sábado, 28 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 14

 


Pedro salió del club Apolo con gesto de cansancio. Había tardado un buen rato en calmar a un cliente que protestaba porque, según él, uno de los jugadores de póquer hacía trampas.


Cuando iba a tomar el ascensor que llevaba a su suite miró el reloj. Paula estaría ahora en su habitación. Sonriendo, se detuvo en recepción un momento y pidió que lo pusieran con ella. Pero no contestaba nadie.


Quizá seguía en el bar, pensó, dirigiéndose hacia allí. En cuanto entró vio su melena roja…


Y no estaba sola.


Estaba con Jean-Paul Moreau.


¿Qué demonios hacía Paula con Moreau? Le había advertido que no se acercara a él.


El vestido plateado que llevaba destacaba sus curvas y la melena roja contrastaba vívidamente con el color pálido de la tela. Sentada en un taburete, con las piernas cruzadas, era la mujer más deseable del bar.


Tres años antes no había sentido más que rabia y desprecio por Paula y apenas había vuelto a pensar en ella desde entonces. ¿Qué había cambiado? ¿Por qué no podía dejar de mirarla? Sobre todo, después de comprobar que nada había cambiado. Al fin y al cabo, seguía con Moreau.


—¡Pedro! Pensé que…


—¿Estaba ocupado? —terminó Pedro la frase por ella.


—Sí.


—Pues ya ves que no.


—¿Otro vodka? —sonrió Moreau.


¿Vodka?


—Pensé que ya no bebías alcohol.


—Paula ya es mayorcita. Puede tomar lo que quiera —intervino el francés.


—Le dije que se alejara de ella —le recordó Pedro—. No, déjelo, da igual. He cambiado de opinión. Haz lo que te dé la gana, Paula. Bebe todo lo que quieras —añadió, antes de darse la vuelta.


No había cambiado en absoluto. Y cuanto antes dejase de pensar en ella, mejor.


—¡Pedro! —lo llamó ella cuando estaba en el vestíbulo.


—¿Qué?


—Quiero explicarte por qué estaba tomando una copa con Jean-Paul.


—Puedes beber con quien te dé la gana.


—Quería averiguar algo sobre lo que pasó cuando me fui de aquí…


—Olvídate del dinero. Ha desaparecido. Tienes deudas, ¿y qué? Todo el mundo las tiene. Eres joven, podrás pagarlas —le espetó Pedro—. En la cama, si es necesario.


La expresión de Paula cambió por completo. Pedro vio un brillo de furia en sus ojos antes de que levantase la mano y tuvo tiempo de apartarse para no recibir la bofetada. Pero un grupo de clientes que esperaba en el vestíbulo los miraba, perplejos.


Para no dar un escándalo, Pedro la tomó del brazo y la metió en uno de los ascensores.


—¿Cómo te atreves a decir eso? —exclamó ella, mientras se cerraban las puertas.


—¿Cómo me atrevo? ¿Quién sabe? Quizá podrías convencerme para que volviese contigo si fueras muy, muy buena. A lo mejor yo podría ayudarte a pagar tus deudas.


—No me acostaría contigo aunque fueras…


—¿El último neandertal en la tierra? Lo has hecho antes, Paula. ¿Por qué tantos escrúpulos de repente? —Pedro la tomó por la cintura y buscó sus labios. Cuando introdujo la lengua en su boca sintió que ella se rendía y una familiar excitación empezó a recorrerlo.


¿Cómo podía haber olvidado lo suave que era su piel, lo rojo que era su pelo? ¿O los suaves gemidos que emitía cuando la besaba? No recordaba nada de eso… no recordaba que supiera tan bien.


Quizá también él sufría amnesia.


Pedro deslizó las manos por su espalda hasta agarrar sus nalgas, apretándola contra él. Y Paula no protestó; todo lo contrario. Se puso de puntillas, derritiéndose contra su torso como si se hubiera rendido.


Pedro sintió la tentación de desabrochar el lazo que sujetaba el vestido y meter la mano entre sus piernas. Quería comprobar si estaba suficientemente húmeda para recibirlo, para deslizarse en su interior sin esperar más. Sólo saber que estaban en un ascensor lo detuvo.


Un ascensor. Demonios. Con lo enfadada que estaba, Paula le daría un bofetón. No, sería mejor ir despacio, se dijo.


Sin decir una palabra, deslizó las manos apasionadamente por sus costados, notando la forma de sus costillas, la tira del tanga que no podría ocultar nada. Paula dio un paso adelante, arqueándose hacia él, y Pedro aprovechó para volver a introducir la lengua en su boca mientras empujaba hacia delante para hacerla sentir su erección.


Pero el ascensor se detuvo de repente.


—Si sigues así, olvidaré mis buenas intenciones. Vamos a mi suite, Paula. Tres pasos y estaremos en el salón. Tres minutos y los dos podemos estar desnudos. ¿Eso es lo que quieres?


—No —contestó ella—. No quiero eso… ¿Qué estoy haciendo, Dios mío?


Pedro la tomó por los hombros para sacarla del ascensor.


—Lo que hemos hecho muchas otras veces. Sí, ya sé que no te acuerdas. Pero eso da igual.


—No da igual…


—Voy a decirte una cosa. Es mejor ahora que en el pasado —la interrumpió él—. Es más… no sé, no puedo explicarlo. Pero no me canso de ti. De tu sabor, de tu cuerpo apretado contra el mío. Te deseo, Paula.


—Me da igual. No puedo…


—¿Por qué? Sé que tú también me deseas.


—Qué arrogante.


Aunque era cierto. Lo deseaba. Pero le daba miedo decirle que sí.


—No puedo hacer el amor contigo hasta que recupere la memoria. ¿Quién sabe? Podría haber otro hombre en mi vida…


—¿Alguien tan importante que no te acuerdas de él? ¿Alguien como Jean-Paul Moreau?


Paula apretó los dientes.


—Buenas noches, Pedro. Me voy a la cama. Sola.



VENGANZA: CAPITULO 13

 


El bar estaba lleno de gente. Pedro se levantó y le hizo un gesto con la mano para que se acercase a su mesa. Al otro lado del cristal podía ver las luces del jardín y las de los yates anclados en el puerto.


—Siento llegar tarde. He tenido que ducharme después del espectáculo…


—No importa. ¿Qué tal ha ido?


—Bien.


—¿Quieres tomar algo?


—Un vaso de agua con gas, por favor.


—¿Estás segura? No tienes que volver a cantar hasta mañana —dijo Pedro, mirándola con cara de sorpresa.


—No me gusta mucho el alcohol.


—Ah, veo que has cambiado. Y me alegro.


Paula lo observó mientras hablaba con el camarero. ¿Cuál habría sido su relación con Mariana? Sabía que su hermana era dada a las fiestas, pero Pedro casi parecía desaprobar que bebiese alcohol. Algo que no cuadraba con su imagen de playboy.


—Qué raro que el propietario de una cadena de hoteles desee que sus clientes no tomen alcohol. Eso no puede ser bueno para el negocio.


—Tú no eres una cliente, eres una empleada. Y no eres famosa por beber agua precisamente.


—¿Qué quieres decir?


Pedro sacudió la cabeza.


—Casi es mejor que no recuerdes.


—Pero es que quiero saber.


—Lo único que debes saber es que… tenías un problema con el alcohol.


¿Un problema que él había exacerbado? ¿O sería al contrario?


«Yo lo amaba. Quería complacerlo en todo. Estaba dispuesta a hacer todo lo que él me pidiera. Siento mucho haberos fallado».


El recuerdo de las palabras de Mariana hizo que Paula tuviese que disimular una mueca de desprecio. No. Pedro Alfonso había tenido algo que ver con la muerte de su hermana. Él le había destrozado la vida.


—Bueno, ¿qué quieres preguntarme?


—Tú querías saber por qué necesito dinero, ¿no? Pues además de los gastos de hospital… me gustaría saber por qué hay una deuda de treinta mil euros en mi tarjeta de crédito.


—No tengo ni idea.


—Sacaba dinero de la tarjeta y me lo gastaba en el casino, ¿es eso?


—Te gustaba jugar, no es culpa mía —Pedro se encogió de hombro—. Pero yo no diría que eras una jugadora compulsiva.


—Pero treinta mil euros es mucho más de lo que yo podía permitirme.


—Tus fichas las pagaba yo, así que jugar no te costaba nada. Debiste de acumular deudas después de dejarme.


—¿Y dónde fui cuando me marché de Strathmos?


—No lo sé.


—Y tampoco te importó, claro.


Pedro la miró, sorprendido.


—Fui muy generoso contigo, Paula. Cuando vivíamos juntos tenías una tarjeta de crédito sin límite, dinero en efectivo a todas horas… podrías haber ahorrado algo.


Ella abrió la boca para protestar, pero tenía la impresión de que estaba diciendo la verdad.


—Siento mucho que tuvieras un accidente —siguió él—. Pero eres una mujer adulta. Has trabajado en clubs en Londres, en París. Para ti, Nueva Zelanda era un agujero al que no querías volver nunca. Supuse que te habrías ido a algún sitio a buscar otro «benefactor» que pagase todos tus gastos.


Paula parpadeó. Estaba claro que disfrutaba acostándose con Mariana, pero no parecía sentir ningún respeto por ella. Pobre Mariana.


—Cuando te encontré en la cama con Moreau me dio igual lo que fuese de ti. En realidad, esperaba que te ahogases. Me habías traicionado de la peor manera posible y lo único que deseaba era perderte de vista.


Si estaba diciendo la verdad, no sabía nada sobre el paradero de Mariana desde que se marchó de Strathmos. ¿Podría significar eso que lo había juzgado mal? Quizá Pedro Alfonso no tenía nada que ver con los problemas de su hermana.


Paula contuvo un suspiro. Había esperado descubrir la verdad a través de él, pero eso no parecía posible.


—¿Me marché de la isla con Jean-Paul?


—Es posible —Pedro se encogió de hombros—. También quería perderlo de vista a él.


Quizá el francés podría ayudarla, pensó Paula entonces. En ese momento el maitre llamó a Pedro discretamente, y él hizo un gesto de disculpa.


—Lo siento, pero me necesitan en otra parte. ¿Quieres que te pida algo más?


—No, gracias. Me voy a dormir.


Él la miró un momento, en silencio.


—La verdad, aunque no quiera, sigo preocupándome por ti.


Y después de decir eso se alejó.


Pensativa, Paula tomó su bolso y se dirigió a la puerta… donde estuvo a punto de chocarse con Jean-Paul.


—Cuidado, chérie —sonrió él, tomándola del brazo—. Me alegro de verte. ¿Te apetece una copa?


Tras la advertencia de Pedro, Paula habría querido decirle que no, pero tenía que averiguar qué había pasado con su hermana. Si Mariana se había ido de Strathmos con Jean-Paul Moreau…


—Sí, muy bien.


—Vuelvo enseguida.


Jean-Paul volvió unos minutos después con dos copas en la mano.


—¿Qué es?


—No pensarás que lo he olvidado, ¿verdad, chérié? —sonrió el francés—. Tú eres la única mujer que bebe vodka doble con tónica… como si fuera agua. El secreto de tu éxito, decías. Y eso te hacía increíblemente excitante.



VENGANZA: CAPITULO 12

 


Pasaron dos días sin que viese a Pedro. El miércoles por la mañana, Paula estaba tumbada al borde de la piscina del hotel. Había oído que Pedro solía nadar allí por la mañana, antes de que empezasen a llegar los clientes.


En el centro de la piscina había un grupo escultórico: cuatro caballos alados rodeando una fuente de la que manaba un chorro de agua que casi llegaba al techo.


Con los ojos medio cerrados, Paula casi podía imaginar las míticas bestias galopando por el cielo, conducidas por el dios del sol.


Un camarero acababa de llevarle una copa con una sombrillita rosa cuando oyó una voz familiar:

—Así que es aquí donde te escondes.


De repente, Paula deseó llevar algo más que aquel diminuto bikini.


—¿No tienes nada que hacer? Podrías trabajar en lugar de buscarme por todas partes.


Pedro hizo un gesto con la mano.


—Me dijiste que necesitabas dinero, ¿no?


—Sí…


—Pues acabo de descubrir que este contrato te parecía tan interesante que aceptaste un recorte en tu salario habitual. Y me gustaría saber por qué. ¿Cómo puedes permitírtelo cuando, supuestamente, tienes que pagar tantos gastos de hospital?


—Necesitaba urgentemente el dinero, por eso acepté un recorte en mis honorarios. No he trabajado mucho últimamente…


—Una vez me dijiste que lo mejor de ser bailarina exótica era que siempre tenías trabajo. Si necesitabas dinero, ¿por qué no has vuelto a bailar?


—Ya no hago eso. Me gusta cantar. Además, me pagan mejor —contestó Paula.


—¿Qué es esto? —preguntó Pedro entonces.


Ella levantó la mirada y vio que estaba señalando la copa.


—¿Es que no lo ves?


—No puedes beber nada antes de cantar.


—¿Ni siquiera un zumo de fruta? —preguntó Paula, irónica—. No contiene alcohol. Puedes olerlo si quieres.


—Muy lista. Como tu bebida preferida es el vodka, olerlo no serviría de nada.


Claro. Mariana siempre tomaba vodka…


—Mi único vicio —mintió Paula.


—¿Tu único vicio? —sonrió Pedro, irónico.


Los vibrantes ojos de color turquesa estaban rodeados por largas pestañas oscuras. Desde luego, Pedro Alfonso era el hombre más guapo que había visto nunca. Una pena que no fuera su tipo.


—Es el único que se me ocurre. Pero si lo pienso un rato, seguro que descubro alguno más.


—Inténtalo. Seguro que encuentras más vicios de los que recuerdas ahora. Como mentir, por ejemplo.


—¿Por qué dices eso?


—No estoy seguro… pero cuando descubrí que habías aceptado un recorte en tu salario pensé que me habías mentido.


—Ya ves que no.


Pedro la miró, en silencio.


—No me mientas nunca, Paula.


—No te he mentido. Necesito el dinero.


—¿Demasiadas compras, demasiadas fiestas?


Si él supiera… Mientras Mariana era de las que iban de fiesta en fiesta, Paula prefería pasar el tiempo al aire libre. Paseando, haciendo windsurf. O, sencillamente, asistiendo a un concierto en el parque. Placeres sencillos, no las fiestas sofisticadas a las que sus amantes querrían acudir.


¿Cómo podía averiguar dónde había ido a parar el dinero que su hermana había sacado de su tarjeta de crédito?


—Hace tres años no tenías deudas —dijo Pedro entonces—. Y poseías algunas joyas caras —añadió, mirando el anillo que Mariana le había regalado antes de morir y que él decía haberle comprado en Mónaco.


—No sé qué ha sido del dinero.


—¿No te acuerdas?


—No.


—Yo fui más que generoso contigo. Te compré ropa hasta que ya no te cabía en los armarios. Si te hubieras portado como una persona sensata, no tendrías estos problemas.


—¿Quieres decir si siguiera siendo tu amante? Si estuviera dispuesta a soportar tus exigencias…


—Pensé que lo habías olvidado todo. ¿Cómo es que recuerdas lo exigente que soy?


—He leído los cotilleos de las revistas. ¿Cómo crees que me enteré de que habíamos tenido una aventura?


—Entonces, no has venido sólo para ganar dinero. Quieres averiguar algo sobre nosotros.


Paula tragó saliva.


—Sé exactamente la clase de hombre que eres.


—¿De verdad? —murmuró él, mirándola a los ojos.


Demasiado cerca. Demasiado masculino. Demasiado… todo.


—No recuerdo nada —dijo Paula—. Pero sé lo que siento por ti.


—¿Y qué sientes? —preguntó Pedro, inclinando la cabeza…


—Me repugnas —contestó ella.


—Ah, me estás provocando —sonrió el magnate—. Quieres que te demuestre que estás mintiendo.


Ella lo pensó un momento. Quizá estaba utilizando una estrategia equivocada…


—La verdad es que no he sido sincera contigo.


—¿Ah, no? Qué sorpresa.


—No. Vine aquí para pedirte ayuda. Desperté sola en un hospital de Londres sin recordar cómo había llegado allí, con quién estaba o qué había pasado…


—¿La gente que presenció el accidente no te contó nada?


—Nadie sabía nada sobre mí. La única pista que tenía era una nómina de un sitio llamado el Palacio de Poseidón. Más tarde me enteré de que había trabajado allí… y de que había tenido una aventura contigo.


Más mentiras. Mariana le había enviado un correo electrónico desde Strathmos contándole que había conocido a un millonario que le daba todos los caprichos.


—Por eso estoy aquí. Pensé que… si volvía… si hablaba contigo, podría recordar algo de mi pasado.


—¿Y está funcionando?


—No —contestó Paula—. Pero quizá tú podrías ayudarme. Si me dejaras hacerte algunas preguntas…, eso me haría recordar.


Paula esperó conteniendo el aliento. No quería delatarse y esperaba que Pedro cayese en la trampa.


—Muy bien. Pero si eso no funciona, se acabó. Te irás en cuanto haya cumplido tu contrato.


—De acuerdo.


—Empezaremos esta noche, después del espectáculo.


—Prefiero que hablemos por la mañana.


—Yo soy un hombre muy ocupado, Paula. Si quieres mi ayuda, tendrá que ser esta noche. En mi suite.


—No —dijo ella a toda prisa. Lo último que deseaba era estar a solas con aquel hombre. La atracción que sentía por Pedro Alfonso le daba miedo. Aunque necesitaba saber qué le había pasado a su hermana gemela, no pensaba dejar que él la destrozase—. Te veré después del espectáculo en el bar Dionisio.


Pedro pareció pensarlo un momento.


—Muy bien, como quieras.




VENGANZA: CAPITULO 11

 


Una vez en la playa Paula saltó de la tabla a toda prisa, sabiendo que Pedro no dejaba de mirarla.


Con las zapatillas llenas de agua, corrió hacia donde había dejado la toalla y se dejó caer sobre ella con el corazón latiendo a toda velocidad.


Pedro se acercó un minuto después.


—No me habías dicho que hicieras windsurf.


Cuando se bajó la cremallera del traje de neopreno el sonido pareció un estruendo en medio de aquel silencio. Debajo llevaba un bañador oscuro, y Paula intentó no fijarse en su estómago plano, en los músculos bien definidos de un hombre que parecía hacer ejercicio a menudo.


—No sé por que no te lo dije.


¿Por qué no se lo habría contado Mariana? Especialmente sabiendo que Pedro también hacía windsurf. Sus padres habían pagado a un profesor para que les diera clases en Buckland's Beach, cerca de su casa. Mariana estaba más interesada en tontear con los chicos que en aprender, pero al final se convirtió en una experta.


—¿Cuándo te marchas? —preguntó Pedro.


—No me voy —contestó ella.


—Anoche dijiste que te ibas. ¿Por qué has cambiado de opinión?


—Porque si rompiera mi contrato, mi reputación quedaría empañada y podría tener problemas para encontrar trabajo.


—Yo me encargaría de que eso no ocurriera.


—No puedo irme. Necesito el dinero.


—¿Es ahora cuando se supone que debo ofrecerte dinero para que no te vayas? —preguntó Pedro, irónico.


—¡No! Tengo un contrato y pienso cumplirlo. Necesito el dinero, ya te lo he dicho.


—¿Para qué lo necesitas?


—Para pagar los gastos de hospital.


—¿Gastos de hospital?


—Por… el accidente.


—¿Eso es lo que provocó la amnesia? ¿Un accidente de coche?


—Los testigos dijeron que la persona que me atropello se dio a la fuga —mintió Paula—. Afortunadamente, cuando llegué al hospital recordé quién era. Pero no recuerdo nada sobre ti, sobre Strathmos… o lo que pasó cuando me marché de aquí.


—¿Sufriste alguna otra lesión?


—No, tuve suerte. Sólo un golpe en la cabeza.


—No creo que eso fuera una suerte. ¿La policía detuvo al conductor?


—No —contestó Paula, cruzándose de brazos. Detestaba mentir, pero no tenía más remedio—. ¿Entiendes ahora por qué necesito el dinero?


—¿Qué vas a hacer cuando termine tu contrato aquí?


—Mi representante está buscando algo.


—Muy bien. Pero tu contrato en Strathmos no será renovado. No te quiero aquí.


Paula tragó saliva. De modo que tenía menos de dos semanas para averiguar lo que había pasado…


—De acuerdo.



VENGANZA: CAPITULO 10

 


Paula estuvo dando vueltas en la cama durante gran parte de la noche. En sus sueños se mezclaba lo que le había pasado a su hermana con la extraña pasión que había nacido entre Pedro y ella. Pero poco antes de amanecer, el insistente golpeteo de la lluvia en los cristales logró que, por fin, se quedase dormida.


Por la mañana, saltó de la cama y abrió las cortinas. El sol no asomaba por entre las nubes y los árboles se balanceaban con el viento, pero al menos había dejado de llover. Como no tenía que trabajar hasta la noche, Paula decidió bajar a la playa para hacer windsurf. Eso la haría olvidar a Mariana, a Jean-Paul y… a Pedro.


Después de ponerse el traje de neopreno, llamó a recepción para comprobar que no habría tormenta y, tomando un par de plátanos, una botella de agua y una toalla, salió de su habitación.


La playa estaba desierta, y Paula eligió una tabla de entre un grupo que el hotel dejaba allí para los clientes. Llevándola hasta el agua, apoyó las dos manos en ella, esperando… Cuando llegó el primer golpe de viento, levantó el mástil y subió a la tabla de un salto. Colocando los pies, Paula ajustó la vela y dirigió la tabla mar adentro.


Sus preocupaciones se evaporaron mientras volaba sobre las olas.


Un par de horas después, Paula se percató de que había otra persona haciendo windsurf. Y se dirigía hacia ella.


Una rápida mirada al reloj le dijo que aún quedaba mucho tiempo antes del ensayo. Y no tenía el mar para ella sola a menudo. No iba a marcharse sólo porque hubiera otra persona en el agua. Tenían todo el mar Egeo para los dos. Si se alejaba un poco, quizá el desconocido la dejaría en paz.


Pero la vela blanca y negra seguía acercándose…


Era Pedro.


Por un momento pensó que iban a chocar, pero movió la vela en contra del viento y éste la alejó de la otra tabla. Paula se volvió después, mirándolo por encima del hombro.


Pedro seguía luchando contra el viento para acercarse a ella. Nunca la había deseado como en aquel momento.


Un segundo después, el viento amainó y las dos tablas perdieron velocidad. Pedro soltó una palabrota mientras se inclinaba para sujetar la vela. Cuando volvió a levantar la cabeza, vio que Paula se había tumbado sobre su tabla y estaba nadando hacia la playa. Sin mirarlo siquiera.



viernes, 27 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 9

 


Una vez en su habitación, Paula puso agua a calentar, parpadeando para controlar las lágrimas. Se sentía enferma y necesitaba una taza de tila para calmar los nervios.


No podía quedarse allí.


Se iría de Strathmos al día siguiente… aunque eso significara romper el contrato. No podía seguir viendo a Pedro Alfonso.


Nunca se le había ocurrido pensar que se derretiría bajo sus caricias. Pero Pedro era un playboy. Nadie sabía eso mejor que ella.


¿Cómo se había metido en aquel lío? Angustiada, Paula se pasó una mano por el pelo.


Tenía que controlarse, analizar lo que había pasado para intentar entenderlo. Sí, muy bien, ella lo había provocado. De forma intencionada. Pero no había esperado que Pedro reaccionase de forma tan fiera.


Sí, era mucho más peligroso de lo que había pensado.


¿Por qué lo había provocado? ¿Qué había esperado conseguir con eso? ¿Quería demostrarle que no era la mujer que él pensaba que era?


Si era así, había fracasado miserablemente.


Suspirando, echó una bolsita de té en la taza y se dejó caer en el sofá. La foto que había sobre la mesa parecía reírse de ella. Sí, una familia modelo. Mamá y papá flanqueando a una joven sonriente, Mariana, y de fondo, un precioso rosal. Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Ojalá ella tuviera el sentido común de su madre…


Mirando el reloj, comprobó que en Nueva Zelanda sería por la mañana, de modo que tomó el teléfono y marcó el número de su casa.


—¿Dígame?


—Soy yo, mamá.


—Cariño, cuánto me alegro de que llames. Estaba muy preocupada por ti.


—Debería haber llamado antes, ya lo sé. Pero tú sabes que tenía que venir, mamá.


—Sí —suspiró su madre, resignada—. Lo sé, hija. ¿Ha servido de algo?


Su psicóloga la había ayudado a convencer a sus padres. Tenía que cerrar aquella etapa de su vida, y ésa era la razón del viaje a Strathmos: cerrar por fin una etapa.


—No lo sé, mamá. Estoy muy confusa. A veces creo que voy a perder la cabeza.


Pero al día siguiente todo aquello terminaría. Se iría de la isla y no volvería a ver a Pedro Alfonso nunca más. Era lo mejor, aunque eso significara que nunca sabría la verdad.


—¿Cómo está papá?


—Bien.


—Quiero decir, ¿cómo está llevando mi viaje a Strathmos? Estaba muy disgustado cuando me fui.


Su madre dejó escapar un suspiro.


—Está preocupado. Ese viaje ha reabierto las heridas de la muerte de tu hermana. Tiene miedo de lo que pueda pasarte.


—Dile que estoy bien y que le quiero.


—Ha vuelto a hacer terapia. El médico dice que ya ha pasado lo peor de la depresión. Para él, como para ti, lo más terrible fue saber por qué había muerto Mariana.


Paula volvió a mirar la foto de su hermana gemela como buscando respuestas. Mariana había muerto infeliz y perdida. Pero nadie sabía por qué. Sólo Pedro Alfonso. Y hasta que sus padres y ella no supieran la verdad no podrían vivir en paz.


Y por eso no podía mandarlo al infierno y darse la vuelta. No podía irse de Strathmos.


—Cariño, vuelve a casa.


—No puedo. Tengo que averiguar qué le pasó a Mariana. Sólo así podremos seguir adelante con nuestras vidas.


—Paula, tu hermana no querría que sufrieras así.


—Lo sé, pero tengo que entender qué le pasó… qué le hizo ese canalla y por qué reaccionó ella como lo hizo. Papá y tú también tenéis que saberlo.


—Ni tu padre ni yo queremos que te mezcles con ese hombre. Es muy rico, muy poderoso. Podría hacerte daño.


Como le hizo daño a Mariana.


Paula sabía lo que su madre estaba pensando.


—¿Has hablado con él? ¿Te ha dicho algo?


Paula no quería confesar que no le había preguntado nada sobre la muerte de Mariana. Y mucho menos que le había dejado creer que era su hermana.


—No, antes tenía que saber qué clase de hombre era.


—¿Y qué clase de hombre es?


—No sé… es difícil de explicar.


Atractivo, apasionado. Irresistible.


—Paula, ten cuidado. Tú no eres Mariana. Meterse en líos era su especialidad, pero no la tuya. Tú siempre has sido la más sensata.


Su madre tenía razón. Mariana siempre había sido una irresponsable. Llevarse su pasaporte y su tarjeta de crédito a Strathmos y asumir su identidad sólo había sido una de sus bromas. Una broma trágica, al final.


«Oh, Mariana, ¿qué pasó?».


Paula no podía dejar de pensar en su familiaridad con aquel hombre, Jean-Paul. Y tampoco podía dejar de recordar el calor de los labios de Pedro, la emoción de sentir aquel cuerpo tan masculino apretado contra el suyo…


¿Cómo iba a darle una lección si le temblaban las piernas cada vez que se acercaba?


¿Y cómo iba a mirarlo a la cara después de lo que había pasado?


Paula cerró los ojos. ¿Cómo podía haberse dejado besar y tocar por el hombre que había destruido a su hermana?



VENGANZA: CAPITULO 8

 

Cuando salieron a la calle, Pedro seguía furioso. En silencio, caminaba por el paseo con Paula a su lado, sus tacones repiqueteando sobre el suelo de baldosas.


—Siento lo que ha pasado.


Él se encogió de hombros.


—Tenía que ocurrir tarde o temprano. Y sólo es una cuestión de tiempo que vuelva a ocurrir otra vez.


—¿Qué quieres decir?


—Que otro hombre resurgirá de las cenizas de tu pasado.


—Pero yo no lo recuerdo —protestó Paula.


—¿Y tampoco recuerdas a los otros? Pobres. Casi me dan pena.


Sin embargo, Pedro debía admitir que le satisfacía que no recordase al francés. Especialmente después de lo que pasó…


—Yo sí recuerdo a Jean-Paul Moreau. Lo vi con mis propios ojos y puedo darte detalles de cómo estabas sentada a horcajadas sobre él, tus rodillas en sus caderas, tus pechos saltando arriba y abajo, las sábanas de satén, mis sábanas de satén, arrugadas a vuestro alrededor. Tu piel desnuda como una perla…


—¡Cállate! No quiero oír nada de eso —lo interrumpió Paula.


—Si te digo lo que vi, lo que sigo viendo claramente, quizá eso te ayude a recordar —Pedro sabía que su amargura era evidente, pero quería hacerle daño. Humillarla como ella lo había humillado—. ¿Cuántos hombres como Jean-Paul ha habido en tu vida? ¿Hombres que no recuerdas?


Paula sintió un escalofrío.


—Dime, ¿cuántos más?


—No lo sé. ¡Y deja de hacerme preguntas como si tuvieras algún derecho a hacerlas! —replicó ella—. Te estás comportando como un neandertal.


—¡Un neandertal! ¿Un neandertal?


—Sí, exactamente. Como un gorila…


Pedro clavó los dedos en sus hombros.


—Así que soy un gorila…


Sin decir nada más, inclinó la cabeza y buscó sus labios, hambriento. Acariciaba el interior de su boca con la lengua y un extraño anhelo empezó a crecer dentro de Paula. El deseo que Pedro había encendido con el primer beso volvió con toda su fuerza. ¿Qué le estaba pasando?


Pero Pedro estaba excitado, y eso la hizo sentir cierta euforia. Sus caderas parecían haber desarrollado vida propia y se movían, haciendo círculos, buscándolo.


El ardiente aliento masculino quemaba su boca y empezaron a temblarle las rodillas.


Paula, nerviosa, dio un paso atrás, los tacones de sus zapatos clavándose en la hierba. Pedro la siguió, sus muslos moviéndose contra ella como en una danza erótica, sus bocas devorándose…


El tronco de un árbol detuvo a Paula, pero no a Pedro. Escondidos entre las ramas, siguió besándola, enredando los dedos en su pelo. Sus pechos se hinchaban con las caricias masculinas, los pezones marcándose bajo la tela del vestido.


Cuando Pedro por fin levantó la cabeza, Paula gimió una protesta. En el silencio de la noche, el sonido de sus jadeos era oscuro, ronco, desconocido. El puso las manos a su espalda para soltar las tiras del escote halter y descubrir sus pechos, acariciándolos con manos ardientes, apretando sus pezones con los dedos… Paula se arqueó, tensa al sentir una tormenta de lava ardiente bajos su braguitas.


Poniéndose de puntillas, se frotó contra él, concentrándose en su zona más sensible, la parte que más lo excitaba aunque hubiera un pedazo de tela separándolos. Pero enseguida Pedro separó las piernas para que lo que había bajo el pantalón se colocara justo entre las suyas.


Paula echó la cabeza hacia atrás y siguió frotándose, frotándose hasta que supo que estaba al borde del precipicio. Pedro seguía apretando sus pezones casi con furia y, al notar las embestidas de su lengua, Paula sintió que una corriente eléctrica la recorría de la cabeza a los pies.


Excitada como nunca, dejó escapar un gemido casi inaudible. El punto más sensible de su anatomía encendido como una hoguera cuando empezaron las convulsiones…


Tuvo que apoyarse en el tronco del árbol, mareada y exhausta, su pulso latiendo furiosamente. Las piernas no la sostenían y, si el árbol no la hubiera sujetado, habría caído al suelo.


Pedro levantó la cabeza y apartó la mano de sus pechos, su expresión indescifrable.


—Quizá esto te haya ayudado a recordar.


Cómo lo odiaba. Al oír esas palabras, Paula intentó abrocharse las tiras del vestido, pero le temblaban las manos y, por fin, con un murmullo de impaciencia, tuvo que hacerlo Pedro.


Paula buscaba desesperadamente algo que decir para romper el silencio. ¿Pero qué podía decirle a un hombre que le había dado tal placer sin molestarse en quitarle el vestido o las braguitas siquiera? Y ella, a pesar de odiarlo, había dejado que hiciera lo que quisiera…


Paula tembló, avergonzada de sí misma.


Decirse que lo despreciaba no servía de nada. Había dejado que la tocase, ella misma se había frotado contra él sin vergüenza alguna… no quería ni pensarlo.


Vestido de los pies a la cabeza, Pedro la había tocado con los dedos y la boca y le había dado más placer del que recordaba haber sentido nunca.


Paula quería salir corriendo. Esconderse en alguna parte.


—Iré sola a mi habitación. No tienes por qué acompañarme.


—No, prefiero acompañarte —la voz de Pedro era más fría que el invierno—. Cuanto antes termine tu contrato y te vayas de Strathmos, mejor para los dos.


—Me iré mañana. Y déjame en paz. No quiero tu compañía.