jueves, 11 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 35

 


Un rato después, tumbada a su lado, escuchando su respiración, lenta y profunda, sintiendo el calor de su cuerpo desnudo, sintió una paz interior, una felicidad, que le era completamente ajena. Nunca había sentido aquella necesidad de estar tan cerca de un hombre.


¿Sería eso lo que sentía uno al enamorarse? ¿Acaso era posible hacerlo en menos de una semana?


Si era amor, tenía menos de tres semanas para superarlo. Porque aunque ella quisiese más de aquella relación, era evidente que Pedro no. Y era normal, después de lo que le había hecho su prometida. Además, aunque considerase en algún momento volver a casarse, dudaba que quisiera hacerlo con alguien como ella. Eran demasiado diferentes. No obstante, podían disfrutar del tiempo que les quedaba juntos.


Aunque luego sufriesen un poco al separarse. O mucho.


***********************************


Decidido. Se había vuelto completamente loco.


¿Cómo podía haberle pedido a Paula que lo acompañase al rancho? Era evidente que no había pensado antes de hablar, porque iba a ser una pesadilla logística.


–¿Estás loco? –le preguntó su ama de llaves, Elisa, cuando la llamó para contárselo el jueves por la tarde.


Solo había dos personas que sabían lo que estaba haciendo en Vista del Mar y una de ellas era ella.


–Creo que sí –le respondió.


Ya no podía echarse atrás. Paula parecía emocionada con la idea de acompañarlo y lo cierto era que él también quería llevarla. Quería compartir una parte de su vida con ella.


Estaría bien poder hacerlo sin descubrir su tapadera.


–¿Puedes preparar la habitación que hay al lado de la mía y poner sábanas limpias en la cama? –le pidió a Elisa–. Nos instalaremos allí.


–¿No quieres dormir en tu habitación?


–¿Piensas que va a creerse que mi jefe me deja su dormitorio?


–Es verdad.


–También necesito que recorras la casa y quites cualquier cosa en la que aparezca mi nombre, o fotografías en las que salga yo.


–Eso no me va a costar mucho, porque solo tenías fotografías con la fresca esa, y las quemaste todas.


A Elisa nunca le había caído bien Alicia, siempre había pensado que era una niña mimada y egoísta. Y Alicia había insistido muchas veces en que despidiese a Elisa, quejándose de que la miraba mal y la trataba como a una extraña. Desde que la había echado al descubrir el engaño, Elisa se refería a ella como «la fresca».


Elisa, una mujer menuda, pero con carácter, había sido como su madre desde que había llegado al rancho. En ocasiones lo trataba más como un adolescente que como a su jefe, pero él la adoraba.


–¿Qué vas a hacer con los hombres? –le preguntó.


–Claudio va a hablar con ellos.


Su capataz era la otra persona que conocía su plan.


–Seguro que alguno mete la pata y te llama jefe.


–Paula piensa que me van a dar el puesto de capataz cuando vuelva al rancho, así que utilizaré esa excusa si ocurre. Mientras que nadie utilice mi nombre completo, no habrá ningún problema.


–Aun así, creo que estás jugando con fuego. Lo que significa que te debe de gustar mucho esa mujer. ¿Cuánto tiempo hace que la conoces, una semana?


–Ni siquiera.


–A la fresca tardaste tres semanas en traerla.


–Paula es distinta a las demás. Piensa que soy un peón de rancho sin estudios y parece que no le importa. Y ambos tenemos en común una niñez muy difícil. Me gusta. Me siento bien cuando estoy con ella. Y el sexo…


–¡Entendido! –gritó Elisa.


Pedro se echó a reír.


–Se va a llevar una buena sorpresa cuando se entere de la verdad –añadió ella.


–Supongo que sí.


Sobre todo, porque podía destrozar su reputación profesional. Y, aunque no tenía elección, en los últimos días había empezado a desear no averiguar nada malo de la fundación. Si sus sospechas eran ciertas podía hacerle daño a mucha gente. A Ana, que dirigía la fundación, e incluso a su hermana Emma, que estaba en la junta. Por no mencionar a los voluntarios.


–Es posible que se enfade contigo.


–Sí, lo sé.


De hecho, era inevitable. La cuestión era cuánto se enfadaría.


–Si de verdad te importa, ¿crees que merece la pena arriesgarse?


–No tengo elección. Tengo que hacerlo. Por los habitantes de Vista del Mar.


–¿Estás seguro de que lo haces por ellos? Sé que sientes que le fallaste a tu padre. ¿No estarás intentando aliviar tu culpabilidad.


Un mes antes habría tenido clara la respuesta a esa pregunta. En esos momentos, ya no estaba tan seguro.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 34

 


Aunque Paula había pensado que no era posible, el sexo con Pedro era cada vez mejor.


Nada más llegar a su apartamento, habían empezado a besarse y a quitarse la ropa. Pedro parecía saber qué debía hacer exactamente para volverla loca.


Después de hacer el amor, ensayaron para la gala con Pedro desnudo. Y luego volvieron a hacer el amor. Después, Paula debía haberse vestido para volver al despacho a terminar los preparativos de una boda que tenía al fin de semana siguiente, pero, en su lugar, se quedaron en la cama, sudorosos, agotados, con las piernas entrelazadas, acariciándose.


–¿Qué prefieres que prepare para cenar el viernes, comida italiana o mexicana? –le preguntó.


–Precisamente de eso quería hablarte –le contestó él–. No va a poder ser.


A Paula le sorprendió sentirse tan decepcionada, pero intentó que no se le notase. Tenían una relación informal, que Pedro cancelase una cena no tenía importancia.


–Ah, bueno, no pasa nada.


–No es que no quiera venir, sino que tengo que estar en el rancho el sábado por la mañana para ver a un ganadero. Está en juego una venta muy importante.


–¿No debería ser tu jefe quien se ocupase de eso?


–Lo haría en circunstancias normales, pero se marcha de viaje ese fin de semana y quiere que esté yo en su lugar.


–Eso está bien, ¿no? Quiero decir, que confíe tanto en ti.


–Sí, pero odio tener que cancelar la cena. Tal vez podríamos posponerla al sábado. A no ser que…


Paula lo miró, parecía pensativo.


–¿Que qué?


–Que quieras… acompañarme.


–¿Al rancho?


–Podríamos ir el viernes cuando terminases de trabajar y volver el domingo por la mañana temprano. Solo perderías un día de trabajo. Piénsalo.


Paula pensó que podía permitirse perder un día, dado que la organización de la gala iba muy avanzada y su reunión con el señor Cameron unas horas antes había salido muy bien.


–¿Y dónde dormiría?


Él sonrió.


–No te preocupes, que no te voy a meter en el barracón con los hombres, si es eso lo que estás pensando.


–Me preguntaba si habría algún hotel cerca del rancho.


–A mi jefe no le importará que utilicemos una de las habitaciones que hay libres en la casa principal. Además, podemos ir a dar un paseo hasta el río y montar a caballo. Y te llevaré al pueblo, seguro que te gusta Wild Ridge.


La oferta era tentadora, aunque cualquier cosa que le hubiese propuesto Pedro le habría parecido bien.


–¿Estás seguro de que a tu jefe no le importará?


–Completamente.


Había algo en su mirada que decía que aquello era muy importante para él.


Y Paula no podía negar que sentía curiosidad por ver dónde vivía. Por verlo en su elemento. Además, solo sería un día. Uno de los diecisiete que les quedaban juntos. Y quería pasar el máximo tiempo posible en su compañía.


–Entonces, iré –le dijo–. Estoy deseando ver el rancho.


Pedro sonrió. Era evidente que estaba contento y eso la ponía contenta a ella también.


–¿A qué hora podrás estar lista el viernes? –le preguntó él.


–¿Qué tal sobre las seis?, y ¿qué ropa debo llevar?


–Cómoda. Por el día hace calor y por la noche, frío.


–¿Me llevo el pijama de franela?


–No voy a dejar que te pongas pijama –respondió él, dándole un apasionado beso.


Luego empezó a acariciarla otra vez y, a pesar de que Paula necesitaba descansar, no pudo decirle que no. En esa ocasión hicieron el amor muy despacio, de manera tierna y dulce. Cuando terminaron y Pedro se levantó de la cama para vestirse, no quería dejarlo marchar, así que lo agarró de la mano para que volviese a su lado.


–Es tarde. ¿Por qué no te quedas a dormir?


–¿Estás segura? –le preguntó él.


–Sí –le respondió, tirándole de la mano para que se metiese de nuevo en la cama.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 33



El aire le soltó varios mechones del pelo a Paula y ella se los metió detrás de las orejas.


–Cuando veo tu pelo así me entran ganas de despeinarte –le dijo él.


–De eso quería hablarte –le dijo ella–. No de mi pelo, sino de nuestra… relación.


–De acuerdo.


–Sé que ya hemos hablado del tema, pero quiero dejar las cosas claras. Es una relación informal, ¿verdad?


–Ese era el plan, sí.


Paula parecía aliviada.


–Bien. Es solo… que no estaba segura de haber sido lo suficientemente clara.


–Sí, ya lo fuiste la primera vez.


Era irónico, que en la mayoría de las relaciones que había tenido, siempre hubiese sido él quien hubiese querido dejar claro que eran relaciones sin compromiso.


Había estado más de un año con Alicia antes de considerar que su relación era una relación seria. Y cuando por fin encontraba una mujer que lo veía tal y como era, alguien con quien quizá desease tener algo serio, era ella la que tenía problemas con el compromiso.


Aunque él tampoco estuviese preparado para comprometerse en esos momentos, sabía que podía llegar el momento y, si así era, haría todo lo que estuviese en su mano para convencer a Paula de que era lo mejor. Porque aunque se hiciese la dura, en realidad era frágil y vulnerable.


–No tiene mucho sentido pensar en una relación seria si voy a marcharme de la ciudad el día después de la gala –le dijo él.


Lo que le daba dos semanas y media para decidir adónde iba a ir a parar su relación.


–Entonces, divirtámonos hasta entonces.


Él sonrió.


–Encantado, sobre todo, si nos divertimos sin ropa.


–Sí –admitió ella, avanzando un paso y humedeciéndose los labios, como si fuese a darle un beso, pero antes de hacerlo, retrocedió–. Aquí no podemos hacerlo.


–¿Hacer el qué? –le pregunto Pedro, acercándose más.


Paula volvió a retroceder.


–Lo que estás pensando. Besarnos, tocarnos.


–Meter la mano debajo de tu falda y…


–Exacto.


–¿Llevas liguero, como el otro día?


Ella frunció el ceño.


–¿Cómo sabes que lo llevaba?


–Porque se te levantó la falda al subir a la camioneta y lo vi. Resulta que es una de mis prendas favoritas.


–Pues tal vez lo lleve hoy también.


–Necesito comprobarlo.


–Aquí, no.


–No nos ve nadie –le dijo él, abrazándola por la espalda y metiendo la mano debajo de su falda.


Pedro, por favor –le rogó ella, aunque no quisiese que parase.


Él le dio un beso en el cuello y le subió un poco más la falda. Entonces vio que llevaba un liguero de encaje rojo.


Supo que debía parar, pero le metió la mano entre los muslos y la hizo gemir. Le acarició el sexo y notó cómo se le entrecortaba la respiración y apretaba las piernas.


Iba a meter los dedos por debajo de las braguitas de encaje cuando oyó voces acercándose desde el aparcamiento, así que sacó la mano y retrocedió.


Paula se giró a mirarlo, se alisó la falda y le dijo en voz alta:

–¿Volvemos dentro, señor Dilson?


Pedro sonrió. Paula tenía las mejillas sonrojadas y los ojos de un color violeta muy intenso.


–Por supuesto, señorita Chaves.


Pasó delante de ella para abrirle la puerta y una vez dentro, Paula le dijo en un susurro:

–No puedo creer que te haya permitido hacer eso. No sé lo que me pasa.


–¿Te ha gustado?


–Claro que sí.


–Pues asúmelo, guapa, en el fondo eres una chica mala. Tan mala que deseas que te lleve a algún lugar donde pueda desnudarte.


Supo que Paula quería darle la razón, pero se resistió.


–Tengo que prepararte para la gala. Se nos está acabando el tiempo.


–Estoy seguro de que, siendo creativa, podrías enseñármelo todo en tu cama.


–No.


Él alargó la mano para acariciarle la mejilla.


–Piensa en lo mucho que nos divertiríamos.


Ella miró hacia el otro lado del salón, donde debía de tener pensado trabajar con él y luego, hacia la puerta. Luego suspiró y dijo:

–Eres una mala influencia para mí.


Pedro sonrió.


–Y eso te encanta.


Ella le dio la razón con una sonrisa.


–Voy a por mi maletín y marchémonos de aquí.








miércoles, 10 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 32

 


Pedro no podía decir lo mismo. Asintió y se metió las manos en los bolsillos.


–¿Así que ese es tu jefe? –le preguntó a Paula cuando Rafael se hubo marchado.


–En realidad, no –respondió ella–. Yo soy mi propia jefa. Aunque sí se puede considerar mi cliente. No obstante, no suelo tratar con él, sino con Ana Rodríguez. ¿Por qué me lo preguntas?


–Porque me ha parecido un cretino.


Paula frunció el ceño.


–¿Por qué dices eso?


Pedro se encogió de hombros.


–Es solo una opinión.


–Pensé que le dabas a todo el mundo el beneficio de la duda.


¿Eso le había dicho? Lo que no podía contarle era que ya conocía a Rafael Cameron.


–Te ha mirado el trasero cuando te has girado –comentó–. Me parece poco profesional y chabacano.


Ella sonrió.


Pedro la miró callado.


Pedro, ¿estás celoso?


–No. Bueno, tal vez un poco.


–Bueno, pues por si te quedas más tranquilo, Rafael Cameron no es mi tipo. Es demasiado… estirado. Ya te he dicho que me gustan más los chicos malos, ¿recuerdas?


Él olió su perfume y deseó besarla, pero se contuvo.


–El señor Cameron es muy exigente y ha estado dos horas repasando todos los detalles de la gala –añadió ella.


–¿Y está satisfecho con tu trabajo?


–Con casi todo. Ha realizado un par de pequeños cambios en el menú. Y me ha repetido un montón de veces que quiere que todo salga perfecto.


Pedro se preguntó qué cara pondría Rafael cuando destapase su engaño en la gala.


No tardaría mucho en saber exactamente qué era lo que ocurría. Tenía un amigo de la universidad experto en acceder a información de sistemas informáticos y, si todo salía bien, no tardaría en enviarle una copia de los archivos contables de la fundación. Luego se los pasaría a un conocido que era contable, que los analizaría y le diría si había algo sospechoso en ellos.


No iba a ser barato, y a Pedro no le gustaba hacer cosas que no fuesen legales, pero merecía la pena.


Lo único que le preocupaba era afectar a Paula, aunque era posible que nadie la culpase de algo que estaba completamente fuera de su control.


Eso no significaba que ella no fuese a enfadarse cuando se enterase de la verdad. O, tal vez, teniendo en cuenta que también había tenido un pasado complicado, comprendería su necesidad de enmendar sus errores. Y apreciaría sus esfuerzos por salvar la ciudad y el modo de vida de todas las personas que dependían de la fábrica. Si los rumores eran ciertos, Rafael tenía planeado dividir Industrias Alfonso y venderla por partes, lo que sería muy perjudicial para la economía local. Por eso él tenía que hacer algo, y pronto. Si le demostraba a toda la ciudad que la fundación era un fraude, tal vez esta se levantase contra Rafael y luchase para salvar la fábrica. Así, no solo saldría ganando la ciudad, sino que su propia familia se vería vengada.


No quería hacerle daño a Paula, pero aquello lo superaba. Los superaba a ambos, y tenía que hacérselo entender.


–Bueno –empezó Paula, girándose hacia los ventanales que daban al mar–, ¿qué te parece el salón? ¿No es perfecto?


–Bonitas vistas –respondió Pedro.


La última vez que había estado allí había sido en un baile del instituto. Su último año en el instituto. Después, su padre lo había mandado a un internado en la costa este. Era cierto que había sido un muchacho complicado, que incluso había estado al borde de la delincuencia juvenil. Había sentido resentimiento por su padre, por haber hecho que su madre se suicidase y por eso había querido ponerle las cosas difíciles.


Había pedido a gritos que le dedicasen atención, pero su padre ni siquiera había intentado acercarse a él. Solo había tenido tiempo para su princesa, Emma.


De hecho, le había dicho a Pedro que ella era el motivo por el que lo mandaba a un internado, para que su comportamiento no la afectase.


Así que casi no había tenido tiempo de llorar la pérdida de su madre cuando lo habían separado de su familia y le habían obligado a hacer amigos nuevos. Cosa que, hasta entonces, siempre le había resultado fácil.


No obstante, la adaptación había sido muy dura. Por eso no había vuelto a ver a su familia en todos aquellos años. Y desde que había comprado el rancho, ocho años antes, ni su padre ni su hermana habían ido a verlo a él. Ni siquiera los había invitado a la boda. Por desgracia, en la gala tendría que verlos a ambos, y no tenía ningunas ganas.


Deseó poder hablar con Paula y contarle todo aquello. No era de los que hablaban de sus sentimientos, pero sabía que ella lo comprendería. Al fin y al cabo, su madre también la había abandonado al entregarse al alcohol en vez de pensar en su hija.


Si él tenía hijos alguna vez, haría las cosas de otra manera. Aprendería de los errores de sus padres. El bienestar de sus hijos sería su prioridad, pero antes tenía que encontrar a la persona adecuada para tenerlos. Alguien con quien pudiese pasar el resto de su vida.


¿Podría ser Paula esa mujer?


–¿Por qué no damos un paseo por el exterior antes de empezar? –le sugirió esta, señalando hacia las puertas de cristal que daban a un porche con vistas a la cala.


Pedro asintió y la siguió. La brisa era fresca y la cala estaba prácticamente vacía. Había un par de niños jugando en la arena, bajo la atenta mirada de unas mujeres jóvenes que debían de ser sus niñeras, no sus madres, pero el agua estaba demasiado fría para meterse.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 31

 



Pedro estaba sentado en su camioneta, en el aparcamiento del club de tenis de Vista del Mar. Tenía miedo de entrar.


Cuando se había marchado de la ciudad quince años antes, jamás había imaginado que volvería a aquel lugar. Ni le apetecía hacerlo. Le traía demasiados recuerdos que prefería enterrar, pero no tenía elección.


Iba a abrir la puerta para salir cuando le sonó el teléfono. Vio en la pantalla que se trataba de Claudio Andersen, su capataz. Respondió.


–¿Qué ocurre?


–Hola, jefe. Siento molestarte, pero me acaba de llamar el ganadero de Texas. Quiere venir a ver otra vez las yeguas. Estará por aquí el sábado.


–¿Este sábado?


–Sí. Dice que puede pasar entre las ocho y las nueve de la mañana antes de volver a casa. A mí me parece que está interesado en comprar.


Pedro se maldijo. Se suponía que iba a cenar con Paula el viernes por la noche, pero tendría que volver al rancho para asegurarse de que la operación salía bien. Así que tendría que quedar con Paula otro día.


–Dile que de acuerdo. Allí estaré.


Colgó y salió de la camioneta. Avanzó por el aparcamiento, pasando por delante de coches deportivos, BMW y Mercedes, hasta llegar a la puerta del club.


Una vez allí, dudó un instante antes de abrir la puerta y entrar. El interior no había cambiado. Apestaba a elegancia y dinero.


Durante los meses de verano, cuando no estaba en el rancho, el club había sido como su segunda casa.


Sintió ganas de dar una vuelta, pero temió que alguien pudiese reconocerlo, a pesar del sombrero, las gafas de sol y los quince años más que tenía.


No pudo evitar recordar la noche en que su vida había cambiado. Había vuelto a casa, después de estar en el club, y había oído discutir a sus padres, lanzarse acusaciones y palabras de odio. Y había pensado que tal vez fuera la pelea definitiva.


E incluso lo había deseado.


Había deseado que su padre se marchase y que su madre pudiese ser por fin feliz, que dejase de anestesiarse con alcohol y pastillas.


Había oído salir a su padre de la habitación con el pretexto de que tenía que ir a una cena de negocios, aunque probablemente fuese a ver a su última amante, y había esperado un rato antes de entrar él.


Quería dar tiempo a su madre para calmarse, porque sabía que no le gustaba que la viese llorando, y cuando había entrado, se la había encontrado inconsciente en el suelo de la habitación.


Había llamado a urgencias y había ido con ella en la ambulancia mientras intentaban reanimarla, pero no había sido posible.


Si hubiese entrado antes en la habitación, tal vez habría llegado a tiempo.


Si su padre hubiese sido capaz de mantener la bragueta cerrada, su madre no habría sido tan infeliz y no se habría quitado la vida.


Después de aquello, había dejado de ir al club. No soportaba oír a la gente susurrar y hacer conjeturas. Porque, aunque se había dicho que su madre había muerto de manera accidental, todo el mundo sabía que se había suicidado.


Intentó apartar aquello de su mente. No era el momento de revolver el pasado.


Había quedado con una mujer que, por primera vez en la vida, lo veía tal y como era. No veía un nombre ni una cuenta bancaria. Solo a un hombre.


Entró en el salón en el que iba a celebrarse el banquete y chocó con un hombre. Era la última persona con la que habría querido encontrarse.


Rafael Cameron.


–Lo siento –murmuró, con la cabeza agachada.


–Disculpe –le dijo Rafael, mirándolo con el ceño fruncido–, pero esto es un club privado.


Pedro suspiró aliviado, no lo había reconocido.


Pedro, ya estás aquí –dijo Paula, acercándose desde el otro lado del salón.


Iba vestida de traje, con unos altísimos tacones y el pelo recogido. Y a pesar de no estar de buen humor, no pudo evitar sonreír al verla.


–Señorita Chaves, ¿conoce a este hombre? –preguntó Rafael.


–Señor Cameron, este es Pedro Dilson. Va a recibir el premio de la fundación. Pedro, este es Rafael Cameron, su fundador.


–Señor Dilson, enhorabuena –le dijo Rafael sin disculparse, en tono arrogante.


Pedro no tuvo elección. Tuvo que darle la mano y sonreír con educación.


–Encantado.


Rafael se giró hacia Paula.


–Se me ha olvidado preguntarle dónde van a poner el escenario –le dijo.


Ella se giró y señaló hacia el otro lado del salón.


–Creo que allí. Es lo que nos ha recomendado el club.


Pedro se dio cuenta de que Rafael le miraba el trasero a Paula mientras esta estaba de espaldas y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no darle un puñetazo o para no agarrar a Paula y darle un beso delante de él.


Paula volvió a girarse hacia Rafael y le dijo:

–Si lo prefiere en otro sitio, seguro que podemos arreglarlo.


–No, no será necesario.


–¿Seguro?


Él le sonrió de oreja a oreja.


–Usted es la experta –respondió, mirándose el reloj–. Tengo una reunión. Me alegro de verla de nuevo, señorita Chaves, y ha sido un placer conocerlo, señor Dilson.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 30

 


No llegó a casa hasta más de una hora más tarde. Y eran las nueve y cuarto cuando entró en el despacho.


Camila ya estaba allí.


–Es la primera vez que llegas a esta hora –comentó.


–Lo siento –dijo Paula.


–Parece que no has dormido mucho esta noche –continuó Camila.


–Me quedé trabajando hasta tarde –mintió ella.


–Mientes fatal –le dijo Camila, cruzándose de brazos–. Y estás radiante. 


¿Radiante?


–No es verdad.


–Sí. Brillas como un árbol de Navidad.


Camila apoyó ambas manos en el escritorio de Paula.


–Quiero saber qué está pasando. ¿Estás saliendo con alguien a mis espaldas?


–No exactamente.


–¿Está casado? ¿Por eso no me lo has contado, no?


–¡Por supuesto que no! Si no te lo he contado es porque lo conocí el viernes.


–Ah –dijo Camila decepcionada–. Tenía que habérmelo imaginado, al ver que no regresabas cuando te fuiste con el señor Dilson, pero… –se interrumpió y abrió mucho los ojos–. ¡Dios mío! ¿Estás saliendo con Pedro Dilson?


Paula notó que le ardían las mejillas.


–¡Oh, Dios mío, estás saliendo con él! ¡Te has ligado al vaquero!


–No te emociones. Es solo una aventura. No va a llegar a nada.


–¿Por qué, porque no es rico y poderoso? ¿A quién le importa? ¡Está tremendo!


A ella le importaba.


Aunque ni tampoco era eso exactamente, se trataba de algo más.


Era que querían cosas diferentes en la vida y uno de los dos tendría que renunciar a todo si en algún momento querían estar juntos.


Camila suspiró.


–Ha sido increíble, ¿verdad? Quiero decir que hay tipos que los ves y sabes que van a ser increíbles en la cama.


–Ha sido más que increíble –admitió Paula.


Camila se dejó caer en el sillón.


–Tengo celos. ¿Sabes cuánto tiempo hace que no conozco a nadie con quien me apetezca acostarme? Además, a los hombres no les gustan las mujeres rellenitas. 


–No se lo puedes contar a nadie.


–¿A quién se lo iba a contar?


–No sé, pero dado que es un cliente, se trata de un serio conflicto de intereses.


–Paula, cielo, estás organizando una fiesta. Sé que es importante para ti, pero no es como si el destino del mundo estuviese en tus manos. Dudo que le pueda importar a alguien.


Paula estaba de acuerdo, pero sabía que le sería muy fácil enamorarse de él y necesitaba tener los pies en el suelo.


Pedro era sincero y trabajador, pero ella no estaba dispuesta a volver a vivir de modo parecido a la pobreza de su niñez.


Sabía que a él le encantaba su trabajo y que tenía la intención de conservarlo.


Lo que significaba que, si quería estar con él, tendría que ser ella quien abandonase el suyo.


Y no podía hacer algo así. No se imaginaba siendo la esposa del capataz de un rancho ni viviendo con su sueldo.


No se trataba de comprar cosas caras, sino de tener una estabilidad económica.


–¿Y qué piensa él de que solo sea una aventura?


–¿Qué va a pensar? Es un tío. No va a rechazar el sexo sin compromiso.


–Pues tú no pareces tan segura de querer solo eso –le dijo Camila.


–Sé muy bien lo que quiero –respondió ella.


La cuestión era si Pedro lo sabía.





martes, 9 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 29

 


Paula dejó el bolso en la mesa que había al lado de la ventana y tomó una de las novelas de tapa dura que se le había olvidado esconder.


Pedro pensó que tal vez le había parecido demasiado difícil para su supuesto nivel de lectura, pero, tal vez para no ofenderlo, Paula no hizo ningún comentario y la volvió a dejar en su sitio.


–¿Tienes hambre? –le preguntó–. Me quedan unos restos de pizza.


Ella negó con la cabeza.


–Me he tomado una ensalada hace un par de horas.


–¿Quieres algo de beber? Tengo cerveza y agua mineral.


–No, gracias.


Seguía sin estar del todo cómoda.


–Creo que se nos ha olvidado algo –le dijo él.


Ella se giró a mirarlo. Tenía el ceño fruncido.


–¿El qué?


Pedro se acercó, la abrazó y le dio un beso en los labios. Paula gimió suavemente, puso las manos en su cuello y apoyó su cuerpo contra el de él.


Eso estaba mucho mejor.


Pedro le metió las manos por debajo de la camisa.


–No puedo quedarme –le dijo ella, sin intentar detenerlo.


No se resistió cuando le quitó la camisa, ni cuando le desabrochó los vaqueros y se los bajó, de hecho, levantó los pies para sacárselos.


Ni siquiera intentó detenerlo cuando la tomó en brazos para llevarla a la cama, ni cuando se arrodilló a su lado para bajarle las braguitas.


No le dijo que no cuando le separó las piernas, agachó la cabeza y le acarició el sexo con la lengua.


Y no se quejó cuando le hizo llegar al orgasmo no una vez, sino dos.


Después de hacer el amor, con ella entre los brazos, Pedro tuvo la certeza de que no iba a marcharse a ninguna parte hasta la mañana siguiente.


Y no podía conformarse con menos.


Y no quería conformarse con menos.


Paula no había pretendido pasar la noche en la habitación de Pedropero cuando se despertó eran las siete de la mañana.


Tenía que ir a casa y prepararse para volver al trabajo si no quería llegar tarde.


Ella nunca llegaba tarde.


Intentó levantarse sin despertarlo, pero Pedro la agarró.


–¿Adónde vas? –le preguntó con voz somnolienta, acariciándole un pecho.


Y ella, como la noche anterior, fue incapaz de decirle que no. No había pretendido que ocurriese aquello, ni implicarse tanto, pero Pedro tenía razón.


Le gustase o no, tenían una relación. Aunque todavía no sabía si era solo sexo o algo más.


Lo cierto era que, en esos momentos, no le importaba. Porque sabía que, antes o después, era inevitable que se terminase.