martes, 20 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 28

 


Pedro entró con sumo cuidado al principio, porque no quería hacerle daño ni asustarla. No había estado con una virgen desde su primer encuentro con el sexo, y la verdad es que no sabía muy bien cómo actuar. Ni lo rápido que debía ir. Ni cuánto sería demasiado.


Pero Paula no parecía intimidada. No dejaba de mover los brazos y las piernas, explorando descaradamente su cuerpo desnudo. Y tampoco paraba de retorcerse debajo de él, lo cual le hacía muy difícil permanecer fiel a su determinación.


Apretó la mandíbula y se concentró en respirar. Las sensaciones recorrían su cuerpo, todas las terminaciones nerviosas de su sistema estaban alerta como resultado del ansia desmedida, el deseo y la desesperación que sentía.


—¿No puedes moverte más rápido? —lo instó ella entre jadeos finalmente, arqueando la espalda y clavándole las uñas en la carne humedecida por el sudor.


Pedro levantó la cabeza y la miró. Paula estaba sonrojada, su pelo revuelto brillaba sobre las sábanas satinadas de color claro.


—¿Me estás dando órdenes? —replicó él, incrédulo y divertido al mismo tiempo.


—Sólo preguntaba —dijo ella, arqueando los labios ligeramente—. Me tratas como si fuera de cristal y te aseguro que no lo soy. Puede que sea inexperta en este tipo de cosas, pero no soy frágil.


—No quiero hacerte daño —admitió él.


Ella se irguió lo justo para darle un rápido y apasionado beso.


—No lo harás. Puedo con todo lo que quieras darme y un poco más.


Sólo había una forma de responder.


—Será un placer.


Le chupó entonces el pezón henchido y le satisfizo comprobar el escalofrío que recorrió el esbelto cuerpo de Paula. Siguió lamiendo y sorbiendo un poco más.


Paula comenzó a estremecerse en sus brazos, tironeándole del pelo y susurrando su nombre, y él aprovechó para deslizar sobre la sedosa superficie de la cama el cuerpo ávido de Paula. Entonces la sujetó por las caderas y giró llevándola consigo, hasta quedar él tumbado de espaldas y ella encima.


—Dicen que una mujer conoce mejor que nadie su propio placer. Muéstrame lo que quieres.


Paula se quedó mirándolo. El corazón le latía con fuerza, mientras pasaba de la sorpresa ante el súbito cambio de postura, a la sensación de poder que desprendía la sensual declaración de Pedro. Su voz grave y susurrante la recorrió por dentro, poniéndole la piel de gallina, y acto seguido afianzó las caderas mientras ella se colocaba a horcajadas.


Todo tipo de imágenes eróticas en las que ella llevaba la batuta y Pedro quedaba a su merced pasaron por su cabeza, y Paula descubrió que era de lo más excitante.


Con los dedos bien separados, apoyó las palmas en el torso desnudo y se inclinó hacia delante. El pelo se le desparramó por encima de los hombros, haciéndole cosquillas con las puntas. Vio cómo vibraban los impresionantes músculos pectorales y sintió que Pedro se henchía dentro de ella.


Conteniendo la sonrisa, Paula le recorrió la línea de la mandíbula con los labios.


—Es muy agradable esta postura —murmuró, depositando un reguero de besos hasta llegar a la oreja—. Tenerte debajo de mí, indefenso.


Pedro flexionó los dedos para asirla con más fuerza.


—Sólo espero poder resistir tu tortura.


—Yo también.


Paula le mordisqueó el lóbulo de la oreja y tiró suavemente de él, al tiempo que se elevaba sobre las rodillas, sólo unos centímetros, y después se dejaba caer suavemente de nuevo. Un áspero gemido brotó de lo más hondo de la garganta de él y Paula notó el calor que se formaba en su propio sexo.


—¿Sabes lo que quiero de verdad? —preguntó, removiéndole el cabello oscuro con su aliento.


—¿Qué? —replicó él con voz estrangulada, mientras trataba de no rendirse a sus instintos más básicos.


—Quiero que me toques. Por todas partes. Adoro sentir tus manos en mi cuerpo.



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