Al llegar a la puerta principal del castillo, Pedro detuvo el coche. Un empleado de cierta edad los estaba esperando para darles la bienvenida al amplio vestíbulo de mármol. El ama de llaves, que sonreía mucho más afectuosamente que Rosa, la acompañó a su dormitorio después de que Pedro anunciara que su invitada podría querer refrescarse un poco mientras él hablaba con el encargado.
–Dado que es casi la hora de comer, sugiero que retrasemos nuestra visita a la casa de Felipe hasta después de almorzar.
La palabra «sugerir» en el vocabulario de Pedro significaba realmente una orden. Pau se vio obligada a asentir con la cabeza y aceptar su dictado a pesar de que se moría de ganas por ver la casa de su padre.
Un par de minutos más tarde, siguió al ama de llaves a lo largo de un amplio pasillo, cuyo techo estaba decorado con elaborados diseños de escayola y cuyas paredes vestidas de papel rojo exhibían retratos de familia.
Casi habían llegado al final del pasillo cuando el ama de llaves se detuvo y abrió una puerta doble que quedaba frente a ella. Entonces, le indicó a Pau que entrara.
Si el dormitorio de la casa de Granada le había parecido enorme y elegante, no sabía cómo podría describir aquél. Dejó su bolso de viaje en el suelo y se quedó sin palabras al contemplar el que seguramente era el dormitorio más opulento que había visto en toda su vida.
Festones de querubines adornaban el lujoso dosel de la cama mientras que en el techo las ninfas y los pastores se enfrentaban en una deliciosa pastoral retratada en tonos pastel. Una elaborada escayola dorada adornaba las paredes.
Todos los muebles eran de color crema. Sobre la cama, había una colcha dorada de la misma tela de las cortinas. Entre dos enormes puertas de cristal que daban a estrechos balcones, había un escritorio con su butaca. En un rincón, había una mesa baja sobre la que se apreciaba una selección de revistas. A pesar de que no entendía mucho de decoración, Paula sospechaba que la alfombra era probablemente una pieza de valor incalculable que se había tejido especialmente para aquel dormitorio.
–Su baño y su vestidor están por aquí –le dijo el ama de llaves, indicando unas puertas a ambos lados de la cama–. Le enviaré una doncella para que la acompañe al comedor dentro de diez minutos.
Tras darle las gracias, Pau esperó hasta que la puerta se hubo cerrado antes de ir a investigar el cuarto de baño y el vestidor.
El baño era muy tradicional, con suelos y paredes de mármol y una enorme bañera además de una ducha del más moderno estilo. Había todos los productos imaginables a disposición de quien se alojara allí, además de esponjosas toallas y de un igualmente suave albornoz.
El vestidor estaba alineado de espejos que ocultaban armarios empotrados lo suficientemente grandes para albergar los guardarropas enteros de varias familias e incluso contaba con una chaise longue. ¿Sería para que el compañero de la dama que durmiera en aquel dormitorio pudiera sentarse allí y ver cómo ella desfilaba delante de él con carísimas ropas de diseño? Sin poder evitarlo, se imaginó a Pedro reclinado contra la tapicería dorada, extendiendo la mano para tocarle un hombro desnudo, mirándole la boca mientras ella...
No. No debía tener tales pensamientos.
Regresó rápidamente al dormitorio y se asomó al balcón con la intención de tomar un poco de aire fresco. Se detuvo en seco al ver que el balcón daba a una piscina lo suficientemente grande como para pertenecer a un hotel de cinco estrellas. El intenso azul del cielo se reflejaba en el agua. Más allá de los muros del jardín, se veían los campos y los huertos, que se extendían hasta las colinas.
Aquel valle era un pequeño paraíso en la tierra, un paraíso lleno de peligros. En lo que a ella se refería, Pedro era Lucifer y se sentía tan tentada por él como Eva por la serpiente. Corría el riesgo de perder todo lo que le importaba por conseguir una caricia del hombre que representaba todo lo que ella más despreciaba
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