sábado, 6 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 19

 


A juzgar por la sonrisa de Pedro era evidente que no iba a dejarla en paz.


¿Aquello era divertirse para él?


–Está bien –le respondió Paula a regañadientes–, pero que sepas que no me hace gracia.


–Lo harás genial –le dijo él, frotándose las manos–. Ponte a mi lado y haz exactamente lo mismo que yo.


Así dicho, parecía fácil, y era evidente que a él se le daba muy bien bailar.


Paula lo observó, pero cuando intentó repetir sus movimientos, no fue capaz.


Después de unos veinte minutos y de que no hubiese conseguido ningún progreso y hubiese vuelto a pisarlo, Pedro la miró con desconfianza y comentó:

–¿Lo estás haciendo adrede o de verdad tienes tan poca coordinación?


Paula reconoció:

–Soy un desastre.


Él suspiró y se rascó la barbilla.


–Creo que parte del problema reside en que te lo estás tomando demasiado en serio. Solo necesitas relajarte.


–Eso es fácil de decir cuando a ti se te da tan bien.


–No nací sabiendo bailar, ¿sabes? Observa mis pies y relájate. Se supone que tiene que ser divertido.


A ella se le ocurrían otras cosas mucho más divertidas para hacer con él.


Cada vez que la tocaba pensaba en el beso que le había dado esa mañana y en lo mucho que deseaba que se repitiese, pero Pedro parecía decidido a respetarla, tal y como ella le había pedido. Eso la aliviaba y la molestaba al mismo tiempo.


Necesitaba saber que no era la única que sufría. Que para él también era una tortura estar allí con ella.


Alrededor de las once y media, Pedro se limpió la frente con la manga y suspiró.


–¡Vaya! Está empezando a hacer calor.


Y, dicho aquello, se quitó la camisa y la echó a la parte trasera de la camioneta.


Y Paula se quedó sin aliento. Era perfecto. Tenía el torso moreno, musculoso y… maravilloso. Una fina capa de bello rubio cubría sus pectorales y desaparecía por la cinturilla de los pantalones. Y ella no pudo evitar preguntarse cómo sería acariciarla.


¿Cómo iba a relajarse, si casi no podía ni respirar? Se llevó la mano a la barbilla, por miedo a estar babeando.


–Vamos a repetir la última parte –le dijo él–. Solo una vez más. Ponte detrás de mí y observa mis pies.


¿Hablaba en serio? Iba a poder mirarlo sin que se diese cuenta. Tenía los hombros anchos, la espalda fuerte. Y un trasero…


Paula suspiró suavemente. Pedro era todo un hombre.


Él miró por encima del hombro.


–¿Me estás siguiendo? –le preguntó.


Paula levantó la vista a su rostro.


–¿Qué?


–Que si estás siguiendo los pasos.


–Lo siento, pero solo te estaba mirando.


–Pon las manos en mis hombros.


–¿Por qué?


–Para que puedas moverte a la vez que yo.


Ella tragó saliva y se acercó, pero era tan alto que no podía apoyar las manos en sus hombros sin pegarse a él. Tenía la piel caliente y suave, y si a Pedro le afectó que lo tocase, no se le notó. Ella, en cualquier caso, sí que estaba muy afectada.


Pedro dio un paso a la izquierda, otro más a la izquierda, uno adelante, otro adelante, y ella lo siguió.


Izquierda, izquierda, delante…


Paula fue hacia delante y él retrocedió, haciendo que chocasen. Estuvo a punto de caerse al suelo, pero Pedro se giró y la agarró del brazo.


–¿Estás bien?


–Sí, pero no quiero continuar –le contestó.


–Pues te estaba saliendo bien.


–Sí, pero si volvemos a chocar así voy a acabar con una contusión.


Pedro se cruzó de brazos, lo que acentuó sus fuertes músculos.


–Vamos a comer.





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