Vio a Paula.
–Eh, ¿qué estás haciendo aquí?
–¿Llego en mal momento? –preguntó, recorriendo la habitación con la mirada, como si esperase encontrarse a alguien más.
–Lo siento. Estaba hablando por teléfono con mi jefe.
Ella frunció el ceño y retrocedió.
–Ah, lo siento. Si tienes que seguir hablando con él, puedo marcharme.
–No pasa nada. Entra.
Paula se quedó donde estaba.
–En realidad, solo he venido a darte esto –le dijo Paula, sacando del bolso un reloj barato que formaba parte de su disfraz.
Pedro lo tomó.
–No sabía dónde estaba.
–En el suelo de mi despacho. Te lo quitaste antes de que… Pensé que podías necesitarlo.
–¿Por qué no entras? –le preguntó Pedro.
Ella negó con la cabeza.
–Tengo que volver a casa.
Pedro pensó que le pasaba algo. Parecía nerviosa. Estaba rara.
–¿Qué ocurre, Paula?
–¿Por qué lo preguntas?
–Porque es evidente que te preocupa algo. Estás incómoda y no sé por qué.
Ella se mordió el labio y bajó la vista a la moqueta verde del suelo.
–Es… una tontería.
–Cuéntamelo.
–Que me había parecido buena idea venir, pero al llamar a la puerta, y como has tardado tanto en abrir, he empezado a pensar que tal vez estuvieses… ocupado.
–Con otra mujer.
Ella asintió.
–Y eso me ha hecho pensar que, en realidad, no tengo ningún derecho a venir aquí así. Sin avisar. Nos hemos acostado un par de veces, pero eso no significa que tengamos una relación ni que yo pueda presentarme aquí así.
Pedro se apoyó en el marco de la puerta.
–En primer lugar, quiero dejarte algo claro: no hay ninguna otra mujer. No la ha habido desde que rompí mi compromiso y no la habrá mientras esté contigo. Te lo prometo. Y con respecto a nuestra relación, o lo que sea, te guste o no, lo pretendiésemos o no, tenemos una relación. Tal vez dure una semana, o un mes, o cincuenta años. Todavía no lo sé, pero sí que sé que lo nuestro va mucho más allá del sexo.
Paula volvió a morderse el labio y esbozó una sonrisa.
Lo miró con los ojos muy abiertos, de color azul en esos momentos, y Pedro solo pudo pensar en desnudarla y meterla en su cama.
–Y puedes venir cuando quieras aunque sea sin avisar. Aunque siento curiosidad por saber cómo has averiguado que estaba aquí, porque no recuerdo habértelo dicho.
Ella se ruborizó.
–Estaba en el informe que me dio de ti la fundación.
–¿Vas a entrar?
Paula se humedeció los labios y asintió.
–Solo un minuto.
Y él pensó que, en cuanto la tuviese entre sus brazos, sería mucho más que un minuto.
–Perdona por el desorden –le dijo, cerrando la puerta–. Como no viene nadie a verme, no me molesto en recoger mucho.
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