hierro candente. ¿De acuerdo?


—Estás equivocada. Recuerda que soy un solterón en fase terminal. No tengo ningún interés en marcar a ninguna mujer, ni a ninguna vaca…


Paula le puso la gruesa cuerda de su montura en el pecho, y Alfonso notó el fuerte aroma a estiércol que emanaba de la vieja soga de cáñamo. Inmediatamente, recordó los dos veranos que pasó trabajando en un rancho, en plena naturaleza.


—¿Qué hago con esto, cariño?


—No me llames así —protestó la vaquera.


—Está bien, Red.


—¡Red quiere decir rojo y mi pelo no es de color rojo!


Pedro dejó la cuerda atada a una valla y tomó el brazo de Paula, antes de que pudiera escapar.


—Tu cabello es de color canela y tienes un temperamento ardiente… Eso le hace preguntarse a un hombre si las partes más recónditas de tu cuerpo son igual de calientes.




FARSANTES: CAPÍTULO 25

 


El joven estaba sorprendido de lo tozuda que podía llegar a ser Paula… Quizá ella tuviera razón: era mejor dejar la relación tal y como estaba. Si seguían atrayéndose mutuamente, como era obvio, podrían llegar a meterse en un laberinto de despropósitos y arruinar sus vidas.


No obstante, una voz interna le decía a Pedro que no tuviera miedo, que podría hacer frente a esa situación tan delicada.


En vez de hablarle desde el cerebro, la voz procedía del centro de su cuerpo. No utilizaba palabras sino sensaciones inequívocamente físicas.


—¿Hemos de considerar que estamos ante un callejón sin salida? —preguntó resignadamente Pedro.


—Eso parece.


Alfonso estaba realmente molesto. La gente podía disfrutar de una relación, sin necesidad de casarse o comprometerse para el resto de sus días. Existía la posibilidad de tener un amor de verano. A ambos les sentaría muy bien, para desconectar de la vida cotidiana, durante el resto del año.


Poco a poco, empezaron a llegar los jinetes con sus monturas y a medida que entraban en el establo, saludaban a Paula sonriendo.


—¡A trabajar, Paula! —le dijo Pedro, antes de alejarse de ella.


—Entonces, ¿estamos de acuerdo en que es mejor dejarlo? —quiso aclarar por última vez Paula.


—Sí, señora —le respondió Alfonso.


La vaquera se quedó con una ligera sospecha, aunque el hombre mantuviese firmemente su cara de póker. Al final, se le escapó una leve sonrisa.


Pedro, ¿vas a respetar nuestro pacto?


—No te preocupes. Me voy a portar bien. Pero es que… me gusta besarte.


—Te lo estoy advirtiendo, compórtate correctamente —dijo la vaquera, seriamente, mientras se alisaba la camisa y sonreía a los turistas que volvían de su paseo.


De pronto, uno de los jinetes comenzó a galopar, hasta que se acercó a Paula.


—¡Bienvenida! —dijo el jinete experimentado, dándole un beso suave en la boca—. El señor Harding dijo que no vendrías tan pronto como otras veces.


Pedro se estremeció cuando el joven besó a Paula. Estaba claro que estaba loco por ella.


—Hola Toby, recuerda que no hay que dejar las riendas sueltas hasta que te bajes del caballo.


Toby le hizo caso de mala gana.


—Le he dicho a papá y mamá que vengan al final del verano, porque cuando tú no estás, el rancho es más aburrido.


Pedro se sintió un poco culpable. Los cambios de planes para sus vacaciones habían afectado a un montón de personas, como a ese adolescente con cuerpo de adulto.


—Estoy convencido de que lo has pasado en grande, aunque yo no haya estado aquí —le dijo Paula, mientras le sacudía el pelo con la mano.


—Pero, no es lo mismo…


Los otros integrantes del grupo estaban de acuerdo con Toby. Casi todo el mundo en el rancho parecía compartir esa opinión.


La mayoría de los invitados venían un verano tras otro, y por eso la conocían muy bien. ¡Era tan fácil querer a Paula!


«Ha sido un auténtico lujo compartir con ella cinco minutos», pensó Alfonso, con asombro.



FARSANTES: CAPÍTULO 24

 


—No creo que mi caballo sea el único que esté asustado —dijo irónicamente Pedro. Paula se cruzó de brazos y replicó airadamente:

—Está castrado, por lo tanto no creo que pueda tener miedo.


—¿Castrado? —preguntó Alfonso, enarcando una ceja—. Pobre animal.


—Bueno, pues no vuelvas a tenerle miedo.


—Está bien —contestó Pedro—. Pero lo que yo quiero volver a hacer es seguir hablando del beso y el abrazo que nos acabamos de dar.


—Oh, no… —intentó esquivarlo, Paula.


Según lo que decían los libros, los hombres no eran conversadores. No les interesaba hablar de los sentimientos o de cualquier otro tema propio de las mujeres. Lo más seguro es que Pedro quisiera volver a seducirla…


—Eso no volverá a ocurrir —dijo Paula—. ¿Lo has comprendido bien?


—Creo que estás hablando en esos términos porque tienes miedo.


Apuntándole con un dedo en el pecho, la vaquera le respondió:

—No estoy hablando de miedo, sino de autoprotección, Pedro. No puedo permitirme el lujo de tener una relación contigo.


—¿Por qué no? —quiso saber Alfonso.


—Para empezar, eres demasiado esbelto.


El hombre no se esperaba esa respuesta.


—Pero, si soy un hombre… En cualquier caso sería fuerte, en vez de esbelto.


Paula se mordió la lengua. Se había expresado mal, porque era prácticamente perfecto: su cabello era abundante y tenía un cuerpo de atleta. Incluso su sonrisa que no era uniforme, tenía mucha personalidad.


Sin embargo, ella no era más que una futura ranchera, en busca de un marido que amase la montaña y las vacas tanto como ella.


Por su parte, él era el típico agente de bolsa, inteligente y ambicioso, cuya única aspiración era residir en Nueva York hasta el resto de sus días, para disfrutar de los billones de dólares acumulados año tras año, en el banco.


—De acuerdo, no eres esbelto —replicó Paula, intentando no fallar de nuevo.


—Muchas gracias —contestó Pedro, en cierto modo molesto.


«¡Ay! El ego masculino»… pensó la vaquera, con un ápice de desprecio.


—Digamos que eres un solitario. Lo que te gusta es el champán, los coches caros y las grandes metrópolis. Por el contrario, a mí lo que me va es todo esto —dijo Paula, mostrando el rancho—. No quisiera tener una relación con alguien como tú, porque no podríamos llevarnos bien.


—¡Maldita sea! —balbuceó Pedro disimuladamente, dándose cuenta de que la monitora le había arrebatado sus propios argumentos.


Ambos eran completamente distintos; aun más, opuestos… Pero él no podía evitar sentirse atraído por Paula.


Sin embargo, él no pretendía casarse ni con ella, ni con ninguna otra mujer. Tenía que ser claro con la guía, para no hacerla daño.


—No pareces mala persona, pero…


—Sí, ya sé lo que me vas a decir —le interrumpió Pedro—. Quieres que seamos amigos, pero no amantes.


—No pensaba ser tu amante —dijo suavemente la vaquera—. Tampoco puedo asegurarte que vaya a ser tu amiga.



miércoles, 31 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 23

 


Ella nunca se había sentido especialmente atractiva. Tenía un físico agradable y contaba más o menos con una figura proporcionada. Pero su estatura era francamente pequeña, tenía los ojos saltones y la barbilla excesivamente pequeña. Como la había definido un exnovio, era tan mona como un duendecillo.


Ser mona era lo último que querría una mujer para sentirse segura de su atractivo. Los gatos recién nacidos y los bebés foca eran monos. Pero ella quería ser sexy. Y daba la casualidad de que en presencia de Pedro, Paula se encontraba muy sexy.


Sin duda, estaba cayendo en el error de darle demasiada importancia a Alfonso, teniendo en cuenta lo diferentes que eran sus proyectos de vida… Desde luego, ella no tenía la mínima intención de cambiar, para adaptarse al ambiente de Pedro.


—Alfonso… —dijo Paula.


—Llámame Pedro —dijo el hombre, uniéndose un poco más al cuerpo de la monitora y dibujándole los labios suavemente, con la punta de los dedos—. Hueles muy bien.


—Tú también —respondió la vaquera—. No soy yo, es el heno el que huele tan bien.


Pedro alzó la cabeza de Paula con el índice y el pulgar, sonriendo abiertamente.


—No se trata del heno, pero voy a comprobarlo —pegándose a ella aún más, juntó su cara con la melena de color canela, e inhaló profundamente—. Eres tú, que hueles muy bien.


La vaquera se quedó un poco decepcionada: o sea que según él, olía solamente muy bien, después de lo excitada que la había puesto…


—¿Vas a besarme, o no? —le preguntó ella a Pedro.


—Es justo lo que estaba pensando.


—Olvida tus pensamientos —dijo Paula, hundiendo sus dedos entre la espesa cabellera masculina.


Ambos eran realmente diferentes: él muy alto y fuerte, y ella bajita y esbelta. Pero esa diferencia, no fue un obstáculo para que ella le rodeara con sus cálidos brazos. Ambos se besaron tierna y dulcemente, sintiendo la sensualidad de sus cuerpos, apoyados contra la pared del establo.


Le parecía sorprendente que Alfonso estuviese tan fuerte físicamente. Eso era normal entre los vaqueros del rancho, teniendo en cuenta lo duro que era su trabajo.


Después de besarse y abrazarse, Paula empezó a notar cómo se excitaba aún más el cuerpo de Pedro, a la altura del cinturón… La vaquera no pudo reprimir un gemido, mientras instintivamente, echaba la cabeza hacia atrás. Aquello excitó aún más a Pedro que volvió a reanimarla sensualmente, dándole eróticos besos en la boca.


Paula, estaba atrapada en aquella tormenta de sensaciones cálidas, violentas y excitantes.


Pedro


—Dime, Paula —respondió el hombre, saboreando los dulces labios de la guía e introduciendo la lengua con auténtica delicia. Con tales exquisiteces, Paula notaba como la sangre fluía dentro de sus venas y las olas de placer que parecían arrebatarle el sentido.


Un caballo relinchó acercándose a ellos, para jugar con su morro rosa, y les devolvió a la realidad, en cuestión de segundos.


—¿Pedro?


—Sí… —dijo Alfonso, paseando la mano izquierda por su pecho.


—¡Pedro! —saltó Paula, exasperada.


—Estoy contigo, mi amor.


—Ya lo sé, pero hay que darse prisa. Pronto llegarán el resto de los caballos con sus jinetes.


—¿Qué?


Paula volvió a posar sus pies en el suelo, riendo ante la actitud de Pedro.


—Que están a punto de llegar los demás —dijo la monitora, lo que hizo apartarse unos centímetros a su acompañante, para volver de nuevo a acariciarla con más énfasis aún.


La excitación había consumido las fuerzas de la vaquera, divertida ante tantas sensaciones placenteras.


Desde el momento en que se habían conocido, había existido una clara afinidad sexual entre los dos. Parecía inevitable que se hubieran unido con tanta facilidad.



FARSANTES: CAPÍTULO 22

 


Paula guiaba a Alfonso entre las tiendas plantadas en la ladera. El joven no podía evitar sentir un poco de rencor con la vida. En vez de descansar plácidamente en un hotel de lujo, iba a pasar sus vacaciones durmiendo en una tienda de campaña, en el duro suelo. Para colmo, iba a ser difícil tener una aventura, en una tienda de lona…


De repente, le pasó por la mente la imagen de Paula, cálida y sensual… metida dentro de un saco de dormir.


Alfonso se llamó a sí mismo estúpido y sexista.


La verdad es que no podía dejar de pensar en ella, desde que la había conocido. Fuese virgen o no, su guía le atraía de la forma más sencilla. Verdaderamente, se sentía fatal por haberse dejado atrapar por una mujer que lo quería todo: un rancho, un marido, una familia y un montón de hijos que criar en Montana.


Pedro pensó que en el caso de que su relación prosperara, tendría que velar por ella constantemente, para que no perdiese el imprescindible sentido de la realidad. Los castillos en el aire eran uno de los problemas que habían afectado a sus padres en sus desavenencias conyugales.


Por su parte, Paula no confiaba en él, ni siquiera un poco. No valoraba su trabajo, su casa, ni nada de lo que le rodeaba.


Por lo tanto no debería enamorarse de la vaquera, y sin embargo ya lo estaba.


—¿Te parece bien esta zona para instalarte? —le interrogó Paula.


—Estupendo —dijo Alfonso, irónicamente.


Pero la vaquera no le hizo caso, porque pensaba tratarlo como a cualquier otro turista.


Pedro logró no quedar como un pardillo, instalándose en su tienda, recordando los campamentos a los que había asistido de pequeño y las acampadas con los amigos.


A continuación, le llevó a los establos y le enseñó la que iba a ser su montura.


Realmente, el caballo lo intimidó. Pero Alfonso confió en su guía, puesto que se jactaba de ser la monitora más segura del rancho.


—Acaríciale el morro y déjalo que te huela —le ordenó Paula—. Hazlo con seguridad.


—¿Por qué?


—Para establecer la relación de poder.


Pedro acarició el cuello negro del cuadrúpedo y luego se dirigió hacia la guía.


—Poder… ¿no? —dijo Alfonso, con una amplia sonrisa.


—Con el caballo, solamente…


—Yo pensé de que era algo realmente fácil.


Pedro Alfonso, eres imposible.


—¿Sí…?


El turista acarició la mejilla de la monitora y más tarde el cuello.


—Dime, ¿qué insulto estás preparando para soltármelo a la cara? —preguntó Alfonso, burlonamente.


—¿Te acuerdas de tu lista? Pues no cumplo ningún requisito. No soy rubia, ni alta, ni nada de nada.


—En fin, se trataba de las prioridades diseñadas por mi hermano.


Mientras hablaba, Paula estaba caminando hacia atrás, hasta que se dio en la espalda con un muro del establo.


—¿Tú no piensas casarte nunca, verdad? Por lo tanto, esa lista no debe de tener mucho sentido para ti —dijo Paula, como para convencerse a sí misma.


—Sin embargo, tú sí quieres un marido con el que casarte.


Pedro Alfonso estaba pegado a su cuerpo y tenía una expresión de deseo sexual tan evidente, que la estaba haciendo perder el control.




FARSANTES: CAPÍTULO 21

 


Pedro pensó tratarla como si fuese una clienta, aconsejándola y utilizando la más exquisita diplomacia con ella.


En efecto, tenía mucha experiencia asesorando a inversores, para disuadirles cuando pretendían hacer una mala inversión. Sobre todo, en esos momentos, se trataba de apelar al sentido común y a la sangre fría. En aquel momento, Paula necesitaba su ayuda, de amigo a amigo. Después de todo, su familia le caía muy bien y ella representaba un soplo de aire fresco entre tanta tradición. Era una mujer honesta y atractiva que no merecía recibir un palo de la vida, persiguiendo un sueño imposible.


Alfonso se sorprendió a sí mismo, tomándola por una joven atractiva. Por lo tanto, tampoco estaba claro que fuese simplemente una amiga…


Pedro respiró profundamente y con mucha calma le expresó su opinión.


—Lo siento, pero creo que debo decirte que tu sueño de comprar el rancho es una idea muy bonita… pero excesivamente romántica. En la vida hay que ser mucho más práctico.


—¿Crees que soy romántica? —dijo Paula, con un poco de desprecio—. Conozco muy bien la realidad y el hecho de llevar un rancho no es un juego: requiere trabajo constante y mucho esfuerzo. No se enriquece uno como en la bolsa, y la responsabilidad es grande puesto que la marcha del negocio es impredecible. La única razón por la cual no nos fuimos a pique es porque los turistas encontraban romántico el hecho de pasar unas vacaciones en nuestro rancho.


—Oh… —murmuró Pedro, sin saber qué decir.


Sin embargo, todavía pensaba que Paula idealizaba demasiado el trabajo en una explotación como aquella. Disfrutar de la naturaleza de Montana era agradable para pasar unas semanas. Pero vivir de un negocio, era algo muy distinto, porque parte de la vida cotidiana implicaba un riesgo y una responsabilidad tremendas.



martes, 30 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 20

 


Cuando el matrimonio se alejó, la joven le reprochó a Pedro su comportamiento.


—Muy gracioso. Con que querida, ¿eh?


—Pensé que lo encontrarías divertido…


—Pues, me parece estúpido por tu parte. ¿Acaso quieres vengarte de mí por haberte traído a Montana?


—No, claro que no.


—Ah…


Alfonso sonrió y la atrajo hacia sí, sujetándola por el cuello de su chaqueta. Se había dado cuenta de que, cuando estaba confusa, Paula balbuceaba un Ah y se cerraba en banda.


—Pero ahora que lo dices… ¿Todavía quieres pegarme? —dijo Pedro, irónicamente.


—Más que nunca —contestó Paula, intentando zafarse de sus manos—. Has de saber, Pedro, que no estoy interesada en tener un romance de verano contigo. No tengo ganas de perder mi valioso tiempo. Y menos con un tipo como tú.


Alfonso suspiró. El problema que existía entre los dos, salía de nuevo a la luz…


Paula tenía raíces, y muy profundas. Estaba íntimamente ligada a aquella tierra y a su familia, mientras que él era un hombre mucho más independiente y poco amante de vínculos tan fuertes como aquellos. El hogar no le sugería nada que no fueran amargas peleas, falta de dinero y puntos de visa no compartidos.


¡En realidad, Paula y él eran tan opuestos!


Él quería vivir en Nueva York, y ganar mucho dinero en un breve plazo de tiempo. La futura ranchera prefería las vacas y el compromiso. El problema era que Pedro se sentía increíblemente atraído por ella y a Alfonso le daba la impresión de que aquella atracción era mutua.


—¿Pedro? —dijo Paula.


—Estaba pensando cómo podría yo, comprar el rancho. La verdad es que no sé nada de los precios que tienen las propiedades aquí en Montana. Pero lo que está claro es que con un sueldo de profesora, no podrías pagar la finca.


Paula elevó los hombros y sus ojos dejaron traslucir cierta inquietud.


—De momento trabajo como profesora para realizar el pago inicial. Y el resto lo pagaré mediante un plan conjunto entre mi abuelo y el banco. El hecho de tener un sueldo en el rancho me hace estar más cerca, en el caso de que el abuelo quiera jubilarse y poner en venta la propiedad.


—¿Y si no te vende el rancho? —preguntó el corredor de bolsa.


Paula torció la boca con cierto gesto de amargura.


—Aún sigue diciendo que preferiría vendérselo a un extraño. Pero yo confío en que cambie de opinión. No en vano, la tierra ha pertenecido a la familia desde hace cien años. Realmente, no quiero que se la quede un desconocido. Yo quiero vivir aquí con mis hijos y que ellos puedan heredarla algún día.


—Pero Paula, tienes que ser más sensata. No puedes jugártelo todo a la misma carta, porque si no consiguieses tus objetivos, se te rompería el corazón.