jueves, 14 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 38

 


Pedro despertó con el aroma a café recién hecho.


Apenas eran las ocho de la mañana, pero el lado de la cama de Paula estaba vacío.


Se puso boca arriba y se quitó el sueño de los ojos. La noche anterior en el sofá había sido increíble. La pasión que sentía por ella era como una válvula de escape para toda su energía acumulada.


Ella lo salvaría, podía contar con Paula para que lo mantuviera a raya. Le enseñaría a ser un buen padre. Para Matías y quizá para otro bebé. En ese momento, las posibilidades parecían interminables.


Se levantó de la cama pensando si ya lo habría hecho Matias. Tenía ganas de verle la carita mientras abría todos los regalos.


Se puso los pantalones del pijama y una sudadera y fue en busca de Paula. El árbol estaba encendido y en el salón sonaba una tenue música navideña. La encontró en la cocina con un pijama rosa de franela y un mandil atado a la cintura mientras lavaba los platos a mano. El pavo ya estaba relleno y colocado en una fuente en el horno.


Al verlo, sonrió.


–Feliz Navidad.


–Buenos días. Huelo a café.


–Está recién hecho.


Se situó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos antes de darle un beso en la mejilla.


–¿Cuánto tiempo llevas levantada?


–Desde las seis. Quería tener preparado el pavo antes de que Matías despertara.


–¿Puedo ayudarte en algo?


–Podrías servirnos café mientras termino con estos platos. He oído a Matías moverse, así que va a despertarse de un momento a otro –como si fuera la señal, desde el monitor infantil les llegó la voz del pequeño–. Pensándolo mejor, ¿por qué no vas a buscarlo tú mientras yo sirvo el café?


Lo sacó de la cunita y con la destreza recién adquirida, le cambió el pañal y lo bajó al salón. Paula los esperaba con el café y leche para Matías. Pedro se sentó en el sofá y Matías se acurrucó en su regazo para beberse el biberón.


Nada más acomodarse, sonó el móvil de Paula. Esta puso los ojos en blanco y dijo.


–Es mi padre.


–No tienes que contestar –sugirió él.


–No. Me niego a jugar ese juego con él –lo recogió de la mesita y lo abrió–. Hola, papá –escuchó durante varios segundos y luego dijo–: Te he estado llamando toda la semana. Al no recibir noticias, di por hecho que no organizarías la cena este año y he hecho otros planes –otra pausa, después respondió–. No, no cambiaré mis planes. Tengo un pavo relleno esperando que encienda el horno.


Pedro pudo oír el discurso rimbombante del padre a través del teléfono.


–Lamento que la comida se estropee. Si me hubieras devuelto la llamada… –gritos desde el otro extremo–. No, no intento mostrarme difícil. Simplemente, no puedo… –apartó el teléfono de su oreja, lo cerró y movió la cabeza–. Me ha colgado. Al parecer la comida era a las tres.


–¿Estás bien? –preguntó Pedro.


–Él se lo pierde. Nos necesita más a nosotros que nosotros a él.


Y era verdad. Ellos ya eran una familia. Y Pedro no pudo sentir una retorcida sensación de satisfacción.



AVENTURA: CAPITULO 37

 


Paula dedicó la siguiente hora a mirar en Internet. Eligió una receta de pavo relleno que parecía sabrosa y fácil de hacer, luego redactó una lista de la compra de todas las cosas que iba a necesitar. Al finalizar, metieron a Matías en el cochecito y se fueron a cenar a la cafetería y de vuelta a casa pasaron por el mercado.


Cuando al fin estuvieron en el coche con todo lo que necesitaban, Matías se quedó dormido de regreso a casa. Nada más llegar, lo acostó.


Pedro se ofreció a ayudarla a guardar las cosas, pero ella lo echó de la cocina e insistió en que fuera a ver la televisión. Cuando, media hora más tarde, regresó a la cocina en busca de una cerveza, solo llevaba puesto un pantalón de pijama.


–Me cambié porque hacía mucho calor con la chimenea puesta, pero como no termines pronto aquí, quizá me vea obligado a sacarte en contra de tu voluntad.


Al volver a quedarse a solas, Paula terminó de guardar las cosas y preparó las cosas para la mañana siguiente, pensando en lo perfecta que había sido la velada. Casi demasiado perfecta, como la primera vez.


También entonces todo parecía ir demasiado bien, hasta que de repente la dejó. Quizá si supiera con certeza por qué lo había hecho, no se preocuparía en ese momento. O tal vez dejara de ser paranoica y estuviera agradecida por una segunda oportunidad.


Eran las once pasadas cuando apagó la luz de la cocina y fue al salón. La televisión seguía encendida, pero Pedro estaba dormido en el sofá. Apagó el aparato con el mando a distancia, y aunque sabía que lo mejor era ir a acostarse para levantarse temprano con el fin de empezar los preparativos para la cena, experimentó una necesidad vital de estar cerca de él.


Se desvistió, dejando la ropa en el suelo, y luego se sentó a horcajadas de los muslos de Pedro. Debía de estar extenuado, porque ni se movió.


Sin despertarlo, se inclinó y pegó los labios en su estómago duro hasta llegar a la cintura del pantalón del pijama. Paró para mirarle la cara, pero seguía con los ojos cerrados. Sin embargo, otras partes de él comenzaban a despertar. Le bajó los pantalones y Pedro ni se movió, Inclinándose, primero provocó con la lengua la punta de su erección, y cuando así no consiguió una reacción, se lo llevó a la boca.


Oyó un gemido, luego sintió las manos de él en su cabeza. Pensó que eso era mejor y lo introdujo aún más hondo en su boca.


Se incorporó y Pedro le sonrió con párpados pesados.


–Al principio pensé que soñaba –explicó–. No sucede muy a menudo que un hombre despierta y se encuentra con una mujer magnífica encima de él.


–Entonces, quizá debería hacerlo más a menudo –comentó con una sonrisa.


–Te aseguro que podría acostumbrarme a esto.


Le enmarcó la cara y la tumbó para darle un beso profundo y lento. Le acarició los hombros desnudos y la espalda y la pegó por el trasero contra él para que su erección la frotara en los puntos adecuados. Ella le clavó las uñas en los hombros y gimió sobre sus labios. Con un embate lento y hondo estuvo dentro de ella.


Era tan grato, pero Paula no podía quitarse la sensación de que faltaba algo. Entonces lo supo. No se había puesto un preservativo.


Maldijo para sus adentros.


Él se movía despacio dentro de ella y no quería que parara. Pero el acto sexual sin preservativo era como jugar a la ruleta rusa. Y tenía la prueba de ello durmiendo pasillo abajo. Pero esperaba el período en dos días, por lo que sus posibilidades de concebir eran realmente escasas.


Sin embargo, no era una decisión que tuviera derecho a tomar sola.


Se incorporó apoyando las manos en el torso de Pedro.


–Tenemos que parar.


Él gimió una objeción mientras embestía hacia arriba.


–No, no tenemos por qué hacerlo.


–Nos hemos olvidado de usar un preservativo.


–Lo sé.


–¿Lo sabes?


Rio despacio mientras subía las manos, le coronaba los pechos y la embestía una, dos veces, enloqueciéndola de necesidad.


–¿De verdad pensaste que no me daría cuenta.


–¿No te importa?


–Iba a sugerir que sacáramos uno, pero pensé que sería educado y te satisfaría primero.


–Estoy segura de que fue así como concebí a Matias.


–¿Te opones a la idea de tener otro bebé?


–Bueno, no, pero…


–Entonces, no nos preocupemos por el tema.


Si él no estaba preocupado, si no le molestaban las consecuencias…


Volvió a enloquecerla con la boca y a desterrar sus dudas.


La sujetó el rostro y la miró a los ojos.


–Te amo, Paula.


Esas tres palabras sencillas la lanzaron al precipicio y él estuvo a su lado. Luego, apoyó la cabeza bajo el mentón de Pedro, extenuada y relajada, y él la abrazó.




AVENTURA: CAPITULO 36

 


Eran las cuatro de la tarde de Nochebuena y Paula seguía sin tener noticias de la cena de Navidad en la casa de su padre al día siguiente.


Volvió a mirar la hora y supo que Pedro llegaría en cualquier momento. Aunque no podía imaginárselo pasando por alto esa oportunidad de llenar a Matías de regalos, ya había llamado desde el día anterior a su padre infinidad de veces sin recibir respuesta.


Como su padre no la llamara antes de que Pedro llegara y ella hiciera otros planes, iba a perderse la primera Navidad con Matías.


Dejó el teléfono en la encimera de la cocina. Se volvió hacia la botella de vino abierta que respiraba en la encimera para servirse una copa, cuando sonó el timbre.


Cuatro en punto. Quizá debería pensar en darle a Pedro una llave para que a partir de ese momento pudiera entrar sin llamar. Corrió hacia la puerta y la abrió.


–¡Feliz Navidad! –dijo Pedro con una sonrisa mientras pasaba.


Antes de que se quitara el abrigo, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó. Al soltarlo, notó que en la mano llevaba una caja del tamaño de una camisa, salvo que más estrecha.


Se la entregó.


–¿Tienes espacio para esto bajo el árbol?


–Apenas –señaló el abeto y las docenas de paquetes envueltos para regalo que habían llegado antes aquel día–. ¿Es que has comprado toda la tienda?


–Casi, supongo –se quitó el abrigo y fue al salón, donde ella depositó el regalo bajo el árbol en la parte más visible–. ¿Y Matías?


–Durmiendo su siesta. Se levantará de un momento a otro. ¿Te apetece una copa de vino?


–Me encantaría.


–¿O sea que técnicamente estás de vacaciones navideñas? –preguntó ella al entrar en la cocina.


–Puede que vaya al despacho unas horas, pero todo mi equipo se ha ido. Mis únicos planes son pasar todo el tiempo posible contigo y Matias.


Le entregó la copa.


–Tengo una propuesta para ti.


–Muy bien.


–¿Te gustaría cenar con tu hijo en Navidad?


–¿Qué sucede? –él frunció el ceño–. ¿Ha pasado algo con tu padre?


–No. No ha pasado absolutamente nada. Sigue sin devolver mis llamadas. Por todo lo que sé, no lo hará. Estoy harta de esos estúpidos juegos psicológicos. Así que he decidido que haré otros planes.


–¿Y si llama en el último momento con la esperanza de que vayas a su casa?


–Respetuosamente declinaré la invitación.


–¿Estás segura de lo que me propones?


–Absolutamente –se puso de puntillas para besarlo–. No hay nadie más en el mundo con quien Matias y yo deseemos pasar las fiestas.


Sonrió y la apretó contra él.


–En ese caso, acepto.


Pedro le alisó el cabello y la besó suavemente. Desde el monitor infantil, le llegó el sonido de Matías al despertarse.


–¿Quieres ir a recogerlo mientras yo miro algunas recetas? –pidió ella.




miércoles, 13 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 35

 


A los pocos minutos de irse su hermano, Paula lo llamó al móvil.


–¿Crees que podrías llegar antes de que Matías se acueste este noche?


–Decididamente, lo intentaré –porque a pesar de que su equipo tenía vacaciones desde Nochebuena hasta Nochevieja, él había ido unas horas a trabajar a la oficina.


–Comunícame cuándo crees que podrás llegar. Si es necesario, puedo mantener a Matías levantado un rato más.


–Lo haré. A propósito, hoy he recibido tu regalo de Navidad.


–Qué coincidencia –comentó con tono risueño–, porque yo también recibí el tuyo. Y si encima me has comprado lo mismo que yo a ti, tendré que reconsiderar seriamente nuestra relación.


–En ese caso, no tienes que preocuparte. Y he de decirte que también le compré algunas cosas a Matias. Las entregarán en Nochebuena.


–Casi olvido preguntártelo, ¿a qué hora crees que terminarás en la casa de tu madre en Navidad? Estaba pensando que luego podríamos quedar en mi casa.


–No veré a mi madre en Navidad.


–¿Por qué no? Creía que tu hermano y tú cenaríais con ella.


–Cambio de planes por parte de ella. Mi madre es así.


–Lo siento. Entonces, ¿cuáles son tus planes?


–En realidad, aún no he hecho ninguno. Julián no me preguntó qué iba a hacer, así que doy por hecho que él ya tiene otro plan. Probablemente me quede en mi piso hasta que tú llegues de la casa de tu padre. ¿Cuándo sueles irte?


–Tan pronto como puedo. Por lo general somos nosotros dos y es muy… incómodo. Aunque al ser la primera Navidad de Matías, esperará que nos quedemos más tiempo.


–¿Qué crees que va a sentir cuando se entere de lo nuestro?


–Para serte sincera, ya no me importa. El juego me ha cansado. De no ser por Matías, probablemente pasaría la Navidad en casa contigo. Junto a la chimenea y en pijama.


–Planearemos eso para el año próximo –prometió él, dándose cuenta de que esperaba con ansia que hubiera un año próximo para ellos. Y otro y otro.


En ese momento Adrián asomó la cabeza por la puerta de su despacho.


–Lamento interrumpir. ¿Podría mantener unas palabras contigo?


–Para el jefe, siempre –le indicó que pasara y notó que cerraba la puerta a su espalda.


–Señorita Maxwell, ¿puedo llamarla luego? –supo que Paula reconocería la presencia de alguien importante en su despacho.


–Claro. Luego hablamos.


Cerró el teléfono móvil y se dirigió a Adrian.


–¿Qué sucede?


–Me preguntaba si habías tenido la oportunidad de hablar con tu hermano. Los descubrimientos financieros sospechosos.


–Lo siento, pero no –últimamente había estado demasiado concentrado en su vida como para pensar mucho en eso–. Como dije el otro día, Julián y yo no hablamos. Se suponía que iba a cenar con él el día de Navidad, y mi idea era tratar de averiguar algo allí, pero los planes se vinieron abajo. Como note que empiezo a meter las narices en sus finanzas personales, despertará sus sospechas.


–Lo entiendo. Quería preguntártelo de todos modos, por las dudas. Me parece que vamos a tener que sustituir a su secretaria por una operaria de la agencia. A él se le informará que nos la envió nuestra empresa de empleo temporal.


–Creo que esa será le mejor manera de conseguir la información que necesitamos. Aunque para que quede constancia de ello, sigo creyendo que es inocente.


–Espero que así sea –Adrian se volvió para marcharse, pero se detuvo con la mano en el pomo de la puerta y giró otra vez–. ¿Todo va bien contigo?


–Por supuesto. ¿Por qué lo preguntas?


–Últimamente se te ve un poco… distraído. Aparte de que te has tomado más tiempo libre que de costumbre.


–¿Tienes alguna queja con el desempeño de mis funciones?


–No, en absoluto. Y por si te preocupa, no se trata de nada que vaya a tener un impacto negativo cuando se analice tu posición para presidente ejecutivo. Te considero un amigo y estaba preocupado.


Aunque Adrian no lo dijo abiertamente, Pedro supo que quería una especie de explicación. Sabía que a la inversa, a él le pasaría lo mismo.


–La verdad es que he estado saliendo con alguien –le informó a Adrian–. Es bastante informal en este punto, pero existen posibilidades reales.


–Me gustaría conocerla. ¿La traerás a la boda de Emilio?


–Por desgracia, no creo que esté disponible –aunque no era justo para ninguno, no podía llevarla.


–Primero me casé yo, ahora el que toma los votos es Emilio –sonrió–. Quizá el próximo seas tú.


–Sí, pero no nos precipitemos.


–Sentar cabeza, tener una familia, no es algo tan negativo, Pedro –comentó antes de marcharse.


Quería poder alardear sobre su hijo, mostrar fotos en la oficina y a sus amigos.


Pero Paula y él tendrían que esperar solo unos meses para ser libres.



AVENTURA: CAPITULO 34

 

El lunes por la mañana se hallaba en su despacho conectado a Internet en busca de ideas cuando llamó su madre.


–Un amigo me ha invitado a un crucero, así que no podré pasar la Navidad contigo y con tu hermano –le dijo sin mostrarse en absoluto arrepentida.


Pedro estaba seguro de que su amigo sería significativamente mayor y muy rico.


–Bueno, pues que te lo pases bien –repuso, preguntándose si había captado el alivio en su voz.


Antes de colgar, ella le deseo una feliz Navidad. Su madre, la reina de hielo. Pero aunque solo sirviera para eso, la llamada lo ayudó para darle una excelente idea para el regalo.


A la primera búsqueda, encontró exactamente lo que buscaba en Internet. ¡Era perfecto!


Concluyó los arreglos, imprimió el correo electrónico de confirmación y borró el historial de su buscador cinco minutos antes de una reunión programada con varios miembros de su equipo en la cafetería del hall de entrada.


La reunión duró todo el almuerzo y cuando estaba a punto de subir a su despacho, su secretaria lo llamó para decirle que lo esperaba su hermano.


–Ya estoy subiendo.


–Le diré que espere.


Subió hasta la última planta sintiéndose orgulloso consigo mismo por lo que consideraba el regalo ideal para Paula. Algo que ella no esperaría ni en un millón de años. Iba por el vestíbulo de su planta cuando se dio cuenta de que había olvidado el correo de confirmación en su mesa. No llevaba impreso los nombres de los pasajeros, solo el itinerario, pero solo eso sería sospechoso. Quizá tuviera suerte y Julian no mirara nada que hubiera sobre su mesa, aunque sabía que la posibilidad era remota.


Al pasar saludó a su secretaria con un gesto de la cabeza y entró en el despacho. Julian se hallaba de pie junto a la ventana. Se volvió al oír a su hermano.


–¿Cómo estás? –saludó Pedro, yendo hacia su mesa.


El correo seguía donde lo había dejado, junto a su ordenador portátil. Depositó la carpeta que llevaba encima de él y se sentó.


–Supongo que te llamó –dijo Julián.


–Supongo que hay un Papá Noel y este año me ha regalado exactamente lo que quería.


–¿Te dijo quién era su nuevo «amigo»?


–No, y yo no se lo pregunté.


–Es un barón que conoció en su último viaje a Europa. Veinte años mayor que ella. Rico desde tiempos inmemoriales.


–Vaya sorpresa.


–Supongo que no has hablado con papá.


Miró a su hermano. Desde luego que no, y por su vida que aún no sabía por qué Julián lo hacía.


–Vuelve a casarse.


–¿Cuántas veces lleva con esta?


–Cinco. Es una auxiliar de vuelo de veintiocho años. La conoció en un viaje de negocios a Nueva York. Piensa venirse aquí desde Seattle para vivir con él.


–Les doy seis meses.


–Sé que no lo quieres creer, pero se ha suavizado mucho desde que éramos críos. Cada vez que hablo con él pregunta por ti. Sé que le gustaría tener noticias tuyas.


–Eso no va a suceder.


–Cielos, Pedro, a veces creo que eres más obstinado que él –comenzó a dirigirse hacia la salida, pero se detuvo y se volvió–. A propósito, tengo que preguntártelo, ¿qué hace un hombre soltero comprando un crucero a Disneylandia para tres?


Pedro maldijo para sus adentros, aunque por fuera permaneció impasible.


–No es que sea asunto tuyo, pero no he reservado el viaje para mí. Lo hice para un amigo. Le preocupaba que su mujer lo descubriera y quería que fuera una sorpresa para Navidad.


Fue la mejor excusa que se le ocurrió.


Julian se encogió de hombros.


–Será mejor que vuelva al trabajo.


Pedro esperó haber evitado la tragedia.




AVENTURA: CAPITULO 33

 


Se volvió y lo vio. Tumbado boca arriba, los ojos aún cerrados, el torso desnudo y hermoso. La excitación, el júbilo y la esperanza borbotearon en su interior. En todo el tiempo que llevaban viéndose, ni una sola vez se había quedado a pasar la noche. Aunque se quedaran haciendo el amor hasta las cuatro de la mañana, él siempre se iba a su casa. De modo que eso solo podía significar una cosa. La noche anterior él había hablado en serio. Quería hacer que eso funcionara.


Pedro abrió los ojos y la miró.


–Como se te ha olvidado poner el despertador para ir a desayunar a la casa de tu padre, ¿por qué no nos vamos Matias, tú y yo a desayunar a alguna parte?


Era evidente que acababa de escuchar la conversación desagradable que había mantenido con su padre al respecto.


–¿Te parece una buena idea? ¿Y si alguien nos ve juntos?


–Hay una cafetería a la que voy que está próxima a la universidad. Es muy improbable que nos encontremos allí con alguien.


–De acuerdo. Suena divertido.


–¿A qué hora suele levantarse Matias?


–Lo hará de un momento a otro.


Aunque el día anterior debería haber dedicado algunas horas de trabajo en la oficina, Pedro terminó pasando todo el día con Paula y Matías. Primero fueron a desayunar, donde nadie los reconoció, luego hicieron unas compras de último minuto para el pequeño. Como la temperatura era agradable, llevaron un rato a Matías al parque. Luego, de camino a la casa de ella, compraron comida tailandesa y cenaron, y aunque vio que Paula quería que volviera a pasar la noche con ella, tenía que estar en el trabajo a primera hora de la mañana.


Se marchó después de que Matías se acostara y al entrar en su piso, le pareció menos hogar que nunca. Si las cosas con Paula y Matías salían como él esperaba, tendrían que pensar en trasladarse a una casa juntos. Una que tuviera preferiblemente un patio enorme donde Matías pudiera jugar, situada en un vecindario familiar y amigable, con abundantes parques.


Pasó el resto de la tarde comprando más juguetes que los que probablemente Matias tendría tiempo de usar alguna vez y asegurándose de que serían entregados para las fiestas. La Navidad ya la tenía comprometida para pasarla con su madre y Julián, pero planeaba estar en la casa de Paula la Nochebuena, después de la fiesta en la oficina, y la mañana de Navidad, cuando Matías abriera sus regalos. Sin embargo, tenía un ligero problema, no sabía qué comprarle a Paula. No le gustaban las joyas, aparte de que eso parecía demasiado… impersonal. ¿Qué podía regalarle un hombre a una mujer que disponía de los medios para comprarse cualquier cosa que alguna vez pudiera necesitar o desear?




martes, 12 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 32

 


Abrió y entró, sorprendida de que todas las luces estuvieran apagadas. Por el resplandor de la chimenea, pudo distinguir la forma de Pedro en el sofá. Había parecido extenuado al llegar. Debía de haberse quedado dormido.


Como se tambaleaba con los tacones altos, se quitó las botas y cruzó la habitación para no despertarlo. Pero al acercarse, vio que Matías estaba acurrucado contra su pecho, con la cabeza bajo su barbilla y profundamente dormido.


Unas lágrimas súbitas afloraron a sus ojos y un nudo le atenazó la garganta.


Era, de lejos, lo más dulce que había visto en su vida.


Se sentó en el borde del sofá, y acarició la mejilla suave de su hijo. Estaba frío, igual que Pedro. Le frotó el brazo para despertarlo.


Él abrió los ojos y la miró somnoliento.


–¿Qué hora es?


–Poco más de medianoche. Doy por hecho que Matias no podía dormir.


Pedro acarició la espalda del pequeño.


–Se despertó a eso de las diez –musitó–. Creo que lo inquietaba que tú no estuvieras aquí. No volvió a dormirse, así que me lo traje otra vez aquí conmigo.Supongo que los dos nos quedamos dormidos.


–Espero que no te haya planteado muchos problemas.


–En absoluto. ¿Te lo has pasado bien?


–Sí, ha sido estupendo –mintió–. Siempre es agradable pasar una noche con las chicas.


–Supongo que debería llevarlo a la cama.


Paula se puso de pie y los siguió a la habitación de Matías. Lo observó acostarlo sin que Matías moviera siquiera una pestaña. Ella lo arropó y le apartó el pelo de la frente.


–Buenas noches, cariño. Que tengas felices sueños.


Cerraron la puerta y regresaron al salón.


–Gracias por cuidar de él.


–No ha sido ningún problema. Nos divertimos –miró su reloj de pulsera–. Debería irme a casa. Tienes que madrugar.


Tuvo ganas de invitarlo a quedarse. Ofrecerle una copa, quizá arrojarse a sus brazos y suplicarle que le hiciera el amor.


Mayor razón para dejar que se marchara.


Fueron al recibidor.


–Quizá podría venir mañana por la tarde para ver a Matías –dijo Pedro–. Podríamos cenar juntos.


Verlo dos días seguidos era una mala idea, pero se oyó responder:

–Claro. Llegaremos de la casa de mi padre a eso de la una.


–Te llamaré entonces –se puso el abrigo, dio media vuelta y con la mano en el pomo, se detuvo. Dejó caer la mano y giró hacia ella–. No quiero irme.


Debía decirle que tenía que hacerlo. No podía tentar al destino.


–Iba a prepararme una taza de té –explicó a cambio–. ¿Te apetece una?


–Me encantaría.


–¿Qué habéis hecho Beatriz y tú esta noche? –preguntó.


–Fuimos con un par de amigas a un local que está de moda en la parte baja de la ciudad.


–¿Y qué tal?


–Tenían un DJ decente y las copas no estaban aguadas.


–Pero, ¿os lo pasasteis bien?


–Fue… divertido.


La tetera comenzó a hervir.


–¿Con qué quieres el té?


–Azúcar –quizá había conocido a alguien, pensó. O lo más probable era que estuviera dejando volar su imaginación. No había visto atisbo alguno de un hombre en la vida de Paula… aparte de Matías. ¿Vas a menudo a bares? –preguntó sin quererlo.


Puso la taza, el azucarero y una cuchara ante él sobre la encimera.


–Últimamente, no, pero estoy pensando que es hora de volver al juego.


–¿Qué juego?


–El de las citas.


¿Le estaba diciendo que se largara o quería ponerlo celoso? ¿O llevaba eso de la amistad demasiado lejos, confiándole cosas que él no quería oír?


–¿Crees que ir a bares es un buen sitio para conocer hombres?


Ella se encogió de hombros y respondió:

–Supongo que no. A ti te conocí en un lugar de esos y mira lo que me dejó.


No cabía duda de que sabía dar golpes bajos.


–Aunque pudiera no cambiaría nada –añadió Paula–. Matías es lo mejor que jamás me ha pasado.


–Es a mí a quien te gustaría eliminar de la ecuación –dijo él.


–No me refería a eso. La cuestión es que los hombres no van a los bares en busca de relaciones largas y monógamas. Lo único que tengo que hacer es mencionar que tengo un hijo para que huyan despavoridos. Luego están los hombres que fingirían que son los mejores amigos de Matias con tal de tener acceso a mi fideicomiso. Cuesta saber en quién confiar.


–Hasta que Matías se hiciera un poco mayor, quizá sería mejor que solo te concentraras en cuidarlo.


Ella rio, pero fue un sonido amargo y frío.


–Para ti es muy fácil decirlo.


–¿Cómo lo sabes? ¿Por qué das por hecho que para mí sería más fácil?


Era evidente que había tocado un punto delicado. Ella lo miró furiosa.


–Tú puedes hacer lo que quieras, cuando quieras y estar con quien te apetezca. Con un bebé al que cuidar las veinticuatro horas de los siete días de la semana, yo no dispongo de ese lujo.


Él se acercó un paso.


–Para que quede constancia, solo hay una mujer con la que quiero estar. Pero ella cree que sería demasiado complicado.


–Por favor, no digas cosas así –se volvió hacia la oscuridad de la ventana.


Se situó detrás de ella y sintió que los hombros se le tensaban al apoyar las manos sobre ellos.


–¿Por qué no?


–Porque sabes que no puedo.


Bajó las manos por sus brazos y luego las volvió a subir.


–¿Ya no me deseas?


Sabía que sí, pero quería oírselo decir. Quizá… quizá en ese momento las cosas podían ser diferentes. Tal vez realmente había cambiado.


–Te deseo –susurró ella– Demasiado. Pero sé que volverás a hacerme daño.


–Al fin estás dispuesta a reconocer que te hice daño. Es un comienzo.


–Creo que deberías marcharte.


–No quiero hacerlo –le apartó el cabello y le besó el cuello. Ella gimió suavemente y moldeó el cuerpo contra el suyo.


–No puedo dormir contigo, Pedro.


Le apartó el jersey y le dio un beso en el hombro.


Sintió que se derretía, que cedía.


–¿Quién ha mencionado algo sobre dormir?


–Por favor, no hagas esto.


–¿Y si las cosas pudieran ser diferentes esta vez?


La hizo girar hacia él.


–Quiero estar contigo, Paula. Contigo y con Matías.


–¿Y qué me dices de tu trabajo? De tu carrera.


–Durante un tiempo deberíamos mantener nuestra relación en secreto. Al menos hasta que me ofrezcan el puesto de presidente ejecutivo. Una vez que esté bajo contrato, les costará mucho deshacerse de mí. Además, no tardarán en darse cuenta de que en lo referente al trabajo, mi lealtad es para ellos.


–¿Cuándo?


–Adrian va a dimitir a principios de primavera. Doy por hecho que el nuevo presidente ejecutivo se anunciará con un mes de antelación.


–¿O sea que estamos hablando de tres o cuatro meses de movernos a hurtadillas?


–En el peor de los casos, sí. Pero podría ser antes –le acarició la mejilla–. Pasado eso, me importa un bledo quién lo sepa. Creo que al menos le debemos a Matías intentarlo, Paula. ¿No estás de acuerdo?


–Imagino que si lo hacemos por Matías… –le rodeó el cuello con los brazos–. Siempre que prometas no volver a hacerme daño.


–Lo prometo –y era una promesa que pensaba cumplir. Mientras la besaba, la alzó en vilo y la llevó al dormitorio.