miércoles, 21 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 32

 


Cuando llegó a Glendovia y descubrió quién era en realidad el príncipe Pedro Alfonso, amenazó con darse media vuelta y volver a Texas, aunque eso significara incumplir el contrato que había firmado con la casa real. Pero ahora que llevaba allí un tiempo y se había metido de lleno en el trabajo, estaba disfrutando realmente con su estancia. Disfrutando con el palacio y también con el país y su gente.


Echaba mucho de menos a su familia y tenía ganas de volver a Texas para verlos, pero ya no estaba deseando que llegara el momento de marcharse, como le ocurriera un par de semanas atrás.


—¿Crees que te dará tiempo a establecer la organización y prepararlo todo para que otros puedan retomar tu labor cuando te marches? —preguntó Pedro.


—Sí.


—¿A pesar de lo cerca que están las fiestas?


—Trabajaré durante las vacaciones navideñas. Tenía intención de hacerlo de todas formas.


Como no iba a poder compartirlas con su familia y el ejército de criados ya se había encargado de decorar el palacio de arriba abajo, sospechaba que este año el día de Navidad iba a ser como cualquier otro día del año.


Había decidido que lo pasaría sola en su habitación, en vez de entrometerse en las celebraciones que llevara a cabo la familia real. Al menos ahora, tendría un jugoso proyecto del que ocuparse que la mantendría ocupada.


Le pareció que oyó que Pedro mascullaba algo así como: «Eso ya lo veremos», pero de pronto se levantó y dijo con voz más firme: —Está bien. Hablaré con mi familia y te daré una respuesta.


Paula asintió y se levantó, mientras Pedro se dirigía a la puerta y la abría. Paula avanzó un par de pasos en su dirección y de pronto se detuvo.


—¿Querías hablar de algo más? —preguntó Pedro al verla vacilar.


Paula, que tenía los brazos estirados a lo largo de los costados, apretó los puños una vez y los soltó, removiéndose con nerviosismo mientras se debatía entre confesarle el motivo de su preocupación o no.


—Paula —murmuró él con suavidad, al tiempo que se acercaba a ella.


Paula enderezó los hombros y lo miró a los ojos, haciendo que Pedro se detuviera en seco.


—Es sobre lo que pasó anoche… —comenzó, armándose de valor para mantener una conversación que le daba verdadero pánico.


—¿Sí? —preguntó él, sin imprimir inflexión alguna a su voz.


Era evidente que no tenía intención de ponérselo fácil.


—No puede volver a ocurrir —dijo ella sin pensárselo más, como cuando tiras de una esparadrapo para que no te haga tanto daño.


—Ya —dijo él, con el mismo tono carente de emoción, aunque elevó una ceja, única muestra de que le interesaba el tema.


—No. Soy consciente de que es exactamente lo que querías conseguir, el motivo por el que me invitaste a venir desde el principio, pero ha sido un error y no volverá a ocurrir.


EN SU CAMA: CAPÍTULO 31

 

Los cálidos rayos del sol se colaban a través de las ventanas francesas, rayando el suelo enmoquetado y parte de la cama. Paula se fue despertando poco a poco.


Se estiró y bostezó mientras tendía la mano hacia un lado de la cama esperando encontrar a Pedro dormido a su lado. Al no hallar nada más que las frías sábanas, abrió los ojos y bostezó varias veces hasta que se le aclaró la vista.


Estaba desnuda y sola entre las sábanas revueltas.


Se sentó de golpe en la cama y miró a su alrededor, pero no lo vio por ninguna parte.


La decepción le revolvió un poco el estómago. Tal vez había sido demasiado optimista, al creer que despertaría entre sus brazos. Al fin y al cabo, no estaría bien que lo pillaran en la cama con una persona que trabajaba para él.


Con un suspiro salió de la cama y se cubrió con la bata. Mientras se la ataba a la cintura miró el reloj y el corazón le dio un vuelco cuando vio la hora: pasaban de las diez de la mañana.


Santo Dios, ¿cómo podía haber dormido hasta tan tarde?


Sin querer pensar en el recibimiento que le dispensaría la familia real cuando por fin bajara, Paula se duchó, se cepilló los dientes y se vistió. Optó por un sencillo vestido-camiseta, ceñido a la cintura con una cadena plateada, y sandalias blancas con plataforma. No era demasiado provocativo, pero tampoco soso.


Quería parecer despreocupada y segura de sí misma, cuando se encontrara con Pedro.


Acostarse con él, un príncipe, el hombre que la había contratado y el mismo que le había propuesto que se acostara con él nada más conocerla, no era lo más inteligente que había hecho en la vida. Debería haber resistido más.


Porque lo que no estaba dispuesta a hacer, era convertirse en su amante durante el resto del tiempo de estancia en Glendovia que le quedaba.


Firmemente decidida, recorrió los corredores del palacio con paso tranquilo y bajó la amplia escalinata de mármol. No se encontró con nadie, ni siquiera con un criado, y Paula se sintió aún más violenta por haberse quedado dormida.


Se dirigió al comedor, lugar en el que había coincidido con la familia real casi todo el tiempo hasta el momento, y se lo encontró vacío. Hacía tiempo que habían recogido la mesa del desayuno. Regresó entonces al vestíbulo y siguió por el corredor en dirección opuesta hacia el despacho de Pedro. No es que tuviera demasiada prisa por encontrarse con él, pero al fin y al cabo era a quien le daba cuentas de su trabajo y llegaba tarde.


La puerta estaba cerrada y llamó suavemente con los nudillos, casi con la esperanza de que no estuviera allí. Pero Pedro la invitó a entrar al primer toque.


Paula tomó aire para tranquilizarse, antes de entrar y cerró la puerta tras de sí. Pedro estaba sentado detrás de su escritorio, trabajando, pero levantó la cabeza para saludarla.


Una intimidad abrasadora brilló en sus ojos. Paula se quedó sin respiración.


—Buenos días —saludó, dejando en la mesa el bolígrafo, y se puso en pie—. Confío en que hayas dormido bien.


Lo dijo con tono formal, más de lo que habría esperado del hombre que había compartido su cama unas pocas horas antes, desprovisto de burla o doble sentido. Así y todo, su mirada la consumía, derramándose sobre ella como miel caliente, haciendo que sólo deseara dejarse llevar, rendirse en cuerpo y alma a sus deseos nuevamente.


—Muy bien, gracias —si él podía mostrarse decoroso, ella también—. Lamento haber bajado tan tarde esta mañana. Que la fiesta navideña de anoche en el hogar infantil fuera un éxito, no significa que pueda dormirme en los laureles. Hay otras muchas organizaciones benéficas que requieren mi atención.


Evitó mencionar a propósito lo que habían estado haciendo al llegar de la fiesta de Santa Claus, manteniendo en todo momento una actitud profesional. Sería lo mejor.


Pedro levantó una de las comisuras de los labios, como si le hubiera adivinado las intenciones.


—Yo no diría que quedarte dormida unas horas sea desatender tus obligaciones. Aun así, si tienes algún otro proyecto en mente, soy todo oídos.


Le hizo un gesto con la mano invitándola a sentarse, en uno de los sillones que había delante de su escritorio y, en cuanto se hubo sentado, retomó su asiento.


—Lo cierto es que sí se me ha ocurrido algo —dijo ella, notando cómo desaparecía la tensión de su cuerpo. Hablar de trabajo le resultaba mucho más fácil, que hablar de lo ocurrido la noche anterior—. No se trata de un evento para recaudar dinero propiamente, sino de. crear un organismo nuevo.


—¿De veras? —Pedro levantó ambas cejas, al tiempo que se reclinaba en el sillón y unía las yemas de los dedos de ambas manos, escuchando atentamente.


—Sí. En mi país existe una organización a nivel nacional, que se encarga de hacer realidad los deseos de niños enfermos que están en fase terminal. Me he dado cuenta de que no existe nada parecido aquí, y creo que sería fantástico que la familia real fomentara el proyecto. Os proporcionaría una prensa magnífica y al mismo tiempo harían realidad las necesidades de unos niños que están enfermos, ya sea en el hospital o en casa, y no tienen esperanza de recuperación. Había pensado que el proyecto podría llamarse Soñar es Posible.


Pedro consideró la proposición durante unos segundos y finalmente preguntó:—¿Y qué tipo de sueños podríamos hacer realidad?


—Cualquier cosa que se les ocurra. Su deseo más íntimo, siempre y cuando sea factible. En mi país, esta organización se ocupa, por ejemplo, de hacer que los niños conozcan a su personaje famoso favorito, o de que pasen un día entero en un parque de atracciones, alquilado sólo para ellos y sus amigos, paseos en globo o aprender a pilotar un avión. Cosas que los niños siempre han querido hacer, pero que nunca podrán debido a su enfermedad.


Pedro le sonrió.


—Supongo que podría ocuparme de ello.


—Entonces ¿lo tomarás en consideración? —Paula se inclinó hacia delante entusiasmada—. Se trata de algo más complejo que la simple organización de un acto para recaudar fondos. Se necesitará una oficina desde la que trabajar, empleados, enormes inversiones en publicidad a nivel nacional y posiblemente internacional, y hasta es posible que ruedas de prensa. Y la organización requerirá un soporte continuado, cuando yo regrese a Estados Unidos.


Le pareció ver algo en el rostro de Pedro que delataba cierto malestar, al mencionar su partida de Glendovia, pero fue sólo un instante.


—Es un esfuerzo muy loable —dijo él, cambiando levemente de postura, de manera que pudiera apoyar nuevamente los codos en la mesa—. Una buena causa y algo que reforzaría la reputación de Glendovia y la estima de sus habitantes. Tendré que someterlo a la opinión del resto de la familia, por supuesto, pero yo estoy a favor de emprender el proyecto.


—Excelente —dijo ella, sonriendo ampliamente, complacida de haber encontrado en Pedro un aliado en un proyecto, con el que había empezado a apasionarse.


—Sólo falta poco más de una semana para que te vayas —observó él, de manera cortante.


Apretó los labios formando una delgada línea, como si le resultara un hecho particularmente desagradable. Aquello le provocó a Paula una sensación de malestar en el estómago, prueba de que a ella tampoco le gustaba la idea.




EN SU CAMA: CAPÍTULO 30

 


—Y ahora dime cómo has llegado a los veintinueve años, con la virginidad intacta —exigió saber Pedro.


Se había hecho tarde, el cielo estaba más oscuro que antes. Estaban en la cama, medio dormidos después de hacerlo apasionadamente por segunda vez.


Él había argumentado que dos veces en una noche sería demasiado para ella, y que tendría molestias a la mañana siguiente. Pero ella no había hecho caso y había procedido a convencerlo de otra manera.


Ahora que conocía los placeres del sexo, no tenía intención de dormir. De hecho, tenía la sensación de que la tercera vez iba a ser especialmente agradable.


Sin embargo, de momento se contentaba con estar en sus brazos, saciada y envuelta entre las sábanas de raso.


—¿No te parece suficiente mi altura moral? —respondió ella, adormilada.


—Tal vez, si no fueras más hermosa que una supermodelo, y no te hubieran acusado públicamente de tener una aventura con un hombre casado.


Con un suspiro, Paula se irguió apoyándose en un brazo mientras se sujetaba las sábanas contra el pecho con la otra mano. Ya que no parecía que Pedro tuviera intención de dejar el tema, decidió que sería mejor contárselo todo y quitarse el tema de encima.


—Que quede claro que no fue una aventura. Bueno, tal vez sí en la mente de Bruno. Bruno Winters —aclaró—. Así se llama. Lo conocí hace casi dos años en una gala benéfica. Era atractivo y encantador, y admito que me sentí atraída. Empezó a llamarme y a enviarme flores y regalos. Salimos un par de veces, y fue muy amable, pero a mí no me pareció que congeniáramos tan bien como, al parecer, pensó él. Y yo no sabía que estaba casado y que tenía hijos —dijo esto último con gran énfasis, encontrando finalmente el valor de mirarlo a los ojos—. Decidí que no quería verle más, pero él no me dejaba en paz. Seguía llamándome y enviándome cosas. Asistía a los actos que yo organizaba y hacía todo lo posible por que nos quedáramos a solas. Cuando su interés en mí empezó a rozar el acoso, dejó de llamarme.


Se removió incómoda y se recolocó la sábana que le cubría el torso, mientras miraba a cualquier parte menos a los ojos de Pedro.


—Pensé que se había terminado, pero entonces aparecieron las fotografías en la prensa. Probablemente las sacaran en alguno de los actos benéficos, pero eran lo bastante sugerentes, como para que la gente empezara a murmurar, sobre todo cuando una supuesta «fuente» filtró la información de que habíamos mantenido una relación íntima. Yo creo que fue el propio Bruno. Creo que quería que la gente creyera que estábamos teniendo una aventura, puede que hasta creyera, de una forma un tanto morbosa, que así me atraería hacia él.


Sacudió la cabeza y tomó aire profundamente, apartando los malos recuerdos y cualquier resquicio de la vergüenza que había sentido cuando la historia saltó a la prensa, por falsa que fuera.


Se le erizó el pelo en la nuca cuando Pedro tendió una mano y le acarició el brazo desnudo. Sintió la aspereza de sus nudillos contra la piel, lo que le puso la carne de gallina allí donde la acariciaba.


—Pobre Paula, esforzándose siempre tanto por ocuparse de los demás y sin nadie que la defienda cuando más lo necesita.


Sus palabras, y también el tono empleado, la sorprendieron, y por un momento se permitió creerlas. Pero segundos después, la autocompasión dio paso a esa independencia que la caracterizaba y dejó escapar un soplido de impaciencia muy poco femenino.


—Claro que tuve mucha gente que me defendió —le dijo—. Desafortunadamente, mi familia no fue suficiente contra toda la alta sociedad de Texas. En situaciones como ésa, lo mejor que puedes hacer es ocultarte y tratar de no llamar la atención hasta que pase la tormenta.


Pedro pasó a acariciarle la espalda. La leve caricia la calmó y le hizo desear acurrucarse contra él de nuevo.


—¿Por eso viniste a Glendovia? —le preguntó él con suavidad—. ¿Para ocultarte?


Ella se acurrucó contra él, abrazándose cómodamente a su fibroso cuerpo. Posó la cabeza en la curva que formaba el hombro de Pedro y le preguntó:—¿Crees que aquí contigo estaré bien oculta?


Pedro se rió suavemente y a continuación se removió un poco, de forma que pudiera estrecharla aún más fuerte entre sus brazos, recolocando las sábanas de manera que los dos quedaron cubiertos de cintura para abajo.


El silencio se hizo sobre ellos, hondo pero cómodo. Paula escuchó la respiración de Pedro y el latido rítmico de su corazón.


—Eso explica el escándalo —dijo Pedro finalmente, dibujando círculos al azar en la parte superior del cuerpo de Paula—. Sin embargo, no explica cómo te las has arreglado para mantenerte virgen hasta ahora.


Ella torció la boca con ironía, aunque sabía que él no podía verle la cara.


—Soy una buena chica, ¿no crees?


—Creo que eres muy buena chica —murmuró él, queriendo decir otra cosa claramente—. Pero mirándote nadie se creería jamás que fueras virgen.


Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró con el ceño fruncido.


—¿Por qué? ¿Porque se me olvidó ponerme mi jersey con una enorme V roja delante?


—No —respondió él con calma—. Porque eres una de las mujeres más hermosas que he conocido en mi vida, y emanas sexualidad por todos los poros de tu piel. Ningún hombre heterosexual podría estar en la misma habitación que tú y no desearte, y me cuesta creer que ninguno lograra convencerte para que te acostaras con él hasta ahora.


Paula suspiró y se acomodó nuevamente contra Pedro.


—No sé cómo explicarlo. Sólo puedo decir que ningún hombre me había atraído lo suficiente. He salido con muchos, cierto. Hombres ricos y atractivos. Y he estado a punto de hacerlo muchas veces, algunas llegué a creer que me había enamorado. Pero siempre había algo que me detenía.


—Hasta ahora.


Paula tenía la cabeza sobre el pecho de Pedro y le pareció notar que el corazón de éste daba un salto y redoblaba la intensidad de sus latidos. Paula cerró por completo los párpados ya entornados y dejó que el pulso de Pedro actuara como una nana.


—Hasta ahora —convino ella, con un hilo de voz conforme se dejaba llevar por el sueño—. Supongo que se podría decir que tu invitación ha sido muy beneficiosa. Por muchas razones.


—Una de ellas es que me ha dado la oportunidad de tenerte donde quería —dijo él, levantándola con uno de sus fibrosos brazos por la cintura de manera que pudiera verle la cara, lo cual la espabiló por completo.


Paula podría rebatirle el tema o reprenderse a sí misma por haber caído en la trampa con tanta facilidad, pero en esos momentos, en las horas centrales de la noche, pegada a aquel cuerpo cálido y sólido, no fue capaz de enfadarse.


Tal vez más tarde.




martes, 20 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 29

 


Dicho y hecho, Pedro comenzó a explorar. Le agarró las nalgas con las palmas de las manos y se las apretó ligeramente antes de ascender por su torso hasta los pechos. Empezó a atormentarla frotándole nuevamente los pezones y con un gemido, Paula se inclinó y lo besó.


Sensaciones de inmenso placer la invadían, elevándole la presión arterial y tensando sus músculos internos como las cuerdas de un violín bien afinado. Por muy bueno que hubiera imaginado que podía ser el sexo, jamás había esperado que llegara a ser como aquello. Que un hombre, cualquiera, pudiera hacerle sentir calor y frío al mismo tiempo; que la hiciera jadear y ronronear, estremecerse y sacudirse de aquella manera.


Empezó a moverse llevada por el instinto, como si su cuerpo supiera perfectamente lo que quería. Sus caderas se mecían hacia delante y hacia atrás, haciendo que su cuerpo se deslizara arriba y abajo por el miembro erguido.


Pedro la llenaba por completo, presionando profundamente y fomentando una placentera fricción con los pliegues hinchados de ella. El placer se fue concentrando dentro de Paula, desde los labios hasta el vértice que se formaba entre sus muslos, intensificándose a medida que aumentaban la velocidad de sus movimientos.


Sintiéndose como si fuera a explotar, Paula irguió el cuerpo y quedó sentada sobre él, inspirando profundamente. Cerró los ojos y le clavó las uñas en el torso.


Debajo de ella, Pedro parecía invadido por la misma necesidad frenética de empujar y hundirse en ella para alcanzar el orgasmo. Así, levantó las caderas para recibir cada embestida, hundiéndose profundamente cada vez que ella dejaba caer su cuerpo sobre él. Hasta que la tensión que se había ido concentrando dentro de ella se desbordó. La sujetó con más fuerza y dejó escapar un gemido gutural al alcanzar finalmente el orgasmo al mismo tiempo que ella.


Paula se estremeció con el clímax, experimentó una fuerte sacudida que le llegó hasta el alma y acto seguido se derrumbó, exhausta y saciada, sobre él. Pedro le rodeó la cintura con los brazos. En aquella postura, podía oír el latido firme de su corazón.


Lo último que pensó antes de que la venciera el sueño, fue que se alegraba de haber esperado tanto tiempo para estar con un hombre, y de que ese hombre hubiera sido Pedro.




EN SU CAMA: CAPÍTULO 28

 


Pedro entró con sumo cuidado al principio, porque no quería hacerle daño ni asustarla. No había estado con una virgen desde su primer encuentro con el sexo, y la verdad es que no sabía muy bien cómo actuar. Ni lo rápido que debía ir. Ni cuánto sería demasiado.


Pero Paula no parecía intimidada. No dejaba de mover los brazos y las piernas, explorando descaradamente su cuerpo desnudo. Y tampoco paraba de retorcerse debajo de él, lo cual le hacía muy difícil permanecer fiel a su determinación.


Apretó la mandíbula y se concentró en respirar. Las sensaciones recorrían su cuerpo, todas las terminaciones nerviosas de su sistema estaban alerta como resultado del ansia desmedida, el deseo y la desesperación que sentía.


—¿No puedes moverte más rápido? —lo instó ella entre jadeos finalmente, arqueando la espalda y clavándole las uñas en la carne humedecida por el sudor.


Pedro levantó la cabeza y la miró. Paula estaba sonrojada, su pelo revuelto brillaba sobre las sábanas satinadas de color claro.


—¿Me estás dando órdenes? —replicó él, incrédulo y divertido al mismo tiempo.


—Sólo preguntaba —dijo ella, arqueando los labios ligeramente—. Me tratas como si fuera de cristal y te aseguro que no lo soy. Puede que sea inexperta en este tipo de cosas, pero no soy frágil.


—No quiero hacerte daño —admitió él.


Ella se irguió lo justo para darle un rápido y apasionado beso.


—No lo harás. Puedo con todo lo que quieras darme y un poco más.


Sólo había una forma de responder.


—Será un placer.


Le chupó entonces el pezón henchido y le satisfizo comprobar el escalofrío que recorrió el esbelto cuerpo de Paula. Siguió lamiendo y sorbiendo un poco más.


Paula comenzó a estremecerse en sus brazos, tironeándole del pelo y susurrando su nombre, y él aprovechó para deslizar sobre la sedosa superficie de la cama el cuerpo ávido de Paula. Entonces la sujetó por las caderas y giró llevándola consigo, hasta quedar él tumbado de espaldas y ella encima.


—Dicen que una mujer conoce mejor que nadie su propio placer. Muéstrame lo que quieres.


Paula se quedó mirándolo. El corazón le latía con fuerza, mientras pasaba de la sorpresa ante el súbito cambio de postura, a la sensación de poder que desprendía la sensual declaración de Pedro. Su voz grave y susurrante la recorrió por dentro, poniéndole la piel de gallina, y acto seguido afianzó las caderas mientras ella se colocaba a horcajadas.


Todo tipo de imágenes eróticas en las que ella llevaba la batuta y Pedro quedaba a su merced pasaron por su cabeza, y Paula descubrió que era de lo más excitante.


Con los dedos bien separados, apoyó las palmas en el torso desnudo y se inclinó hacia delante. El pelo se le desparramó por encima de los hombros, haciéndole cosquillas con las puntas. Vio cómo vibraban los impresionantes músculos pectorales y sintió que Pedro se henchía dentro de ella.


Conteniendo la sonrisa, Paula le recorrió la línea de la mandíbula con los labios.


—Es muy agradable esta postura —murmuró, depositando un reguero de besos hasta llegar a la oreja—. Tenerte debajo de mí, indefenso.


Pedro flexionó los dedos para asirla con más fuerza.


—Sólo espero poder resistir tu tortura.


—Yo también.


Paula le mordisqueó el lóbulo de la oreja y tiró suavemente de él, al tiempo que se elevaba sobre las rodillas, sólo unos centímetros, y después se dejaba caer suavemente de nuevo. Un áspero gemido brotó de lo más hondo de la garganta de él y Paula notó el calor que se formaba en su propio sexo.


—¿Sabes lo que quiero de verdad? —preguntó, removiéndole el cabello oscuro con su aliento.


—¿Qué? —replicó él con voz estrangulada, mientras trataba de no rendirse a sus instintos más básicos.


—Quiero que me toques. Por todas partes. Adoro sentir tus manos en mi cuerpo.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 27

 


¿Era virgen?


¿Cómo demonios podía ser cierto que tuviera tan poca experiencia?


Pedro repasó mentalmente todo lo que sabía de Paula. Todas las veces que había estado con ella, todas las veces que había hablado con ella y las veces que la había observado, sin que ella lo supiera. No había nada en su conducta que revelara indicio alguno de que fuera una chica inocente.


¿Y el escándalo en el que se había visto envuelta en su país? Su madre había disfrutado de lo lindo compartiendo con él los detalles de la indiscreción de Paula, una aventura con un hombre casado.


¿Había tenido una aventura con un hombre casado y era virgen? Pedro la miró detenidamente con el ceño fruncido. Tenía el rostro tenso y era poderosamente consciente de la conexión física entre ambos, del hecho de que seguía palpitando dolorosamente dentro de ella.


—¿Pero cómo puedes ser virgen? —exigió saber, con tono áspero y más acusador de lo previsto.


Paula abrió los ojos como platos, pero la pasión seguía brillando en ellos.


—Olvídate de que lo soy y termina lo que has empezado.


Y para dar más énfasis a sus palabras, le rodeó el cuello con los brazos y elevó las caderas lo justo para enviar una miríada de sensaciones a lo largo de su rígido miembro. Pedro inspiró entrecortadamente, utilizando toda su fuerza de voluntad para no retomar el movimiento, lanzándose así a un soberbio, aunque prematuro final.


Ahuecó las aletas de la nariz conforme tomaba aire profundamente, contando hasta diez y luego hasta veinte. Cuando por fin pudo hablar sin gemir ni sudar demasiado, dijo:—Soy partidario de seguir, pero en cuanto terminemos, te aseguro que querré hablar de esto.


Ella puso los ojos en blanco.


—Está bien. Espero que hagas de mí primera vez un recuerdo memorable.


El rostro de Pedro se iluminó con una gran sonrisa y al momento se redujo la tensión que vibraba en el ambiente. Tenía que haber vestigios de sangre regia en Paula. Poseía un aura imperial.


—Cariño —murmuró él, inclinándose a besarla—, de eso puedes estar segura.


La entretuvo con besos y leves caricias en los pechos y el abdomen. Y al mismo tiempo, empezó a mover las caderas, lenta y cuidadosamente.


Para entonces, el cuerpo de Paula ya se había acostumbrado al tamaño y a la invasión de Pedro. Tenía los músculos relajados y sentía el calor y la suavidad propios de la excitación.



lunes, 19 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 26

 


Hacía años que nadie lo llamaba por su primer nombre, desde que decidiera que lo llamaran Pedro. Le sostuvo la mirada un segundo y volvió a besarla, con tanto ardor esta vez que Paula se quedó sin aire en los pulmones, pero lo besó con idéntico entusiasmo.


Pedro le acarició los costados y los muslos, por dentro y por fuera.


En su ir y venir, rozó con los nudillos el triángulo de rizos alojado entre sus piernas y empezó a explorarlo. La acarició, incitándola, y un gemido brotó de sus labios cuando notó que ya estaba mojada.


Paula se retorció debajo de él, mientras éste hundía dos dedos en la húmeda cavidad. Jadeaba y le costaba respirar más cada vez, mientras él exploraba en busca del diminuto botón de placer oculto entre sus pliegues íntimos.


Entonces presionó y Paula explotó. Experimentó un orgasmo avasallador que la inundó de calor.


Se encontró con la sonrisa satisfecha de Pedro, cuando abrió los ojos. Se ruborizó bajo el intenso escrutinio de él, avergonzada de pronto por la manera en que había reaccionado a sus caricias.


—Estás preciosa cuando te sonrojas —le dijo él, besándola en la comisura de los labios.


No le dio oportunidad de responder sin embargo, sino que empezó a acariciarla de nuevo con manos hábiles sin dejar un solo milímetro de piel insatisfecho.


La punta de su erección presionó ligeramente en la entrada vaginal, y Paula abrió las piernas, invitándolo a entrar. Él entró poco a poco, llenándola con su miembro duro y cálido. Cuanto más profundizaba, más potente era la reacción de ella. El deleite que vibraba en ella la hizo olvidar cualquier sensación dolorosa.


Pero cuando Pedro se hundió en una potente embestida, lo que hasta el momento había sido una soportable incomodidad se convirtió en una afilada punzada de dolor que la obligó a gritar entrecortadamente.


Pedro se retiró de inmediato, el ceño fruncido y los ojos entornados.


—Paula —dijo, con respiración entrecortada, totalmente inmóvil—. ¿Eres virgen?