domingo, 10 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 26

 


Se apartó de él, tomó una manta del sofá y la extendió sobre la alfombra delante de la chimenea. Pedro la observó mientras se quedaba únicamente en braguitas y sujetador y se echaba sobre la manta. El pulso se le desbocó al ver que la miraba como si quisiera devorarla.


Él se quitó el polo y luego se desprendió de los vaqueros. Era perfecto.


Delgado, fuerte y hermoso. El resplandor del fuego danzó en su piel al tumbarse y extenderse a su lado. Se apoyó en un codo y la miró.


–Mi cuerpo es un poco diferente que la última vez que lo viste.


Él le acarició el estómago y sintió el aleteo de la piel bajo los dedos.


–¿A ti te molesta? –preguntó.


Se encogió de hombros.


–Es un hecho.


–Bueno –se inclinó y le besó la parte generosa que sobresalía del pecho por encima del encaje del sujetador–, creo que incluso eres más sexy que antes.


Mientras siguiera tocándola, no le importaba su aspecto. Pedro apartó la copa del sujetador y dejó el pecho al aire, haciendo que el pezón se contrajera. Lo provocó levemente con la lengua, luego lo tomó con la boca y succionó. Paula gimió débilmente y cerró los ojos. Él la rodeó con los brazos para quitarle la prenda con dedos hábiles.


Durante un tiempo pareció satisfecho solo con tocarla, besarla y explorarla, haciendo cosas asombrosas con la boca. El problema era que solo las hacía por encima de la cintura. Lo deseaba tanto que se salía de su propia piel. Pero cada vez que ella intentaba avanzar las cosas, él la detenía.


–Sabes que me estás volviendo loca con tanta estimulación sexual –le dijo.


La sonrisa que esbozó reveló que sabía exactamente lo que hacía.


–No hay prisa, ¿verdad?


–Yo no llamaría a esto velocidad, Pedro.


–Porque sé que en cuanto te toque, tendrás un orgasmo –como si quisiera demostrar lo que afirmaba, deslizó la mano por el estómago e introdujo los dedos unos centímetros por debajo de las braguitas.


Ella se mordió los labios para no gemir y le clavó las uñas en los hombros.


–Bueno, ¿qué esperas después de tres horas de juego amoroso?


Él rio.


–No han sido tres horas.


Desde luego que lo parecía.


–Solo me gustaría hacer que esto durara –musitó él.


–¿Te he mencionado que han sido dieciocho meses? Francamente, creo que ya he esperado bastante.


Clavó los ojos en los de ella y volvió a introducir la mano bajo las braguitas. En cuanto sus dedos se deslizaron en el calor resbaladizo, ella quedó en el borde del precipicio y lista para caer al vacío. Solo necesitaba un empujoncito…


–Aún no –susurró Pedro, retirando la mano.


Ella gimió como protesta. Él se sentó y le quitó las braguitas, haciendo que casi sollozara de tan preparada que se encontraba. Le separó los muslos y se arrodilló entre ellos. Le aferró los tobillos y lentamente subió las manos por las piernas, acariciándole la parte posterior de las rodillas, luego más arriba, abriendo aún más los muslos. Con las yemas de los dedos pulgares rozó el pliegue donde la pierna se unía con su cuerpo, luego se lanzó dentro…


–Estaba tan cerca… cayendo…


Con las piernas de ella aún separadas, bajó la cabeza… y Paula sintió su aliento cálido… el calor húmedo de la lengua…


Su cuerpo se cerró en un placer tan intenso, tan hermoso y perfecto que de su garganta se escapó un sollozo. Pedro la miró preocupado.


–¿Estás bien? –preguntó–. ¿Te he hecho daño?


Ella movió la cabeza.


–No, ha sido perfecto.


–Entonces, ¿qué sucede?


Ella se secó los ojos.


–Nada. Creo que, simplemente, fue muy intenso. Quizá porque hace mucho. Ha sido como una enorme liberación emocional, o algo parecido.


No dio la impresión de creerle.


–Tal vez deberíamos parar.


¿Iba a parar en ese momento? ¿Es que hablaba en serio?


–No quiero que pares. Estoy bien –se irguió y lo miró fijamente a los ojos–. Digámoslo así. Si no me haces el amor de inmediato, voy a tener que hacerte daño.


Tendría que ser un absoluto idiota para no darse cuenta de que Paula se sentía emocional y vulnerable. Estaba llorando. Habían tenido un sexo bastante intenso en el pasado y jamás había soltado una lágrima. Quizá fuera un canalla insensible, pero le estaba costando decirle que no. O quizá le costaba pensar con claridad si Paula le metía la mano dentro de los calzoncillos.


–Te deseo, Pedro –susurró ella, poniéndose de rodillas a su lado.


Y cuando él la besó sabía salada, a lágrimas. A pesar de ello, no trató de pararla cuando lo tumbó sobre la manta. Quizá estuviera mal, pero por primera vez en mucho tiempo, no sentía que debía ser el chico bueno y responsable. Estar con Paula hacía que solo quisiera sentir.


Siempre había sido así.




AVENTURA: CAPITULO 25

 


Paula giró para mirar a Pedro, insegura de si bromeaba o hablaba en serio, de si reír o darle un puñetazo. Y fuera cual fuere su intención, dolía.–¿De verdad eso es todo lo que fue para ti? –preguntó–. ¿Un sexo estupendo?


Solo después de soltar las palabras se dio cuenta de lo pequeña y vulnerable que sonaba.


–¿Qué diferencia marca? –preguntó con ojos intensos–. Tú solo me usabas para desafiar a tu padre.


Debería haber imaginado que ese comentario regresaría para morderla.


–Y para que quede constancia –él se acercó y la atrapó contra el borde de la encimera–, no fue solo por sexo. Tú me importabas.


Sí, claro.


–Desde luego, dejarme fue un modo interesante de demostrarlo.


–Le puse fin por lo que sentía por ti.


–Eso carece de sentido –comentó desconcertada–. Si alguien te importa, no rompes con esa persona. No la tratas como si fuera lo mejor de tu vida un día y al siguiente le dices que se ha acabado.


–Sé que para ti no tiene sentido, pero hice lo que tenía que hacer. Lo mejor para ti.


¿Es que encima bromeaba?


–¿Cómo diablos sabes lo que es mejor para mí?


–Hay cosas sobre mí que no entenderías.


Justo cuando pensaba que no podía empeorar, él tenía que soltarle lo típico de no es por ti, sino por mí.


–Esto es estúpido. Ya lo hablamos hace dieciocho meses. Se acabó –pasó a su lado pero él le aferró el brazo.


–Es evidente que no se acabó.


–Para mí sí –mintió al tiempo que intentaba liberar el brazo.


–¿Sabes? Tú no fuiste la única en salir herida.


Emitió un sonido indignado.


–Estoy segura de que tú te quedaste devastado.


Los ojos de él centellearon con furia.


–No hagas eso. Jamás sabrás lo duro que fue dejarte. Las veces que estuve a punto de llamarte –se inclinó hasta dejar los labios a unos centímetros de los de ella–. Lo duro que es ahora verte, desearte tanto y saber que no puedo tenerte.


El corazón le dio un vuelco. No solo le decía justo lo que quería oír, sino que sus palabras eran sinceras. Todavía la deseaba. Y entonces hizo algo monumentalmente más estúpido que decirle que a ella le pasaba lo mismo.


Se puso de puntillas y lo besó.


Pedro la rodeó con los brazos y su lengua buscó la de ella hasta que ambas se fundieron.


Se le aflojaron las rodillas y todo en ella gritó ¡Sí!


Pedro quebró el beso y se echó atrás para mirarla mientras le enmarcaba el rostro entre las manos, estudiando sus ojos.


A ella se le hundió el corazón.


–¿Qué? ¿Ya te arrepientes?


–No –sonrió y movió la cabeza–. Solo saboreo el momento.


Porque sería el último. Ella lo sabía y podía verlo en sus ojos. Pasarían juntos esa noche y luego las cosas volverían a la situación anterior. Únicamente serían los padres de Matías. No había otra manera. Al menos no para él. Apestaba, y dolía… pero no lo suficiente como para decirle que no.


–¿Estás segura de que esto es lo que quieres? –preguntó él, siempre caballeroso, siempre preocupado por sus sentimientos y su corazón, incluso cuando se lo estaba rompiendo.




AVENTURA: CAPITULO 24

 


Sentada en el sofá, Paula escuchaba música navideña en la televisión por cable mientras observaba a Pedro montar el árbol.


Se dijo que probablemente había sido una mala idea invitarlo a ir a buscar árboles con ellos. Cuanto más lo veía, más le costaba mantener a raya sus sentimientos, pero Matías se había mostrado tan feliz de verlo, y también Pedro al pequeño. No tuvo el valor para decirle que se fuera.


Pero al final tuvo que preguntarse si lo hacía por Matias o por ella. De vuelta a casa el pequeño se había quedado dormido en el coche y nada más llegar se había ido directo a la cama, de modo que no había un motivo real para que Pedro estuviera allí. Ella era perfectamente capaz de montar el árbol. Entonces, ¿por qué cuando él se ofreció para hacerlo había aceptado?


Porque quería que fueran una familia, lo anhelaba tanto que había dejado de pensar de forma racional.


–Y bien, ¿qué te parece? –preguntó él, bajando para admirar su trabajo–. ¿Está recto?


–Está perfecto.


Pedro recogió la taza de chocolate de la cómoda donde la había dejado y se sentó junto a ella. Apoyó un brazo en el cojín detrás de la cabeza de Paula. Y estaba sentado de tal manera que sus muslos casi se tocaban. ¿Por qué no se marchaba? ¿Sería grosero pedirle que se fuera?


–Me he divertido esta noche –dijo él, sonando sorprendido.


–¿Significa eso que estás cambiando de parecer acerca de las fiestas?


–Tal vez. Al menos es un comienzo.


–Bueno; entonces, quizá debería dejar que nos ayudaras a decorar mañana el árbol.


¿De verdad acababa de decir eso? ¿Qué le pasaba? Era como si su cerebro funcionara de forma independiente que su boca.


Pedro sonrió.


–Puede que te tome la palabra.


–¿Qué es lo que te desagradaba tanto de la Navidad?


–Digamos que nunca fue una experiencia familiar cálida.


–¿Sabes?, en todo el tiempo que te he conocido, ni una sola vez has hablado de tus padres –comentó ella–. Doy por hecho que hay una razón para ello. Quiero decir, de haber sido unos padres fantásticos, probablemente habría oído hablar de ellos, ¿no?


–Probablemente –convino. Luego silencio.


Si quería saber más, era obvio que tendría que sonsacárselo.


–Y bien, ¿siguen juntos?


–Están divorciados –Pedro se adelantó para dejar la taza en la mesita–. ¿Por qué ese súbito interés en mis padres?


–No sé –se encogió de hombros–, supongo que sería agradable saber algo sobre la familia del padre de mi bebé. En especial si el pequeño va a pasar tiempo con ellos.


–No lo hará.


–¿Por qué no?


–Mi madre es una elitista esnob y mi padre es un bravucón arrogante. Los veo dos o tres veces al año, y no he hablado con mi padre en casi una década.


Su padre jamás sería padre del año, pero no podía imaginar que no formara parte de la vida de ellos dos.


–Además –agregó Pedro–, no les gustan los niños. A Julian y mí nos crio la niñera.


–Creo que si mi madre viviera, mis padres aún seguirían juntos –dijo–. Los recuerdo siendo realmente felices juntos.


De hecho, su padre jamás había superado el hecho de perder a su madre.


–Creo que los míos jamás fueron felices –reveló Pedro.


–Entonces, ¿por qué se casaron?


–Mi madre buscaba un marido rico. Yo nací siete meses después de la boda.


–¿Crees que se quedó embarazada a propósito?


–Según mi abuela, sí. De niño escuchas cosas.


Creía amar a Pedro, pero la verdad era que apenas conocía algo de él. Pero no le extrañó que la dejara. Si fuera él, ¡también lo habría hecho!


–Soy una persona horrible –dijo ella.


Él se mostró sinceramente desconcertado.


–¿De qué estás hablando?


–¿Por qué nunca antes te pregunté por tu familia? ¿Por qué no sabía nada de esto?


Él rio.


–Paula, no tiene importancia. En serio.


–Claro que la tiene –se tragó el nudo que se formó en su garganta–. Me siento fatal. Recuerdo hablar de mí todo el tiempo. Tú lo sabes casi todo de mí. ¡Mi vida es un condenado libro abierto! Y aquí tú, arrastrando todo este… equipaje sin que yo tuviera idea de ello. Podríamos haber hablado de ello.


–Quizá yo no quisiera.


–Claro que no. Eres un chico. Era mi responsabilidad sacártelo a la fuerza. Ni siquiera llegué a preguntártelo jamás. Nunca intenté conocerte mejor. Fui una novia horrible.


–No fuiste una novia horrible.


–Técnicamente, ni siquiera fui tu novia –se puso de pie y recogió las tazas vacías–. Solo fui una mujer con la que tenías sexo y que no paraba de hablar constantemente de ella.


Pedro la siguió a la cocina.


–No hablaste de ti tanto como crees. Además –añadió–, fue un sexo estupendo.



sábado, 9 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 23

 


Después de colgar, sopesó todo el trabajo que debía llevar a cabo esa tarde con pasar el tiempo con Matías y Paula. Ellos ganaron.


Apagó el ordenador, se levantó y recogió el abrigo. Su secretaria, Laura, alzó la vista cuando pasó al lado de ella, sorprendida de verlo con el abrigo puesto.


–Hoy me voy temprano. Por favor, ¿podrías cancelar mis citas para el resto del día?


–¿Va todo bien? –preguntó preocupada.


Era triste que estuviera tan atado al trabajo que su secretaria no pudiera dejar de pensar que algo iba mal si se marchaba temprano.


–Perfecto. Tengo algunas cosas personales de las que ocuparme. Mañana llegaré temprano. Llámame si surge algo urgente.


De camino al ascensor, se encontró con Adrian, el presidente ejecutivo.


Adrián miró su reloj de pulsera.


–¿Me he quedado dormido sobre mi escritorio? ¿Ya son las ocho pasadas?


Pedro sonrió.


–Me voy temprano. Tiempo personal.


–¿Va todo bien?


–Solo unas pocas cosas de las que necesito ocuparme. A propósito, ¿cómo está Katie? –la esposa de Adrián, Katie, vivía a dos horas de distancia en Peckins, Texas, una pequeña comunidad agrícola, donde Adrián y ella estaban construyendo una casa y esperando el nacimiento de su primer hijo.


–De maravilla. Ya empieza a ponerse enorme.


Estaba seguro de que la relación a larga distancia debía de ser dura, pero la sonrisa radiante de Adrián le indicó que estaban logrando que funcionara.


–De hecho, esta semana se encuentra en la ciudad –indicó Adrián–. Estaba pensando en organizar una pequeña reunión el sábado. Solo para unas pocas personas del trabajo y un par de amigos. Espero que puedas venir.


Había pensado en pasar el sábado por la noche con Paula y Matías, pero con el puesto de presidente ejecutivo en juego, no era el momento de rechazar invitaciones del jefe.


–Comprobaré mi agenda y te lo comunicaré.


–Sé que es una invitación de último minuto. Intenta venir si puedes.


–Lo haré.


En un abrir y cerrar de ojos aparcó ante la casa de Paula. Al ir al porche, lo envolvió una ráfaga de viento frío del norte. Llamó a la puerta, con la esperanza de que no se enfadara por presentarse sin haberse anunciado con antelación.


Abrió con Matías apoyado en una cadera, claramente sorprendida de verlo.


Pedro, ¿qué estás…? –calló, notando su pelo revuelto y la ropa informal–. Vaya. Eres tú, ¿verdad?


Pero el pequeño no mostró ninguna confusión ni sorpresa. Chilló encantado y se lanzó hacia él. Paula no tuvo más opción que entregárselo.


–Hola, amigo –saludó Pedro, besándole la mejilla, y le dijo a Paula–: Hoy he salido temprano, así que pensé que podría pasarme para ver qué hacían.


Ella retrocedió para dejarlo pasar y cerrar ante el frío. Llevaba puestos unos vaqueros ceñidos y una sudadera, descalza y con el pelo recogido en una coleta. «Es bonita», tuvo que reconocerse él. El deseo de tomarla en brazos y darle un beso fue tan fuerte como lo había sido hacía un año y medio.


–¿Que has salido temprano? –repitió Paula–. Creía que estabas agobiado de trabajo.


Se encogió de hombros.


–Pues mañana llegaré antes.


–Pero no teníamos organizada una visita.


–Quería ver a Matías. Supongo que lo echaba de menos. Pensé que valía la pena correr el riesgo y comprobar si estabas ocupada.


–Se puede decir que tenemos planes. Íbamos a tomar una cena temprana y luego ir a comprar un árbol de Navidad.


–Suena divertido –dijo, más o menos invitándose.


–Tú odias las fiestas –afirmó ella.


–Bueno, quizá ya es hora de que alguien me haga cambiar de parecer. ¿Sigue abierto ese local tailandés que tanto te gustaba?


–Sí.


–Pues pediremos que nos traigan algo.




AVENTURA: CAPITULO 22

 


Toda la tarde del martes Pedro estuvo sentado en su despacho mirando en su teléfono las fotos que Paula le había enviado por correo electrónico de su visita del domingo. Aunque el jueves había pasado un par de horas con el pequeño y casi todo el día del domingo en la casa de ella, no terminó de sentir el vínculo que había empezado a formarse entre Matías y él hasta que vio las fotos de los dos juntos. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo parecidos que eran. No solo en las facciones, sino en los gestos y en el modo de actuar. Y no había notado la adoración que había en los ojos de Matías cuando lo miraba. Tampoco Pedro podía negar el tirón de afecto paternal que comenzaba a sentir.


Había esperado disponer de la oportunidad de hablar sobre lo sucedido entre ellos el jueves por la noche, pero Paula apenas se había dejado ver. Había pasado casi todo su tiempo en la habitación con toda su parafernalia de recortes, actualizando el álbum infantil de Matías. Las pocas veces en que él había intentado entablar una conversación, había cortado de raíz. Al parecer no le había costado ningún esfuerzo olvidar aquel beso.


No estaba seguro de la clase de juego que practicaba con él. Lo único que deseaba era poder aislar sus sentimientos con igual facilidad.


Intentó que lo invitara a cenar el domingo, pero ella no mordió el anzuelo. Dijo que tenía planes para la velada, aunque no los mencionó. Él había esperado una tranquila cena familiar, arropar otra vez a Matías en la cama y luego relajarse con Paula y una copa de vino y charlar.


Llamaron a la puerta de su despacho. Alzó la vista y vio entrar a su hermano.


–Hola, ¿cómo estás?


–¿Te ha llamado mamá?


–Estando en una reunión. No he tenido la oportunidad de devolverle la llamada. ¿Sucede algo?


–No. Quiere que este año seas tú quien lleve el vino.


–¿El vino?


Julian rio.


–Para la cena de Navidad. Es en una semana desde este sábado.


–¿En serio? –Pedro miró su calendario de mesa. Le parecía que apenas había pasado una semana desde Acción de Gracias. Y, con franqueza, cenar con su madre una vez al año era más que suficiente–. Puede que este año tenga la gripe.


–Si yo tengo que ir, tú también.


–Se me ocurre una idea. ¿Qué te parece si no vamos ninguno?


–Es nuestra madre.


–Nos dio a luz. La niñera fue nuestra madre. Quizá deberíamos ir a cenar con ella.


–Es Navidad –le recordó Julian–. Tiempo de perdón.


Suspiró y se reclinó en el sillón.


–Perfecto. La llamaré y se lo comunicaré.


–¿Le compramos un regalo?


–¿Qué te parece una placa que ponga Madre del Año?


–Muy gracioso.


–¿No es suficiente que vaya a pasar una velada entera con ella?


–¿Te va a molestar si yo le compro algo?


–En absoluto.


–Bien, ¿algo nuevo en la investigación? –preguntó Julián sin rodeos.


Nada que Pedro pudiera contarle. Aunque Adrián y la junta habían prometido mantener a Julián en la ignorancia, necesitaba una negativa plausible. Julián era el oficial de operaciones y trabajaba en contacto estrecho con los hombres de la refinería. Estos lo respetaban y confiaban en él. Si sabían que entre ellos había operarios de una agencia trabajando de incógnito y consideraban que Julián era parte de ello, ese respeto y confianza se perderían. Era algo demasiado importante para sacrificarlo, en particular en ese momento.


Además, el último informe que le habían entregado no había realizado ningún progreso acerca de quién había manipulado el equipo. Y Julián había dado la impresión de sentirse ansioso últimamente por obtener resultados. Valoraba a todos los hombres de la refinería y no quería creer que alguien en quien confiaba podía ser el responsable de la explosión.


–Nada nuevo –le contó a su hermano.


–Si lo hubiera, ¿me informarías? –su hermano no contestó. Julian movió la cabeza–. Era lo que imaginaba.


Si por un segundo creyera que podría confiar en su hermano, le contaría la verdad, pero Julian solo emplearía la información para lograr un beneficio propio. Para él todo era una competencia. Esa era la razón por la que tenía la convicción de que Julián luchaba por el puesto de presidente ejecutivo en Western Oil. Era una especie de retorcida rivalidad fraternal.


–¿Algo más? –le preguntó Pedro.


–No, eso es todo –dijo, y de camino hacia la puerta añadió–: No te olvides de llamar a mamá.


Probablemente debería hacerlo en ese momento antes de olvidarlo. Con algo de suerte, podría lograr que fuera breve. Alzó el auricular y llamó a su casa; contestó el ama de llaves.


–Su madre se encuentra en el club de bridge, señor Alfonso. Puede probar llamándola al móvil.


–¿Podría comunicarle usted que recibí su mensaje y que llevaré el vino para la cena de Navidad?


–Desde luego, señor.




AVENTURA: CAPITULO 21

 


Bajó del porche a la oscuridad, y aunque sintió la tentación de quedarse a ver cómo se marchaba, tenía que ocuparse de Beatriz. Regresó dentro y encontró a su prima en la cocina sirviéndose una copa de vino.


–¿Un día duro?


–No es para mí –Beatriz tapó la botella con el corcho y volvió a guardarla en la nevera. Luego le extendió la copa a Paula–. Es para ti. Das la impresión de necesitarla.


Y así era. La aceptó.


–Doy por hecho que no andabas por el barrio por casualidad, ¿no?


–Digamos que sentí la corazonada que una llamada de teléfono no lo conseguiría. Era demasiado fácil de soslayar si ya estabas ocupada. Además, siempre he preferido el enfoque directo.


Paula bebió un buen trago antes de dejar la copa en la encimera.


–Buena idea.


–Si no hubiera aparecido, te habrías acostado con él, ¿verdad?


Había estado a dos segundos de haberlo arrastrado a su dormitorio. O de hacerlo allí mismo en la cocina. Lo que habría sido una novedad.


Su expresión debió ser reveladora, porque Beatriz cruzó los brazos y añadió:

–Olvídate de Matías. Eres tú quien necesita visitas supervisadas.


–No, porque no va a repetirse. Acabamos de decidir que complicaría demasiado las cosas.


–Él dice eso ahora…


–No, habla en serio. Creo que fue su manera cortés de indicarme que no está interesado.


Beatriz frunció el ceño.


–Entonces, ¿por qué intentar seducirte?


–No lo hizo.


Su prima pareció confusa, luego abrió mucho los ojos.


–¿Tú lo sedujiste?


–Lo intenté –se encogió de hombros. Supuso que el abrazo del otro día no había sido más que un gesto amigable. No la había querido dieciocho meses atrás y tampoco la quería en ese momento.


–Oh, Cariño –Beatriz la abrazó.


Se dijo que ese día estaba recibiendo un montón de abrazos.


–Soy tan estúpida.


–No, no lo eres –la apartó toda la extensión de sus brazos–. Él es el estúpido por dejar que te fueras. No te merece.


–Sin embargo, aún lo amo. Soy patética.


–Solo quieres ser feliz y que tu hijo tenga lo que tú te perdiste. Una familia completa y unida. No hay nada de patético en eso.




AVENTURA: CAPITULO 20

 


Ella se dijo que no era justo. Quizá si soslayaran la llamada, la persona se marcharía. Se quedaron inmóviles, a la espera. El timbre volvió a sonar, seguido de más llamadas a la puerta. A ese ritmo, quienquiera que fuera, iba a despertar a Matias.


–Será mejor que vaya a ver quién es –le dijo a Pedro. Así podría matarlos.


Se enderezó la blusa y fue hacia la puerta en el momento en que el timbre volvió a sonar. Abrió de golpe y encontró a Beatriz de pie en el porche, con la mano preparada para volver a llamar y el teléfono móvil al oído. En cuanto lo cerró, el teléfono de la casa dejó de sonar.


–¡Hola! –saludó con entusiasmo y pasó al lado de Paula para entrar en el recibidor–. Andaba por el barrio así que se me pasó por la cabeza venir a visitarte.


¿En el barrio? ¿A las nueve menos cuarto de un día entre semana? Beatriz vivía a veinte minutos de ella Por las llamadas frenéticas, era evidente que algo la impulsaba y Paula sabía exactamente qué.


Beatriz miró más allá de su prima y los ojos se le abrieron de forma imperceptible.


Paula giró y vio que Pedro iba hacia la puerta, todo él arreglado y compuesto. Con mirarlo, nadie habría adivinado lo que habían estado a punto de hacer.


–Hola, Beatriz –saludó.


–Hola, Pedro, no sabía que estabas aquí.


Y un cuerno, y Paula pudo ver que la credulidad de Pedro era igual que la suya.


–¿Mi coche en la entrada no te dio una pista? –inquirió.


–Oh, ¿ese es tu coche? –miró a Paula–. Espero no haber venido en un mal momento.


Eso era exactamente lo que esperaba.


–De hecho, me marchaba –Pedro recogió su cazadora del perchero.


–Beatriz, ¿quieres disculparnos un momento?


–Por supuesto.


Paula lo siguió al porche y cerró la puerta.


–No tienes que irte. Puedo deshacerme de ella.


–¿Realmente es lo que quieres?


Su primer instinto fue dar un sí rotundo, pero algo hizo que se detuviera y reflexionara en lo que preguntaba. Treinta segundos atrás habría estado segura en un cien por cien. Pero una vez que había dispuesto de un minuto para calmarse, para pensar de forma racional, tenía que preguntarse si cometía un error. Se acostaría con él, ¿y luego qué? ¿Mantener otra breve aventura que terminaría en un mes con su corazón otra vez deshecho? ¿Unas semanas de sexo fantástico justificaba eso? Primero debía saber si decidía quedarse para ver a Matias, algo que los mantendría juntos mucho tiempo.


–Creo que ambos sabemos que solo complicaría las cosas –dijo él.


–Tienes razón –corroboró, cruzando los brazos ante una súbita ráfaga de aire frío. O quizá era su corazón al congelarse.


–¿Sigue en pie lo del domingo? –inquirió él.


–Por supuesto. ¿A qué hora te viene bien a ti?


–¿Qué te parece si me paso al mediodía? Traeré el almuerzo.


Eso proyectaba un plan de familia. Los tres comiendo y pasando la tarde juntos. Pero no quería desanimarlo, no después de que Matías y él se llevaran tan bien.


–Mmm, claro. Será estupendo.


–Fantástico. Nos vemos el domingo.