Después del espectáculo, Pedro había organizado una fiesta, y Lucie se acercó a ella con una bandeja llena de copas de champán.
—Me estás haciendo sentir como una celebridad —rió Paula.
—¡Pero es que lo eres! ¿Cómo no me lo habías contado?
Pedro sonrió.
—Le pedí que se casara conmigo ayer, Lucie. No pensaba darle la oportunidad de decirme que no.
—¿En serio? ¿Entonces lo del escenario fue una emboscada? Qué malo eres.
Pedro apretaba a Paula por la cintura con gesto posesivo, y ella empezó a pensar que aquello podría funcionar. Que, aunque no la quisiera, su amor, y el del niño, serían suficiente para unirlos.
Pedro fue a buscar otra copa y Mauricio apareció a su lado enseguida.
—Te preocupaba decepcionar al público, pero se han ido encantados. La proposición de Pedro ha sido un espectáculo inolvidable.
Paula sonrió.
—Al menos no han malgastado su dinero.
—Paula, quiero presentarte a mi madre, Connie —dijo Pedro entonces.
Connie parecía recién salida de un salón de belleza. Era una mujer bajita, bronceada. Inmaculada. Sin un cabello fuera de su sitio. Y, desde luego, no parecía tan mayor como para ser la madre de Pedro.
—Encantada de conocerla.
—Lo mismo digo. Pedro me ha hablado mucho de ti.
Paula lo miró, desconcertada. ¿Qué le habría contado a su madre?
—Conocí a tu hermana, y el parecido es increíble.
De modo que Pedro debía de haberle hablado del engaño…
—Nos queríamos mucho… aunque éramos muy diferentes. Teníamos poco en común.
—Sólo a mi hijo.
—Mamá…
—Lo siento, lo siento. Ay, nunca puedo tener la boca cerrada.
—Pero puedes intentarlo, mamá. Al menos hasta que Paula te conozca un poco mejor.
—Lo siento, cariño. Discúlpame. Ven, vamos a sentarnos un rato, Paula. ¿Quieres que hablemos de los nombres que has pensado para el niño?
De modo que también le había contado lo del embarazo. Y su madre parecía habérselo tomado muy bien. Increíblemente bien.
Paula dejó escapar un suspiro de alivio. Afortunadamente, su futura suegra parecía una mujer encantadora.
—Pedro, una copa de champán para mí, por favor… ¿y tú qué quieres tomar?
—Un vaso de agua.
—Que sea Perrier, cielo.
Pedro se alejó hacia el bar, y Connie se volvió hacia ella.
—Bueno, háblame de Nueva Zelanda. Nunca he estado allí. ¿Los hombres son guapos?
Paula soltó una carcajada.
—No lo sé, ya casi no me acuerdo.
—Me alegro mucho de que Pedro vaya a casarse contigo —dijo Connie entonces—. Aunque solía decir que no se casaría nunca.
—Es por el niño. Si yo no estuviera embarazada, no habría boda.
—¿Tú sabes que Pedro es hijo ilegítimo?
—Sí, me lo contó él. Pero no tiene que hablarme de eso…
—Sí tengo que hacerlo. Tienes que conocer al hombre con el que vas a casarte, Paula —sonrió Connie—. Su padre era un hombre muy guapo, un cantante. Yo me enamoré de él como una loca. Entonces tenía dieciocho años, era una heredera famosa… Me convertí en su amante porque me parecía una aventura maravillosa. Me quedé embarazada enseguida, pero la relación duró poco, así que volví a Atenas y le di un disgusto terrible a mis padres.
—Eran otros tiempos.
—Sí, desde luego. Mi padre arregló un matrimonio a toda prisa con el hijo de uno de sus amigos, pero apenas duró unos meses y yo fui muy infeliz. Mi hijo no conoció ni a su padre ni a mi marido, pero sabe que lo pasé muy mal. Y sabe que esos matrimonios arreglados son un desastre. Así que ya ves, Pedro nunca se casaría sólo por darle un apellido al niño.
Paula miró a Connie, sorprendida. ¿Qué estaba intentando decirle?
¿Pedro no le había pedido que se casara con él sólo por el niño?