viernes, 19 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 31

 


Pedro se estaba dando la vuelta. Pau soltó la cadena y miró al escritorio. Le llamó la atención un pequeño marco de plata. Un impulso que no pudo controlar la empujó a tomarlo y a darle la vuelta. El corazón comenzó a golpearle con fuerza contra las costillas al ver que se trataba de una fotografía de su madre con un bebé en brazos.


Con la mano temblorosa, volvió a dejar la fotografía en su sitio.


El teléfono móvil de Pedro comenzó a sonar. Mientras él se alejaba para contestar la llamada, Pau volvió a estudiar la fotografía. Su madre parecía tan joven, tan orgullosa de su bebé. ¿Qué habría pensado su padre mientras observaba la fotografía? Pau jamás conocería la respuesta.


Había tenido aquella fotografía sobre su escritorio, lo que significaba que, al menos, la veía todos los días. Paula trató de apartar el profundo sentimiento de tristeza que la embargó.


Pedro terminó la llamada.


–Tenemos que regresar al castillo –le dijo–. Ramón me ha concertado una cita con el ingeniero. Tenemos que tomar una decisión sobre un problema con el suministro de agua. Podemos volver por la mañana si deseas ver lo de arriba.


–¿Se enteró mi padre de la muerte de mi madre?


–Sí.


–¿Cómo lo sabes?


–Lo sé porque yo fui el que tuvo que darle la noticia.


–Y él... ¿Nadie pensó que yo podría necesitar tener noticias de él, de mi único pariente con vida, de mi padre?


Revivió todo el dolor que experimentó al perder a su madre con dieciocho años.


–Fuiste tú... tú el que nos mantuvo separados –acusó a Pedro.


La mirada que se reflejó en los ojos de Pedro la silenció.


–La salud de tu padre se resintió mucho cuando se vio separado de tu madre. Su médico creyó más conveniente que llevara una vida tranquila, sin presiones emocionales. Por esa razón, en mi opinión...


–¿En tu opinión? ¿Quién eras tú para tomar decisiones y juicios que me implicaran a mí? –preguntó ella amargamente.


–Era y soy el cabeza de esta familia. Como tal, es mi deber hacer lo que crea más conveniente para esta familia.


–Y evitar que yo viera a mi padre, que lo conociera, fue lo que tú consideraste lo más conveniente, ¿verdad?


–Mi familia es también tu familia. Cuando tomo decisiones al respecto, las tomo con la debida consideración a todos los que forman parte de ella. Ahora, si puedes dejarte de tanto sentimentalismo infantil, me gustaría regresar al castillo.


–Para ver a ese ingeniero porque el agua para regar tus cosechas es más importante que considerar el daño que has hecho y afrontarlo –comentó Pau con una risotada amarga–. Por supuesto, debería haberme dado cuenta de que eres demasiado arrogante y frío de corazón como para pensar en hacer algo por el estilo.


Sin esperar a que él respondiera, Pau se dirigió hacia la puerta.


Pau observó la comida que tenía en el plato con tristeza y se llevó la mano a la garganta, donde debería haber estado el colgante de su madre. Aún sentía la profunda desesperación que había sentido al mirarse en el espejo del dormitorio y ver que simplemente no estaba allí.


Lo había buscado por todas partes, pero no había encontrado el valioso recuerdo de su madre, por lo que se había visto obligada a reconocer la verdad. Había perdido el colgante que representaba un vínculo tan fuerte con su madre y también con su padre.


Su tristeza era demasiado profunda para poder aliviarse con las lágrimas. Sin ganas, se cambio para la cena y se puso su vestido negro y trató desesperadamente de entablar una conversación cortés con Blanca, la esposa de Ramón.


El capataz y su esposa habían sido invitados a cenar con ellos, tal vez para subrayar la advertencia que Pedro le había hecho aquella tarde con respecto a Ramón. Si era ésa la razón, no había necesidad alguna. Incluso sin su esposa presente, jamás hubiera sentido deseo de animar a Ramón a flirtear con ella. Por muy agradable que resultara la presencia del capataz, no provocaba ningún sentimiento que pudiera ser comparable a los que le inspiraba Pedro.


Trató de negar lo que acababa de admitir y centró su atención en Blanca para distraerse de sus propios pensamientos. La esposa de Ramón era una mujer atractiva, de unos treinta años. Dado lo que Pedro le había contado sobre Ramón, no era de extrañar que los modales de Blanca hacia ella mostraran una cierta reticencia. Ella no tenía muchas ganas de hablar, pero los buenos modales que su madre y sus abuelos le habían enseñado la animaron a hacerlo.


Sin embargo, en varias ocasiones se llevó la mano al cuello para buscar el colgante perdido. Una sombra le cubría los ojos al notar su ausencia.


Mientras Pedro le estaba llenando la copa con un vino dulce para acompañar el postre, le dijo inesperadamente.


–No llevas puesto tu colgante.


El hecho de que él se hubiera dado cuenta fue suficiente para sorprender a Pau. De algún modo, consiguió controlar sus sentimientos y admitir que lo había perdido. ¿Fue imaginación suya el modo en el que la mirada de Pedro pareció quedársele prendida en su garganta antes de disponerse a llenar la copa de Ramón y luego la suya propia?


Desesperada por no pensar en su colgante perdido y en las reacciones contradictorias que tenía hacia Pedro, Pau volvió a centrar su atención en Blanca. Le preguntó sobre sus hijos. La mujer le dedicó la primera sonrisa sincera de toda la noche y comenzó a relatarle lo maravillosos que eran sus dos hijos.


Al escucharla, Pau no pudo evitar preguntarse lo que se sentiría al tener un hijo y ser madre. Sentir la alegría y el orgullo maternal que podía ver en aquellos momentos en Blanca. Ella le mostró una fotografía de los pequeños, que parecían imágenes en miniatura de su padre.


Contra su voluntad, miró a Pedro, que estaba charlando animadamente con Ramón sobre las recomendaciones del ingeniero sobre el problema del agua. Por supuesto, no tenía que intentar imaginarse cómo serían los hijos de Pedro. Después de todo, había visto fotografías de él de niño. Por supuesto, la madre también aportaría sus genes y ella sería...


Sería todo lo que ella no era. La mano le temblaba cuando tomó la copa de vino. ¿Por qué diablos debía importarle con quién se casara Pedro, el aspecto que tuvieran sus hijos o incluso el hecho de que tuviera descendencia? ¿Por qué?


Igualmente, ¿por qué tenía esa curiosa sensación de anhelo mezclado con pérdida en lo más profundo de su corazón?




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