miércoles, 10 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 32

 


Pedro no podía decir lo mismo. Asintió y se metió las manos en los bolsillos.


–¿Así que ese es tu jefe? –le preguntó a Paula cuando Rafael se hubo marchado.


–En realidad, no –respondió ella–. Yo soy mi propia jefa. Aunque sí se puede considerar mi cliente. No obstante, no suelo tratar con él, sino con Ana Rodríguez. ¿Por qué me lo preguntas?


–Porque me ha parecido un cretino.


Paula frunció el ceño.


–¿Por qué dices eso?


Pedro se encogió de hombros.


–Es solo una opinión.


–Pensé que le dabas a todo el mundo el beneficio de la duda.


¿Eso le había dicho? Lo que no podía contarle era que ya conocía a Rafael Cameron.


–Te ha mirado el trasero cuando te has girado –comentó–. Me parece poco profesional y chabacano.


Ella sonrió.


Pedro la miró callado.


Pedro, ¿estás celoso?


–No. Bueno, tal vez un poco.


–Bueno, pues por si te quedas más tranquilo, Rafael Cameron no es mi tipo. Es demasiado… estirado. Ya te he dicho que me gustan más los chicos malos, ¿recuerdas?


Él olió su perfume y deseó besarla, pero se contuvo.


–El señor Cameron es muy exigente y ha estado dos horas repasando todos los detalles de la gala –añadió ella.


–¿Y está satisfecho con tu trabajo?


–Con casi todo. Ha realizado un par de pequeños cambios en el menú. Y me ha repetido un montón de veces que quiere que todo salga perfecto.


Pedro se preguntó qué cara pondría Rafael cuando destapase su engaño en la gala.


No tardaría mucho en saber exactamente qué era lo que ocurría. Tenía un amigo de la universidad experto en acceder a información de sistemas informáticos y, si todo salía bien, no tardaría en enviarle una copia de los archivos contables de la fundación. Luego se los pasaría a un conocido que era contable, que los analizaría y le diría si había algo sospechoso en ellos.


No iba a ser barato, y a Pedro no le gustaba hacer cosas que no fuesen legales, pero merecía la pena.


Lo único que le preocupaba era afectar a Paula, aunque era posible que nadie la culpase de algo que estaba completamente fuera de su control.


Eso no significaba que ella no fuese a enfadarse cuando se enterase de la verdad. O, tal vez, teniendo en cuenta que también había tenido un pasado complicado, comprendería su necesidad de enmendar sus errores. Y apreciaría sus esfuerzos por salvar la ciudad y el modo de vida de todas las personas que dependían de la fábrica. Si los rumores eran ciertos, Rafael tenía planeado dividir Industrias Alfonso y venderla por partes, lo que sería muy perjudicial para la economía local. Por eso él tenía que hacer algo, y pronto. Si le demostraba a toda la ciudad que la fundación era un fraude, tal vez esta se levantase contra Rafael y luchase para salvar la fábrica. Así, no solo saldría ganando la ciudad, sino que su propia familia se vería vengada.


No quería hacerle daño a Paula, pero aquello lo superaba. Los superaba a ambos, y tenía que hacérselo entender.


–Bueno –empezó Paula, girándose hacia los ventanales que daban al mar–, ¿qué te parece el salón? ¿No es perfecto?


–Bonitas vistas –respondió Pedro.


La última vez que había estado allí había sido en un baile del instituto. Su último año en el instituto. Después, su padre lo había mandado a un internado en la costa este. Era cierto que había sido un muchacho complicado, que incluso había estado al borde de la delincuencia juvenil. Había sentido resentimiento por su padre, por haber hecho que su madre se suicidase y por eso había querido ponerle las cosas difíciles.


Había pedido a gritos que le dedicasen atención, pero su padre ni siquiera había intentado acercarse a él. Solo había tenido tiempo para su princesa, Emma.


De hecho, le había dicho a Pedro que ella era el motivo por el que lo mandaba a un internado, para que su comportamiento no la afectase.


Así que casi no había tenido tiempo de llorar la pérdida de su madre cuando lo habían separado de su familia y le habían obligado a hacer amigos nuevos. Cosa que, hasta entonces, siempre le había resultado fácil.


No obstante, la adaptación había sido muy dura. Por eso no había vuelto a ver a su familia en todos aquellos años. Y desde que había comprado el rancho, ocho años antes, ni su padre ni su hermana habían ido a verlo a él. Ni siquiera los había invitado a la boda. Por desgracia, en la gala tendría que verlos a ambos, y no tenía ningunas ganas.


Deseó poder hablar con Paula y contarle todo aquello. No era de los que hablaban de sus sentimientos, pero sabía que ella lo comprendería. Al fin y al cabo, su madre también la había abandonado al entregarse al alcohol en vez de pensar en su hija.


Si él tenía hijos alguna vez, haría las cosas de otra manera. Aprendería de los errores de sus padres. El bienestar de sus hijos sería su prioridad, pero antes tenía que encontrar a la persona adecuada para tenerlos. Alguien con quien pudiese pasar el resto de su vida.


¿Podría ser Paula esa mujer?


–¿Por qué no damos un paseo por el exterior antes de empezar? –le sugirió esta, señalando hacia las puertas de cristal que daban a un porche con vistas a la cala.


Pedro asintió y la siguió. La brisa era fresca y la cala estaba prácticamente vacía. Había un par de niños jugando en la arena, bajo la atenta mirada de unas mujeres jóvenes que debían de ser sus niñeras, no sus madres, pero el agua estaba demasiado fría para meterse.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 31

 



Pedro estaba sentado en su camioneta, en el aparcamiento del club de tenis de Vista del Mar. Tenía miedo de entrar.


Cuando se había marchado de la ciudad quince años antes, jamás había imaginado que volvería a aquel lugar. Ni le apetecía hacerlo. Le traía demasiados recuerdos que prefería enterrar, pero no tenía elección.


Iba a abrir la puerta para salir cuando le sonó el teléfono. Vio en la pantalla que se trataba de Claudio Andersen, su capataz. Respondió.


–¿Qué ocurre?


–Hola, jefe. Siento molestarte, pero me acaba de llamar el ganadero de Texas. Quiere venir a ver otra vez las yeguas. Estará por aquí el sábado.


–¿Este sábado?


–Sí. Dice que puede pasar entre las ocho y las nueve de la mañana antes de volver a casa. A mí me parece que está interesado en comprar.


Pedro se maldijo. Se suponía que iba a cenar con Paula el viernes por la noche, pero tendría que volver al rancho para asegurarse de que la operación salía bien. Así que tendría que quedar con Paula otro día.


–Dile que de acuerdo. Allí estaré.


Colgó y salió de la camioneta. Avanzó por el aparcamiento, pasando por delante de coches deportivos, BMW y Mercedes, hasta llegar a la puerta del club.


Una vez allí, dudó un instante antes de abrir la puerta y entrar. El interior no había cambiado. Apestaba a elegancia y dinero.


Durante los meses de verano, cuando no estaba en el rancho, el club había sido como su segunda casa.


Sintió ganas de dar una vuelta, pero temió que alguien pudiese reconocerlo, a pesar del sombrero, las gafas de sol y los quince años más que tenía.


No pudo evitar recordar la noche en que su vida había cambiado. Había vuelto a casa, después de estar en el club, y había oído discutir a sus padres, lanzarse acusaciones y palabras de odio. Y había pensado que tal vez fuera la pelea definitiva.


E incluso lo había deseado.


Había deseado que su padre se marchase y que su madre pudiese ser por fin feliz, que dejase de anestesiarse con alcohol y pastillas.


Había oído salir a su padre de la habitación con el pretexto de que tenía que ir a una cena de negocios, aunque probablemente fuese a ver a su última amante, y había esperado un rato antes de entrar él.


Quería dar tiempo a su madre para calmarse, porque sabía que no le gustaba que la viese llorando, y cuando había entrado, se la había encontrado inconsciente en el suelo de la habitación.


Había llamado a urgencias y había ido con ella en la ambulancia mientras intentaban reanimarla, pero no había sido posible.


Si hubiese entrado antes en la habitación, tal vez habría llegado a tiempo.


Si su padre hubiese sido capaz de mantener la bragueta cerrada, su madre no habría sido tan infeliz y no se habría quitado la vida.


Después de aquello, había dejado de ir al club. No soportaba oír a la gente susurrar y hacer conjeturas. Porque, aunque se había dicho que su madre había muerto de manera accidental, todo el mundo sabía que se había suicidado.


Intentó apartar aquello de su mente. No era el momento de revolver el pasado.


Había quedado con una mujer que, por primera vez en la vida, lo veía tal y como era. No veía un nombre ni una cuenta bancaria. Solo a un hombre.


Entró en el salón en el que iba a celebrarse el banquete y chocó con un hombre. Era la última persona con la que habría querido encontrarse.


Rafael Cameron.


–Lo siento –murmuró, con la cabeza agachada.


–Disculpe –le dijo Rafael, mirándolo con el ceño fruncido–, pero esto es un club privado.


Pedro suspiró aliviado, no lo había reconocido.


Pedro, ya estás aquí –dijo Paula, acercándose desde el otro lado del salón.


Iba vestida de traje, con unos altísimos tacones y el pelo recogido. Y a pesar de no estar de buen humor, no pudo evitar sonreír al verla.


–Señorita Chaves, ¿conoce a este hombre? –preguntó Rafael.


–Señor Cameron, este es Pedro Dilson. Va a recibir el premio de la fundación. Pedro, este es Rafael Cameron, su fundador.


–Señor Dilson, enhorabuena –le dijo Rafael sin disculparse, en tono arrogante.


Pedro no tuvo elección. Tuvo que darle la mano y sonreír con educación.


–Encantado.


Rafael se giró hacia Paula.


–Se me ha olvidado preguntarle dónde van a poner el escenario –le dijo.


Ella se giró y señaló hacia el otro lado del salón.


–Creo que allí. Es lo que nos ha recomendado el club.


Pedro se dio cuenta de que Rafael le miraba el trasero a Paula mientras esta estaba de espaldas y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no darle un puñetazo o para no agarrar a Paula y darle un beso delante de él.


Paula volvió a girarse hacia Rafael y le dijo:

–Si lo prefiere en otro sitio, seguro que podemos arreglarlo.


–No, no será necesario.


–¿Seguro?


Él le sonrió de oreja a oreja.


–Usted es la experta –respondió, mirándose el reloj–. Tengo una reunión. Me alegro de verla de nuevo, señorita Chaves, y ha sido un placer conocerlo, señor Dilson.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 30

 


No llegó a casa hasta más de una hora más tarde. Y eran las nueve y cuarto cuando entró en el despacho.


Camila ya estaba allí.


–Es la primera vez que llegas a esta hora –comentó.


–Lo siento –dijo Paula.


–Parece que no has dormido mucho esta noche –continuó Camila.


–Me quedé trabajando hasta tarde –mintió ella.


–Mientes fatal –le dijo Camila, cruzándose de brazos–. Y estás radiante. 


¿Radiante?


–No es verdad.


–Sí. Brillas como un árbol de Navidad.


Camila apoyó ambas manos en el escritorio de Paula.


–Quiero saber qué está pasando. ¿Estás saliendo con alguien a mis espaldas?


–No exactamente.


–¿Está casado? ¿Por eso no me lo has contado, no?


–¡Por supuesto que no! Si no te lo he contado es porque lo conocí el viernes.


–Ah –dijo Camila decepcionada–. Tenía que habérmelo imaginado, al ver que no regresabas cuando te fuiste con el señor Dilson, pero… –se interrumpió y abrió mucho los ojos–. ¡Dios mío! ¿Estás saliendo con Pedro Dilson?


Paula notó que le ardían las mejillas.


–¡Oh, Dios mío, estás saliendo con él! ¡Te has ligado al vaquero!


–No te emociones. Es solo una aventura. No va a llegar a nada.


–¿Por qué, porque no es rico y poderoso? ¿A quién le importa? ¡Está tremendo!


A ella le importaba.


Aunque ni tampoco era eso exactamente, se trataba de algo más.


Era que querían cosas diferentes en la vida y uno de los dos tendría que renunciar a todo si en algún momento querían estar juntos.


Camila suspiró.


–Ha sido increíble, ¿verdad? Quiero decir que hay tipos que los ves y sabes que van a ser increíbles en la cama.


–Ha sido más que increíble –admitió Paula.


Camila se dejó caer en el sillón.


–Tengo celos. ¿Sabes cuánto tiempo hace que no conozco a nadie con quien me apetezca acostarme? Además, a los hombres no les gustan las mujeres rellenitas. 


–No se lo puedes contar a nadie.


–¿A quién se lo iba a contar?


–No sé, pero dado que es un cliente, se trata de un serio conflicto de intereses.


–Paula, cielo, estás organizando una fiesta. Sé que es importante para ti, pero no es como si el destino del mundo estuviese en tus manos. Dudo que le pueda importar a alguien.


Paula estaba de acuerdo, pero sabía que le sería muy fácil enamorarse de él y necesitaba tener los pies en el suelo.


Pedro era sincero y trabajador, pero ella no estaba dispuesta a volver a vivir de modo parecido a la pobreza de su niñez.


Sabía que a él le encantaba su trabajo y que tenía la intención de conservarlo.


Lo que significaba que, si quería estar con él, tendría que ser ella quien abandonase el suyo.


Y no podía hacer algo así. No se imaginaba siendo la esposa del capataz de un rancho ni viviendo con su sueldo.


No se trataba de comprar cosas caras, sino de tener una estabilidad económica.


–¿Y qué piensa él de que solo sea una aventura?


–¿Qué va a pensar? Es un tío. No va a rechazar el sexo sin compromiso.


–Pues tú no pareces tan segura de querer solo eso –le dijo Camila.


–Sé muy bien lo que quiero –respondió ella.


La cuestión era si Pedro lo sabía.





martes, 9 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 29

 


Paula dejó el bolso en la mesa que había al lado de la ventana y tomó una de las novelas de tapa dura que se le había olvidado esconder.


Pedro pensó que tal vez le había parecido demasiado difícil para su supuesto nivel de lectura, pero, tal vez para no ofenderlo, Paula no hizo ningún comentario y la volvió a dejar en su sitio.


–¿Tienes hambre? –le preguntó–. Me quedan unos restos de pizza.


Ella negó con la cabeza.


–Me he tomado una ensalada hace un par de horas.


–¿Quieres algo de beber? Tengo cerveza y agua mineral.


–No, gracias.


Seguía sin estar del todo cómoda.


–Creo que se nos ha olvidado algo –le dijo él.


Ella se giró a mirarlo. Tenía el ceño fruncido.


–¿El qué?


Pedro se acercó, la abrazó y le dio un beso en los labios. Paula gimió suavemente, puso las manos en su cuello y apoyó su cuerpo contra el de él.


Eso estaba mucho mejor.


Pedro le metió las manos por debajo de la camisa.


–No puedo quedarme –le dijo ella, sin intentar detenerlo.


No se resistió cuando le quitó la camisa, ni cuando le desabrochó los vaqueros y se los bajó, de hecho, levantó los pies para sacárselos.


Ni siquiera intentó detenerlo cuando la tomó en brazos para llevarla a la cama, ni cuando se arrodilló a su lado para bajarle las braguitas.


No le dijo que no cuando le separó las piernas, agachó la cabeza y le acarició el sexo con la lengua.


Y no se quejó cuando le hizo llegar al orgasmo no una vez, sino dos.


Después de hacer el amor, con ella entre los brazos, Pedro tuvo la certeza de que no iba a marcharse a ninguna parte hasta la mañana siguiente.


Y no podía conformarse con menos.


Y no quería conformarse con menos.


Paula no había pretendido pasar la noche en la habitación de Pedropero cuando se despertó eran las siete de la mañana.


Tenía que ir a casa y prepararse para volver al trabajo si no quería llegar tarde.


Ella nunca llegaba tarde.


Intentó levantarse sin despertarlo, pero Pedro la agarró.


–¿Adónde vas? –le preguntó con voz somnolienta, acariciándole un pecho.


Y ella, como la noche anterior, fue incapaz de decirle que no. No había pretendido que ocurriese aquello, ni implicarse tanto, pero Pedro tenía razón.


Le gustase o no, tenían una relación. Aunque todavía no sabía si era solo sexo o algo más.


Lo cierto era que, en esos momentos, no le importaba. Porque sabía que, antes o después, era inevitable que se terminase.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 28

 


Vio a Paula.


–Eh, ¿qué estás haciendo aquí?


–¿Llego en mal momento? –preguntó, recorriendo la habitación con la mirada, como si esperase encontrarse a alguien más.


–Lo siento. Estaba hablando por teléfono con mi jefe.


Ella frunció el ceño y retrocedió.


–Ah, lo siento. Si tienes que seguir hablando con él, puedo marcharme.


–No pasa nada. Entra.


Paula se quedó donde estaba.


–En realidad, solo he venido a darte esto –le dijo Paula, sacando del bolso un reloj barato que formaba parte de su disfraz.


Pedro lo tomó.


–No sabía dónde estaba.


–En el suelo de mi despacho. Te lo quitaste antes de que… Pensé que podías necesitarlo.


–¿Por qué no entras? –le preguntó Pedro.


Ella negó con la cabeza.


–Tengo que volver a casa.


Pedro pensó que le pasaba algo. Parecía nerviosa. Estaba rara.


–¿Qué ocurre, Paula?


–¿Por qué lo preguntas?


–Porque es evidente que te preocupa algo. Estás incómoda y no sé por qué.


Ella se mordió el labio y bajó la vista a la moqueta verde del suelo.


–Es… una tontería.


–Cuéntamelo.


–Que me había parecido buena idea venir, pero al llamar a la puerta, y como has tardado tanto en abrir, he empezado a pensar que tal vez estuvieses… ocupado.


–Con otra mujer.


Ella asintió.


–Y eso me ha hecho pensar que, en realidad, no tengo ningún derecho a venir aquí así. Sin avisar. Nos hemos acostado un par de veces, pero eso no significa que tengamos una relación ni que yo pueda presentarme aquí así.


Pedro se apoyó en el marco de la puerta.


–En primer lugar, quiero dejarte algo claro: no hay ninguna otra mujer. No la ha habido desde que rompí mi compromiso y no la habrá mientras esté contigo. Te lo prometo. Y con respecto a nuestra relación, o lo que sea, te guste o no, lo pretendiésemos o no, tenemos una relación. Tal vez dure una semana, o un mes, o cincuenta años. Todavía no lo sé, pero sí que sé que lo nuestro va mucho más allá del sexo.


Paula volvió a morderse el labio y esbozó una sonrisa.


Lo miró con los ojos muy abiertos, de color azul en esos momentos, y Pedro solo pudo pensar en desnudarla y meterla en su cama.


–Y puedes venir cuando quieras aunque sea sin avisar. Aunque siento curiosidad por saber cómo has averiguado que estaba aquí, porque no recuerdo habértelo dicho.


Ella se ruborizó.


–Estaba en el informe que me dio de ti la fundación.


–¿Vas a entrar?


Paula se humedeció los labios y asintió.


–Solo un minuto.


Y él pensó que, en cuanto la tuviese entre sus brazos, sería mucho más que un minuto.


–Perdona por el desorden –le dijo, cerrando la puerta–. Como no viene nadie a verme, no me molesto en recoger mucho.



APARIENCIAS: CAPÍTULO 27

 


El domingo, Pedro se sentó en la cama del hotel y pensó en los últimos días. Le sorprendía que, en un solo fin de semana, hubiese cambiado tanto su percepción de las mujeres y de las relaciones.


En los dos últimos días con Paula había tenido más sexo que en los últimos tres meses con Alicia.


Tal vez eso tenía que haberle hecho pensar que algo iba mal, pero había dado por hecho que era solo una fase, que ambos estaban muy ocupados y que, después de la boda, volverían a desearse como antes.


Sí, Alicia había estado muy ocupada acostándose con otro. Delante de sus narices, que tal vez fuese lo peor, saber que había estado tan ciego que no había visto lo que ocurría en su propia casa o, en ocasiones, en sus establos.


Pero en esos momentos intentó recordar por qué había querido casarse con ella y no lo consiguió.


Por aquel entonces, le había parecido lo lógico, tal y como iba su relación.


Había querido a Alicia a su manera, pero lo que había sentido por ella no se parecía en nada a lo que, solo en unos días, había empezado a sentir por Paula. No era exactamente amor. Y todavía no sabía adónde les llevaría aquella relación, ni si estaba preparado para tener una relación estable.


Solo sabía que, después de la traición de Alicia, había pensado que no volvería a confiar nunca en otra mujer, pero Paula era diferente.


No se parecía a ninguna otra mujer que hubiese conocido.


No le importaban la riqueza ni el estatus social.


Le interesaba más tener éxito ella que aprovecharse del de otro. Y lo apreciaba por el hombre que era de verdad.


¿Pero cómo reaccionaría cuando se enterase de que había estado mintiéndole?


Y, lo que era peor, si aquella gala era tan trascendental para su carrera, ¿cómo reaccionaría cuando él desenmascarase a Rafael delante de tantas personas importantes?


¿Le echaría la culpa de haber estropeado la celebración, o lo consideraría un error propio?


Y si ocurría esto último, ¿qué se suponía que debía hacer él? ¿Dejarlo todo?


Aunque en esos momentos no sabía si iba a poder destapar algo. Sin poder acceder a los libros de la fundación, no tenía pruebas de nada.


Aunque sí tenía un as en la manga.


Un as que no quería utilizar si no era necesario.


Y, al parecer, iba a serlo. Solo faltaban tres semanas para la gala y se le estaba terminando el tiempo.


Se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta, ya que solo su capataz y su ama de llaves sabían que estaba allí. Y eran las nueve y media de la noche.


Se levantó de la cama, donde había estado utilizando el ordenador, y fue hasta la puerta.


Se maldijo.


Era Paula. ¿Cómo había averiguado dónde estaba?


Miró a su alrededor para asegurarse de que no había nada que pudiese delatarlo.


Recogió los papeles que había en la cama y los metió en el cajón del escritorio, cerró el ordenador y lo guardó en su funda antes de esconderlo debajo de la cama.


Ella volvió a golpear la puerta y a llamarlo por su nombre.


Pedro se metió la cartera en el bolsillo. No pensaba que Paula fuese a mirar en ella, pero no quería correr riesgos.


Fue de nuevo hasta la puerta y la abrió.




lunes, 8 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 26

 



Se sentó en su sillón y encendió el ordenador. Pedro se sentó en una esquina del escritorio, a su lado.


–¿Cuándo vas a estar en la ciudad?


–He pensado que podría quedarme unos días por aquí, en vez de volver a casa esta tarde.


Paula no pudo evitar preguntarse si aquello tendría algo que ver con ella.


No quería que tuviese problemas con su jefe por su culpa.


–¿Estás seguro de que puedes hacerlo? ¿Que no va a importarle a tu jefe?


–No le importará, confía en mí.


–Bueno, entonces, ¿qué tal el miércoles a las cinco? Es para aprovechar que tengo que ir al club de tenis para ver las mantelerías.


Pedro frunció el ceño.


–¿Quieres que quedemos en el club de tenis?


–Es donde va a celebrarse la gala. ¿Tienes algún problema con ir allí?


–No, no, ninguno –contestó Pedro con poca convicción.


Eso la confundió. Quizás estuviese preocupado con sentirse fuera de lugar en el club, dado que era un lugar muy exclusivo. Hasta ella se sentía un poco intimidada.


–¿Sabes cómo llegar?


–Seguro que lo encontraré.


–Estupendo. Pues nos veremos allí a las cinco –le dijo, cerrando el ordenador y poniéndose en pie.


–Será mejor que me marche –dijo él.


Paula lo acompañó hasta la puerta.


–Anoche lo pasé muy bien –comentó Pedro, girándose a mirarla.


–Yo también.


Mucho más que bien.


–Podríamos repetirlo alguna vez.


–¿Qué haces el viernes por la noche? –le preguntó Paula sin pensarlo.


A él pareció sorprenderle un poco la pregunta.


–Creo que nada. ¿Por qué?


–Porque podría invitarte a cenar.


–Sé que tienes mucho trabajo. ¿Estás segura de que tendrás tiempo?


Si no lo tenía, lo sacaría de donde fuera, pero estaba segura de que quería volver a verlo, quería pasar la noche con él y despertar entre sus brazos. Y aunque el viernes estaba demasiado lejos, no podía permitir que un sexo estupendo, increíble, la distrajese de lo que era importante de verdad.


–Estoy segura.


Pedro sonrió.


–Entonces, encantado.


–¿A las siete te parece bien?


–Sí –contestó, levantando la mano para acariciarle la mejilla.


A Paula le temblaron las rodillas y se dio cuenta de que Pedro no quería irse.


–Tengo que dejarte trabajar –le dijo este.


Ella se puso de puntillas y le dio un rápido beso de despedida. Bueno, iba a ser rápido, pero sus labios sabían tan bien, olía tan bien, que sin querer le puso los brazos alrededor del cuello y se apretó contra él, que estaba excitado. Ella también lo estaba.


Pasó la mano por su erección y lo oyó gemir.


Luego le mordisqueó el labio inferior antes de preguntarle:

–¿A qué hora tenías que ver a tu profesor?


–A las once.


Solo eran las diez y cuarto, así que tenían un rato para divertirse.


–No sé tú, pero yo nunca lo he hecho encima de un escritorio –le dijo.


Pedro la miró con los ojos brillantes.


–Me estás poniendo muy difícil hacer las cosas bien.


–Sí –le respondió Paula sonriendo y sacándole la camisa de los pantalones–, pero a veces ser malo sienta muy bien.