Se sentaron en la manta. Paula tuvo la esperanza de que volviese a ponerse la camisa, pero no fue así. Y no podía evitar mirarle al pecho. Estaba tan fascinada con él que, en un momento dado, en vez de meterse el tenedor con la ensalada en la boca, se pinchó el labio inferior. Le habría encantado pasarse así el resto del día, mirándolo, pero en cuanto hubieron terminado de comer, Pedro se puso en pie para darle la segunda parte de la clase.
Después de aproximadamente otra hora más, Paula empezó a acostumbrarse a ver su pecho desnudo y al embriagador olor de su aftershave. Y cada vez chocaban menos, así que ya no se sentía tan inútil. Entonces Pedro anunció que había llegado el momento de poner música. Bajó las ventanillas de la camioneta y encendió la radio.
El principal problema de bailar con música era que iba demasiado rápida y Paula empezó a confundirse otra vez.
–Tal vez la música no haya sido buena idea –admitió Pedro.
Ella suspiró con frustración.
–Tal vez la idea de enseñarme a bailar haya sido una tontería. Estoy harta.
–Pues estás mejorando.
–¿Podemos hacer otro descanso? Estoy agotada.
–Cinco minutos.
Paula se dejó caer sobre la manta y cerró los ojos.
Cuando abrió los ojos con la intención de darle las gracias, vio que un enorme gusano estaba cayendo del árbol sobre su cabeza.
–¡Quítamelo! –gritó, sin parar de moverse.
Pedro la agarró de los hombros.
–Tranquilízate, te lo quitaré.
Y Paula tuvo que hacer un enorme esfuerzo para estarse quieta.
–Era solo una libélula –le dijo él, enseñándosela–. Se supone que da buena suerte.
–Lo siento, es una manía. La caravana siempre estaba llena de cucarachas. Era imposible deshacerse de ellas y, cuando me despertaba a media noche, siempre tenía alguna por el pelo.
Él no dijo nada. Tal vez no supiese qué decir. En su lugar, la abrazó con fuerza.
La pilló tan desprevenida, le gustó tanto, que notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.
¿Qué le pasaba? Nunca se emocionaba. Y nunca lloraba. Era una mujer dura. Una mujer luchadora.
Aunque tal vez estuviese cansada de luchar, cansada de ser dura. Tal vez pudiese ser vulnerable y débil durante un minuto o dos. Tal vez no estuviese tan mal dejar que Pedro la reconfortase, en vez de intentar fingir que no le importaba haber tenido aquella niñez.
Se apoyó en él y enterró la cara en la curva de su cuello, respirando hondo.
Pedro olía a aire fresco, a sol y a hombre. Paula retrocedió y lo miró a los ojos, tan azules y profundos que podía perderse en ellos. Deseó besarlo. Probar sus labios y sentir su barba acariciándole la piel. Deseó pasar las manos por su pelo, acariciarle los hombros fuertes. En esos momentos, era lo único en lo que podía pensar.
¿Qué le estaba pasando? ¿Cómo podía sentir tanto por alguien a quien casi no conocía? ¿Por un hombre que le convenía tan poco?
Alargó las manos para ponerlas alrededor de su cuello y él se inclinó hacia delante, anticipando el beso, y cuando sus labios la tocaron, fue tan dulce, tan perfecto, que a Paula le entraron ganas de gritar.
¿Por qué no se habían besado antes, nada más llegar? ¿Por qué había intentado que no ocurriese cuando era tan… estupendo?
Me encanta esta historia, se tienen tantas ganas los 2.
ResponderBorrarMe da lastima que la engañe así pobre Pau...
ResponderBorrar