Eran las cuatro de la tarde de Nochebuena y Paula seguía sin tener noticias de la cena de Navidad en la casa de su padre al día siguiente.
Volvió a mirar la hora y supo que Pedro llegaría en cualquier momento. Aunque no podía imaginárselo pasando por alto esa oportunidad de llenar a Matías de regalos, ya había llamado desde el día anterior a su padre infinidad de veces sin recibir respuesta.
Como su padre no la llamara antes de que Pedro llegara y ella hiciera otros planes, iba a perderse la primera Navidad con Matías.
Dejó el teléfono en la encimera de la cocina. Se volvió hacia la botella de vino abierta que respiraba en la encimera para servirse una copa, cuando sonó el timbre.
Cuatro en punto. Quizá debería pensar en darle a Pedro una llave para que a partir de ese momento pudiera entrar sin llamar. Corrió hacia la puerta y la abrió.
–¡Feliz Navidad! –dijo Pedro con una sonrisa mientras pasaba.
Antes de que se quitara el abrigo, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó. Al soltarlo, notó que en la mano llevaba una caja del tamaño de una camisa, salvo que más estrecha.
Se la entregó.
–¿Tienes espacio para esto bajo el árbol?
–Apenas –señaló el abeto y las docenas de paquetes envueltos para regalo que habían llegado antes aquel día–. ¿Es que has comprado toda la tienda?
–Casi, supongo –se quitó el abrigo y fue al salón, donde ella depositó el regalo bajo el árbol en la parte más visible–. ¿Y Matías?
–Durmiendo su siesta. Se levantará de un momento a otro. ¿Te apetece una copa de vino?
–Me encantaría.
–¿O sea que técnicamente estás de vacaciones navideñas? –preguntó ella al entrar en la cocina.
–Puede que vaya al despacho unas horas, pero todo mi equipo se ha ido. Mis únicos planes son pasar todo el tiempo posible contigo y Matias.
Le entregó la copa.
–Tengo una propuesta para ti.
–Muy bien.
–¿Te gustaría cenar con tu hijo en Navidad?
–¿Qué sucede? –él frunció el ceño–. ¿Ha pasado algo con tu padre?
–No. No ha pasado absolutamente nada. Sigue sin devolver mis llamadas. Por todo lo que sé, no lo hará. Estoy harta de esos estúpidos juegos psicológicos. Así que he decidido que haré otros planes.
–¿Y si llama en el último momento con la esperanza de que vayas a su casa?
–Respetuosamente declinaré la invitación.
–¿Estás segura de lo que me propones?
–Absolutamente –se puso de puntillas para besarlo–. No hay nadie más en el mundo con quien Matias y yo deseemos pasar las fiestas.
Sonrió y la apretó contra él.
–En ese caso, acepto.
Pedro le alisó el cabello y la besó suavemente. Desde el monitor infantil, le llegó el sonido de Matías al despertarse.
–¿Quieres ir a recogerlo mientras yo miro algunas recetas? –pidió ella.
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