jueves, 1 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 24

 


—No creo que mi caballo sea el único que esté asustado —dijo irónicamente Pedro. Paula se cruzó de brazos y replicó airadamente:

—Está castrado, por lo tanto no creo que pueda tener miedo.


—¿Castrado? —preguntó Alfonso, enarcando una ceja—. Pobre animal.


—Bueno, pues no vuelvas a tenerle miedo.


—Está bien —contestó Pedro—. Pero lo que yo quiero volver a hacer es seguir hablando del beso y el abrazo que nos acabamos de dar.


—Oh, no… —intentó esquivarlo, Paula.


Según lo que decían los libros, los hombres no eran conversadores. No les interesaba hablar de los sentimientos o de cualquier otro tema propio de las mujeres. Lo más seguro es que Pedro quisiera volver a seducirla…


—Eso no volverá a ocurrir —dijo Paula—. ¿Lo has comprendido bien?


—Creo que estás hablando en esos términos porque tienes miedo.


Apuntándole con un dedo en el pecho, la vaquera le respondió:

—No estoy hablando de miedo, sino de autoprotección, Pedro. No puedo permitirme el lujo de tener una relación contigo.


—¿Por qué no? —quiso saber Alfonso.


—Para empezar, eres demasiado esbelto.


El hombre no se esperaba esa respuesta.


—Pero, si soy un hombre… En cualquier caso sería fuerte, en vez de esbelto.


Paula se mordió la lengua. Se había expresado mal, porque era prácticamente perfecto: su cabello era abundante y tenía un cuerpo de atleta. Incluso su sonrisa que no era uniforme, tenía mucha personalidad.


Sin embargo, ella no era más que una futura ranchera, en busca de un marido que amase la montaña y las vacas tanto como ella.


Por su parte, él era el típico agente de bolsa, inteligente y ambicioso, cuya única aspiración era residir en Nueva York hasta el resto de sus días, para disfrutar de los billones de dólares acumulados año tras año, en el banco.


—De acuerdo, no eres esbelto —replicó Paula, intentando no fallar de nuevo.


—Muchas gracias —contestó Pedro, en cierto modo molesto.


«¡Ay! El ego masculino»… pensó la vaquera, con un ápice de desprecio.


—Digamos que eres un solitario. Lo que te gusta es el champán, los coches caros y las grandes metrópolis. Por el contrario, a mí lo que me va es todo esto —dijo Paula, mostrando el rancho—. No quisiera tener una relación con alguien como tú, porque no podríamos llevarnos bien.


—¡Maldita sea! —balbuceó Pedro disimuladamente, dándose cuenta de que la monitora le había arrebatado sus propios argumentos.


Ambos eran completamente distintos; aun más, opuestos… Pero él no podía evitar sentirse atraído por Paula.


Sin embargo, él no pretendía casarse ni con ella, ni con ninguna otra mujer. Tenía que ser claro con la guía, para no hacerla daño.


—No pareces mala persona, pero…


—Sí, ya sé lo que me vas a decir —le interrumpió Pedro—. Quieres que seamos amigos, pero no amantes.


—No pensaba ser tu amante —dijo suavemente la vaquera—. Tampoco puedo asegurarte que vaya a ser tu amiga.



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