sábado, 5 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 36

 



Paula seguía intentando decidir cuál debía ser su respuesta al día siguiente, cuando fueron al teatro para ver el espectáculo que la compañía había preparado para celebrar la Nochebuena.


Pedro había insistió en que se quedase a dormir en la suite… pero en la habitación de invitados, claro. Y, como no había llevado un vestido adecuado para la ocasión, Pedro también se encargó de que una de las elegantes boutiques del hotel le enviase uno a la suite.


Al abrir la caja, Paula vio una tela que brillaba como el cristal. El vestido era de su talla y le quedaba como hecho a medida. La tela, tornasolada, cambiaba del blanco al plateado más reluciente. Un par de sandalias y un bolsito plateado completaban el atuendo.


Ahora, mientras iba hacia la parte trasera del escenario con Pedro, Paula no se sentía embarazada en absoluto. De hecho, se sentía más guapa que nunca.


Hasta que se encontró con un par de ojos negros llenos de maldad.


Pedro —dijo Stella, tomándolo posesivamente del brazo—. Lo siento mucho, pero no sabes cómo me duele la garganta. No puedo cantar.


—¡Dios mío! —exclamó Mauricio—. Deberías habérmelo dicho antes. Ya hemos vendido todas las entradas…


—No quería molestar a nadie —se disculpó ella, bajando los ojos—. Pensé que se me pasaría.


Stella podía ser una bruja, pero si tenía una infección de garganta no podría cantar.


—Quizá si me tumbo un rato se me pasará…


—Mauricio, ¿dónde está el programa? —preguntó Pedro.


El gerente se lo entregó de inmediato.


—Cancelaremos el solo de Stella y lo reemplazaremos con un numerito de Lucie. Seguro que tiene alguna historia divertida que contar sobre Santa Claus. Y Aletha… —Pedro nombró a otra de las artistas de la compañía— puede cantar Oh, Christmas Tree. Paula, ¿te importaría mucho cantar SilentNight?


—Pero yo…


—Sé que no estás preparada, pero te lo pido por favor. Hazlo por mí.


Paula haría cualquier cosa por él. Y cantar su villancico favorito no sería nada.


—Muy bien. De acuerdo —murmuró.


—Stella, vete a la cama. Llamaremos al médico de inmediato.


—Pero no es necesario…


—Sí lo es. Paula puede cantar hoy por ti, pero mañana espero que estés recuperada. Hemos vendido todas las entradas y la gente viene a verte a ti —sonrió Pedro, que conocía bien su oficio—. Vamos, vete a tu suite. Y cuídate esa garganta.


—Pero…


—Paula, tienes que maquillarte —siguió él, sin prestarle la menor atención a su cantante—. Siento estropearte la noche, pero…


—¿Pero que dirá el publico cuando Stella no salga a cantar? Han pagado para oírla a ella.


Mauricio se encogió de hombros.


—Es demasiado tarde para preocuparse por eso.


Los siguientes minutos pasaron sin que se diera cuenta. Todo eran prisas y nervios. Luego, una vez en el escenario, empezó a calmarse, como le ocurría siempre.


Paula se llevó una mano al abdomen mientras oía los aplausos detrás del telón.


«¿Estás oyendo eso, cariño? El año que viene tú mismo verás el espectáculo».


Era tan difícil de creer…


Cuando llegó el momento de cantar Silent Night, Holy Night, Paula lo dio todo. Pedro estaba en la primera fila y cantó sólo para él. Después, se sentía terriblemente agotada y emocionada a la vez. Pero cuando estaba saludando volvió a buscar a Pedro con la mirada… y había desaparecido.


Paula notó que el público empezaba a murmurar, y sólo entonces se dio cuenta de que Pedro estaba en el escenario, a su lado, con un ramo de rosas en las manos.


Un ramo de rosas rojas para ella.


Pero entonces recordó. Aquel tributo era para Stella.


Las rosas no significaban nada.


—Ha sido una interpretación muy hermosa —dijo Pedro, acercándose al micrófono—. Ayer le pedí a Paula Chaves que fuese mi mujer. Ahora, quiero que todos ustedes celebren su respuesta conmigo.


Y luego le pasó el micrófono.


El silencio era absoluto. El público esperaba. Pedro esperaba también, tenso.


Paula lo miró, atónita. ¿Qué podía decir? ¿Cómo podía casarse con un hombre que no la querría nunca?


Entonces una mujer que estaba en la primera fila se levantó.


—¡Di que sí, Paula!


Sorprendida, ella guiñó los ojos para ver a quién pertenecía la voz. Era una mujer rubia a la que no había visto nunca.


—No le hagas caso a mi madre —sonrió Pedro.


—¿Tu madre?


Sin darse cuenta, había hablado por el micrófono y el público soltó una carcajada. Pero Paula sabía lo que iba a hacer.


Iba a decirle que sí. Iba a casarse con Pedro por el niño. Y por ella misma… porque lo amaba.


—Sí —dijo por fin con voz clara.


Las rosas se le cayeron de las manos cuando Pedro la tomó entre sus brazos para buscar sus labios con ansia… y cierta desesperación.


Pero Paula no estaba actuando cuando le echó los brazos al cuello y ofreció la mejor, y la más pública, interpretación de su vida.



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