Cuando llegó a Glendovia y descubrió quién era en realidad el príncipe Pedro Alfonso, amenazó con darse media vuelta y volver a Texas, aunque eso significara incumplir el contrato que había firmado con la casa real. Pero ahora que llevaba allí un tiempo y se había metido de lleno en el trabajo, estaba disfrutando realmente con su estancia. Disfrutando con el palacio y también con el país y su gente.
Echaba mucho de menos a su familia y tenía ganas de volver a Texas para verlos, pero ya no estaba deseando que llegara el momento de marcharse, como le ocurriera un par de semanas atrás.
—¿Crees que te dará tiempo a establecer la organización y prepararlo todo para que otros puedan retomar tu labor cuando te marches? —preguntó Pedro.
—Sí.
—¿A pesar de lo cerca que están las fiestas?
—Trabajaré durante las vacaciones navideñas. Tenía intención de hacerlo de todas formas.
Como no iba a poder compartirlas con su familia y el ejército de criados ya se había encargado de decorar el palacio de arriba abajo, sospechaba que este año el día de Navidad iba a ser como cualquier otro día del año.
Había decidido que lo pasaría sola en su habitación, en vez de entrometerse en las celebraciones que llevara a cabo la familia real. Al menos ahora, tendría un jugoso proyecto del que ocuparse que la mantendría ocupada.
Le pareció que oyó que Pedro mascullaba algo así como: «Eso ya lo veremos», pero de pronto se levantó y dijo con voz más firme: —Está bien. Hablaré con mi familia y te daré una respuesta.
Paula asintió y se levantó, mientras Pedro se dirigía a la puerta y la abría. Paula avanzó un par de pasos en su dirección y de pronto se detuvo.
—¿Querías hablar de algo más? —preguntó Pedro al verla vacilar.
Paula, que tenía los brazos estirados a lo largo de los costados, apretó los puños una vez y los soltó, removiéndose con nerviosismo mientras se debatía entre confesarle el motivo de su preocupación o no.
—Paula —murmuró él con suavidad, al tiempo que se acercaba a ella.
Paula enderezó los hombros y lo miró a los ojos, haciendo que Pedro se detuviera en seco.
—Es sobre lo que pasó anoche… —comenzó, armándose de valor para mantener una conversación que le daba verdadero pánico.
—¿Sí? —preguntó él, sin imprimir inflexión alguna a su voz.
Era evidente que no tenía intención de ponérselo fácil.
—No puede volver a ocurrir —dijo ella sin pensárselo más, como cuando tiras de una esparadrapo para que no te haga tanto daño.
—Ya —dijo él, con el mismo tono carente de emoción, aunque elevó una ceja, única muestra de que le interesaba el tema.
—No. Soy consciente de que es exactamente lo que querías conseguir, el motivo por el que me invitaste a venir desde el principio, pero ha sido un error y no volverá a ocurrir.
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