sábado, 9 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 23

 


Después de colgar, sopesó todo el trabajo que debía llevar a cabo esa tarde con pasar el tiempo con Matías y Paula. Ellos ganaron.


Apagó el ordenador, se levantó y recogió el abrigo. Su secretaria, Laura, alzó la vista cuando pasó al lado de ella, sorprendida de verlo con el abrigo puesto.


–Hoy me voy temprano. Por favor, ¿podrías cancelar mis citas para el resto del día?


–¿Va todo bien? –preguntó preocupada.


Era triste que estuviera tan atado al trabajo que su secretaria no pudiera dejar de pensar que algo iba mal si se marchaba temprano.


–Perfecto. Tengo algunas cosas personales de las que ocuparme. Mañana llegaré temprano. Llámame si surge algo urgente.


De camino al ascensor, se encontró con Adrian, el presidente ejecutivo.


Adrián miró su reloj de pulsera.


–¿Me he quedado dormido sobre mi escritorio? ¿Ya son las ocho pasadas?


Pedro sonrió.


–Me voy temprano. Tiempo personal.


–¿Va todo bien?


–Solo unas pocas cosas de las que necesito ocuparme. A propósito, ¿cómo está Katie? –la esposa de Adrián, Katie, vivía a dos horas de distancia en Peckins, Texas, una pequeña comunidad agrícola, donde Adrián y ella estaban construyendo una casa y esperando el nacimiento de su primer hijo.


–De maravilla. Ya empieza a ponerse enorme.


Estaba seguro de que la relación a larga distancia debía de ser dura, pero la sonrisa radiante de Adrián le indicó que estaban logrando que funcionara.


–De hecho, esta semana se encuentra en la ciudad –indicó Adrián–. Estaba pensando en organizar una pequeña reunión el sábado. Solo para unas pocas personas del trabajo y un par de amigos. Espero que puedas venir.


Había pensado en pasar el sábado por la noche con Paula y Matías, pero con el puesto de presidente ejecutivo en juego, no era el momento de rechazar invitaciones del jefe.


–Comprobaré mi agenda y te lo comunicaré.


–Sé que es una invitación de último minuto. Intenta venir si puedes.


–Lo haré.


En un abrir y cerrar de ojos aparcó ante la casa de Paula. Al ir al porche, lo envolvió una ráfaga de viento frío del norte. Llamó a la puerta, con la esperanza de que no se enfadara por presentarse sin haberse anunciado con antelación.


Abrió con Matías apoyado en una cadera, claramente sorprendida de verlo.


Pedro, ¿qué estás…? –calló, notando su pelo revuelto y la ropa informal–. Vaya. Eres tú, ¿verdad?


Pero el pequeño no mostró ninguna confusión ni sorpresa. Chilló encantado y se lanzó hacia él. Paula no tuvo más opción que entregárselo.


–Hola, amigo –saludó Pedro, besándole la mejilla, y le dijo a Paula–: Hoy he salido temprano, así que pensé que podría pasarme para ver qué hacían.


Ella retrocedió para dejarlo pasar y cerrar ante el frío. Llevaba puestos unos vaqueros ceñidos y una sudadera, descalza y con el pelo recogido en una coleta. «Es bonita», tuvo que reconocerse él. El deseo de tomarla en brazos y darle un beso fue tan fuerte como lo había sido hacía un año y medio.


–¿Que has salido temprano? –repitió Paula–. Creía que estabas agobiado de trabajo.


Se encogió de hombros.


–Pues mañana llegaré antes.


–Pero no teníamos organizada una visita.


–Quería ver a Matías. Supongo que lo echaba de menos. Pensé que valía la pena correr el riesgo y comprobar si estabas ocupada.


–Se puede decir que tenemos planes. Íbamos a tomar una cena temprana y luego ir a comprar un árbol de Navidad.


–Suena divertido –dijo, más o menos invitándose.


–Tú odias las fiestas –afirmó ella.


–Bueno, quizá ya es hora de que alguien me haga cambiar de parecer. ¿Sigue abierto ese local tailandés que tanto te gustaba?


–Sí.


–Pues pediremos que nos traigan algo.




AVENTURA: CAPITULO 22

 


Toda la tarde del martes Pedro estuvo sentado en su despacho mirando en su teléfono las fotos que Paula le había enviado por correo electrónico de su visita del domingo. Aunque el jueves había pasado un par de horas con el pequeño y casi todo el día del domingo en la casa de ella, no terminó de sentir el vínculo que había empezado a formarse entre Matías y él hasta que vio las fotos de los dos juntos. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo parecidos que eran. No solo en las facciones, sino en los gestos y en el modo de actuar. Y no había notado la adoración que había en los ojos de Matías cuando lo miraba. Tampoco Pedro podía negar el tirón de afecto paternal que comenzaba a sentir.


Había esperado disponer de la oportunidad de hablar sobre lo sucedido entre ellos el jueves por la noche, pero Paula apenas se había dejado ver. Había pasado casi todo su tiempo en la habitación con toda su parafernalia de recortes, actualizando el álbum infantil de Matías. Las pocas veces en que él había intentado entablar una conversación, había cortado de raíz. Al parecer no le había costado ningún esfuerzo olvidar aquel beso.


No estaba seguro de la clase de juego que practicaba con él. Lo único que deseaba era poder aislar sus sentimientos con igual facilidad.


Intentó que lo invitara a cenar el domingo, pero ella no mordió el anzuelo. Dijo que tenía planes para la velada, aunque no los mencionó. Él había esperado una tranquila cena familiar, arropar otra vez a Matías en la cama y luego relajarse con Paula y una copa de vino y charlar.


Llamaron a la puerta de su despacho. Alzó la vista y vio entrar a su hermano.


–Hola, ¿cómo estás?


–¿Te ha llamado mamá?


–Estando en una reunión. No he tenido la oportunidad de devolverle la llamada. ¿Sucede algo?


–No. Quiere que este año seas tú quien lleve el vino.


–¿El vino?


Julian rio.


–Para la cena de Navidad. Es en una semana desde este sábado.


–¿En serio? –Pedro miró su calendario de mesa. Le parecía que apenas había pasado una semana desde Acción de Gracias. Y, con franqueza, cenar con su madre una vez al año era más que suficiente–. Puede que este año tenga la gripe.


–Si yo tengo que ir, tú también.


–Se me ocurre una idea. ¿Qué te parece si no vamos ninguno?


–Es nuestra madre.


–Nos dio a luz. La niñera fue nuestra madre. Quizá deberíamos ir a cenar con ella.


–Es Navidad –le recordó Julian–. Tiempo de perdón.


Suspiró y se reclinó en el sillón.


–Perfecto. La llamaré y se lo comunicaré.


–¿Le compramos un regalo?


–¿Qué te parece una placa que ponga Madre del Año?


–Muy gracioso.


–¿No es suficiente que vaya a pasar una velada entera con ella?


–¿Te va a molestar si yo le compro algo?


–En absoluto.


–Bien, ¿algo nuevo en la investigación? –preguntó Julián sin rodeos.


Nada que Pedro pudiera contarle. Aunque Adrián y la junta habían prometido mantener a Julián en la ignorancia, necesitaba una negativa plausible. Julián era el oficial de operaciones y trabajaba en contacto estrecho con los hombres de la refinería. Estos lo respetaban y confiaban en él. Si sabían que entre ellos había operarios de una agencia trabajando de incógnito y consideraban que Julián era parte de ello, ese respeto y confianza se perderían. Era algo demasiado importante para sacrificarlo, en particular en ese momento.


Además, el último informe que le habían entregado no había realizado ningún progreso acerca de quién había manipulado el equipo. Y Julián había dado la impresión de sentirse ansioso últimamente por obtener resultados. Valoraba a todos los hombres de la refinería y no quería creer que alguien en quien confiaba podía ser el responsable de la explosión.


–Nada nuevo –le contó a su hermano.


–Si lo hubiera, ¿me informarías? –su hermano no contestó. Julian movió la cabeza–. Era lo que imaginaba.


Si por un segundo creyera que podría confiar en su hermano, le contaría la verdad, pero Julian solo emplearía la información para lograr un beneficio propio. Para él todo era una competencia. Esa era la razón por la que tenía la convicción de que Julián luchaba por el puesto de presidente ejecutivo en Western Oil. Era una especie de retorcida rivalidad fraternal.


–¿Algo más? –le preguntó Pedro.


–No, eso es todo –dijo, y de camino hacia la puerta añadió–: No te olvides de llamar a mamá.


Probablemente debería hacerlo en ese momento antes de olvidarlo. Con algo de suerte, podría lograr que fuera breve. Alzó el auricular y llamó a su casa; contestó el ama de llaves.


–Su madre se encuentra en el club de bridge, señor Alfonso. Puede probar llamándola al móvil.


–¿Podría comunicarle usted que recibí su mensaje y que llevaré el vino para la cena de Navidad?


–Desde luego, señor.




AVENTURA: CAPITULO 21

 


Bajó del porche a la oscuridad, y aunque sintió la tentación de quedarse a ver cómo se marchaba, tenía que ocuparse de Beatriz. Regresó dentro y encontró a su prima en la cocina sirviéndose una copa de vino.


–¿Un día duro?


–No es para mí –Beatriz tapó la botella con el corcho y volvió a guardarla en la nevera. Luego le extendió la copa a Paula–. Es para ti. Das la impresión de necesitarla.


Y así era. La aceptó.


–Doy por hecho que no andabas por el barrio por casualidad, ¿no?


–Digamos que sentí la corazonada que una llamada de teléfono no lo conseguiría. Era demasiado fácil de soslayar si ya estabas ocupada. Además, siempre he preferido el enfoque directo.


Paula bebió un buen trago antes de dejar la copa en la encimera.


–Buena idea.


–Si no hubiera aparecido, te habrías acostado con él, ¿verdad?


Había estado a dos segundos de haberlo arrastrado a su dormitorio. O de hacerlo allí mismo en la cocina. Lo que habría sido una novedad.


Su expresión debió ser reveladora, porque Beatriz cruzó los brazos y añadió:

–Olvídate de Matías. Eres tú quien necesita visitas supervisadas.


–No, porque no va a repetirse. Acabamos de decidir que complicaría demasiado las cosas.


–Él dice eso ahora…


–No, habla en serio. Creo que fue su manera cortés de indicarme que no está interesado.


Beatriz frunció el ceño.


–Entonces, ¿por qué intentar seducirte?


–No lo hizo.


Su prima pareció confusa, luego abrió mucho los ojos.


–¿Tú lo sedujiste?


–Lo intenté –se encogió de hombros. Supuso que el abrazo del otro día no había sido más que un gesto amigable. No la había querido dieciocho meses atrás y tampoco la quería en ese momento.


–Oh, Cariño –Beatriz la abrazó.


Se dijo que ese día estaba recibiendo un montón de abrazos.


–Soy tan estúpida.


–No, no lo eres –la apartó toda la extensión de sus brazos–. Él es el estúpido por dejar que te fueras. No te merece.


–Sin embargo, aún lo amo. Soy patética.


–Solo quieres ser feliz y que tu hijo tenga lo que tú te perdiste. Una familia completa y unida. No hay nada de patético en eso.




AVENTURA: CAPITULO 20

 


Ella se dijo que no era justo. Quizá si soslayaran la llamada, la persona se marcharía. Se quedaron inmóviles, a la espera. El timbre volvió a sonar, seguido de más llamadas a la puerta. A ese ritmo, quienquiera que fuera, iba a despertar a Matias.


–Será mejor que vaya a ver quién es –le dijo a Pedro. Así podría matarlos.


Se enderezó la blusa y fue hacia la puerta en el momento en que el timbre volvió a sonar. Abrió de golpe y encontró a Beatriz de pie en el porche, con la mano preparada para volver a llamar y el teléfono móvil al oído. En cuanto lo cerró, el teléfono de la casa dejó de sonar.


–¡Hola! –saludó con entusiasmo y pasó al lado de Paula para entrar en el recibidor–. Andaba por el barrio así que se me pasó por la cabeza venir a visitarte.


¿En el barrio? ¿A las nueve menos cuarto de un día entre semana? Beatriz vivía a veinte minutos de ella Por las llamadas frenéticas, era evidente que algo la impulsaba y Paula sabía exactamente qué.


Beatriz miró más allá de su prima y los ojos se le abrieron de forma imperceptible.


Paula giró y vio que Pedro iba hacia la puerta, todo él arreglado y compuesto. Con mirarlo, nadie habría adivinado lo que habían estado a punto de hacer.


–Hola, Beatriz –saludó.


–Hola, Pedro, no sabía que estabas aquí.


Y un cuerno, y Paula pudo ver que la credulidad de Pedro era igual que la suya.


–¿Mi coche en la entrada no te dio una pista? –inquirió.


–Oh, ¿ese es tu coche? –miró a Paula–. Espero no haber venido en un mal momento.


Eso era exactamente lo que esperaba.


–De hecho, me marchaba –Pedro recogió su cazadora del perchero.


–Beatriz, ¿quieres disculparnos un momento?


–Por supuesto.


Paula lo siguió al porche y cerró la puerta.


–No tienes que irte. Puedo deshacerme de ella.


–¿Realmente es lo que quieres?


Su primer instinto fue dar un sí rotundo, pero algo hizo que se detuviera y reflexionara en lo que preguntaba. Treinta segundos atrás habría estado segura en un cien por cien. Pero una vez que había dispuesto de un minuto para calmarse, para pensar de forma racional, tenía que preguntarse si cometía un error. Se acostaría con él, ¿y luego qué? ¿Mantener otra breve aventura que terminaría en un mes con su corazón otra vez deshecho? ¿Unas semanas de sexo fantástico justificaba eso? Primero debía saber si decidía quedarse para ver a Matias, algo que los mantendría juntos mucho tiempo.


–Creo que ambos sabemos que solo complicaría las cosas –dijo él.


–Tienes razón –corroboró, cruzando los brazos ante una súbita ráfaga de aire frío. O quizá era su corazón al congelarse.


–¿Sigue en pie lo del domingo? –inquirió él.


–Por supuesto. ¿A qué hora te viene bien a ti?


–¿Qué te parece si me paso al mediodía? Traeré el almuerzo.


Eso proyectaba un plan de familia. Los tres comiendo y pasando la tarde juntos. Pero no quería desanimarlo, no después de que Matías y él se llevaran tan bien.


–Mmm, claro. Será estupendo.


–Fantástico. Nos vemos el domingo.




AVENTURA: CAPITULO 19

 


Él maldijo en voz baja y la abrazó. Fue una sensación tan agradable. Al infierno con ser fuerte. Deseaba eso. Lo había anhelado durante tanto tiempo. Lo rodeó con los brazos y sintió como si nunca quisiera soltarlo. Cerró los ojos y aspiró la fragancia de Pedro, frotó la mejilla contra la sólida calidez de su torso. Resultaba tan familiar, y perfecto.


Se dijo que era patética. Ni siquiera intentaba oponer la más mínima resistencia. Y Pedro no facilitaba las cosas. En vez de apartarla, la abrazaba con más fuerza.


–Creo que solo soy una novedad –dijo–. Un juguete nuevo con el que jugar.


–No, de verdad que le encantaste. Es como si percibiera quién eres –lo miró–. Y eso es bueno. Es como debería ser. Es lo que quiero. Me estoy comportando de forma estúpida.


–Estoy seguro de que lo que sientes es absolutamente normal.


En vez de hacer que lo odiara, hacía todo bien. ¿Dónde estaban los defectos que se suponía que debía encontrar en él?


–Tienes que dejar de ser tan amable conmigo –dijo ella.


Él sonrió.


–¿Por qué?


–Porque haces que me sea imposible odiarte.


–Quizá no quiero que me odies.


Tenía que hacerlo. Era su única defensa.


Sonó el teléfono, y comprendió que debía ser Beatriz, que llamaba para evitar que cometiera alguna estupidez.


Demasiado tarde.


Rodeó el cuello de Pedro y le bajó la cabeza para besarlo. Él no mostró ni un ápice de vacilación. Bloqueó de su cerebro el sonido del teléfono y el susurro de sus propias dudas y se concentró en la suavidad de los labios de él, del sabor de esa boca. Santo cielo, no había duda de que sabía besar. Era tierno y al mismo tiempo exigente. Era adictivo, como una droga, y ella solo podía pensar en más. Su cuerpo anhelaba el contacto de él.


Las manos grandes de Pedro la alzaron del suelo y de pronto sus glúteos aterrizaron en la superficie dura de la encimera e instintivamente le rodeó la cintura con las piernas.


Quería estar más cerca de él. Necesitaba sentir que los pechos se le aplastaban contra el muro duro de ese torso. Pedro la agarró del trasero y la pegó a él, atrapando la protuberancia rígida de su erección contra el estómago. Subió las manos por el bajo de la blusa que llevaba ella y posó las palmas cálidas en la cintura.


Necesitaban estar desnudos ya. Quería sentir la piel de él, los bordes duros de los músculos que solían ser tan familiares como su propio cuerpo. Le liberó el bajo de la camisa de la cintura de los vaqueros; Pedro debía de tener lo mismo en la mente, porque le estaba sacando la blusa por la cabeza…


Entonces sonó el timbre, seguido de unos golpes urgentes a la puerta.


Pedro quebró el beso y retrocedió.


–Creo que ha venido alguien.




viernes, 8 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 18

 


La preocupación que Paula había dedicado a pensar que Pedro y Matías pudieran no establecer un vínculo, había sido una gran pérdida de tiempo.


Matias lo adoraba. Había quedado absolutamente fascinado con él desde el segundo en que había cruzado la puerta, y dedicar las últimas dos horas a verlos jugar había sido la experiencia más enternecedora, confusa y aterradora de su vida.


Para alguien con tan poca experiencia con bebés, Pedro hacía todo bien. Era gentil y paciente, pero no temía jugar con Matías, quien estaba acostumbrado, por no decir que vivía para ello, a armar jaleo con los otros niños. Ni siquiera pareció importarle cuando Matías lo manchó con trozos masticados de gofre ni cuando le mojó el pantalón de su vaso de zumo.


En realidad, Matías se hallaba tan concentrado en él, que ella había dejado de existir y no pudo evitar sentirse aislada. De hecho, se sintió aliviada cuando llegó el momento de acostar a su hijo. Al menos así podría tener algunos momentos íntimos con él cuando lo arropara, pero entonces Pedro preguntó si podía ayudar a preparar al pequeño para acostarse. Desde el día en que salió del hospital, el momento de meter a Matías en la cama había sido un ritual que siempre habían compartido solo ellos dos. Aunque sabía que se suponía que todo eso era para que llegaran a conocerse, no pudo evitar sentirse un poco celosa. En especial después de ponerle el pijama y que Matías alargara los brazos hacia Pedro para que este lo acostara.


–¿Qué debería hacer ahora? –preguntó Pedro.


–Acostarlo y taparlo –le dio un beso a su hijo y observó desde la entrada de la habitación mientras Pedro obedecía con cierta torpeza en sus movimientos.


–Buenas noches, Matias –dijo, sonriéndole con el mismo hoyuelo que se reflejaba en la carita del pequeño.


Y aunque Paula se moría por acercarse a la cuna para darle otro beso y asegurarse de que estaba bien arropado y decirle que lo quería, sabía que debía dejar que padre e hijo tuvieran su tiempo juntos.


No había tenido idea de que resultaría tan duro.


–¿Ya está? –quiso saber Pedro.


Ella asintió y apagó la lámpara de la cómoda.


–Se quedará dormido de inmediato.


Él la siguió al salón. Las cosas había ido realmente bien esa noche, entonces se preguntó por qué se sentía al borde de una fusión emocional. ¿Por qué las lágrimas amenazaban con salir?


Tener a un papá en su vida no significaba que Matías fuera a quererla menos.


–Es un chico estupendo –alabó Pedro.


–Lo es –convino ella. Fue a la cocina para meter los platos en el lavavajillas con la esperanza de que Pedro captara la indirecta y se marchara. En cambio, la siguió.


–Parece que todo ha ido bien –comentó mientras se apoyaba en la encimera al lado de la cocina, con ella dándole la espalda.


–Muy bien –convino ella, conteniendo las lágrimas que querían acumularse en sus ojos. «Para, Paula, estás siendo ridícula». Nunca era tan emocional. Era más dura que eso.


–Paula, ¿sucede algo? –preguntó él tras unos momentos de silencio.


–Claro que no –la voz chillona fue innegable en ese momento, al igual que la lágrima que cayó por su mejilla. Dios mío, se comportaba como un bebé. Hacía tiempo que había aprendido que llorar no la llevaría a ninguna parte. Su padre carecía de tolerancia para las exhibiciones emocionales.


Pedro le apoyó una mano en el hombro y consiguió que se sintiera peor.


–¿He hecho algo mal?


Ella movió la cabeza. La aprensión en la voz de él hizo que se sintiera como una idiota. La preocupación de Pedro era sincera y merecía una explicación. Lo que pasaba era que no sabía qué contarle. No sin sonar como una boba.


–Paula, háblame –la hizo girar para tenerla de frente–. ¿Estás llorando?


–No –afirmó mientras se secaba los ojos con la manga de la camisa. Como si negarlo pudiera hacer que las lágrimas fueran menos reales.


–Me siento confuso. Creía que esta noche había ido todo bien.


–Y así ha sido.


–Entonces… ¿por qué las lágrimas? ¿Empiezas a arrepentirte de todo eso?


–No es eso –movió la cabeza.


–Entonces, ¿qué es? ¿Por qué estás tan perturbada?


Ella se mordió el labio y miró al suelo.


Él apoyó las manos en sus hombros.


–Paula, no podemos hacer esto si no me lo explicas.


«Por favor, no me toques», pensó. Así solo empeoraba las cosas.


–Si he hecho algo mal…


–¡No! Has hecho todo bien. Matias te adora. No podría haber salido más perfecto.


–¿Y piensas que eso es malo?


–No exactamente.


Pedro frunció el ceño confundido. Lo que oía no tenía sentido.


–Desde que Matías nació, hemos sido nosotros dos. Él depende de mí para todo. Pero esta noche, al veros juntos… –la voz se le quebró y se reprendió por esa fragilidad–. Supongo que estaba celosa. No sé qué haría si Matías no me necesitara más.


–Por supuesto que te necesita.


Ella se encogió de hombros y derramó más de esas estúpidas lágrimas.




AVENTURA: CAPITULO 17

 

Maldijo para sus adentros. Habría pensado que con el tiempo el deseo por ella habría disminuido, pero el impulso de ponerle las manos encima era tan poderoso como siempre. Y por el bien de ambos, no podía.


–Es un niño precioso –dijo al cerrar el álbum–. De hecho, se parece mucho a Julián a su edad.


Ella se levantó y guardó el álbum en su sitio. Una parte de él esperó que regresara al sofá y se sentara a su lado, y la decepción que experimentó cuando no lo hizo, le indicó con claridad que era hora de que se largara de allí. Debería estar concentrándose en su hijo, pero solo podía pensar en ella.


Se bebió el resto del vino y se puso de pie.


–Es tarde –anunció, aunque apenas eran pasadas las nueve–. Mi mañana empieza temprano. Debería irme.


Sin parecer decepcionada, lo acompañó a la puerta.


–Entonces, ¿te veremos mañana alrededor de las siete? –preguntó Paula.


–O antes, si me las arreglo –se puso la cazadora y ella le abrió la puerta.


–Me alegro de que hayas venido esta noche –comentó ella.


–Yo también –se detuvo justo más allá del umbral.


–Y hablaba en serio acerca de la elección que haces. Incluso después de esto, si decides que no puedes llevarlo a cabo, no te lo reprocharé. Ser padre es duro. Requiere toneladas de sacrificios.


–Suena como si intentaras disuadirme.


–También es la experiencia más gratificante que jamás he tenido. Te cambia de un modo que nunca esperarías. Cosas que solía pensar que eran importantes ya no me lo parecen. Ahora todo gira en torno a él.


No estaba seguro de poder hacer de un niño el centro de su vida.


–Ya sí que empiezas a asustarme.


Ella sonrió.


–Sé que suena intimidador, y en cierto sentido lo es. Cuesta explicarlo. Supongo que lo sentirás o no.


–Supongo que tendremos que esperar hasta comprobarlo.


–Supongo –corroboró ella.


Se hallaba con un pie en el porche cuando ella lo agarró del brazo.


Pedro, espera.


Se volvió hacia ella. Si Paula fuera inteligente, no lo tocaría, pero el daño ya estaba hecho. En ese momento él solo podía pensar en tomarla en brazos y abrazarla antes de pegar los labios a los suyos.


–Cuando estábamos mirando el álbum de Matias, comprendí lo mucho que había cambiado en estos nueve meses y en lo mucho de su vida que ya te has perdido. Solo quería decir… quería que supieras que… –luchó con las palabras–. Lo… siento.


Era algo que él no se esperaba y la sorpresa debió reflejarse en su cara, porque ella se apresuró a añadir:

–Sigo manteniendo que todo lo que hice fue lo mejor para Matías.


–De modo que… no lo sientes.


–Lo hice pensando en lo mejor para Matías, pero eso no significa que no fuera un error.


Quizá había algo que estaba mal en él, pero verla con esa humildad le resultó excitante.


Se inclinó levemente hacia ella, solo para probar las aguas, para ver cuál sería su reacción. Abrió un poco más de la cuenta los ojos y vio que contenía el aliento. Estaba seguro de que retrocedería, pero a cambio sus pupilas se dilataron y sacó la lengua para humedecerse los labios.


No era exactamente la reacción que había esperado. ¿O sí? Podía ser realista o podía ser inteligente. Si era realista, si se inclinaba y la besaba, ella le devolvería el beso y aunque necesitaran una noche, o cinco, terminarían en la cama.


Lo inteligente sería retroceder mientras aún podía hacerlo y eso era exactamente lo que planeaba hacer. Pero no fue fácil.


–Debería irme.


–De acuerdo –ella asintió algo aturdida.


–A menos que vengas conmigo –bajó la vista a la mano de ella–, vas a tener que soltarme el brazo.


–Lo siento –parpadeó y retiró la mano, ruborizándose a la luz del porche.


Paula no era de las mujeres que se ruborizaba. Irradiaba seguridad y carecía de vergüenza… al menos por fuera. No pudo decidir quién era más excitante, la seductora imperturbable o la muchacha vulnerable.


De modo que Pedro se apartó.


–Nos vemos mañana.


Ella asintió.


–Nos vemos mañana.


Comenzó a bajar las escaleras y se detuvo en el momento en que ella comenzaba a cerrar la puerta.


–Eh, Paula.


–¿Sí.


–Disculpas aceptadas.