Julia estaba deseando ver la casa de John terminada, aunque él tenía todavía más ganas.
Los muebles iban a llegar el sábado y Julia estaba tan emocionada como si hubiesen sido los de su propia casa.
Cuando John la llamó el viernes, pensó que lo hacía para contarle a qué hora iba a llegar el camión al día siguiente, pero se equivocó.
—¿Te apetece que salgamos a cenar? —le preguntó él.
—Estupendo. No tenía ganas de cocinar.
—¿A las siete?
—Perfecto.
—¿Te paso a recoger?
Julia dudó.
—Umm. Tentador. Estoy decorando una casa en el centro, así que no creo que me dé tiempo a pasar por la mía. ¿Por qué no nos vemos directamente en algún sitio?
—¿Te parece bien un indio?
—Sí.
—Eres una mujer muy fácil de complacer.
Ella se echó a reír.
—Has acertado en todo.
Julia terminó de trabajar más tarde de lo previsto y, además, tuvo que retocarse el maquillaje, así que llegó al restaurante un cuarto de hora tarde.
Al entrar, no vio a John. Había dos hombres solos, en dos mesas, pero ninguno de los dos era él. Ambos eran guapos y debían de estar esperando a sus esposas.
Se mordisqueó el labio inferior y vio que uno de los dos hombres le hacía gestos para que se acercara.
—¿John? —preguntó sorprendida—. Estás distinto. ¿Qué te has hecho?
Llevaba los vaqueros que había comprado con ella y un jersey negro.
Pero había más.
—He seguido tu consejo y he ido a cortarme el pelo.
—No puedo creer que un corte de pelo te haya podido cambiar tanto.
—Fue el peluquero el que me recomendó la óptica.
—Eso es lo que ha cambiado. Tus gafas. Son muy bonitas. Tienes unos ojos preciosos.
A él pareció avergonzarle tanto entusiasmo por su nuevo aspecto y no tardó en cambiar de tema:
—¿Qué tal tú en el trabajo?
—Bien. Al agente inmobiliario le ha gustado lo que he hecho. Va a poner fotografías en su página web y mencionará a First Impressions. Siempre está bien conseguir algo de publicidad gratuita.
Mientras charlaban, una mujer pasó por su lado y miró a John. A Julia no le hizo ninguna gracia.
—¿Has tenido alguna cita después del cambio de imagen? —le preguntó.
—Un par de ellas.
Eso volvió a molestarla.
—¿Y?
¿Qué estaba haciendo, ayudando a John a convertirse en un hombre atractivo con una bonita casa para que otra lo disfrutase?
—La primera no estaba mal. Llegó temprano.
Julia pensó que ella siempre llegaba tarde y odió a aquella mujer sin conocerla.
—Seguro que no tiene vida —comentó.
—Supongo, aunque si llegar pronto significa que no tienes vida, entonces yo tampoco la tengo.
—Oh.
—¿Sabes qué es lo más extraño?
—¿El qué?
—Que me he acostumbrado a tener ese tiempo para mí mientras te espero. Me relaja. Me tomo algo, miró el correo en el teléfono, leo la carta. No me gustó que esa mujer llegase a la vez que yo.
Julia se alegró de oír aquello. Estaba empezando a sentirse mejor.
—¿Y la otra cita?
John sacudió la cabeza.
—Yo sugerí tomar un café, pero ella prefirió una copa. No dejó de hablar de sí misma, así que dos horas después la metía en un taxi de camino a su casa. Fueron las dos horas más largas de mi vida.
—Yo soy solo bebedora social —dijo Julia.
Decir aquello fue una tontería, sobre todo, porque ya habían decidido que solo iban a ser amigos.
—Ya me he dado cuenta.
Ella levantó la vista y sus miradas se cruzaron un instante. Y Julia tuvo la sensación de que lo estaba viendo por primera vez. Lo conocía y, al mismo tiempo, esa noche estaba diferente. Más sexy. Más seguro de sí mismo, tal vez.
Bajó la vista y el momento pasó.
Según fue transcurriendo la cena, Julia tuvo la sensación de que aquello era una cita. Empezó a coquetear con John y le dio la impresión de que él hacía lo mismo.
Las dudas la asaltaron. Habían decidido que no había química entre ambos. ¿Podían haberse equivocado?
¿O era solo que no se habían dado una oportunidad? Lo estudió con la mirada y no vio a un modelo ni a un dios griego, sino a un hombre de carne y hueso. Ya sabía de él que era puntual y ordenado, cualidades que ella no tenía.
Le gustaba probar restaurantes nuevos. Como a ella. Podían hablar casi de cualquier cosa, desde viajes y música, a política.
Se había convertido en un buen amigo. ¿Podía ser algo más?
Una vez fuera del restaurante, se entretuvieron un poco. Julia no quería marcharse y él tampoco parecía tener prisa.
—Es curioso, lo de esas páginas de Internet —dijo John—. Uno juzga a las personas demasiado pronto.
—Tal vez —respondió ella.
—Tengo que confesarte algo —admitió él, acercándose.
A Julia se le aceleró el pulso.
—¿El qué? —preguntó, con la esperanza de que no fuese algo malo.
—Me sentí atraído por ti la primera vez que te vi.
—¿Sí?
—Pero tú no sentiste lo mismo por mí, así que pensé que solo podíamos ser amigos.
—Yo estaba atrapada en mi ridícula fantasía —dijo ella, cerrando los ojos—. Era tan ingenua…
—¿Sigues queriendo que seamos solo amigos o estás abierta a algo más?
Como respuesta, Julia se acercó a él hasta poder ver los pequeños puntos negros que había en sus ojos azules y se puso de puntillas con la intención de besarlo, pero de repente John tomó el control de la situación y la besó apasionadamente.
Cuando se apartó, Julia le acarició el rostro.
—Yo… creo que estoy abierta a algo más.
—Bien.
Buscó las llaves del coche.
—Tengo unas sábanas que he escogido para ti.
—Los muebles del dormitorio han llegado hoy. ¿Quieres venir a verlos?
La estaba mirando con ternura y Julia no pudo contestar. Así que se limitó a asentir.
Él asintió también. En ocasiones, sobraban las palabras.
Julia subió a su coche y lo siguió hasta su casa. Se sentía rara, nerviosa, pero también estaba emocionada. Estaba segura de que iban a hacer algo más que poner las sábanas nuevas en la cama. Por suerte llevaba la bolsa del gimnasio en el maletero, así que tenía un neceser con lo básico, algún maquillaje, cepillo de dientes y un cambio de ropa interior.
Al entrar en la casa se dio cuenta de que los muebles del dormitorio no eran los únicos que habían llegado un día antes.
—¿Qué te parece todo? —le preguntó a John.
—Precioso —respondió él, mirándola a ella—. ¿Te gustaría ver el dormitorio?
—Mucho.
Entraron en el dormitorio y Julia casi no se fijó en la decoración. Solo vio la enorme cama, que ya estaba hecha.
—Ha quedado estupendamente.
—Todavía no he dormido en ella.
—Está bien empezar de cero —comentó Julia.
Él la abrazó, la besó y, de repente, la tomó en brazos.
—¿Qué haces? Si peso una tonelada.
—No es verdad —respondió John, dejándola en la cama sin ningún esfuerzo.
Dejó la luz de la lamparita encendida y, por una vez, Julia no insistió en que la apagase.
John se tomó su tiempo para desnudarla y gimió de placer al ver sus generosos pechos salir de debajo del sujetador. Tomó uno de ellos con la boca y mientras exploraba su cuerpo con las manos. Metió una de ellas entre sus muslos y la hizo gritar su nombre de placer.
—Estás vestido —le dijo Julia cuando consiguió tranquilizarse.
—No por mucho tiempo.
Ella lo observó mientras se desnudaba.
—No te importa que tenga unos kilos de más, ¿verdad? —le preguntó mientras tanto.
—Me gustas tal y como eres —le respondió él.
Julia suspiró y alargó las manos hacia él.
—Deja que te demuestre lo que es capaz de hacer con su cuerpo una mujer con unos kilitos de más.