Mientras estaba en la ducha, le pareció oír el timbre, pero no podía imaginar quién podía pasar por allí en semejante día. Quizá fuera el chófer con más regalos para Matías.
Se afeitó, se puso un polo y unos pantalones informales y luego fue a ayudar a Paula. En cuanto entró en el salón, vio que había realmente otra persona allí y se quedó de piedra al ver que el hombre sentado en el suelo jugando con su hijo era su hermano Julián.
En ese instante, pasó de ser una de las mejores navidades de su vida a las fiestas del infierno.
Cuando Julián lo vio, se puso de pie.
–Hola, hermano. Feliz Navidad.
–¿Qué diablos haces aquí? –preguntó Pedro.
–Vino cuando estabas en la ducha –explicó Paula al entrar en el salón. Sentado en el sofá, el padre de Paula parecía divertido con toda la situación
–¿Qué tiene de malo querer pasar la Navidad con mi hermano? Y mi sobrino –añadió Julián.
Pedro miró a Paula.
–No he dicho nada –repuso ella–. Él ya lo sabía.
Pedro miró a Julián con curiosidad.
–Llevas semanas comportándote de forma extraña. Luego me das esa excusa blanda del crucero. Insultas mi inteligencia, Pedro.
Tenían que mantener una conversación, pero no delante de Paula y su padre.
–¿Por qué no vamos fuera? –dijo.
Julian frunció el ceño.
–Hace frío y está lloviendo.
–No seas tan delicado –espetó.
Julián fue hacia la puerta y se puso el abrigo. Pedro hizo lo mismo y lo siguió al porche. Hacía frío y humedad y del cielo caía lluvia helada.
–¿No te parece acogedor? –Julian abandonó toda pretensión de alegría navideña–. Tú pasando la Navidad con Paula Chaves y su padre. Creo que ya sabemos a quién culpar del sabotaje.
–Julian, ¿de verdad crees que yo podría hacer algo así?
–No puedes negar que la situación resulta bastante sospechosa.
–No es asunto tuyo ni siento que deba justificar mis actos bajo ningún concepto, pero su padre no debía estar aquí. Acaba de aparecer, algo que sé que puedes entender. Además, ni siquiera veía a Paula cuando sucedió. Hasta hace unas semanas atrás ni siquiera sabía que tenía un hijo. Rompí con ella antes de que Paula supiera que estaba embarazada. De hecho, pensaba criar al niño sola.
–¿Y si fue ella la responsable del sabotaje?
–¿Paula? –era lo más ridículo que jamás había oído–. Imposible.
–¿Por qué no? ¿Y si la dominaba la amargura y quería vengarse de ti por abandonarla? O quizá lo hizo por su padre.
–No se puede decir que anhelara venganza. Si alguien tenía derecho a estar molesto, era yo. Y en cuanto a su padre, no mantienen la mejor de las relaciones.
–Es su bono de comida.
–Ella vive de un fondo que le dejó la madre. No recibe un céntimo de Chaves Energy. Y aunque lo recibiera, no posee ni un atisbo de maldad en todo su cuerpo –tuvo que preguntarse si no sería Julián el responsable de todo el sabotaje por la vehemencia que mostraba en tratar de culpar a otra persona. ¿O era su modo de distraer las sospechas de él? ¿Se habría enterado de que lo estaban investigando?
A pesar de que había defendido con presteza a su hermano, ya no estaba tan seguro.
–¿Cómo te enteraste que estaba viendo a Paula? –le preguntó.
–Te seguí, genio. No eres precisamente 007.
Al parecer no lo era, pero no esperaba que nadie lo siguiera.
–¿Y cómo supiste que Matías era mi hijo?
–No lo supe hasta verlo de cerca. Es como tú, aparte de que la marca de nacimiento lo delató –se sopló las manos y las metió en los bolsillos–. ¿Vas a casarte con ella?
Era la segunda vez que le hacían esa pregunta ese día.
–Diría que existe una gran posibilidad.
–Sabes que eso va a significar una oferta de trabajo del viejo Chaves.
Otro tema que salía por segunda vez.
–¿Por qué voy a querer trabajar para él cuando soy presidente ejecutivo de Western Oil.
Julian sonrió.
–Primero tendrás que pasar por encima de mí.
–Pienso hacerlo.
–Aquí hace un frío de mil demonios. ¿Es posible que volvamos dentro?
Se abrió la puerta de entrada y Paula asomó la cabeza.
–Lamento molestaros, pero todo está listo. Necesito a alguien que trinche el pavo.
Julián lo miró con curiosidad.
–¿Te importa si mi hermano se queda a cenar? –le preguntó Pedro a Paula.
–Tenemos comida suficiente –dijo, luego añadió con severidad–. Pero no quiero que la primera Navidad de mi hijo se convierta en la tercera guerra mundial. Mientras todo el mundo se comporte con civismo, por mí no hay problema.
–Yo siempre juego limpio –comentó Julián con demasiada amabilidad.