sábado, 5 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 37

 


Después del espectáculo, Pedro había organizado una fiesta, y Lucie se acercó a ella con una bandeja llena de copas de champán.


—Me estás haciendo sentir como una celebridad —rió Paula.


—¡Pero es que lo eres! ¿Cómo no me lo habías contado?


Pedro sonrió.


—Le pedí que se casara conmigo ayer, Lucie. No pensaba darle la oportunidad de decirme que no.


—¿En serio? ¿Entonces lo del escenario fue una emboscada? Qué malo eres.


Pedro apretaba a Paula por la cintura con gesto posesivo, y ella empezó a pensar que aquello podría funcionar. Que, aunque no la quisiera, su amor, y el del niño, serían suficiente para unirlos.


Pedro fue a buscar otra copa y Mauricio apareció a su lado enseguida.


—Te preocupaba decepcionar al público, pero se han ido encantados. La proposición de Pedro ha sido un espectáculo inolvidable.


Paula sonrió.


—Al menos no han malgastado su dinero.


—Paula, quiero presentarte a mi madre, Connie —dijo Pedro entonces.


Connie parecía recién salida de un salón de belleza. Era una mujer bajita, bronceada. Inmaculada. Sin un cabello fuera de su sitio. Y, desde luego, no parecía tan mayor como para ser la madre de Pedro.


—Encantada de conocerla.


—Lo mismo digo. Pedro me ha hablado mucho de ti.


Paula lo miró, desconcertada. ¿Qué le habría contado a su madre?


—Conocí a tu hermana, y el parecido es increíble.


De modo que Pedro debía de haberle hablado del engaño…


—Nos queríamos mucho… aunque éramos muy diferentes. Teníamos poco en común.


—Sólo a mi hijo.


—Mamá…


—Lo siento, lo siento. Ay, nunca puedo tener la boca cerrada.


—Pero puedes intentarlo, mamá. Al menos hasta que Paula te conozca un poco mejor.


—Lo siento, cariño. Discúlpame. Ven, vamos a sentarnos un rato, Paula. ¿Quieres que hablemos de los nombres que has pensado para el niño?


De modo que también le había contado lo del embarazo. Y su madre parecía habérselo tomado muy bien. Increíblemente bien.


Paula dejó escapar un suspiro de alivio. Afortunadamente, su futura suegra parecía una mujer encantadora.


Pedro, una copa de champán para mí, por favor… ¿y tú qué quieres tomar?


—Un vaso de agua.


—Que sea Perrier, cielo.


Pedro se alejó hacia el bar, y Connie se volvió hacia ella.


—Bueno, háblame de Nueva Zelanda. Nunca he estado allí. ¿Los hombres son guapos?


Paula soltó una carcajada.


—No lo sé, ya casi no me acuerdo.


—Me alegro mucho de que Pedro vaya a casarse contigo —dijo Connie entonces—. Aunque solía decir que no se casaría nunca.


—Es por el niño. Si yo no estuviera embarazada, no habría boda.


—¿Tú sabes que Pedro es hijo ilegítimo?


—Sí, me lo contó él. Pero no tiene que hablarme de eso…


—Sí tengo que hacerlo. Tienes que conocer al hombre con el que vas a casarte, Paula —sonrió Connie—. Su padre era un hombre muy guapo, un cantante. Yo me enamoré de él como una loca. Entonces tenía dieciocho años, era una heredera famosa… Me convertí en su amante porque me parecía una aventura maravillosa. Me quedé embarazada enseguida, pero la relación duró poco, así que volví a Atenas y le di un disgusto terrible a mis padres.


—Eran otros tiempos.


—Sí, desde luego. Mi padre arregló un matrimonio a toda prisa con el hijo de uno de sus amigos, pero apenas duró unos meses y yo fui muy infeliz. Mi hijo no conoció ni a su padre ni a mi marido, pero sabe que lo pasé muy mal. Y sabe que esos matrimonios arreglados son un desastre. Así que ya ves, Pedro nunca se casaría sólo por darle un apellido al niño.


Paula miró a Connie, sorprendida. ¿Qué estaba intentando decirle?


¿Pedro no le había pedido que se casara con él sólo por el niño?




VENGANZA: CAPÍTULO 36

 



Paula seguía intentando decidir cuál debía ser su respuesta al día siguiente, cuando fueron al teatro para ver el espectáculo que la compañía había preparado para celebrar la Nochebuena.


Pedro había insistió en que se quedase a dormir en la suite… pero en la habitación de invitados, claro. Y, como no había llevado un vestido adecuado para la ocasión, Pedro también se encargó de que una de las elegantes boutiques del hotel le enviase uno a la suite.


Al abrir la caja, Paula vio una tela que brillaba como el cristal. El vestido era de su talla y le quedaba como hecho a medida. La tela, tornasolada, cambiaba del blanco al plateado más reluciente. Un par de sandalias y un bolsito plateado completaban el atuendo.


Ahora, mientras iba hacia la parte trasera del escenario con Pedro, Paula no se sentía embarazada en absoluto. De hecho, se sentía más guapa que nunca.


Hasta que se encontró con un par de ojos negros llenos de maldad.


Pedro —dijo Stella, tomándolo posesivamente del brazo—. Lo siento mucho, pero no sabes cómo me duele la garganta. No puedo cantar.


—¡Dios mío! —exclamó Mauricio—. Deberías habérmelo dicho antes. Ya hemos vendido todas las entradas…


—No quería molestar a nadie —se disculpó ella, bajando los ojos—. Pensé que se me pasaría.


Stella podía ser una bruja, pero si tenía una infección de garganta no podría cantar.


—Quizá si me tumbo un rato se me pasará…


—Mauricio, ¿dónde está el programa? —preguntó Pedro.


El gerente se lo entregó de inmediato.


—Cancelaremos el solo de Stella y lo reemplazaremos con un numerito de Lucie. Seguro que tiene alguna historia divertida que contar sobre Santa Claus. Y Aletha… —Pedro nombró a otra de las artistas de la compañía— puede cantar Oh, Christmas Tree. Paula, ¿te importaría mucho cantar SilentNight?


—Pero yo…


—Sé que no estás preparada, pero te lo pido por favor. Hazlo por mí.


Paula haría cualquier cosa por él. Y cantar su villancico favorito no sería nada.


—Muy bien. De acuerdo —murmuró.


—Stella, vete a la cama. Llamaremos al médico de inmediato.


—Pero no es necesario…


—Sí lo es. Paula puede cantar hoy por ti, pero mañana espero que estés recuperada. Hemos vendido todas las entradas y la gente viene a verte a ti —sonrió Pedro, que conocía bien su oficio—. Vamos, vete a tu suite. Y cuídate esa garganta.


—Pero…


—Paula, tienes que maquillarte —siguió él, sin prestarle la menor atención a su cantante—. Siento estropearte la noche, pero…


—¿Pero que dirá el publico cuando Stella no salga a cantar? Han pagado para oírla a ella.


Mauricio se encogió de hombros.


—Es demasiado tarde para preocuparse por eso.


Los siguientes minutos pasaron sin que se diera cuenta. Todo eran prisas y nervios. Luego, una vez en el escenario, empezó a calmarse, como le ocurría siempre.


Paula se llevó una mano al abdomen mientras oía los aplausos detrás del telón.


«¿Estás oyendo eso, cariño? El año que viene tú mismo verás el espectáculo».


Era tan difícil de creer…


Cuando llegó el momento de cantar Silent Night, Holy Night, Paula lo dio todo. Pedro estaba en la primera fila y cantó sólo para él. Después, se sentía terriblemente agotada y emocionada a la vez. Pero cuando estaba saludando volvió a buscar a Pedro con la mirada… y había desaparecido.


Paula notó que el público empezaba a murmurar, y sólo entonces se dio cuenta de que Pedro estaba en el escenario, a su lado, con un ramo de rosas en las manos.


Un ramo de rosas rojas para ella.


Pero entonces recordó. Aquel tributo era para Stella.


Las rosas no significaban nada.


—Ha sido una interpretación muy hermosa —dijo Pedro, acercándose al micrófono—. Ayer le pedí a Paula Chaves que fuese mi mujer. Ahora, quiero que todos ustedes celebren su respuesta conmigo.


Y luego le pasó el micrófono.


El silencio era absoluto. El público esperaba. Pedro esperaba también, tenso.


Paula lo miró, atónita. ¿Qué podía decir? ¿Cómo podía casarse con un hombre que no la querría nunca?


Entonces una mujer que estaba en la primera fila se levantó.


—¡Di que sí, Paula!


Sorprendida, ella guiñó los ojos para ver a quién pertenecía la voz. Era una mujer rubia a la que no había visto nunca.


—No le hagas caso a mi madre —sonrió Pedro.


—¿Tu madre?


Sin darse cuenta, había hablado por el micrófono y el público soltó una carcajada. Pero Paula sabía lo que iba a hacer.


Iba a decirle que sí. Iba a casarse con Pedro por el niño. Y por ella misma… porque lo amaba.


—Sí —dijo por fin con voz clara.


Las rosas se le cayeron de las manos cuando Pedro la tomó entre sus brazos para buscar sus labios con ansia… y cierta desesperación.


Pero Paula no estaba actuando cuando le echó los brazos al cuello y ofreció la mejor, y la más pública, interpretación de su vida.



VENGANZA: CAPÍTULO 35

 



—¿Qué? —exclamó Paula, incrédula.


Las facciones de Pedro podían haber estado esculpidas en mármol.


—¿Ésta es tu venganza? ¿Tu manera de castigarme porque pensabas que yo era el causante de la muerte de tu hermana? ¿Lo habías planeado desde el principio?


—¡No!


—Entonces, ¿por qué dejaste que te hiciera el amor sabiendo que yo te creía Mariana?


Aquélla era una pregunta que Paula no podía contestar sin confesarle la verdad: que estaba enamorada de él. Que lo había estado desde el principio.


—Porque… me gustabas. Me gustabas más de lo que me había gustado nunca un hombre.


—¿Ésa es la única razón?


—Sí, la única.


—Porque te gustaba. Nada más.


—Bueno, ésa es la razón por la que tú te acostaste conmigo, ¿no?


—Es posible. O no. Quizá pensé que había encontrado a la mujer de mis sueños —replicó Pedro, irónico.


—Mira, yo sólo quería decirte que estoy embarazada. Me pareció lo más correcto. Pero si no quieres, ni siquiera le pondré al niño tu apellido.


—¿Por qué no?


—¿Quieres que lo haga?


—Por supuesto. Ningún hijo mío va a ir por la vida sin mi apellido.


—¿Y qué le diremos a la gente? ¿Qué pasa con… tu amante?


—¿Qué amante?


—La mujer morena con la que te vi en el bar.


—¿Stella? Es la cantante que ocupa tu puesto. Nada más.


—¿Estás diciendo que no hay nada entre vosotros?


—Absolutamente nada —contestó Pedro.


—¿No te has acostado con ella?


—No. Y no tienes que preocuparte de otras mujeres porque tú y yo vamos a casarnos.


—¿Cómo dices? —exclamó Paula—. ¿Por qué iba a casarme contigo?


—No quiero que un hijo mío crezca como niño ilegítimo.


—Muchas parejas tienen hijos sin casarse —replicó ella.


—Yo no quiero eso —dijo Pedro—. Mira, cuando yo era pequeño la gente criticaba esas cosas de la manera más cruel. Tuve que escuchar muchos comentarios cuando era un niño… y no quiero que eso le ocurra a mi hijo.


Cualquier noción romántica que Paula pudiera haber tenido sobre aquella proposición murió de inmediato. Pedro no la quería. No la querría nunca.




VENGANZA: CAPÍTULO 34

 



Maia, su representante, le había conseguido un contrato en Australia para los próximos tres meses. Y con el dinero que iban a pagarle podría cancelar la deuda de su tarjeta de crédito y ahorrar algo de dinero para cuando llegase el niño. Había sido algo inesperado… y fantástico.


Pero en cuanto a decirle a Pedro lo del embarazo, al final sus padres la convencieron de que sería más honesto decírselo cara a cara. Su padre se ofreció voluntario para ir con ella a Strathmos, pero Paula insistió en que no hacía falta. Aunque se alegraba de verlo tan contento. Su embarazo había alegrado a su padre más que a nadie. Quizá porque era un poco como recuperar a Mariana…


Paula había insistido en que viajar hasta Strathmos era un gasto que no podía permitirse por el momento, pero sus padres insistieron en pagarle el billete y, al final, no pudo negarse.


De modo que, una semana después, Paula se encontró en la isla de Strathmos de nuevo. Había llamado antes para comprobar que Pedro estaría allí, claro. Y la primera persona a la que vio en cuanto llegó al hotel fue Lucie.


—¡Paula… has vuelto!


—No para quedarme. Sólo he venido para hablar con Pedro.


—Está por ahí. Pero tienes que quedarte para ver el espectáculo de Navidad. Stella Argyris es insoportable…


Siguieron charlando durante un rato y, mientras lo hacían, Paula miraba de un lado a otro.


—¿Sabes dónde puedo encontrar a Pedro?


—Antes lo he visto hablando con Mauricio en la puerta, pero no sé dónde puede estar ahora. Mira en el casino.


No lo encontró en el casino, ni el vestíbulo, ni el bar Dionisio. Paula estaba a punto de subir a su suite cuando lo vio sentado en uno de los muchos cafés del hotel, con una mujer que hacía todo lo posible por llamar su atención: tocarse la melena, pestañear, sonreír invitadora mientras mostraba un escote de escándalo.


Pedro sonreía, encantado.


Paula se dio la vuelta, con el corazón encogido. ¿Qué había esperado? Pedro Alfonso era un hombre muy atractivo, millonario, poderoso. Sin embargo, verlo con otra mujer le rompió el corazón. Cegada, salió prácticamente corriendo a la calle, el frío viento helando su cara.


Evidentemente, Pedro Alfonso tenía una nueva amante. Desde luego, no perdía el tiempo.


No podía hablar con él. No tenía sentido decirle que estaba embarazada. No, lo mejor sería volver a su casa…


Pero cuando se dio la vuelta, vio que Pedro se acercaba con expresión seria. ¿Por qué había vuelto a Strathmos?, se preguntó. ¿Qué había pensado conseguir con eso? Debería haberlo llamado por teléfono desde Auckland…


—Me había parecido que eras tú. ¿Qué quieres?


—He cometido un error. No debería haber venido.


—Entonces, ¿por qué estás aquí?


—Da igual. Ya no importa —suspiró Paula.


—Algo te ha traído aquí. ¿Vas a decírmelo o no?


El tono antipático y la expresión severa hicieron que Paula se diese la vuelta, indignada.


—Tenemos que hablar —insistió él, colocándose a su lado.


—No, no tenemos nada que hablar —replicó ella—. No hay nada que decir.


—Espera… —Pedro la tomó del brazo.


—¡Suéltame!


—Querías verme, ¿no? Pues ya me estás viendo. Dime lo que tengas que decir.


—Ya no tengo nada que decirte, Pedro. He cambiado de opinión.


—Muy bien, entonces hablaré yo. Pero sugiero que lo hagamos en un sitio privado. En mi suite. A menos que quieras hacerlo en público…


—No, claro que no. No está bien que el jefe discuta con su antigua amante en público.


—A mí me da igual la gente —replicó Pedro—. Lo decía por ti.


Paula lo pensó un momento y después asintió con la cabeza.


—Muy bien, hablemos —dijo en cuanto Pedro cerró la puerta de la suite.


Salvo por un árbol de Navidad adornado con bolas rojas y doradas, nada había cambiado. Paula no sabía por qué había esperado que algo cambiase. Quizá porque todo había cambiado para ella.


Ahora estaba esperando un hijo suyo.


—Siéntate… por favor. Dime, ¿por qué has venido a verme?


Paula se mordió los labios. No sabía cómo iba a reaccionar ante la noticia…


—Estoy embarazada.


Esperase lo que esperase, aquello lo pilló claramente por sorpresa.


—¿Cómo has dicho?


—Que estoy embarazada —repitió ella.


—Estás embarazada. ¿Lo has hecho a propósito?




VENGANZA: CAPÍTULO 33

 


El tiempo en Auckland en diciembre era húmedo y desapacible. Paula, que había salido de compras con su madre, entró corriendo en el baño sujetando en la mano la cajita que había comprado en la farmacia. En menos de cinco minutos tenía la respuesta que tanto había temido.


—Mamá. Me temo que tengo que darte una sorpresa.


—¿Qué pasa, cariño?


—Estoy embarazada.


Su madre se llevó una mano al corazón.


—¿Estás segura?


—Acabo de hacerme la prueba… —contestó Paula, mostrándole el indicador.


—¿Y quién es el padre?


—Mamá…


—¿No quieres decírmelo?


—Lo haré cuando esté preparada —suspiró ella, abrazando a su madre—. No deberías ser tan comprensiva, mamá.


—¿Cómo no voy a serlo? ¿Sabes de cuánto tiempo estás?


—No mucho. Sólo he tenido una falta. Por eso compré la prueba. Como siempre he sido tan regular…


—Tienes que ir al ginecólogo. Puede que no estés embarazada. A veces pasan esas cosas. Quizá tu cuerpo está raro después de un viaje tan largo.


—Llevo aquí dos semanas, mamá.


Betty Chaves sacudió la cabeza.


—Pero si tomas la píldora es muy raro que estés embarazada.


—Es que no tomo la píldora. La dejé hace unos meses. No había nadie en mi vida, así que no tenía sentido tomarla. Pero él usó… bueno, ya sabes. No sé qué puede haber pasado. Iré al ginecólogo, pero dudo que eso vaya a cambiar nada.


—Cariño…


—Mamá, quizá debería decirte la verdad. El padre es…


—¿Sí, cielo?


—Es Pedro Alfonso.


Su madre se llevó una mano a la boca.


—Dios mío… No pasa nada, cariño. Tu padre y yo te ayudaremos en todo, ya lo sabes.


—Lo sé, pero quiero que entendáis una cosa: Pedro no es el responsable de la muerte de Mariana. Fue otro hombre, Jean-Paul Moreau. Creo que Mariana estaba enamorada de él, y él la recompensó convirtiéndola en adicta a la cocaína. Espero que se queme en el infierno.


Más tarde, Paula volvió a su apartamento. Le resultaba extraño vivir en una ciudad grande después de haber vivido en una isla…


Mientras se preparaba un té, no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. Su hijo, iba a tener un hijo con Pedro Alfonso… y tenía que decírselo. Tenía que hacerle saber que iba a ser padre. Era su obligación.




viernes, 4 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 32

 


Desde la ventana, Pedro veía cómo se alejaba el ferry dejando una estela de espuma tras él. Apretando los dientes, metió las manos en los bolsillos del pantalón.


Paula se había ido.


El le había dicho que no quería volver a verla. Entonces, ¿por qué no se sentía aliviado? Todo lo contrario. No podía dejar de mirar el ferry… no pudo dejar de hacerlo hasta que desapareció de su vista.


Entonces vio un helicóptero de la policía dirigiéndose al helipuerto del hotel. Bien. La policía se había puesto en movimiento inmediatamente después de su llamada. Y Pedro estaba deseando que registrasen la habitación de Jean-Paul Moreau. Sospechaba que aquel hombre no volvería a pisar un hotel en mucho, mucho tiempo.


Como pasaría mucho tiempo hasta que él pudiese olvidar a Paula.




VENGANZA: CAPÍTULO 31

 


Por la mañana, Paula estaba guardando sus cosas en la maleta, con el corazón en un puño. Pero tenía la sospecha de que ese dolor era merecido. No debería haber engañado a Pedro. O al menos debería haberle contado la verdad cuando empezó a sospechar que él no era responsable de la muerte de Mariana.


Había llamado a recepción para preguntar a qué hora salía el ferry y le habían dicho que en veinte minutos, de modo que no tenía tiempo de pensar. Si se daba prisa, pronto saldría de allí. Pronto estaría en su casa.


Pedro no había vuelto a la habitación. Ella había esperado, impaciente, pero no volvió.


El mensaje estaba claro: tenía que aceptar que todo había terminado. Pedro no quería volver a verla. Para él, su traición había sido peor que la de Mariana.


El vestíbulo de recepción estaba lleno de gente, y Paula esperó en la puerta el autobús que la llevaría hasta el ferry. El mural del dios del sol conduciendo sus fieros caballos por el cielo hizo que se le formase un nudo en la garganta. Se había acercado demasiado al sol y se había quemado.


Pero sobreviviría.


—¿Paula?


Cuando se volvió, se llevó una desagradable sorpresa. Porque no era Pedro, sino Jean-Paul.


—¿Qué?


—¿Tú eres Paula?


—Sí, claro.


—Pero no eres la mujer que yo conocí una vez… íntimamente.


Jean-Paul lo había entendido por fin.


—No.


—Eres idéntica a ella. Tenéis que ser gemelas.


—Eramos gemelas —replicó Paula—. Mi hermana ha muerto. Y ha muerto por tu culpa.


Jean-Paul Moreau no pareció en absoluto afectado por la noticia.


—Si le dices algo a Alfonso, le contaré quién eres. Le diré que lo has engañado, que has estado riéndote de él a sus espaldas. Decías haber olvidado el pasado… así explicabas por qué no sabías cosas que deberías saber.


El conserje que había dicho que la avisaría cuando llegase el autobús estaba haciéndole señas, y Paula asintió con la cabeza.


—Haz lo que quieras. Pedro ya lo sabe todo.


Y se alejó, dejando a Jean-Paúl Moreau, el canalla responsable de la muerte de su hermana, mirándola con expresión incrédula.