La preocupación que Paula había dedicado a pensar que Pedro y Matías pudieran no establecer un vínculo, había sido una gran pérdida de tiempo.
Matias lo adoraba. Había quedado absolutamente fascinado con él desde el segundo en que había cruzado la puerta, y dedicar las últimas dos horas a verlos jugar había sido la experiencia más enternecedora, confusa y aterradora de su vida.
Para alguien con tan poca experiencia con bebés, Pedro hacía todo bien. Era gentil y paciente, pero no temía jugar con Matías, quien estaba acostumbrado, por no decir que vivía para ello, a armar jaleo con los otros niños. Ni siquiera pareció importarle cuando Matías lo manchó con trozos masticados de gofre ni cuando le mojó el pantalón de su vaso de zumo.
En realidad, Matías se hallaba tan concentrado en él, que ella había dejado de existir y no pudo evitar sentirse aislada. De hecho, se sintió aliviada cuando llegó el momento de acostar a su hijo. Al menos así podría tener algunos momentos íntimos con él cuando lo arropara, pero entonces Pedro preguntó si podía ayudar a preparar al pequeño para acostarse. Desde el día en que salió del hospital, el momento de meter a Matías en la cama había sido un ritual que siempre habían compartido solo ellos dos. Aunque sabía que se suponía que todo eso era para que llegaran a conocerse, no pudo evitar sentirse un poco celosa. En especial después de ponerle el pijama y que Matías alargara los brazos hacia Pedro para que este lo acostara.
–¿Qué debería hacer ahora? –preguntó Pedro.
–Acostarlo y taparlo –le dio un beso a su hijo y observó desde la entrada de la habitación mientras Pedro obedecía con cierta torpeza en sus movimientos.
–Buenas noches, Matias –dijo, sonriéndole con el mismo hoyuelo que se reflejaba en la carita del pequeño.
Y aunque Paula se moría por acercarse a la cuna para darle otro beso y asegurarse de que estaba bien arropado y decirle que lo quería, sabía que debía dejar que padre e hijo tuvieran su tiempo juntos.
No había tenido idea de que resultaría tan duro.
–¿Ya está? –quiso saber Pedro.
Ella asintió y apagó la lámpara de la cómoda.
–Se quedará dormido de inmediato.
Él la siguió al salón. Las cosas había ido realmente bien esa noche, entonces se preguntó por qué se sentía al borde de una fusión emocional. ¿Por qué las lágrimas amenazaban con salir?
Tener a un papá en su vida no significaba que Matías fuera a quererla menos.
–Es un chico estupendo –alabó Pedro.
–Lo es –convino ella. Fue a la cocina para meter los platos en el lavavajillas con la esperanza de que Pedro captara la indirecta y se marchara. En cambio, la siguió.
–Parece que todo ha ido bien –comentó mientras se apoyaba en la encimera al lado de la cocina, con ella dándole la espalda.
–Muy bien –convino ella, conteniendo las lágrimas que querían acumularse en sus ojos. «Para, Paula, estás siendo ridícula». Nunca era tan emocional. Era más dura que eso.
–Paula, ¿sucede algo? –preguntó él tras unos momentos de silencio.
–Claro que no –la voz chillona fue innegable en ese momento, al igual que la lágrima que cayó por su mejilla. Dios mío, se comportaba como un bebé. Hacía tiempo que había aprendido que llorar no la llevaría a ninguna parte. Su padre carecía de tolerancia para las exhibiciones emocionales.
Pedro le apoyó una mano en el hombro y consiguió que se sintiera peor.
–¿He hecho algo mal?
Ella movió la cabeza. La aprensión en la voz de él hizo que se sintiera como una idiota. La preocupación de Pedro era sincera y merecía una explicación. Lo que pasaba era que no sabía qué contarle. No sin sonar como una boba.
–Paula, háblame –la hizo girar para tenerla de frente–. ¿Estás llorando?
–No –afirmó mientras se secaba los ojos con la manga de la camisa. Como si negarlo pudiera hacer que las lágrimas fueran menos reales.
–Me siento confuso. Creía que esta noche había ido todo bien.
–Y así ha sido.
–Entonces… ¿por qué las lágrimas? ¿Empiezas a arrepentirte de todo eso?
–No es eso –movió la cabeza.
–Entonces, ¿qué es? ¿Por qué estás tan perturbada?
Ella se mordió el labio y miró al suelo.
Él apoyó las manos en sus hombros.
–Paula, no podemos hacer esto si no me lo explicas.
«Por favor, no me toques», pensó. Así solo empeoraba las cosas.
–Si he hecho algo mal…
–¡No! Has hecho todo bien. Matias te adora. No podría haber salido más perfecto.
–¿Y piensas que eso es malo?
–No exactamente.
Pedro frunció el ceño confundido. Lo que oía no tenía sentido.
–Desde que Matías nació, hemos sido nosotros dos. Él depende de mí para todo. Pero esta noche, al veros juntos… –la voz se le quebró y se reprendió por esa fragilidad–. Supongo que estaba celosa. No sé qué haría si Matías no me necesitara más.
–Por supuesto que te necesita.
Ella se encogió de hombros y derramó más de esas estúpidas lágrimas.
Ayyyyyyyyyyyy cuánta ternura. Me encantaron los 3 caps.
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