Se tumbó en la manta, llevándoselo con ella. Solo quería besarlo y besarlo, hasta que le doliesen los labios. Quería acariciarle todo el cuerpo, pero cuando lo intentó, él le sujetó las manos y se las puso en su pecho.
Sin palabras, le estaba diciendo que aquello no iba a ir más lejos. Al menos, allí. Y eso estaba bien, porque Paula no se acordaba de la última vez que había estado con un hombre y, sin esa presión, podía disfrutar más de los besos.
No supo cuánto tiempo habían estado allí tumbados, besándose, pero de repente oyó que alguien se aclaraba la garganta y se dio cuenta de que habían dejado de estar solos.
Levantaron la vista y vieron a un guardia del parque a unos metros de ellos, con los brazos cruzados y cara de pocos amigos.
–No sé si no han visto los carteles, pero no pueden estar aquí –les dijo en tono molesto.
–Lo siento –le respondió Pedro–. Ya nos marchamos.
El guarda asintió y volvió al jeep, que Paula ni siquiera había oído llegar.
–Así que no te habían pillado nunca –dijo entre dientes mientras se levantaban.
Pedro se encogió de hombros.
–Siempre hay una primera vez.
Paula no se sintió culpable por haber incumplido las normas, como habría hecho en cualquier otra ocasión. Todo lo contrario, le pareció… divertido.
Pedro recogió la manta, la dobló y la metió debajo de su asiento antes de ayudarla a subir a la camioneta. Paula se sintió decepcionada al ver que, antes de sentarse delante del volante, volvía a ponerse la camisa.
Se subió a la camioneta, arrancó el motor y volvió a tomar el camino por el que habían llegado, pasando al lado del jeep del guarda que, al parecer, estaba esperando a que se marchasen.
Fueron en silencio varios minutos hasta que, ya en la carretera, Pedro le preguntó con una sonrisa:
–¿Besas así a todos tus amigos?
–¿Y si te dijese que sí?
–Entonces, creo que me va a gustar ser tu amigo.
A ella también.
–Creo que lo de quitarme la camisa ha funcionado –añadió.
–¿Qué quieres decir?
–Que necesitabas un empujoncito para echar a rodar.
–¿Me estás diciendo que me has traído aquí para seducirme?
Él se limitó a sonreír.
Paula no supo si darle las gracias o un golpe en la cabeza.
–Supongo que lo de ser amigos no era del todo realista –comentó.
–Es difícil luchar contra la naturaleza.
Era cierto.
–Eso no significa que quiera una relación seria. Pienso que deberíamos tener algo informal.
–Me parece bien –admitió Pedro.
Paula se sintió aliviada, aunque era normal que a Pedro le pareciese bien. ¿Qué hombre en su sano juicio habría rechazado una relación sin ataduras?
–¿Adónde vamos? –le preguntó él, mirándola con deseo.
–Podríamos volver a mi casa.
–¿Estás segura?
Nunca había estado tan segura ni había deseado tanto algo en la vida. Si Pedro hacía el amor la mitad de bien de lo que besaba, podían pasarlo muy bien.
–Por supuesto.
–Siempre y cuando seas consciente de que vamos a terminar en la cama.
–Esa era mi esperanza.
–Entonces, vamos a tu casa.
Paula no pudo evitar darse cuenta de que Pedro pisaba el acelerador, tal vez tuviese miedo de que cambiase de opinión, pero eso no iba a ocurrir. Según iban pasando los segundos, más ganas tenía de acostarse con él. Ya estaban en su calle cuando Pedro detuvo la camioneta en el aparcamiento del supermercado en vez de ir directo a su casa, que estaba a treinta segundos de allí.
–Tengo dos preservativos en la cartera, pero me temo que no van a ser suficientes –comentó–. Ahora vuelvo.
Pedro entró y salió de la tienda en treinta segundos. Subió a la camioneta y le dio la bolsa con la compra. Paula no pudo evitar mirar dentro, había una caja de treinta y seis preservativos, tamaño extra grande.
«Dios mío», pensó.
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