viernes, 19 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 32

 



LA velada había terminado y Pau regresó a su dormitorio. La desnudez de su cuello contra el suave albornoz que se había puesto después de ducharse le recordaba lo que había perdido y la llenaba de una profunda tristeza.


Su madre siempre había reverenciado aquel colgante. Pau no tenía ni un solo recuerdo de la familia en la que no lo hubiera visto colgando del cuello de su madre y ella lo había perdido por un descuido. En cierto modo, aquella pérdida le dolía casi tanto como la muerte de su madre o los sentimientos de inseguridad y tristeza que había experimentado de niña al preguntarse por qué ella no tenía padre. El colgante era lo que había unido a sus padres y lo que los unía a ambos con ella, el único vínculo material compartido por los tres y había desaparecido. El vínculo se había roto.


Sin embargo, aún le quedaba otro vínculo con su padre. Aún tenía la casa que él le había dejado. «Sólo por el momento», se recordó. Pedro le había dejado muy claro que esperaba que ella se la vendiera.


Pau estaba a punto de quitarse el albornoz para meterse en la cama cuando alguien llamó a su puerta. Rápidamente, se volvió a atar el cinturón y fue a abrir la puerta pensando que sería una de las doncellas.


Era Pedro, que entró rápidamente en el dormitorio y cerró la puerta.


–¿Qué es lo que quieres? –le preguntó ella con una gran ansiedad en la voz.


–No a ti, si es eso lo que estás esperando. ¿Un hombre, cualquier hombre te serviría para satisfacer el deseo que probablemente esperabas saciar con Ramón? ¿Es eso lo que esperabas que yo podría ser, Paula?


–Claro que no.


Sin maquillaje, con el cabello revuelto y los pies desnudos, además del hecho de que estaba completamente desnuda bajo el albornoz, Pau era consciente de que estaba en desventaja con respecto a Pedro, que aún llevaba puesto el traje que había lucido durante la cena. Sin embargo, era su vulnerabilidad emocional hacia él lo que la ponía más en desventaja.


–Mentirosa. Te conozco bien, ¿recuerdas?


–Eso no es cierto. No me conoces en absoluto. Si has venido aquí tan sólo para insultarme...


–¿Acaso es posible insultar a una mujer como tú? –repuso él. El insulto resultó tan doloroso, que a Pau le pareció como si él estuviera clavándole un cuchillo en el corazón–. Te he traído esto –añadió, cambiando de tema. Entonces, abrió la mano para revelar la cadena y el colgante que tanto significaban para ella.


Al verlos, Pau se quedó sin palabras. Tuvo que parpadear para asegurarse de que no se lo estaba imaginando.


–Mi colgante... –susurró–. ¿Dónde...?


Pedro se encogió de hombros. Su aspecto era casi aburrido.


–Recordé que lo llevabas puesto cuando fuimos a la casa, por lo que me pareció lógico pensar que podrías haberlo perdido allí. Después de despedirme de Blanca y de Ramón, me dirigí hasta allí. Recordaba que habías estado jugueteando con la cadena cuando estuvimos en la biblioteca de Felipe, por lo que empecé a buscar por allí. Lo encontré enseguida. Estaba sobre el suelo, al lado del escritorio.


–¿Hiciste eso por...?


«Por mí». Eso era lo que había estado a punto de decir, pero se alegraba de no haberlo hecho.


–Sé lo mucho que significaba ese colgante para tu madre.


Pedro trató de no percibir la vulnerabilidad que notaba en la voz de Pau. No quería verla como una mujer vulnerable o digna de compasión porque, si la veía así, eso significaría...


«No significaría nada», se aseguró Pedro.


Pau asintió.


–Sí, así era.


Por supuesto, no había ido a buscar el colgante tan sólo por ello. Pedro nunca haría nada por ella.


–Me alegro de que lo hayas encontrado –añadió.


Cuando extendió la mano para tomarlo de la de Pedro, tuvo que retirarla porque no quería tocarlo. Tenía miedo. ¿De qué? ¿De tocarlo? ¿De que cuando lo hiciera no pudiera detenerse?


Pedro no debería haber ido al dormitorio de Pau. ¿Por qué lo había hecho? ¿Para poner a prueba su autocontrol? ¿Para demostrar que era capaz de andar sobre fuego? ¿Para sufrir el tormento que estaba experimentando en aquellos momentos? Sabía que bajo el albornoz Paula estaba completamente desnuda. Sabía que, dada su historia amorosa, lo promiscua que era, podría extender la mano y poseerla allí mismo, saciarse de ella, con ella, hasta que la necesidad que lo corroía por dentro cesara por completo.


–Tómalo –le dijo a Paula extendiendo la mano con el colgante sobre la palma.





TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 31

 


Pedro se estaba dando la vuelta. Pau soltó la cadena y miró al escritorio. Le llamó la atención un pequeño marco de plata. Un impulso que no pudo controlar la empujó a tomarlo y a darle la vuelta. El corazón comenzó a golpearle con fuerza contra las costillas al ver que se trataba de una fotografía de su madre con un bebé en brazos.


Con la mano temblorosa, volvió a dejar la fotografía en su sitio.


El teléfono móvil de Pedro comenzó a sonar. Mientras él se alejaba para contestar la llamada, Pau volvió a estudiar la fotografía. Su madre parecía tan joven, tan orgullosa de su bebé. ¿Qué habría pensado su padre mientras observaba la fotografía? Pau jamás conocería la respuesta.


Había tenido aquella fotografía sobre su escritorio, lo que significaba que, al menos, la veía todos los días. Paula trató de apartar el profundo sentimiento de tristeza que la embargó.


Pedro terminó la llamada.


–Tenemos que regresar al castillo –le dijo–. Ramón me ha concertado una cita con el ingeniero. Tenemos que tomar una decisión sobre un problema con el suministro de agua. Podemos volver por la mañana si deseas ver lo de arriba.


–¿Se enteró mi padre de la muerte de mi madre?


–Sí.


–¿Cómo lo sabes?


–Lo sé porque yo fui el que tuvo que darle la noticia.


–Y él... ¿Nadie pensó que yo podría necesitar tener noticias de él, de mi único pariente con vida, de mi padre?


Revivió todo el dolor que experimentó al perder a su madre con dieciocho años.


–Fuiste tú... tú el que nos mantuvo separados –acusó a Pedro.


La mirada que se reflejó en los ojos de Pedro la silenció.


–La salud de tu padre se resintió mucho cuando se vio separado de tu madre. Su médico creyó más conveniente que llevara una vida tranquila, sin presiones emocionales. Por esa razón, en mi opinión...


–¿En tu opinión? ¿Quién eras tú para tomar decisiones y juicios que me implicaran a mí? –preguntó ella amargamente.


–Era y soy el cabeza de esta familia. Como tal, es mi deber hacer lo que crea más conveniente para esta familia.


–Y evitar que yo viera a mi padre, que lo conociera, fue lo que tú consideraste lo más conveniente, ¿verdad?


–Mi familia es también tu familia. Cuando tomo decisiones al respecto, las tomo con la debida consideración a todos los que forman parte de ella. Ahora, si puedes dejarte de tanto sentimentalismo infantil, me gustaría regresar al castillo.


–Para ver a ese ingeniero porque el agua para regar tus cosechas es más importante que considerar el daño que has hecho y afrontarlo –comentó Pau con una risotada amarga–. Por supuesto, debería haberme dado cuenta de que eres demasiado arrogante y frío de corazón como para pensar en hacer algo por el estilo.


Sin esperar a que él respondiera, Pau se dirigió hacia la puerta.


Pau observó la comida que tenía en el plato con tristeza y se llevó la mano a la garganta, donde debería haber estado el colgante de su madre. Aún sentía la profunda desesperación que había sentido al mirarse en el espejo del dormitorio y ver que simplemente no estaba allí.


Lo había buscado por todas partes, pero no había encontrado el valioso recuerdo de su madre, por lo que se había visto obligada a reconocer la verdad. Había perdido el colgante que representaba un vínculo tan fuerte con su madre y también con su padre.


Su tristeza era demasiado profunda para poder aliviarse con las lágrimas. Sin ganas, se cambio para la cena y se puso su vestido negro y trató desesperadamente de entablar una conversación cortés con Blanca, la esposa de Ramón.


El capataz y su esposa habían sido invitados a cenar con ellos, tal vez para subrayar la advertencia que Pedro le había hecho aquella tarde con respecto a Ramón. Si era ésa la razón, no había necesidad alguna. Incluso sin su esposa presente, jamás hubiera sentido deseo de animar a Ramón a flirtear con ella. Por muy agradable que resultara la presencia del capataz, no provocaba ningún sentimiento que pudiera ser comparable a los que le inspiraba Pedro.


Trató de negar lo que acababa de admitir y centró su atención en Blanca para distraerse de sus propios pensamientos. La esposa de Ramón era una mujer atractiva, de unos treinta años. Dado lo que Pedro le había contado sobre Ramón, no era de extrañar que los modales de Blanca hacia ella mostraran una cierta reticencia. Ella no tenía muchas ganas de hablar, pero los buenos modales que su madre y sus abuelos le habían enseñado la animaron a hacerlo.


Sin embargo, en varias ocasiones se llevó la mano al cuello para buscar el colgante perdido. Una sombra le cubría los ojos al notar su ausencia.


Mientras Pedro le estaba llenando la copa con un vino dulce para acompañar el postre, le dijo inesperadamente.


–No llevas puesto tu colgante.


El hecho de que él se hubiera dado cuenta fue suficiente para sorprender a Pau. De algún modo, consiguió controlar sus sentimientos y admitir que lo había perdido. ¿Fue imaginación suya el modo en el que la mirada de Pedro pareció quedársele prendida en su garganta antes de disponerse a llenar la copa de Ramón y luego la suya propia?


Desesperada por no pensar en su colgante perdido y en las reacciones contradictorias que tenía hacia Pedro, Pau volvió a centrar su atención en Blanca. Le preguntó sobre sus hijos. La mujer le dedicó la primera sonrisa sincera de toda la noche y comenzó a relatarle lo maravillosos que eran sus dos hijos.


Al escucharla, Pau no pudo evitar preguntarse lo que se sentiría al tener un hijo y ser madre. Sentir la alegría y el orgullo maternal que podía ver en aquellos momentos en Blanca. Ella le mostró una fotografía de los pequeños, que parecían imágenes en miniatura de su padre.


Contra su voluntad, miró a Pedro, que estaba charlando animadamente con Ramón sobre las recomendaciones del ingeniero sobre el problema del agua. Por supuesto, no tenía que intentar imaginarse cómo serían los hijos de Pedro. Después de todo, había visto fotografías de él de niño. Por supuesto, la madre también aportaría sus genes y ella sería...


Sería todo lo que ella no era. La mano le temblaba cuando tomó la copa de vino. ¿Por qué diablos debía importarle con quién se casara Pedro, el aspecto que tuvieran sus hijos o incluso el hecho de que tuviera descendencia? ¿Por qué?


Igualmente, ¿por qué tenía esa curiosa sensación de anhelo mezclado con pérdida en lo más profundo de su corazón?




TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 30

 


Sintió primero el brazo y luego todo el cuerpo ardiéndole con el calor que le producía la proximidad a él. Sería insoportable que él supiera el efecto que ejercía sobre ella. Pau se imaginaba perfectamente lo mucho que disfrutaría humillándola por ello.


Furiosa consigo misma, combatió con el desdén su vulnerabilidad sensual hacia Pedro y su propia incapacidad para controlarla.


–Supongo que el hecho de ir andando a la casa queda más allá de tu dignidad como duque.


Pedro la miró con desprecio y le dijo muy fríamente:

–Dado que hay más de dos kilómetros hasta la casa por la carretera, creo que sería más fácil utilizar el coche. Sin embargo, si prefieres ir andando...


Mientras pronunciaba aquellas palabras, miró las delicadas sandalias de Pau haciendo que ella tuviera que reconocer que Pedro había ganado aquel combate dialéctico entre ambos.


Habían recorrido parte de la distancia en un silencio pleno de hostilidad cuando él tomó la palabra.


–Tengo que advertirte sobre un posible flirteo con Ramón.


–Yo no estaba flirteando con él –le espetó ella escandalizada.


–Dejó muy claro que te encontraba atractiva y tú le permitiste que lo hiciera. Por supuesto, los dos sabemos lo mucho que te gusta acomodarte a los deseos de cualquier hombre que desee expresártelos.


–Y por supuesto, me lo tenías que decir. Te morías de ganas por hacerlo, ¿verdad? Pues bien, para tu información...


–Para tu información, no voy a consentir que satisfagas tu promiscuo apetito sexual con Ramón.


No debía permitir que lo que él estaba diciendo la afectara. Si lo hacía, la destruiría. Sabía que Pedro jamás la escucharía si tratara de explicarle la verdad. Quería pensar lo peor de ella porque no quería escucharla. Para él, ella era alguien que no se merecía un trato compasivo.


–No puedes impedir que tenga un amante si así lo deseo, Pedro.


Sin mirarla, Pedro respondió secamente:

–Ramón está casado y es padre de dos hijos pequeños. Desgraciadamente, su matrimonio está pasando por un momento de dificultad en estos instantes. Todo el mundo sabe que a Ramón le gustan mucho las chicas guapas y que a su esposa no le agrada ese comportamiento. No tengo deseo alguno de ver cómo ese matrimonio se desmorona y que esos niños se quedan sin padre. Te prometo, Paula, que haré lo que haga falta para asegurarme de que eso no ocurra.


Pedro se apartó de la carretera principal y tomó un sendero. Al final del mismo, entre naranjos y limoneros, se erguía una casa de tejado rojo. Eso le dio a Paula la excusa perfecta para no responder al hiriente comentario de Pedro y refugiarse en un digno silencio.


Pedro avanzaba por lo que parecía un túnel de ramas. El sol se colaba entre las hojas. Entonces, Pau vio la casa bien por primera vez. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta y que el corazón le daba un vuelco por la emoción. Si era posible enamorarse de una casa, ella acababa de hacerlo.


Tenía tres plantas, las paredes encaladas y un aspecto absolutamente encantador. Los balcones de hierro forjado contaban con delicados detalles, además de los brochazos de color de las macetas de geranios. Lo más extraño era que el estilo de la casa resultaba muy británico. Pau se sintió muy emocionada cuando Pedro detuvo el coche frente a la puerta.


–Es muy hermosa –dijo ella sin poder contenerse.


–Originalmente, se construyó para la amante cautiva de uno de mis antepasados, una inglesa a la que habían atrapado en un combate en alta mar entre el barco de mi antepasado y uno inglés en los días en los que los dos países estaban en guerra.


–¿Era una prisión?


–Si quieres considerarla de ese modo, pero yo diría más bien que era el amor que se profesaban lo que les aprisionaba. Mi antepasado protegió a su amante alojándola aquí, lejos de los rumores de la sociedad, y ella protegió el corazón que él le había entregado permaneciendo fiel a él y aceptando que el deber de él hacia su esposa significaba que jamás podrían estar oficialmente juntos.


Después de lo que Pedro le había contado, Pau esperó que la casa rezumara tristeza y desolación, pero no fue así. Era como si la casa estuviera esperando algo, tal vez a alguien... ¿A su padre?


No olía a cerrado. Era como si alguien la aireara regularmente, pero a Pau le pareció que aún se podía oler el suave aroma de una colonia masculina. Una inesperada tristeza se apoderó de ella, de tal magnitud que tuvo que parpadear para no dejar que se notaran sus sentimientos. Realmente había creído que había llorado todas las lágrimas posibles por su padre, por el hombre que jamás había conocido


–¿Vivió... vivió mi padre aquí solo? –le preguntó a Pedro.


–Sí, aparte de Anabel, que era su ama de llaves. Ella ya se ha jubilado y vive en el pueblo con su hija. Ven. Te mostraré la casa y, cuando hayas satisfecho tu curiosidad, te llevaré de vuelta al castillo.


Pau notó la impaciencia que Pedro estaba tratando de contener.


–No querías que viniera aquí, ¿verdad? Aunque mi padre me dejara a mí esta casa.


–No, no quería –afirmó Pedro–. Ni veía ni veo motivo para hacerlo.


–Igual que no viste el motivo de que yo escribiera a mi padre. De hecho, en lo que a ti se refiere, habría sido mejor que yo no hubiera nacido, ¿verdad?


Sin esperar a que Pedro respondiera, dado que ella misma conocía la respuesta a su propia pregunta, siguió recorriendo la casa


Aunque era más sencilla en estilo y decoración que el castillo, estaba igualmente amueblada con lo que sospechaba eran valiosas antigüedades.


–¿Cuál era la habitación favorita de mi padre? –preguntó ella, después de que hubieran recorrido un bonito salón, un elegante comedor, una salita y un pequeño despacho situado en la parte trasera de la casa.


Durante un instante, Pau pensó que Pedro no iba a responder. De repente, se volvió a ella y le dijo:

–Ésta.


Abrió la puerta de una pequeña biblioteca.


–A Felipe le encantaba leer, escuchar música... A él le gustaba pasar las noches aquí, escuchando música y leyendo sus libros favoritos. El sol se pone por este lado de la casa y por la tarde esta habitación resulta muy agradable.


La imagen que Pedro estaba pintando era la de un hombre solitario, tranquilo, tal vez incluso solitario, que se sentaba allí contemplando lo que la vida podría haberle dado si las cosas hubieran sido diferentes.


–¿Pasabas tú mucho tiempo con él? –susurró ella con un nudo en la garganta. Se llevó la mano al cuello, enredándola con la cadena de oro que había pertenecido a su madre, como si tocándola pudiera en cierto modo aliviar el dolor que estaba sintiendo.


–Él era mi tío. Se ocupaba de los huertos de la familia. Por supuesto que pasábamos mucho tiempo juntos.



jueves, 18 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 29

 


ALGUIEN estaba llamando a la puerta de su dormitorio. Rápidamente, Pau sacó el sombrero de la bolsa de viaje y agarró su bolso antes de dirigirse a abrir la puerta. De algún modo, consiguió librarse de los pensamientos que tanto la turbaban y pudo dedicarle una sonrisa a la doncella que la estaba esperando.


La doncella la acompañó a un comedor en que se había servido un bufé en una elegante mesa auxiliar. Había tres servicios colocados sobre la impecable mesa de caoba. La razón se hizo aparente cuando Pedro entró en el comedor acompañado de un hombre más joven, de cabello oscuro y muy guapo. Él le dedicó a Pau una cálida sonrisa de apreciación en cuanto la vio.


Pedro los presentó.


–Paula, Ramón Carrera. Ramón es el capataz de la finca –dijo. La cálida sonrisa de Ramón se desvaneció un poco al escuchar las siguientes palabras de Pedro–. Paula es la hija de Felipe. Vamos a comer –añadió, mientras se dirigía a la mesa del bufé.


Mientras tomaba un plato para servirse, Pau reflexionó por la inesperada presentación de Pedro, en la que había dicho abiertamente que ella era la hija de su tío adoptivo y reconociéndola así por tanto como un miembro de la familia. Escuchándolo, cualquiera hubiera pensado que no había habido secreto alguno sobre ella o problema para reconocerla como tal. ¿Por qué lo había hecho? Seguramente para que nadie se pensara que tenía una relación con ella. Por supuesto, siendo el hombre que era, no quería que nadie pensara algo semejante. Después de todo, había dejado bien claro la antipatía que sentía hacia ella.


Después de comer, mientras los dos hombres hablaban sobre asuntos relacionados con la finca siguió pensando en el porqué el hecho de que él la hubiera presentado como la hija de Felipe para que nadie pensara que tenía una relación con ella le molestaba tanto.


–Aún no ha probado nuestro vino –oyó que decía Ramón–. Es un nuevo Merlot que acabamos de empezar a producir aquí.


Como se esperaba que hiciera, Pau se llevó la copa a los labios y, tras aspirar el intenso aroma, tomó un sorbo.


–Es excelente –le dijo sinceramente a Ramón.


–Es Pedro quien se merece sus elogios y no yo –replicó Ramón con una sonrisa–. Fue idea suya importar algunas viñas nuevas de unos terrenos en Chile sobre los que está interesado para ver si podíamos conseguir el excelente vino que producen allí.


–El que hemos producido aquí es único en esta zona –comentó Pedro participando en la conversación–. Algunos de los aromas de nuestra tierra se han visto incorporados al vino.


Pedro dijo que quería producir un Merlot que le recordara a un paseo a caballo entre los campos de la finca en una cálida mañana de primavera –explicó Ramón muy entusiasmado–. El resultado ha sido muy bien recibido. Creo, Pedroque deberíamos haberle puesto el nombre de la hermosa hija del señor Felipe –añadió, tras dedicarle a Pau una mirada de admiración.


Pedro se sintió como si alguien le apuñalara en el vientre al ver cómo Pau sonreía afectuosamente a Ramón. No había mencionado que hubiera ningún hombre en su vida, pero, aunque lo hubiera, dado que sabía la clase de mujer que era, seguramente no creería necesario conformarse con uno, en especial cuando estaba a tantos kilómetros de distancia de él.


Se puso en pie repentinamente y anunció con brusquedad:

–Creo que deberíamos marcharnos. Ya me informarás sobre ese problema del sistema de irrigación esta noche, Ramón. Si hay que llamar a un ingeniero para que lo repare, preferiría que fuera mañana, mientras yo aún estoy aquí.


–Iré a ver qué está ocurriendo –dijo Ramón poniéndose de pie.Inmediatamente, se acercó a Pau y la ayudó a levantarse con un gesto muy cortés.


Entonces, se excusó y se marchó, dejando a Pedro y a Paula a solas. Los dos salieron del castillo bajo el cálido sol de media tarde. Pau se sorprendió al ver que Pedro le agarraba el brazo para conducirla hasta el coche, dado que había pensado que la casa de su padre estaría a una corta distancia del castillo.




TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 28

 


Al llegar a la puerta principal del castillo, Pedro detuvo el coche. Un empleado de cierta edad los estaba esperando para darles la bienvenida al amplio vestíbulo de mármol. El ama de llaves, que sonreía mucho más afectuosamente que Rosa, la acompañó a su dormitorio después de que Pedro anunciara que su invitada podría querer refrescarse un poco mientras él hablaba con el encargado.


–Dado que es casi la hora de comer, sugiero que retrasemos nuestra visita a la casa de Felipe hasta después de almorzar.


La palabra «sugerir» en el vocabulario de Pedro significaba realmente una orden. Pau se vio obligada a asentir con la cabeza y aceptar su dictado a pesar de que se moría de ganas por ver la casa de su padre.


Un par de minutos más tarde, siguió al ama de llaves a lo largo de un amplio pasillo, cuyo techo estaba decorado con elaborados diseños de escayola y cuyas paredes vestidas de papel rojo exhibían retratos de familia.


Casi habían llegado al final del pasillo cuando el ama de llaves se detuvo y abrió una puerta doble que quedaba frente a ella. Entonces, le indicó a Pau que entrara.


Si el dormitorio de la casa de Granada le había parecido enorme y elegante, no sabía cómo podría describir aquél. Dejó su bolso de viaje en el suelo y se quedó sin palabras al contemplar el que seguramente era el dormitorio más opulento que había visto en toda su vida.


Festones de querubines adornaban el lujoso dosel de la cama mientras que en el techo las ninfas y los pastores se enfrentaban en una deliciosa pastoral retratada en tonos pastel. Una elaborada escayola dorada adornaba las paredes.


Todos los muebles eran de color crema. Sobre la cama, había una colcha dorada de la misma tela de las cortinas. Entre dos enormes puertas de cristal que daban a estrechos balcones, había un escritorio con su butaca. En un rincón, había una mesa baja sobre la que se apreciaba una selección de revistas. A pesar de que no entendía mucho de decoración, Paula sospechaba que la alfombra era probablemente una pieza de valor incalculable que se había tejido especialmente para aquel dormitorio.


–Su baño y su vestidor están por aquí –le dijo el ama de llaves, indicando unas puertas a ambos lados de la cama–. Le enviaré una doncella para que la acompañe al comedor dentro de diez minutos.


Tras darle las gracias, Pau esperó hasta que la puerta se hubo cerrado antes de ir a investigar el cuarto de baño y el vestidor.


El baño era muy tradicional, con suelos y paredes de mármol y una enorme bañera además de una ducha del más moderno estilo. Había todos los productos imaginables a disposición de quien se alojara allí, además de esponjosas toallas y de un igualmente suave albornoz.


El vestidor estaba alineado de espejos que ocultaban armarios empotrados lo suficientemente grandes para albergar los guardarropas enteros de varias familias e incluso contaba con una chaise longue. ¿Sería para que el compañero de la dama que durmiera en aquel dormitorio pudiera sentarse allí y ver cómo ella desfilaba delante de él con carísimas ropas de diseño? Sin poder evitarlo, se imaginó a Pedro reclinado contra la tapicería dorada, extendiendo la mano para tocarle un hombro desnudo, mirándole la boca mientras ella...


No. No debía tener tales pensamientos.


Regresó rápidamente al dormitorio y se asomó al balcón con la intención de tomar un poco de aire fresco. Se detuvo en seco al ver que el balcón daba a una piscina lo suficientemente grande como para pertenecer a un hotel de cinco estrellas. El intenso azul del cielo se reflejaba en el agua. Más allá de los muros del jardín, se veían los campos y los huertos, que se extendían hasta las colinas.


Aquel valle era un pequeño paraíso en la tierra, un paraíso lleno de peligros. En lo que a ella se refería, Pedro era Lucifer y se sentía tan tentada por él como Eva por la serpiente. Corría el riesgo de perder todo lo que le importaba por conseguir una caricia del hombre que representaba todo lo que ella más despreciaba




TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 27

 


Había ido hasta allí para buscar a su padre, no para que Pedro la aceptara o cambiara la opinión que tenía sobre ella. Había recorrido un largo camino desde la muchacha idealista que había mirado a Pedro y había perdido por completo el corazón. Sabía que él no era la figura heroica que ella había creado en el interior de su cabeza por la adoración que sentía hacia él. Pedro se lo había demostrado al hacerle ver lo equivocada que era la opinión que tenía sobre ella. No había razón alguna para que sus sentidos estuvieran tan pendientes de él, igual que había ocurrido en la adolescencia, pero eso era exactamente lo que estaba ocurriendo.


Por mucho que intentara no hacerlo, no podía resistirse a volver la cabeza para mirarlo. El cuello de su camisa estaba abierto y dejaba al descubierto la dorada esbeltez de la garganta. Si pudiera mirarlo bien, vería sin duda dónde empezaba el vello que cubría su torso.


«Basta ya», se dijo. La ansiedad que sus pensamientos le estaban causando le provocaban pequeñas gotas de sudor en la frente mientras que el pulso y los latidos del corazón habían comenzado a acelerársele. Tenía miedo de su propia imaginación y del poder de la sensualidad que había dentro de ella. Parecía surgir de ninguna parte.


Tal vez el hecho de estar allí, en el país de su padre, desatara aspectos de su personalidad que desconocía, como la pasión. Resultaba mucho más fácil aferrarse a ese pensamiento que pensar que era Pedro el responsable de aquel florecimiento de aquel lado tan sensual de su naturaleza. Igual que le había pasado cuando tenía dieciséis años.


Pedro miró por el retrovisor para no tener que mirar a Paula y apretó el pie sobre el acelerador. Ya habían salido de Granada y el poderoso coche devoraba los kilómetros. Paula admiraba el paisaje que se divisaba a su alrededor, sobre el que tanto había leído en libros, dado que temía preguntar a su madre. Sabía lo doloroso que le resultaba hablar sobre la tierra del amor de su vida.


–Todo esto debe de ser muy hermoso en primavera, cuando los árboles están en flor –dijo, admirando los naranjos y limoneros que estaban cargados de fragantes frutos.


–La primavera es la estación favorita de mi madre. Siempre la pasa en la finca. La flor del almendro es su favorita –respondió con voz seca, lo que demostraba que no quería hablar con ella.


Este hecho le dolió profundamente. Decidió que no debía pensar en Pedro, sino en sus padres, en el amor que los dos habían compartido. Ella había sido el fruto de ese amor y, según su madre, eso la convertía en una persona muy especial. Una hija del amor. Sabiendo eso, ¿acaso era de extrañar que ella se hubiera sentido tan horrorizada por el comportamiento de Ramiro, que no hubiera podido negar las mentiras que él había dicho sobre ella? A los dieciséis años, había sido lo suficientemente ingenua como para creer que la intimidad sexual debería ser un hermoso acto de amor mutuo. Ella no había tenido deseo alguno de experimentar con el sexo, algo a lo que le habían predispuesto la actitud vulgar y desagradable de los chicos de su edad. En vez de eso, había soñado con un amante tierno y apasionado, que la adorara por completo y con el que ella pudiera compartir todos los misterios y las delicias de su intimidad sexual.


Entonces, Pedro había ido a ver a su madre. El niño del que tanto había oído hablar se había transformado en un dios que encajaba perfectamente con la imagen que ella tenía de lo que un hombre debería ser. En consecuencia, le había robado por completo el corazón sin que ella se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. Pedro tan guapo, tan masculino, tan sensual... Y, además, conocía a su padre. ¿Era de extrañar que hubiera podido derribar tan fácilmente todas sus defensas emocionales?


Sorprendida de su propia vulnerabilidad, trató de centrarse de nuevo en el paisaje. Se había apartado de la carretera principal y avanzaban por una algo más estrecha que escalaba una montaña. Cuando llegaron a la cima, pudo ver que, al otro lado, había un fértil valle lleno de huertos.


–Los linderos de la finca comienzan aquí –dijo él mientras comenzaban a descender hacia el valle. El tono seguía siendo formal, como si quisiera transmitirle lo poco que quería su compañía y lo mucho que hubiera preferido que ella no estuviera a su lado.


A Pau no le importó. Después de todo, no estaba allí por él, sino por su padre. Sin embargo, por mucho que tratara de reconfortarse con aquel pensamiento, su dolido corazón se negaba a sentirse aliviado.


–Aún no se puede ver el castillo, pero está al otro lado del valle, construido en un lugar estratégico.


Pau primero vio un río que serpenteaba entre las suaves praderas del valle. Aquel lugar era un paraíso. De repente, sintió envidia ante el privilegio de haber podido crecer allí, rodeado de tanta belleza natural. En la distancia, se veían los altos picos de la sierra.


Por fin pudo ver el castillo. No se había imaginado que fuera tan grande, tan imponente. Su arquitectura era una mezcla del estilo árabe con el renacentista. La luz del sol relucía sobre las estrechas ventanas de sus torres.


Con cierta aprensión, pensó que aquello no era un hogar, sino una fortaleza diseñada para transmitir el poder de quien habitaba allí y advertir a los demás que no osaran desafiarlo.




miércoles, 17 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 26

 


–¿Cuánto tiempo se tarda en llegar al castillo?


Pau realizó la pregunta mirando hacia delante, a través del parabrisas de un lujoso coche. Ella iba sentada en el asiento del pasajero mientras que Pedro maniobraba el vehículo hacia el exterior de la casa y se dejaba llevar por el ajetreado tráfico de la mañana.


–Unos cuarenta minutos, tal vez cincuenta, dependiendo del tráfico.


La respuesta de Pedro fue igualmente tensa. Centraba su atención en la carretera, aunque, en su interior era más consciente de la presencia de Pau a su lado de lo que quería admitir.


Ella llevaba puesto un vestido veraniego de color azul claro. Mientras ella se dirigía hacia el coche por delante de él, Pedro había visto cómo la luz del sol había hecho que se le transparentaran las esbeltas piernas y la sugerente curva de los senos. En aquel momento, aún podía oler el fresco perfume que emanaba de la piel de Pau, limpio y, sin embargo, de una sutil feminidad, provocándola la automática necesidad de acercarse a ella para poder aspirar el aroma.


Sin poder evitarlo, se imaginó el cuerpo de Paula apretado contra el suyo. Lanzó una silenciosa maldición y trató de suprimir la propia reacción sexual de su cuerpo a esa imagen. Comenzó a conducir con una mano, tras bajar una de ellas, la más cercana a Paula, para que ella no pudiera notar el abultamiento de su erección. Se sintió agradecido por el hecho de que ella estuviera mirando hacia delante y no a él.


El silencio entre ellos era peligroso. Permitía que florecieran pensamientos que él no quería tener. Era mejor silenciarlos con una conversación mundana que darles rienda suelta.


Con voz neutral y distante, le dijo a Pau:

–Además de mostrarte la casa de tu padre, tengo que ocuparme de algunos asuntos antes de que regresemos a Granada.


Pau asintió.


–¿Visitó mi madre alguna vez la casa de mi padre? –le preguntó ella sin poder contenerse.


–¿Quieres decir a solas, para estar con tu padre?


–Estaban enamorados –replicó ella inmediatamente, al notar la desaprobación que se reflejaba en la voz de Pedro–. Sería natural que mi padre...


–¿Se hubiera llevado a tu madre a su casa con la intención de acostarse con ella sin pensar en absoluto en la reputación de ella? –preguntó Pedro–. Felipe jamás habría hecho algo así, pero supongo que no me debería sorprender que tú lo pensaras, dado tu propio comportamiento y tu historia amorosa.


Pau contuvo el aliento. Cuando soltó el aire, lo hizo con furia.


–Tú no sabes lo que pasó en realidad.


Pedro se volvió a mirarla con incredulidad.


–¿De verdad estás esperando que escuche esas palabras? Sé lo que vi.


–Yo tenía dieciséis años y...


–Las personas no cambian.


–Eso es cierto –afirmó Pau–. Tú eres prueba viva de ello.


–¿Qué significa eso exactamente?


–Significa que sabía entonces lo que pensabas de mí y por qué me juzgaste del modo en el que lo hiciste. Y sé que sigues pensando lo mismo de mí hoy día.


Las manos de Pedro agarraron con fuerza el volante. Ella había sabido lo que él había sentido hacia ella a pesar de todo lo que él había hecho para ocultárselo. Por supuesto que había sido así. Él había evaluado su madurez y su disposición para conocer el deseo que él sentía hacia ella, creyendo equivocadamente que sólo era una muchacha inocente.


–Bien, en ese caso –le aseguró él secamente–, sepas lo que sepas, deja que te asegure que no tengo intención de permitir que esos sentimientos afecten a lo que considero mi deber y mi responsabilidad: la de llevar a cabo los deseos de mi difunto tío con respecto a tu herencia.


–Bien –dijo Pau. Fue lo único que fue capaz de decir.


Por lo tanto, era cierto. Ella había tenido razón. Pedro había sentido una profunda antipatía hacia ella todos esos años atrás, antipatía que aún seguía experimentando. Paula ya lo había sabido, entonces, ¿por qué aquella confirmación la hacía sentirse tan... tan dolida y abandonada?


Había sabido lo que Pedro sentía hacia ella cuando fue a España. ¿O acaso había estado esperando que ocurriera un milagro? ¿Había estado esperando una especie magia de cuento de hadas que borrara la angustia que ella llevaba en su interior? ¿Dejarla libre para qué? ¿Para encontrar un hombre con el que ella pudiera ser una verdadera mujer, libre para disfrutar de su sexualidad sin la mancha de la vergüenza? ¿Por qué necesitaba que Pedro creyera en su inocencia para poder hacer algo así? Después de todo, ella sabía la verdad y eso debería ser suficiente, pero no lo era. Había algo en su interior que le decía que su dolor sólo podría curarse por... ¿Por qué? ¿Por las caricias de Pedro, que le demostraran que él la aceptaba?