miércoles, 31 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 22

 


Paula guiaba a Alfonso entre las tiendas plantadas en la ladera. El joven no podía evitar sentir un poco de rencor con la vida. En vez de descansar plácidamente en un hotel de lujo, iba a pasar sus vacaciones durmiendo en una tienda de campaña, en el duro suelo. Para colmo, iba a ser difícil tener una aventura, en una tienda de lona…


De repente, le pasó por la mente la imagen de Paula, cálida y sensual… metida dentro de un saco de dormir.


Alfonso se llamó a sí mismo estúpido y sexista.


La verdad es que no podía dejar de pensar en ella, desde que la había conocido. Fuese virgen o no, su guía le atraía de la forma más sencilla. Verdaderamente, se sentía fatal por haberse dejado atrapar por una mujer que lo quería todo: un rancho, un marido, una familia y un montón de hijos que criar en Montana.


Pedro pensó que en el caso de que su relación prosperara, tendría que velar por ella constantemente, para que no perdiese el imprescindible sentido de la realidad. Los castillos en el aire eran uno de los problemas que habían afectado a sus padres en sus desavenencias conyugales.


Por su parte, Paula no confiaba en él, ni siquiera un poco. No valoraba su trabajo, su casa, ni nada de lo que le rodeaba.


Por lo tanto no debería enamorarse de la vaquera, y sin embargo ya lo estaba.


—¿Te parece bien esta zona para instalarte? —le interrogó Paula.


—Estupendo —dijo Alfonso, irónicamente.


Pero la vaquera no le hizo caso, porque pensaba tratarlo como a cualquier otro turista.


Pedro logró no quedar como un pardillo, instalándose en su tienda, recordando los campamentos a los que había asistido de pequeño y las acampadas con los amigos.


A continuación, le llevó a los establos y le enseñó la que iba a ser su montura.


Realmente, el caballo lo intimidó. Pero Alfonso confió en su guía, puesto que se jactaba de ser la monitora más segura del rancho.


—Acaríciale el morro y déjalo que te huela —le ordenó Paula—. Hazlo con seguridad.


—¿Por qué?


—Para establecer la relación de poder.


Pedro acarició el cuello negro del cuadrúpedo y luego se dirigió hacia la guía.


—Poder… ¿no? —dijo Alfonso, con una amplia sonrisa.


—Con el caballo, solamente…


—Yo pensé de que era algo realmente fácil.


Pedro Alfonso, eres imposible.


—¿Sí…?


El turista acarició la mejilla de la monitora y más tarde el cuello.


—Dime, ¿qué insulto estás preparando para soltármelo a la cara? —preguntó Alfonso, burlonamente.


—¿Te acuerdas de tu lista? Pues no cumplo ningún requisito. No soy rubia, ni alta, ni nada de nada.


—En fin, se trataba de las prioridades diseñadas por mi hermano.


Mientras hablaba, Paula estaba caminando hacia atrás, hasta que se dio en la espalda con un muro del establo.


—¿Tú no piensas casarte nunca, verdad? Por lo tanto, esa lista no debe de tener mucho sentido para ti —dijo Paula, como para convencerse a sí misma.


—Sin embargo, tú sí quieres un marido con el que casarte.


Pedro Alfonso estaba pegado a su cuerpo y tenía una expresión de deseo sexual tan evidente, que la estaba haciendo perder el control.




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