martes, 9 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 27

 


El domingo, Pedro se sentó en la cama del hotel y pensó en los últimos días. Le sorprendía que, en un solo fin de semana, hubiese cambiado tanto su percepción de las mujeres y de las relaciones.


En los dos últimos días con Paula había tenido más sexo que en los últimos tres meses con Alicia.


Tal vez eso tenía que haberle hecho pensar que algo iba mal, pero había dado por hecho que era solo una fase, que ambos estaban muy ocupados y que, después de la boda, volverían a desearse como antes.


Sí, Alicia había estado muy ocupada acostándose con otro. Delante de sus narices, que tal vez fuese lo peor, saber que había estado tan ciego que no había visto lo que ocurría en su propia casa o, en ocasiones, en sus establos.


Pero en esos momentos intentó recordar por qué había querido casarse con ella y no lo consiguió.


Por aquel entonces, le había parecido lo lógico, tal y como iba su relación.


Había querido a Alicia a su manera, pero lo que había sentido por ella no se parecía en nada a lo que, solo en unos días, había empezado a sentir por Paula. No era exactamente amor. Y todavía no sabía adónde les llevaría aquella relación, ni si estaba preparado para tener una relación estable.


Solo sabía que, después de la traición de Alicia, había pensado que no volvería a confiar nunca en otra mujer, pero Paula era diferente.


No se parecía a ninguna otra mujer que hubiese conocido.


No le importaban la riqueza ni el estatus social.


Le interesaba más tener éxito ella que aprovecharse del de otro. Y lo apreciaba por el hombre que era de verdad.


¿Pero cómo reaccionaría cuando se enterase de que había estado mintiéndole?


Y, lo que era peor, si aquella gala era tan trascendental para su carrera, ¿cómo reaccionaría cuando él desenmascarase a Rafael delante de tantas personas importantes?


¿Le echaría la culpa de haber estropeado la celebración, o lo consideraría un error propio?


Y si ocurría esto último, ¿qué se suponía que debía hacer él? ¿Dejarlo todo?


Aunque en esos momentos no sabía si iba a poder destapar algo. Sin poder acceder a los libros de la fundación, no tenía pruebas de nada.


Aunque sí tenía un as en la manga.


Un as que no quería utilizar si no era necesario.


Y, al parecer, iba a serlo. Solo faltaban tres semanas para la gala y se le estaba terminando el tiempo.


Se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta, ya que solo su capataz y su ama de llaves sabían que estaba allí. Y eran las nueve y media de la noche.


Se levantó de la cama, donde había estado utilizando el ordenador, y fue hasta la puerta.


Se maldijo.


Era Paula. ¿Cómo había averiguado dónde estaba?


Miró a su alrededor para asegurarse de que no había nada que pudiese delatarlo.


Recogió los papeles que había en la cama y los metió en el cajón del escritorio, cerró el ordenador y lo guardó en su funda antes de esconderlo debajo de la cama.


Ella volvió a golpear la puerta y a llamarlo por su nombre.


Pedro se metió la cartera en el bolsillo. No pensaba que Paula fuese a mirar en ella, pero no quería correr riesgos.


Fue de nuevo hasta la puerta y la abrió.




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