sábado, 9 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 22

 


Toda la tarde del martes Pedro estuvo sentado en su despacho mirando en su teléfono las fotos que Paula le había enviado por correo electrónico de su visita del domingo. Aunque el jueves había pasado un par de horas con el pequeño y casi todo el día del domingo en la casa de ella, no terminó de sentir el vínculo que había empezado a formarse entre Matías y él hasta que vio las fotos de los dos juntos. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo parecidos que eran. No solo en las facciones, sino en los gestos y en el modo de actuar. Y no había notado la adoración que había en los ojos de Matías cuando lo miraba. Tampoco Pedro podía negar el tirón de afecto paternal que comenzaba a sentir.


Había esperado disponer de la oportunidad de hablar sobre lo sucedido entre ellos el jueves por la noche, pero Paula apenas se había dejado ver. Había pasado casi todo su tiempo en la habitación con toda su parafernalia de recortes, actualizando el álbum infantil de Matías. Las pocas veces en que él había intentado entablar una conversación, había cortado de raíz. Al parecer no le había costado ningún esfuerzo olvidar aquel beso.


No estaba seguro de la clase de juego que practicaba con él. Lo único que deseaba era poder aislar sus sentimientos con igual facilidad.


Intentó que lo invitara a cenar el domingo, pero ella no mordió el anzuelo. Dijo que tenía planes para la velada, aunque no los mencionó. Él había esperado una tranquila cena familiar, arropar otra vez a Matías en la cama y luego relajarse con Paula y una copa de vino y charlar.


Llamaron a la puerta de su despacho. Alzó la vista y vio entrar a su hermano.


–Hola, ¿cómo estás?


–¿Te ha llamado mamá?


–Estando en una reunión. No he tenido la oportunidad de devolverle la llamada. ¿Sucede algo?


–No. Quiere que este año seas tú quien lleve el vino.


–¿El vino?


Julian rio.


–Para la cena de Navidad. Es en una semana desde este sábado.


–¿En serio? –Pedro miró su calendario de mesa. Le parecía que apenas había pasado una semana desde Acción de Gracias. Y, con franqueza, cenar con su madre una vez al año era más que suficiente–. Puede que este año tenga la gripe.


–Si yo tengo que ir, tú también.


–Se me ocurre una idea. ¿Qué te parece si no vamos ninguno?


–Es nuestra madre.


–Nos dio a luz. La niñera fue nuestra madre. Quizá deberíamos ir a cenar con ella.


–Es Navidad –le recordó Julian–. Tiempo de perdón.


Suspiró y se reclinó en el sillón.


–Perfecto. La llamaré y se lo comunicaré.


–¿Le compramos un regalo?


–¿Qué te parece una placa que ponga Madre del Año?


–Muy gracioso.


–¿No es suficiente que vaya a pasar una velada entera con ella?


–¿Te va a molestar si yo le compro algo?


–En absoluto.


–Bien, ¿algo nuevo en la investigación? –preguntó Julián sin rodeos.


Nada que Pedro pudiera contarle. Aunque Adrián y la junta habían prometido mantener a Julián en la ignorancia, necesitaba una negativa plausible. Julián era el oficial de operaciones y trabajaba en contacto estrecho con los hombres de la refinería. Estos lo respetaban y confiaban en él. Si sabían que entre ellos había operarios de una agencia trabajando de incógnito y consideraban que Julián era parte de ello, ese respeto y confianza se perderían. Era algo demasiado importante para sacrificarlo, en particular en ese momento.


Además, el último informe que le habían entregado no había realizado ningún progreso acerca de quién había manipulado el equipo. Y Julián había dado la impresión de sentirse ansioso últimamente por obtener resultados. Valoraba a todos los hombres de la refinería y no quería creer que alguien en quien confiaba podía ser el responsable de la explosión.


–Nada nuevo –le contó a su hermano.


–Si lo hubiera, ¿me informarías? –su hermano no contestó. Julian movió la cabeza–. Era lo que imaginaba.


Si por un segundo creyera que podría confiar en su hermano, le contaría la verdad, pero Julian solo emplearía la información para lograr un beneficio propio. Para él todo era una competencia. Esa era la razón por la que tenía la convicción de que Julián luchaba por el puesto de presidente ejecutivo en Western Oil. Era una especie de retorcida rivalidad fraternal.


–¿Algo más? –le preguntó Pedro.


–No, eso es todo –dijo, y de camino hacia la puerta añadió–: No te olvides de llamar a mamá.


Probablemente debería hacerlo en ese momento antes de olvidarlo. Con algo de suerte, podría lograr que fuera breve. Alzó el auricular y llamó a su casa; contestó el ama de llaves.


–Su madre se encuentra en el club de bridge, señor Alfonso. Puede probar llamándola al móvil.


–¿Podría comunicarle usted que recibí su mensaje y que llevaré el vino para la cena de Navidad?


–Desde luego, señor.




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