domingo, 7 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 23

 


Violeta intenso.


Así era como tenía Paula los ojos cuando estaba excitada. Un color tan poco habitual que, de no haberla conocido, habría pensado que eran lentillas.


Paula era verdaderamente única. Y, al parecer, le excitaba verlo desnudo.


Acababan de entrar en la habitación cuando le desabrochó el cinturón y el botón del pantalón, pero Pedro tenía la intención de tomarse su tiempo.


Tiró la caja de preservativos encima de la cama que, por sorprendente que pudiese parecer, estaba deshecha, y la agarró de las muñecas, llevándoselas a la espalda. Luego la besó, le mordisqueó la oreja, el hombro, parecía gustarle que utilizase los dientes.


Quería probar todo su cuerpo, pero cada cosa a su tiempo. Dado que hacía mucho tiempo que ninguno tenía relaciones, quería que aquello durase.


Paula intentó zafarse y lo miró a los ojos con deseo.


–Quiero tocarte.


–Lo harás.


Pedro llevó la boca a sus pechos y ella arqueó la espalda y gimió. Con la mano que tenía libre, le bajó el tirante del sujetador y dejó al descubierto su pezón rosado y erguido. Lo lamió con la lengua y ella dio un grito ahogado, se lo metió en la boca y la hizo gritar.


Tenía los pechos firmes y suaves. Perfectos. Todo en ella lo era.


Se sentó en el borde de la cama para tener la cabeza al nivel de sus pechos e hizo que Paula se colocase entre sus piernas. Le soltó las muñecas para desabrocharle el sujetador y quitárselo y luego volvió a acercarla para jugar con el otro pecho. Ella gimió de placer y enterró los dedos en su pelo.


Él fue bajando por su cuerpo a besos hasta llegar a la cinturilla de los vaqueros. La vio ponerse todavía más nerviosa mientras se los desabrochaba y descubría que llevaba también las braguitas de encaje negro. Le gustaba la lencería sexy. El color le daba igual: negro, rojo, morado, pero sentía debilidad por el encaje.


Le bajó los vaqueros y ella se los terminó de quitar a patadas. Luego, la miró. Su piel parecía de delicada porcelana y tenía las curvas perfectas para una mujer de su tamaño.


Pasó los dedos por el encaje de las braguitas y observó su reacción. La vio cerrar los ojos y notó cómo le clavaba las uñas en los hombros. Cada vez respiraba con mayor rapidez y tenía la piel del pecho sonrojada. No le hacía falta mucho para excitarse, pero a él, tampoco. Estaba deseando terminar con cinco meses de celibato.


Metió la mano por debajo de las braguitas y no le sorprendió ver que Paula estaba húmeda, preparada. La acarició e hizo que se estremeciese.


–Si sigues haciendo eso, no podré aguantar –le advirtió ella.


–¿Y no se trata de eso?


–Todavía no estoy preparada.


Pedro introdujo un dedo en su sexo y ella se estremeció de nuevo.


–Pues tu cuerpo opina lo contrario.


–Mi cuerpo está preparado, pero yo, no. Quiero tenerte dentro. Me gusta más así.


Él no pudo llevarle la contraria porque opinaba lo mismo.


Sacó la mano y ella se arrodilló entre sus piernas para desabrocharle los vaqueros y tirar de ellos, llevándose también los calzoncillos y dejando su erección al descubierto.


–Vaya –comentó, acariciándosela.


–¿Demasiado grande?


–Espero que no –respondió, metiéndosela en la boca.


Pedro tuvo que apartarla para no perder el control.


–Yo tampoco estoy preparado.


Paula sonrió y fue a por la bolsa en la que estaban los preservativos. Abrió una caja y rasgó uno de los envoltorios con los dientes.


–Deja que haga yo los honores –le pidió él, porque necesitaba un minuto para recuperar el control–. ¿Por qué no te tumbas?


Paula se tumbó y Pedro fue a su lado en cuanto se hubo puesto el preservativo. Por sexys que fuesen, había llegado el momento de deshacerse de las braguitas. Se las bajó y, aunque tenía ganas de separarle los muslos y probarla, se tumbó a su lado. Ella lo abrazó por el cuello y le dio un beso lento, profundo, que volvió a llevarlo al límite.


–Vas a tener que bajar el ritmo, cielo –le dijo Pedro.


–No puedo –contestó Paula–. Te deseo.


Y para demostrárselo, le agarró por el trasero y se frotó contra él.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 22

 


Al aparcar delante de su edificio se acordó de que su coche seguía en el trabajo, pero ya irían a por él después. O al día siguiente.


–Deberías meter el coche en el aparcamiento que hay detrás del edificio –le dijo a Pedro–. Está prohibido aparcar en la calle de 2 a 6 de la madrugada.


Él comprendió lo que quería decir eso y sonrió, dirigiéndose a la parte de atrás.


Paula se metió la bolsa del supermercado en el bolso y salieron. Pedro la agarró de la mano para llegar hasta la puerta. Estaba tan excitada que el corazón se le iba a salir del pecho.


¿Le haría el amor lentamente, con dulzura, o de manera salvaje? Ambas posibilidades la excitaban.


Abrió la puerta y entraron. Cerró la puerta y echó el cerrojo, tan nerviosa que le temblaban las manos.


Se preguntó si debía ofrecerle una copa o si debía ir directa al grano, pero nada más girarse hacia él, Pedro la agarró por la cintura y la besó apasionadamente.


–No sé dónde has aprendido a besar así –le dijo cuando la dejó respirar–, pero lo haces muy bien.


–Aprendí con Marcia Hudson, en octavo.


–Pues recuérdame que le envíe una nota de agradecimiento.


Él sonrió y la besó en el cuello, haciendo que se estremeciese.


–Aparte de besarte, ¿hay algo más que te guste hacer con tus amigos? –bromeó, apartándole la camisa para mordisquearle el hombro.


–Muchas cosas –respondió ella, quitándole la camisa–, pero solo las hago con los amigos especiales.


Él le quitó la camisa también y gimió de deseo al ver el sujetador de encaje negro que llevaba puesto. Al parecer, no le importaba que tuviese los pechos algo pequeños.


Tomó ambos con sus fuertes manos y le acarició los pezones con el dedo pulgar. La sensación, a pesar de llevar el sujetador, fue increíble.


–¿Y yo soy uno de esos amigos especiales?


–¿Por qué no vamos a mi habitación y te lo demuestro?




APARIENCIAS: CAPÍTULO 21

 


Se tumbó en la manta, llevándoselo con ella. Solo quería besarlo y besarlo, hasta que le doliesen los labios. Quería acariciarle todo el cuerpo, pero cuando lo intentó, él le sujetó las manos y se las puso en su pecho.


Sin palabras, le estaba diciendo que aquello no iba a ir más lejos. Al menos, allí. Y eso estaba bien, porque Paula no se acordaba de la última vez que había estado con un hombre y, sin esa presión, podía disfrutar más de los besos.


No supo cuánto tiempo habían estado allí tumbados, besándose, pero de repente oyó que alguien se aclaraba la garganta y se dio cuenta de que habían dejado de estar solos.


Levantaron la vista y vieron a un guardia del parque a unos metros de ellos, con los brazos cruzados y cara de pocos amigos.


–No sé si no han visto los carteles, pero no pueden estar aquí –les dijo en tono molesto.


–Lo siento –le respondió Pedro–. Ya nos marchamos.


El guarda asintió y volvió al jeep, que Paula ni siquiera había oído llegar.


–Así que no te habían pillado nunca –dijo entre dientes mientras se levantaban.


Pedro se encogió de hombros.


–Siempre hay una primera vez.


Paula no se sintió culpable por haber incumplido las normas, como habría hecho en cualquier otra ocasión. Todo lo contrario, le pareció… divertido.


Pedro recogió la manta, la dobló y la metió debajo de su asiento antes de ayudarla a subir a la camioneta. Paula se sintió decepcionada al ver que, antes de sentarse delante del volante, volvía a ponerse la camisa.


Se subió a la camioneta, arrancó el motor y volvió a tomar el camino por el que habían llegado, pasando al lado del jeep del guarda que, al parecer, estaba esperando a que se marchasen.


Fueron en silencio varios minutos hasta que, ya en la carretera, Pedro le preguntó con una sonrisa:

–¿Besas así a todos tus amigos?


–¿Y si te dijese que sí?


–Entonces, creo que me va a gustar ser tu amigo.


A ella también.


–Creo que lo de quitarme la camisa ha funcionado –añadió.


–¿Qué quieres decir?


–Que necesitabas un empujoncito para echar a rodar.


–¿Me estás diciendo que me has traído aquí para seducirme?


Él se limitó a sonreír.


Paula no supo si darle las gracias o un golpe en la cabeza.


–Supongo que lo de ser amigos no era del todo realista –comentó.


–Es difícil luchar contra la naturaleza.


Era cierto.


–Eso no significa que quiera una relación seria. Pienso que deberíamos tener algo informal.


–Me parece bien –admitió Pedro.


Paula se sintió aliviada, aunque era normal que a Pedro le pareciese bien. ¿Qué hombre en su sano juicio habría rechazado una relación sin ataduras?


–¿Adónde vamos? –le preguntó él, mirándola con deseo.


–Podríamos volver a mi casa.


–¿Estás segura?


Nunca había estado tan segura ni había deseado tanto algo en la vida. Si Pedro hacía el amor la mitad de bien de lo que besaba, podían pasarlo muy bien.


–Por supuesto.


–Siempre y cuando seas consciente de que vamos a terminar en la cama.


–Esa era mi esperanza.


–Entonces, vamos a tu casa.


Paula no pudo evitar darse cuenta de que Pedro pisaba el acelerador, tal vez tuviese miedo de que cambiase de opinión, pero eso no iba a ocurrir. Según iban pasando los segundos, más ganas tenía de acostarse con él. Ya estaban en su calle cuando Pedro detuvo la camioneta en el aparcamiento del supermercado en vez de ir directo a su casa, que estaba a treinta segundos de allí.


–Tengo dos preservativos en la cartera, pero me temo que no van a ser suficientes –comentó–. Ahora vuelvo.


Pedro entró y salió de la tienda en treinta segundos. Subió a la camioneta y le dio la bolsa con la compra. Paula no pudo evitar mirar dentro, había una caja de treinta y seis preservativos, tamaño extra grande.


«Dios mío», pensó.



sábado, 6 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 20

 


Se sentaron en la manta. Paula tuvo la esperanza de que volviese a ponerse la camisa, pero no fue así. Y no podía evitar mirarle al pecho. Estaba tan fascinada con él que, en un momento dado, en vez de meterse el tenedor con la ensalada en la boca, se pinchó el labio inferior. Le habría encantado pasarse así el resto del día, mirándolo, pero en cuanto hubieron terminado de comer, Pedro se puso en pie para darle la segunda parte de la clase.


Después de aproximadamente otra hora más, Paula empezó a acostumbrarse a ver su pecho desnudo y al embriagador olor de su aftershave. Y cada vez chocaban menos, así que ya no se sentía tan inútil. Entonces Pedro anunció que había llegado el momento de poner música. Bajó las ventanillas de la camioneta y encendió la radio.


El principal problema de bailar con música era que iba demasiado rápida y Paula empezó a confundirse otra vez.


–Tal vez la música no haya sido buena idea –admitió Pedro.


Ella suspiró con frustración.


–Tal vez la idea de enseñarme a bailar haya sido una tontería. Estoy harta.


–Pues estás mejorando.


–¿Podemos hacer otro descanso? Estoy agotada.


–Cinco minutos.


Paula se dejó caer sobre la manta y cerró los ojos.


Cuando abrió los ojos con la intención de darle las gracias, vio que un enorme gusano estaba cayendo del árbol sobre su cabeza.


–¡Quítamelo! –gritó, sin parar de moverse.


Pedro la agarró de los hombros.


–Tranquilízate, te lo quitaré.


Y Paula tuvo que hacer un enorme esfuerzo para estarse quieta.


–Era solo una libélula –le dijo él, enseñándosela–. Se supone que da buena suerte.


–Lo siento, es una manía. La caravana siempre estaba llena de cucarachas. Era imposible deshacerse de ellas y, cuando me despertaba a media noche, siempre tenía alguna por el pelo.


Él no dijo nada. Tal vez no supiese qué decir. En su lugar, la abrazó con fuerza.


La pilló tan desprevenida, le gustó tanto, que notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.


¿Qué le pasaba? Nunca se emocionaba. Y nunca lloraba. Era una mujer dura. Una mujer luchadora.


Aunque tal vez estuviese cansada de luchar, cansada de ser dura. Tal vez pudiese ser vulnerable y débil durante un minuto o dos. Tal vez no estuviese tan mal dejar que Pedro la reconfortase, en vez de intentar fingir que no le importaba haber tenido aquella niñez.


Se apoyó en él y enterró la cara en la curva de su cuello, respirando hondo.


Pedro olía a aire fresco, a sol y a hombre. Paula retrocedió y lo miró a los ojos, tan azules y profundos que podía perderse en ellos. Deseó besarlo. Probar sus labios y sentir su barba acariciándole la piel. Deseó pasar las manos por su pelo, acariciarle los hombros fuertes. En esos momentos, era lo único en lo que podía pensar.


¿Qué le estaba pasando? ¿Cómo podía sentir tanto por alguien a quien casi no conocía? ¿Por un hombre que le convenía tan poco?


Alargó las manos para ponerlas alrededor de su cuello y él se inclinó hacia delante, anticipando el beso, y cuando sus labios la tocaron, fue tan dulce, tan perfecto, que a Paula le entraron ganas de gritar.


¿Por qué no se habían besado antes, nada más llegar? ¿Por qué había intentado que no ocurriese cuando era tan… estupendo?




APARIENCIAS: CAPÍTULO 19

 


A juzgar por la sonrisa de Pedro era evidente que no iba a dejarla en paz.


¿Aquello era divertirse para él?


–Está bien –le respondió Paula a regañadientes–, pero que sepas que no me hace gracia.


–Lo harás genial –le dijo él, frotándose las manos–. Ponte a mi lado y haz exactamente lo mismo que yo.


Así dicho, parecía fácil, y era evidente que a él se le daba muy bien bailar.


Paula lo observó, pero cuando intentó repetir sus movimientos, no fue capaz.


Después de unos veinte minutos y de que no hubiese conseguido ningún progreso y hubiese vuelto a pisarlo, Pedro la miró con desconfianza y comentó:

–¿Lo estás haciendo adrede o de verdad tienes tan poca coordinación?


Paula reconoció:

–Soy un desastre.


Él suspiró y se rascó la barbilla.


–Creo que parte del problema reside en que te lo estás tomando demasiado en serio. Solo necesitas relajarte.


–Eso es fácil de decir cuando a ti se te da tan bien.


–No nací sabiendo bailar, ¿sabes? Observa mis pies y relájate. Se supone que tiene que ser divertido.


A ella se le ocurrían otras cosas mucho más divertidas para hacer con él.


Cada vez que la tocaba pensaba en el beso que le había dado esa mañana y en lo mucho que deseaba que se repitiese, pero Pedro parecía decidido a respetarla, tal y como ella le había pedido. Eso la aliviaba y la molestaba al mismo tiempo.


Necesitaba saber que no era la única que sufría. Que para él también era una tortura estar allí con ella.


Alrededor de las once y media, Pedro se limpió la frente con la manga y suspiró.


–¡Vaya! Está empezando a hacer calor.


Y, dicho aquello, se quitó la camisa y la echó a la parte trasera de la camioneta.


Y Paula se quedó sin aliento. Era perfecto. Tenía el torso moreno, musculoso y… maravilloso. Una fina capa de bello rubio cubría sus pectorales y desaparecía por la cinturilla de los pantalones. Y ella no pudo evitar preguntarse cómo sería acariciarla.


¿Cómo iba a relajarse, si casi no podía ni respirar? Se llevó la mano a la barbilla, por miedo a estar babeando.


–Vamos a repetir la última parte –le dijo él–. Solo una vez más. Ponte detrás de mí y observa mis pies.


¿Hablaba en serio? Iba a poder mirarlo sin que se diese cuenta. Tenía los hombros anchos, la espalda fuerte. Y un trasero…


Paula suspiró suavemente. Pedro era todo un hombre.


Él miró por encima del hombro.


–¿Me estás siguiendo? –le preguntó.


Paula levantó la vista a su rostro.


–¿Qué?


–Que si estás siguiendo los pasos.


–Lo siento, pero solo te estaba mirando.


–Pon las manos en mis hombros.


–¿Por qué?


–Para que puedas moverte a la vez que yo.


Ella tragó saliva y se acercó, pero era tan alto que no podía apoyar las manos en sus hombros sin pegarse a él. Tenía la piel caliente y suave, y si a Pedro le afectó que lo tocase, no se le notó. Ella, en cualquier caso, sí que estaba muy afectada.


Pedro dio un paso a la izquierda, otro más a la izquierda, uno adelante, otro adelante, y ella lo siguió.


Izquierda, izquierda, delante…


Paula fue hacia delante y él retrocedió, haciendo que chocasen. Estuvo a punto de caerse al suelo, pero Pedro se giró y la agarró del brazo.


–¿Estás bien?


–Sí, pero no quiero continuar –le contestó.


–Pues te estaba saliendo bien.


–Sí, pero si volvemos a chocar así voy a acabar con una contusión.


Pedro se cruzó de brazos, lo que acentuó sus fuertes músculos.


–Vamos a comer.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 18

 


Pedro buscó el estrecho camino que había encontrado por casualidad un mes antes, cuando había empezado a ir allí. Estaba tan escondido entre la vegetación que estuvo a punto de no verlo. Giró a la izquierda y tomó una pista polvorienta.


–¿Dónde estamos? –le preguntó Paula.


–En el Canyon Trail Park, descubrí este camino de casualidad.


–¿Y vienes mucho por aquí?


–De vez en cuando, cuando estoy por la ciudad y necesito un lugar en el que estar solo.


Siguió por el camino hasta llegar a un pequeño claro cubierto de hierba donde nunca había nadie. Aparcó a la sombra de los árboles y salieron de la camioneta.


Paula miró a su alrededor con el ceño fruncido.


–Tal vez te parezca una pregunta tonta –le dijo–, pero ¿y si uno de los dos necesita ir al baño?


–Hay unos aseos públicos aproximadamente a medio kilómetro de aquí. Y si no quieres andar tanto, hay muchos arbustos por aquí.


Pedro sacó la gruesa manta de lana que tenía debajo del asiento del conductor y la extendió en el suelo, a la sombra de un árbol.


Paula se sentó y aspiró el aire limpio. Había mucha tranquilidad.


–Es un sitio muy bonito.


Él se sentó a su lado.


–Es un poco pronto para comer.


–¿Y qué hacemos hasta entonces?


–Relajarnos.


–¿Relajarnos?


Paula lo miró como si no supiese qué significaba esa palabra.


–Creo que no sé hacerlo. ¿No podemos ir a dar un paseo o algo así? O, si quieres, podemos hablar de la gala.


Pedro pensó que le iba a costar mucho trabajo seducirla si no aguantaba sentada ni dos minutos.


–También podemos quedarnos aquí, disfrutando del entorno.


–¿Por qué estar aquí sentados, cuando podemos hacer cosas?


Era cierto, no sabía relajarse. Y Pedro se dio cuenta de que no podía obligarla.


–En ese caso, tengo una idea –le dijo, poniéndose en pie y tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse–. Ven.


Ella le dio la mano y se puso en pie también.


–¿Qué vamos a hacer?


–Voy a enseñarte a bailar en línea.


Ella abrió mucho los ojos.


–¿Es una broma, no?


–No.


–Brandon, no puedo.


–Anoche me dijiste que no sabías bailar y al final lo conseguiste.


–Esto es diferente. Bailar en línea requiere coordinación, y yo no tengo.


–En cuanto aprendas los pasos solo será cuestión de práctica. Y aquí no te puede dar vergüenza, porque no te ve nadie.


Eso no pareció consolarla.


–Primero te enseñaré algunos pasos fáciles –continuó Pedro–. Cuando los hayas pillado, pondré música.


–¿Cuánto tiempo tienes? Porque podría llevarnos mucho.


–No te preocupes, tengo todo el día.


Ella seguía sin parecer convencida.


–O eso, o nos sentamos y nos relajamos. Tú elijes.


Y si conseguía salirse con la suya, bailar no sería la única actividad física que harían ese día.






APARIENCIAS: CAPÍTULO 17

 


De camino adonde Pedro la estuviese llevando, detuvo la camioneta delante de una cafetería del centro, donde Paula compraba también a veces la comida o se tomaba un café.


–Espérame aquí –le dijo él.


Y unos minutos después salía de la cafetería con una enorme bolsa.


¿Cómo podía haberlo hecho tan deprisa, si a través de la ventana se veía que había mucha cola?


Paula recordó que Pedro había salido a hacer una llamada mientras ella se ponía los zapatos, debía de haber encargado la comida.


–¿Qué tienes ahí? –le preguntó.


–La comida –respondió él, dándole la bolsa.


A Paula le sorprendió que pesase tanto y miró dentro. No era la comida, sino todo un banquete. Había sándwiches, ensaladas y fruta, además de varios bollitos, botellas de agua y refrescos bajos en calorías.


Paula, que tenía un presupuesto muy ajustado, sabía que esa cafetería no era precisamente barata, así que aquel festín tenía que haberle costado a Pedro una pequeña fortuna.


–No hacía falta comprar tantas cosas –le dijo.


Él se encogió de hombros y arrancó la camioneta, como si no fuese nada del otro mundo.


–No se puede hacer un picnic sin comida.


–Al menos, deja que te pague la mitad –le pidió, tomando el bolso–. ¿Cuánto te debo?


–Te invito yo –le dijo él, empezando a conducir.


–Eso no es justo. Ya me invitaste anoche. Y ahora que trabajas menos, seguro que estás más justo de dinero.


–Mi sueldo no ha cambiado.


–Pues debes de tener un jefe muy generoso.


–Sí. Me ve como una inversión, supongo, porque quiere que sea su capataz.


Ella se preguntó si ganaría mucho más dinero como capataz que como peón, pero no se atrevió a preguntárselo. Aun así, seguía pensando que podía hacer mucho más en la vida, pero quién era ella para entrometerse en sus asuntos.


No obstante, le importaba lo que hiciese con su vida porque le gustaba. El corazón le daba un vuelco cada vez que lo miraba.


No sabía lo que le estaba pasando.


–¿No vas a decirme adónde vamos? –le preguntó.


Pedro se limitó a sonreír.


–¿Sabes al menos adónde vamos?


–Sí.


–¿Está muy lejos?


–A veinte minutos.


Parecía relajado, sin prisa. Ella siempre iba corriendo a todas partes y, aunque a veces se sentía agotada, era una costumbre que le resultaba difícil de cambiar.


Tal vez Pedro pudiese enseñarla. O tal vez no quisiese cambiarla.


Quizás le gustasen las mujeres emprendedoras y con éxito.


Aunque eso daba igual, porque solo iban a ser amigos.


–¿Cómo era tu prometida? –le preguntó.


–¿Por qué me lo preguntas? –le dijo él, sorprendido.


–Tengo curiosidad, pero si no quieres hablar de ello…


–No pasa nada. Es solo que me ha sorprendido la pregunta –le dijo Pedro, respirando profundamente–. Alicia era… ambiciosa, pero de una manera negativa.


–¿Ser ambicioso puede ser algo malo?


–Supongo que depende de lo que ambiciones. A mí me parecía la mujer perfecta, hasta que dejó de parecérmelo.


–No te entiendo.


–Me decía siempre lo que quería oír, se comportaba como creía que yo quería que se comportase. Lo que tuvimos fue como un sueño, pero ella me confesó después que nunca me había querido.


–¿Y por qué quería casarse con alguien a quien no quería?


–Seguro que tenía sus motivos.


Paula tuvo la sensación de que Pedro no se lo estaba contando todo. Tal vez porque no quería que Paula lo supiera, o porque no se sentía cómodo abriéndose a ella. Se conocían desde hacía menos de veinticuatro horas y el hecho de que ella sintiese una conexión especial con él no significaba que esta fuese recíproca.


–Menos mal que me enteré antes de la boda, aunque fuese poco antes.


–¿Cuándo te enteraste?


–Dos días antes de casarnos, cuando los sorprendí en los establos en una situación… comprometedora.


Paula imaginó que debía haber sido horrible y no entendió que una mujer con un novio tan dulce y atractivo necesitara a otro. Tuvo que recordarse a sí misma que casi no conocía a Pedro.


Tal vez tuviese un lado oscuro. Todo el mundo tenía defectos, ¿no?


–¿Y tú? –le preguntó él–. ¿Has tenido alguna relación seria?


–La verdad es que no. En el instituto no tenía tiempo para novios y no quería terminar como muchas, embarazadas y casadas con dieciséis años.


–¿Tan mal iban las cosas en casa?


–Mis padres se casaron nada más terminar el instituto y mi madre no tenía ninguna preparación. Cuando se terminó el dinero del seguro de vida, perdimos la casa y tuvimos que irnos a vivir a una pequeña caravana en la zona más pobre de la ciudad. Una época tuvimos que irnos incluso a un piso de acogida para mujeres. Fue la experiencia más humillante de mi vida.


–¿Tu madre no se volvió a casar?


–No, gracias a Dios.


–¿Por qué dices eso?


–Porque siempre salía con hombres parecidos a ella.


–¿Alcohólicos, quieres decir?


–Alcohólicos, drogadictos. Gracias a uno de ellos nos desahuciaron y tuvimos que irnos al piso de acogida. Le robó a mi madre el dinero que tenía guardado en el bolso para pagar el alquiler de la caravana y se lo gastó en droga.


–Sé lo que es que tu padre te decepcione –comentó él.


–A mí me gusta pensar que todo aquello me convirtió en una persona más fuerte. Tal vez mi madre hiciese muchas cosas mal, pero gracias a eso sé cuidarme sola.


Pedro alargó la mano y tomó la suya, se la apretó y Paula sintió que se le encogía el corazón. Deseó que no la soltase nunca, pero tenía que agarrar el volante.


–Así que no tuviste novios serios en el instituto –continuó él–. ¿Y en la universidad?


–Salí con algunos chicos, pero no me enamoré perdidamente de ninguno. El primer año estuve a punto de irme a vivir con uno, pero al final no lo hice. Y después encontré trabajo en Chicago y la relación no era tan buena como para aguantar la distancia.


–¿Estabas enamorada de él?


Paula se encogió de hombros.


–No lo sé. Quizás, en cierto modo. Lo quería como amigo, de eso estoy segura, pero creo que nunca he estado enamorada de verdad.


Por eso le resultaba tan extraño sentir tanto por Pedro.


–Y ahora no tienes tiempo –le dijo él.


–No, además, ¿quién querría salir con una mujer que trabaja ochenta horas a la semana?


Él la miró y sonrió y a ella se le aceleró el corazón.


–Supongo que dependerá de la mujer. Y del hombre.


–Para mí es más fácil estar sin pareja en estos momentos.


–¿No te sientes nunca sola?


–No tengo tiempo –le dijo, aunque no fuese del todo verdad.


A veces echaba de menos tener a alguien con quien compartir las cosas, y con quien tener relaciones íntimas, aunque pudiese vivir sin sexo.


No obstante, cuando estaba con Pedro no podía pensar en otra cosa.


–¿Significa eso que no quieres casarte? –le preguntó Pedro. Solo por curiosidad porque él, después de lo de Alicia, tampoco estaba interesado en el tema.


–Quizás algún día.


–¿Y tener hijos?


–Todavía no tengo esa necesidad, ya llegará el momento.


–¿Y cuándo será eso?


–Cuando mi negocio esté establecido. Soy joven, no tengo prisa.


–¿Cuántos años tienes? –le preguntó él, arriesgándose a ofenderla.


–Cumplí veintiocho el veintidós de enero.


Él la miró con incredulidad. Tal vez había consultado su archivo.


–No es verdad.


–Claro que sí.


–¿De verdad cumples años el veintidós de enero?


–Sí.


–Yo también.


Paula arqueó las cejas.


–¿En serio?


–En serio.


–Qué raro.


Era la primera vez que Pedro conocía a alguien que cumpliese años el mismo día que él.


–Tal vez sea el destino.


–No lo creo.


–¿Por qué no?


–Porque no creo en el destino. Pienso que las personas controlan su propio destino. Mi vida es como yo la he hecho. No hay fuerzas cósmicas que determinen qué va a pasar o no.


–No estoy de acuerdo. ¿Crees que fue coincidencia que dos días antes de la boda, al volver antes de tiempo de un viaje de negocios, viese luz en los establos y fuese a dar una vuelta? ¿Y que sorprendiese a Alicia con el capataz?


–¿Tu jefe te manda de viajes de negocios? –le preguntó ella.


–¿Viajes de negocios?


–Acabas de decir que volviste antes de tiempo de un viaje de negocios.


¿Eso había dicho? Pues debía tener más cuidado. Estaba demasiado cómodo con ella y había bajado la guardia.


–Mi jefe quería comprar unos caballos nuevos y lo acompañé a verlos.


–¿Y volviste antes de tiempo?


–El destino, ya te lo he dicho.


–Eres el primer hombre que conozco que cree en esas cosas o, al menos, que lo admite.


Pedro se echó a reír.


–Vaya, ¿he metido la pata? Pensé que a las mujeres os gustaban los hombres con un lado sensible.


–Tal vez sea solo que los hombres con los que he salido eran más… prácticos.


–En otras palabras, aburridos.


–A veces. Pero prefiero salir con hombres poco peligrosos.


–Pues anoche dijiste que salías con hombres que no te convenían.


–¿Eso dije?


–¿En qué quedamos entonces?


–Tal vez estuviese bien encontrar a uno que tuviese una mezcla de ambas cosas –contestó ella, mirando por la ventanilla–. ¿Hemos llegado?


–Casi.