lunes, 30 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 20

 


Con Lucie de vuelta en el trabajo el lunes, el horario de Paula volvió a la normalidad. Sin embargo, se sentía inquieta. Y su humor se veía reflejado en el tiempo horrible que hacía en la isla. El viento y la lluvia golpeaban Strathmos, y Paula se concentró en su trabajo, intentando olvidar todo lo demás.


Había pensado pasar el jueves, su día libre, haciendo windsurf. El día amaneció claro y soleado, con suficiente viento como para volar sobre las olas, pero Paula no podía poner el corazón en ello y, media hora después, decidió volver a la playa.


Echaba de menos a Pedro.


Intentando controlar tan traidores pensamientos, pasó la tarde ayudando a los empleados del hotel a poner el árbol de Navidad.


Le resultaba agridulce colgar los adornos porque su familia evitaba esas fiestas… el día de Navidad se había convertido en un día de luto para ellos.


Mientras estaba colgando una bola plateada en una de las ramas, sonó su móvil.


Era Pedro.


Inmediatamente, su pulso se aceleró. El árbol le pareció más verde, las luces más brillantes. Por primera vez desde que Pedro se marchó de Strathmos, se sentía viva.


—¿Me echas de menos? —le preguntó él.


—Claro que no —mintió Paula—. He estado demasiado ocupada como para pensar en ti.


Luego le contó que hacía un tiempo horrible, y Pedro rió cuando le dijo que no era así como ella esperaba pasar dos semanas en una isla griega.


—Pues en Navidad no dejará de llover.


—Oh, no. Ahora entiendo que los turistas de la época de tu abuelo sólo vinieran en verano. Y entiendo también por qué ahora hay un casino, bares, piscinas climatizas… El hotel está lleno de gente.


—Me alegro —Pedro parecía distraído—. Volveré temprano el domingo. Suelo ir a misa por la mañana en la iglesia del pueblo. ¿Quieres ir conmigo?


¿Ir con Pedro a la iglesia? Era la idea más extraña del mundo.


—Sí, bueno… pero tengo que volver a tiempo para el ensayo.


Aunque sabía que estaba arriesgándose a que le rompiera el corazón, Paula no podía decirle que no.




VENGANZA: CAPÍTULO 19

 


Pedro y su familia se fueron de Strathmos el domingo. Paula oyó el ruido de las aspas del helicóptero sobre su cabeza a mediodía, pero no supo que Pedro se había ido hasta que encontró una nota en su camerino:

Volveré el próximo domingo. Nos vemos entonces.


Nada más. Ni siquiera estaba firmada. Pero supo sin ninguna duda de quién era.


Más tarde se enteró de que había ido a la isla de Kalos para mantener una reunión de negocios sobre la posibilidad de comprar otro hotel. Paula había esperado sentirse aliviada por su ausencia, pero no fue así, todo lo contrario. Se sentía… sola.


Aunque Pedro le había confesado por la noche que nunca había querido a Mariana. Y, sin embargo, había mantenido una aventura con ella. Pedro Alfonso seguramente nunca amaría a nadie. Quizá era incapaz de hacerlo. Y debía recordar eso si no quería arriesgarse a que le rompiera el corazón.


Había fantaseado con la idea de demostrarle que era la mujer más sexy de la tierra y desdeñarlo después, cuando solicitase sus atenciones. En lugar de eso… no dejaba de preguntarse con quién estaría en aquel momento.


No se atrevía a seducirlo. Porque sospechaba que cuando hiciera el amor con él jamás podría darle la espalda; que estaría marcada como la mujer de Pedro Alfonso de por vida.


No, acostarse con Pedro no respondería ninguna de sus preguntas. Al contrario. Mariana había muerto y no podía traicionar la memoria de su hermana de esa manera. Ni arriesgar su corazón por un hombre que jamás sentiría nada por ella.


En una semana se iría de Strathmos y le diría adiós a Pedro para siempre. Strathmos no sería más que una isla exótica, un vago recuerdo.


El mundo de Pedro.


Al pensar eso sintió un vacío dentro de su pecho. Mordiéndose los labios para controlar las lágrimas de soledad que asomaban a sus ojos, decidió que volvería a Auckland y seguiría adelante con su vida como su madre le había aconsejado.


Quizá el calor de su familia y sus amigos podría consolarla. Aquella misma noche llamaría a su representante para pedirle que le buscase un trabajo donde fuera.


Había llegado el momento de dejar descansar a Mariana.




VENGANZA: CAPITULO 18

 


Paula se sorprendió el sábado por la noche al verlo con un grupo de gente en el teatro. Tres mujeres, todas muy guapas, y dos hombres.


Y ninguno de ellos estaba cenando. Debían de haber ido sólo para oírla cantar, pensó.


Cuando llegó al camerino, Pedro estaba esperándola.


—Ven conmigo, quiero presentarte a una gente. Y así podrás cenar algo, además.


—Estoy cansada —protestó ella. Mentira. Estaba demasiado nerviosa.


Al final, lo convenció para que la dejara ducharse y cambiarse de ropa antes de reunirse con ellos. Eran los primos de Pedro: Zaid Kyriakos, Tiziano bin Rachid al Zayed y tres mujeres: la esposa de Zaid, Pandora, la hermana de Zaid, Katy, y su prima Sara.


—Queríamos darle una sorpresa a Pedro —le explicó Zaid—. Para celebrar su cumpleaños.


—Y debería darnos las gracias —añadió Pandora—. Me he atrevido a subir en un helicóptero sólo por él.


—Gracias por venir. A todos —rió Pedro.


La cena, estilo bufé, consistió en calamares, brocheta de langostinos, ostras, espárragos blancos, ensalada de pepino, todo tipo de pescados a la plancha…


—Bueno, vamos a brindar por Pedro —dijo Zaid, levantando su copa—. Que cumplas muchos más y que todos lo veamos.


—Ahora lo que tienes que contarnos es para cuándo habrá otra boda en la familia —añadió Pandora.


Esa frase fue seguida por un largo silencio.


—A mí no me mires —intervino Tiziano—. Ya sabes que yo no soy partidario del matrimonio —añadió, mirando a Paula con cara de pocos amigos.


Paula le devolvió la mirada sin entender. O, más bien, sin querer darse por enterada.


Después, sirvieron un pastel con velas para que Pedro las apagase y todos convencieron a Paula para que volviese a cantar el Cumpleaños Feliz.


Más tarde, mientras Tiziano y Pedro hablaban, Katy se acercó a ella para charlar un rato.


—¿Por qué me ha mirado así Tiziano? —le preguntó Paula—. Parece que no le caigo muy bien.


—La suya fue una separación muy desagradable y creo que ahora desconfía de todas las mujeres —rió Katy—. Pero no te preocupes, tú nos gustas. Casi tanto como a Pedro. Si no, no te estaría contando esto.


—Pero yo no le gusto a Pedro —protestó Paula.


—Sí, bueno, no voy a preguntar qué ocurrió entre vosotros en el pasado…


—Aunque esperamos que nos cuentes qué te hizo engañarlo con otro —intervino Pandora.


—¡Pandora! Eso no es asunto nuestro —la regañó Katy.


Paula miraba de una a otra, divertida.


—¿Todo bien? —preguntó Pedro, acercándose.


—Sí, claro.


—Mis parientes pueden ser un poco pesados.


Pandora y Katy soltaron una carcajada.


—¿Nosotros pesados? ¡Pero si somos lo mejor de la familia! —exclamó Katy.


Más tarde, Pedro la acompañó a su habitación. Hacía fresco, pero no tanto como para necesitar abrigo.


—Me parece que tu familia tiene una idea equivocada sobre nosotros.


—¿Por qué dices eso?


—Tengo la impresión de que nos creen una pareja. Y a Katy no parecía preocuparle que hubiéramos roto hace tres años. Aunque he detectado ciertas reservas por parte de Tiziano…


—Mi primo cree que volver contigo es una locura.


—¿Habéis hablado de mí?


—Tiziano ha hablado de ti. Cree que volverás a traicionarme, a romperme el corazón.


Paula habría querido protestar. Negar que ella pudiera hacer tal cosa. Pero entonces recordó que ella no era Mariana. Y Mariana siempre había sido una coqueta, una rompecorazones.


—¿Y tú qué le has dicho?


Entre las sombras, Paula podía sentir la fuerza de su mirada.


—Que nunca te quise, de modo que nunca me rompiste el corazón. Y tampoco me lo romperías ahora.




domingo, 29 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 17

 


Al final, la cena resultó ser muy divertida. Se sentaron en el saloncito y tomaron champán y caviar… con cubiertos de plástico.


Paula se encontró riendo con algunas de las anécdotas que le contaba Pedro… y descubrió que le gustaba de verdad. Además, creía en su promesa de que no intentaría seducirla y consiguió relajarse un poco.


Después de tomar el pastel de chocolate que le habían enviado como regalo, Paula le cantó el Cumpleaños Feliz. Y, por primera vez, vio que Pedro se mostraba tímido.


—Me gusta cómo llevas el pelo ahora —murmuró él, tomando la fotografía de Mariana—. Te la debiste de hacer… cuando nos conocíamos, ¿no?


Paula tragó saliva. Estaba harta de las mentiras. Quería que aquella mascarada terminase de una vez.


—Me gustan los rizos más que el pelo liso.


¿Cómo podía no darse cuenta de que eran dos personas distintas? Mariana y ella eran gemelas, pero tenía que haber alguna diferencia. De repente, casi de forma perversa, quería que lo descubriese todo.


—Siempre he tenido el pelo rizado. Da menos trabajo.


—¿Y por qué te lo alisabas?


Paula se encogió de hombros.


—Porque era la moda, supongo.


—Y tú siempre haces lo que dicta la moda, claro.


—¿Perdona?


Pedro estaba mirando la foto.


—¿Son tus padres?


—Sí.


—Tu madre es muy guapa. Se parece a ti.


—Se llama Bethy. Es muy simpática y muy sensata.


—Y tu padre parece orgulloso de ti. ¿A quién está sonriendo tu madre?


Paula recordaba aquel día, el jardín de sus padres en Auckland, el olor de las rosas, la risa de Mariana…


—No me acuerdo.


—Ah, es verdad. Perdona, soy un idiota…


Estaba tan cerca que Paula podía oler su piel y su colonia. Y algo más… la excitación de un hombre.


¡No! Nerviosa, dio un paso atrás y, sin darse cuenta, chocó contra una silla. Habría caído al suelo si Pedro no la hubiera sujetado.


—¿Te has hecho daño?


—No, no, estoy bien…


Paula tragó saliva. Parecía preocupado de verdad. Se había convencido de que el odio que sentía por él la ayudaría a rechazarlo, como si fuera un talismán contra el demonio.


¿Cómo iba a lidiar con un Pedro que empezaba a gustarle? Bajo ese exterior de play-boy había un hombre complejo, mucho más interesante que el frívolo que describían las revistas. Incluso empezaba a dudar que fuese el manipulador que Mariana había descrito.


—¿De verdad estás bien?


—Sí, estoy bien. Un poco cansada.


Pedro entendió la indirecta, pero cuando se marchó, Paula se sintió más sola que en toda su vida.




VENGANZA: CAPITULO 16

 


Esa noche, Paula y Denny hicieron su número en el bar Dionisio y, después, Paula cumplió con su obligación en el teatro Electra. Cuando volvió a su habitación estaba agotada.


El golpecito en la puerta la pilló por sorpresa. Y más aún cuando Pedro empujó el picaporte y entró sin esperar que ella abriese.


—Pero bueno…


—Deberías cerrar con llave.


—Buenas noches, Pedro. ¿No deberías estar en el casino vigilando que la gente no haga trampas?


—No, tengo gente para eso. Pero seguro que tú no has cenado todavía.


—Pues… no, pero no tengo hambre. Estoy agotada.


—Tienes que comer algo.


—No pienso salir de mi habitación. Es muy tarde.


—¿Quién ha dicho nada de salir? Podemos cenar aquí, en la cama, como en los viejos tiempos…


Pedro


—He pedido la cena al servicio de habitaciones. Todos tus favoritos: Bollinger, caviar, ostras… Y no puedes negarte, es mi cumpleaños.


Sus favoritos. Los favoritos de Mariana. De repente, el cansancio de Paula desapareció.


—No, mira, prefiero cenar fuera.


—Demasiado tarde —sonrió Pedro cuando oyeron un golpecito en la puerta—. Aquí está la cena. Venga, relájate. No va a pasar nada hasta que recuperes la memoria. Te lo he prometido y yo siempre cumplo mis promesas.


Pero Paula no. Porque no iba a recuperar la memoria. Maldición. ¿Desde cuándo empezaba a pensar que Pedro Alfonso era más honesto que ella?




VENGANZA: CAPITULO 15

 


El sonido del teléfono despertó a Paula. Había pensado dormir hasta tarde ese jueves, su día libre, pero sus planes se fueron por la ventana cuando Mauricio Lyme, el gerente del teatro, le contó que Lucie tenía un virus estomacal.


Inmediatamente, Paula se ofreció para ocupar su sitio y quedó con Mauricio para decidir la hora del ensayo.


El bar Dionisio era muy diferente al teatro Electra, y hacía años que no pisaba el escenario de un sitio así. Además, tenía que trabajar con un compañero, Denny, otro cómico como Lucie.


Paula vio a Pedro al fondo del bar. Estaba esperándola y, sin saber cómo, se encontró aceptando su invitación para cenar. Al principio temía que quisiera besarla otra vez, seducirla, pero sus preocupaciones eran infundadas. Pedro se comportó como un caballero.


En la cama esa noche, Paula se tapó los ojos con la mano. Estaba tan confusa. ¿Quién era Pedro Alfonso?


El viernes, Lucie seguía enferma y el médico le ordenó que siguiera en la cama.


Paula y Denny volvieron a ensayar para ver si podían pulir un poco el número. Durante un descanso, encontró a Pedro a su lado, con dos vasos de plástico en la mano.


—¿Un café? Supongo que te irá bien.


—¿No hay un dicho sobre no confiar en un griego que te ofrece un regalo?


—No es un regalo. Más bien una disculpa.


—¿Una disculpa?


—Por mi comportamiento de la otra noche. Debería haberte pedido disculpas ayer, mientras cenábamos… y no lo hice.


—Ya veo.


—La verdad, me tienes confundido.


—¿Ah, sí? —murmuró Paula, apartando la mirada.


—Pienso que has cambiado, pero entonces ocurre algo… te encuentro tomando una copa con Jean-Paul Moreau cuando me habías dicho que te ibas a dormir…


—Ya te expliqué por qué estaba con él.


Pedro la miró, pensativo.


—¿Has cambiado, Paula? No, déjalo, es una pregunta absurda. Vamos a sentarnos un momento.


En ese instante sonó el móvil de Pedro, que hizo un gesto de disculpa.


—Perdona, es mi madre…


Se dio la vuelta para hablar, pero aunque Paula no entendía lo que decía, se daba cuenta de que hablaba en un tono muy cariñoso. Increíblemente cariñoso.


—Para ser un playboy tienes muy buena relación con tu madre —bromeó después.


—Hasta los playboys tenemos corazón —sonrió él—. Y a pesar de lo que tú creas, la vida de mi madre no ha sido fácil. Se quedó embarazada cuando era muy joven y el tipo la abandonó. Nunca lo conocí.


El tipo, no «mi padre».


—Ah, no lo sabía.


—Hoy es mi cumpleaños, por cierto.


—Felicidades.


—Y la semana pasada fue mi santo. Mi madre me puso de nombre Pedro porque cuando nací parecía un ángel.


—¿Y te han hecho muchos regalos? —rió Paula.


—No, mis amigos me han llamado para felicitarme, pero nada más. Mi madre sí ha enviado un regalo… un pastel que me han hecho las vecinas.


Ella lo miró, atónita.


—¿Un pastel que te han hecho las vecinas?


—Pues claro. Mi madre vive en un pueblo pequeño, y allí nos conocemos todos.


—No imaginaba que te gustaran los pasteles caseros.


—A mí siempre me han gustado. A ti no… decías que engordaban. De hecho, antes apenas comías. Ahora tienes más apetito. Y has dejado de tomar pastillas… Ahora que lo pienso, has engordado un poco. Y me parece muy bien. Estás más guapa.


Paula tragó saliva.


—Tengo que irme… he de terminar el ensayo.


—Nos vemos después. Y no te preocupes, no intentaré seducirte hasta que recuperes la memoria… a menos que tú me lo pidas amablemente, claro.



sábado, 28 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 14

 


Pedro salió del club Apolo con gesto de cansancio. Había tardado un buen rato en calmar a un cliente que protestaba porque, según él, uno de los jugadores de póquer hacía trampas.


Cuando iba a tomar el ascensor que llevaba a su suite miró el reloj. Paula estaría ahora en su habitación. Sonriendo, se detuvo en recepción un momento y pidió que lo pusieran con ella. Pero no contestaba nadie.


Quizá seguía en el bar, pensó, dirigiéndose hacia allí. En cuanto entró vio su melena roja…


Y no estaba sola.


Estaba con Jean-Paul Moreau.


¿Qué demonios hacía Paula con Moreau? Le había advertido que no se acercara a él.


El vestido plateado que llevaba destacaba sus curvas y la melena roja contrastaba vívidamente con el color pálido de la tela. Sentada en un taburete, con las piernas cruzadas, era la mujer más deseable del bar.


Tres años antes no había sentido más que rabia y desprecio por Paula y apenas había vuelto a pensar en ella desde entonces. ¿Qué había cambiado? ¿Por qué no podía dejar de mirarla? Sobre todo, después de comprobar que nada había cambiado. Al fin y al cabo, seguía con Moreau.


—¡Pedro! Pensé que…


—¿Estaba ocupado? —terminó Pedro la frase por ella.


—Sí.


—Pues ya ves que no.


—¿Otro vodka? —sonrió Moreau.


¿Vodka?


—Pensé que ya no bebías alcohol.


—Paula ya es mayorcita. Puede tomar lo que quiera —intervino el francés.


—Le dije que se alejara de ella —le recordó Pedro—. No, déjelo, da igual. He cambiado de opinión. Haz lo que te dé la gana, Paula. Bebe todo lo que quieras —añadió, antes de darse la vuelta.


No había cambiado en absoluto. Y cuanto antes dejase de pensar en ella, mejor.


—¡Pedro! —lo llamó ella cuando estaba en el vestíbulo.


—¿Qué?


—Quiero explicarte por qué estaba tomando una copa con Jean-Paul.


—Puedes beber con quien te dé la gana.


—Quería averiguar algo sobre lo que pasó cuando me fui de aquí…


—Olvídate del dinero. Ha desaparecido. Tienes deudas, ¿y qué? Todo el mundo las tiene. Eres joven, podrás pagarlas —le espetó Pedro—. En la cama, si es necesario.


La expresión de Paula cambió por completo. Pedro vio un brillo de furia en sus ojos antes de que levantase la mano y tuvo tiempo de apartarse para no recibir la bofetada. Pero un grupo de clientes que esperaba en el vestíbulo los miraba, perplejos.


Para no dar un escándalo, Pedro la tomó del brazo y la metió en uno de los ascensores.


—¿Cómo te atreves a decir eso? —exclamó ella, mientras se cerraban las puertas.


—¿Cómo me atrevo? ¿Quién sabe? Quizá podrías convencerme para que volviese contigo si fueras muy, muy buena. A lo mejor yo podría ayudarte a pagar tus deudas.


—No me acostaría contigo aunque fueras…


—¿El último neandertal en la tierra? Lo has hecho antes, Paula. ¿Por qué tantos escrúpulos de repente? —Pedro la tomó por la cintura y buscó sus labios. Cuando introdujo la lengua en su boca sintió que ella se rendía y una familiar excitación empezó a recorrerlo.


¿Cómo podía haber olvidado lo suave que era su piel, lo rojo que era su pelo? ¿O los suaves gemidos que emitía cuando la besaba? No recordaba nada de eso… no recordaba que supiera tan bien.


Quizá también él sufría amnesia.


Pedro deslizó las manos por su espalda hasta agarrar sus nalgas, apretándola contra él. Y Paula no protestó; todo lo contrario. Se puso de puntillas, derritiéndose contra su torso como si se hubiera rendido.


Pedro sintió la tentación de desabrochar el lazo que sujetaba el vestido y meter la mano entre sus piernas. Quería comprobar si estaba suficientemente húmeda para recibirlo, para deslizarse en su interior sin esperar más. Sólo saber que estaban en un ascensor lo detuvo.


Un ascensor. Demonios. Con lo enfadada que estaba, Paula le daría un bofetón. No, sería mejor ir despacio, se dijo.


Sin decir una palabra, deslizó las manos apasionadamente por sus costados, notando la forma de sus costillas, la tira del tanga que no podría ocultar nada. Paula dio un paso adelante, arqueándose hacia él, y Pedro aprovechó para volver a introducir la lengua en su boca mientras empujaba hacia delante para hacerla sentir su erección.


Pero el ascensor se detuvo de repente.


—Si sigues así, olvidaré mis buenas intenciones. Vamos a mi suite, Paula. Tres pasos y estaremos en el salón. Tres minutos y los dos podemos estar desnudos. ¿Eso es lo que quieres?


—No —contestó ella—. No quiero eso… ¿Qué estoy haciendo, Dios mío?


Pedro la tomó por los hombros para sacarla del ascensor.


—Lo que hemos hecho muchas otras veces. Sí, ya sé que no te acuerdas. Pero eso da igual.


—No da igual…


—Voy a decirte una cosa. Es mejor ahora que en el pasado —la interrumpió él—. Es más… no sé, no puedo explicarlo. Pero no me canso de ti. De tu sabor, de tu cuerpo apretado contra el mío. Te deseo, Paula.


—Me da igual. No puedo…


—¿Por qué? Sé que tú también me deseas.


—Qué arrogante.


Aunque era cierto. Lo deseaba. Pero le daba miedo decirle que sí.


—No puedo hacer el amor contigo hasta que recupere la memoria. ¿Quién sabe? Podría haber otro hombre en mi vida…


—¿Alguien tan importante que no te acuerdas de él? ¿Alguien como Jean-Paul Moreau?


Paula apretó los dientes.


—Buenas noches, Pedro. Me voy a la cama. Sola.