A juzgar por la sonrisa de Pedro era evidente que no iba a dejarla en paz.
¿Aquello era divertirse para él?
–Está bien –le respondió Paula a regañadientes–, pero que sepas que no me hace gracia.
–Lo harás genial –le dijo él, frotándose las manos–. Ponte a mi lado y haz exactamente lo mismo que yo.
Así dicho, parecía fácil, y era evidente que a él se le daba muy bien bailar.
Paula lo observó, pero cuando intentó repetir sus movimientos, no fue capaz.
Después de unos veinte minutos y de que no hubiese conseguido ningún progreso y hubiese vuelto a pisarlo, Pedro la miró con desconfianza y comentó:
–¿Lo estás haciendo adrede o de verdad tienes tan poca coordinación?
Paula reconoció:
–Soy un desastre.
Él suspiró y se rascó la barbilla.
–Creo que parte del problema reside en que te lo estás tomando demasiado en serio. Solo necesitas relajarte.
–Eso es fácil de decir cuando a ti se te da tan bien.
–No nací sabiendo bailar, ¿sabes? Observa mis pies y relájate. Se supone que tiene que ser divertido.
A ella se le ocurrían otras cosas mucho más divertidas para hacer con él.
Cada vez que la tocaba pensaba en el beso que le había dado esa mañana y en lo mucho que deseaba que se repitiese, pero Pedro parecía decidido a respetarla, tal y como ella le había pedido. Eso la aliviaba y la molestaba al mismo tiempo.
Necesitaba saber que no era la única que sufría. Que para él también era una tortura estar allí con ella.
Alrededor de las once y media, Pedro se limpió la frente con la manga y suspiró.
–¡Vaya! Está empezando a hacer calor.
Y, dicho aquello, se quitó la camisa y la echó a la parte trasera de la camioneta.
Y Paula se quedó sin aliento. Era perfecto. Tenía el torso moreno, musculoso y… maravilloso. Una fina capa de bello rubio cubría sus pectorales y desaparecía por la cinturilla de los pantalones. Y ella no pudo evitar preguntarse cómo sería acariciarla.
¿Cómo iba a relajarse, si casi no podía ni respirar? Se llevó la mano a la barbilla, por miedo a estar babeando.
–Vamos a repetir la última parte –le dijo él–. Solo una vez más. Ponte detrás de mí y observa mis pies.
¿Hablaba en serio? Iba a poder mirarlo sin que se diese cuenta. Tenía los hombros anchos, la espalda fuerte. Y un trasero…
Paula suspiró suavemente. Pedro era todo un hombre.
Él miró por encima del hombro.
–¿Me estás siguiendo? –le preguntó.
Paula levantó la vista a su rostro.
–¿Qué?
–Que si estás siguiendo los pasos.
–Lo siento, pero solo te estaba mirando.
–Pon las manos en mis hombros.
–¿Por qué?
–Para que puedas moverte a la vez que yo.
Ella tragó saliva y se acercó, pero era tan alto que no podía apoyar las manos en sus hombros sin pegarse a él. Tenía la piel caliente y suave, y si a Pedro le afectó que lo tocase, no se le notó. Ella, en cualquier caso, sí que estaba muy afectada.
Pedro dio un paso a la izquierda, otro más a la izquierda, uno adelante, otro adelante, y ella lo siguió.
Izquierda, izquierda, delante…
Paula fue hacia delante y él retrocedió, haciendo que chocasen. Estuvo a punto de caerse al suelo, pero Pedro se giró y la agarró del brazo.
–¿Estás bien?
–Sí, pero no quiero continuar –le contestó.
–Pues te estaba saliendo bien.
–Sí, pero si volvemos a chocar así voy a acabar con una contusión.
Pedro se cruzó de brazos, lo que acentuó sus fuertes músculos.
–Vamos a comer.
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